sábado, 2 de julio de 2016

75 AÑOS DE LA OPERACIÓN BARBARROJA, MUCHO MÁS QUE UNA OPERACIÓN.

Si bien puede resultar pretencioso tratar de resumir en un único concepto el destinado a calificar la llamada a  ser la más grande movilización militar de la que el Hombre ha sido testigo; la  Operación Barbarroja, desde luego que, y a pesar de lo contradictorio que en principio pueda parecer, inesperado no es, sin duda, el más adecuado.

La Operación Barbarroja, nombre en clave que aglutina los preparativos desarrollados por la Alemania Nazi y cuyo último objetivo redunda en promover la capitulación final de la URSS. El plan, tremendo, si se me permite el uso de la palabra, es de una magnitud tan colosal que por sí mismo, y sin entrar al menos de momento en consideraciones de carácter estrictamente funcional o de logística, ha de ser premonitorio para darnos una idea del respeto que el propio Adolf HITLER tenía al respecto del que es tanto a nivel conceptual como estratégico, el mayor enemigo al que puede enfrentarse Alemania

La comprensión del devenir del ya pasado Siglo XX, requiere del dominio de estrategias diferentes aunque sin duda complementarias. Por un lado, la primera mitad de siglo se halla inevitablemente estructurada por la convicción de que la puesta en marcha del hacer bélico como instrumento destinado a satisfacer demandas o querellas; lejos de suponer un atraso, constituye en realidad un proceder absolutamente justificado. En lo que concierne a la segunda mitad, bastará constatar la magnitud de los descalabros que como corolario del devenir de la anterior se suscitaron, para comprender no obstante la intensidad de los procederes diplomáticos que en aras de la corrección de improperios, hubieron de llevarse a cabo.
Sea como fuere, lo cierto es que solo desde la convergencia de ambos procederes, y por supuesto desde la comprensión de los factores que en uno y otro caso se llevaron a efecto, podremos y no sin esfuerzo llegar a conclusiones muchas de las cuales redundan su quehacer no tanto en explicarnos el pasado, cuando sí más bien en ayudarnos a desentrañar la madeja que ha dado como resultado nuestro propio presente.

Sea como fuere, uno de los elementos que con mayor contundencia se pone de manifiesto es el destinado a constatar una vez más la fuerza con la que sin duda están urdidos los nudos destinados a dotar de estructura llamada a ser considerada como la construcción de la que arbitrariamente nos servimos para aproximarnos en la medida de lo posible a la comprensión de nosotros mismos. Esa construcción, llamada Historia, se muestra ante nosotros como una entelequia o lo que es peor, como un silogismo, que muestra todo su vigor a la hora de refrendar en los hombres la desazón que se muestra eficaz cundo rebela lo imposible de tal proceder, pues al albergar la misma y por igual menesteres que son objeto unas veces de la acción individual, y otras de la acción de masas; lo cierto es que acceder a los mismos de manera analítica, o sea, por separado, resulta del todo imposible ya que hacerlo desnaturaliza los procedimientos en su totalidad, declarando nulos todos los resultados así obtenidos.

Es por ello que no ya la comprensión de la guerra, sino los esfuerzos que despleguemos en aras de comprender las causas, desarrollo y consecuencias de la propia Operación Barbarroja, han de llevarse a cabo con una mente abierta, dispuesta a integrar en un único modelo de viabilidad todas las variables que se susciten, a la par que estamos absolutamente dispuestos a ir cambiando nuestro a priori es decir, cualquier suerte de consideración previa (sea ésta de carácter científico o suponga un hándicap, en tanto que proceda de prejuicios).

Desde esta perspectiva puede que no sea fácil, pero sin duda estaremos en disposición de hacer si no creíbles, sí al menos aceptables consideraciones tales como las que pasan por concebir que la maniobra, al menos no en los aspectos que van más allá de lo puramente táctico, comenzó a fraguarse mucho antes de la fecha en la que se supone fue considerada la Directiva 21. Así, en términos eminentemente tácticos, la mencionada directiva, firmada el 21 de diciembre de 1940, suponía el desarrollo marco de un plan que dentro de las consideraciones máximas de la Blitzkrieg (Guerra Relámpago), supondría la elevación a los altares del concepto desarrollado por el propio HITLER, al lograr la caída por acción y colapsos de todas las estructuras que sustentaba al Imperio Soviético; ¡en un plazo no superior a los dos meses!

Tal y como sucede en las grandes ocasiones que nos brinda la Historia, por mucho que los factores más pragmáticos, en este caso los de diseño táctico, resulten en apariencia los llamados a ser recordados; surge de nuevo en el caso que nos ocupa la constatación de que la grandeza del hecho analizado corre pareja a la intensidad de los factores históricos que por una o varias causas se erigen en desencadenante del hecho en sí mismo.
Desde tamaño parecer, aquel que encuentre en la insatisfacción que para Alemania supuso la comprensión y posterior cumplimiento de los términos integrados en el Tratado de Versalles, elemento marco que termina con la capitulación de Alemania y como consecuencia evidente con el fin de la I Guerra Mundial; efectivamente estará poniendo de manifiesto la consideración primaria esencial no tanto para comprender, sino incluso para justificar, una maniobra del calado de la que hoy referimos.

Sin embargo, quedarnos ahí, sobre todo una vez hemos iniciado el camino de investigación, supondría un desperdicio de recursos pues como casi siempre, las causas obvias, sobre todo en Historia, no están para comprender la esencia de lo investigado, sino más bien para obstaculizar el acceso hasta tales esencias.

Si como dice el aforismo: “Tres son en realidad las formas de hacer las cosas: Bien, mal y como las hacen los militares”. Una cuarta, o al menos una matización de la tercera nos permitiría añadir “como las hacen los militares alemanes”.
Sin salirnos del contexto que nos proporciona la toma en consideración de las connotaciones procedentes de lo insatisfactoria que resultó la Iª Guerra Mundial para los intereses de Alemania; aunque sin comprender tal consideración en los marcos esperados por los que avalan semejante tesis; lo cierto es que hemos de retroceder más, mucho más, como mínimo hasta el Siglo XIX para empezar a comprender la cantidad y calidad de las causas pendientes que Alemania tiene. Al menos una por cada país de Europa.

Para empezar a comprender la magnitud, en este caso conceptual del proceso en sí mismo, habremos de prestar atención de entrada al nombre en clave elegido para denominarlo. La Operación Barbarroja recibe su nombre de Federico I “Barbarroja”. Como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en el Siglo II, Federico I Barbarroja encarna, ya sea a título real o legendario, la práctica totalidad de las consideraciones llamadas a conformar el catálogo del pangermanismo a saber, la corriente que a título de corolario encomia todas y cada una de las acciones y pensamientos llamados a ser considerados dignos de formar parte de Mein Kampf como sabemos, la obra atribuida a HITLER y en la que en principio se encuentran ordenadas tanto las aberraciones, como las supuestas justificaciones de éstas, destinadas a dotar de cuerpo a la sinrazón en la que acabó degenerando la enajenación de un iluminado.

Más allá de opiniones, uno de los conceptos estrella, el denominado Lebensraum hace mención expresa al concepto de “espacio vital”. Dícese, y atendiendo siempre a los considerandos esgrimidos por el Pensamiento Nazi: Aquel espacio que, por pertenecer o haber pertenecido en ocasión pasada o presente al Imperio Alemán; debe ser reclamado por cualquier medio para que los llamados a ser los elegidos lleven a cabo y desarrollen cuantos menesteres sean necesarios para el cumplimiento de la labor que les ha sido encomendada”.
Estamos pues ante los preceptos llamados a destituir todos y cada uno de los preceptos que a su vez, y ya por entonces, asentaban la hegemonía democrática del Viejo Continente.

Alemania siempre supo, y cuando digo siempre no me refiero solo a la toma en consideración de las conclusiones que pudo alcanzar en el transcurso de la Iª Guerra Mundial; como sí más bien a los aprendizajes que se refrendaran de las permanentes escaramuzas de las que se sirvió para mantener en jaque al continente durante todo el Siglo XIX; que su posición estratégica en este caso jugaba en su contra. Dicho de otro modo, al iniciar una contienda tenía que estar absolutamente segura de que ya fuera su enemigo del este, o el del oeste, había de permanecer quieto. Dicho de otro modo, cuando el amanecer del 1 de septiembre de 1939 es testigo de la invasión y posterior anexión de Polonia, entre líneas se sabe que tal decisión no es del todo su suicidio precisamente porque Alemania ya se había garantizado la neutralidad de la URSS. Neutralidad que se cuidaría muy mucho de violar, al menos no hasta que el logro de sus pretensiones, o la satisfacción de su voracidad, llevasen a HITLER a considerar adecuado el riesgo. El Pacto Ribbentrop-Mólotov es el marco al que se refiere tal consideración. Firmado en abril de 1938 constituye la renuncia expresa de HITLER a alcanzar algunos de los que a priori eran objetivos indiscutibles a saber: anexionar de nuevo los territorios que a favor de la URSS Alemania perdió definitivamente en 1918.
Si nos preguntamos por la justificación diplomática que suscita tal pacto, diremos que ésta beneficia sobremanera a Alemania. Además de asegurarse el inmovilismo soviético, logra que en caso de que éstos se planteen romperlo, hayan de negociar primero con Inglaterra y Francia, los cuales sin duda se mostrarán reacios a repartir su “éxitos estratégicos” con los recién llegados.

La que a día de hoy sigue siendo la mayor operación terrestre de la Historia, habría sido un rotundo éxito de no ser porque la megalomanía en la que se hallaba instalado su líder impidió verificar toda una serie de dificultades la mayoría de las cuales, constatadas ya por Napoleón, se resumen en la inconveniencia de llevar la guerra al este en invierno.

Diciembre de 1941 es testigo del fracaso de la Operación Barbarroja, y se erige en el instante en el que el tiempo comienza a contar hacia atrás en lo que concierne al devenir del Nazismo, en todas sus consideraciones.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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