Si bien puede resultar pretencioso tratar de resumir en un
único concepto el destinado a calificar la llamada a ser la
más grande movilización militar de la que el Hombre ha sido testigo; la Operación Barbarroja ,
desde luego que, y a pesar de lo contradictorio que en principio pueda
parecer, inesperado no es, sin duda,
el más adecuado.
La comprensión del devenir del ya pasado Siglo XX, requiere
del dominio de estrategias diferentes aunque sin duda complementarias. Por un
lado, la primera mitad de siglo se halla inevitablemente estructurada por la
convicción de que la puesta en marcha del hacer
bélico como instrumento destinado a satisfacer demandas o querellas; lejos
de suponer un atraso, constituye en realidad un proceder absolutamente
justificado. En lo que concierne a la segunda mitad, bastará constatar la
magnitud de los descalabros que como corolario del devenir de la anterior se
suscitaron, para comprender no obstante la intensidad de los procederes
diplomáticos que en aras de la corrección
de improperios, hubieron de llevarse a cabo.
Sea como fuere, lo cierto es que solo desde la convergencia
de ambos procederes, y por supuesto desde la comprensión de los factores que en
uno y otro caso se llevaron a efecto, podremos y no sin esfuerzo llegar a
conclusiones muchas de las cuales redundan su quehacer no tanto en explicarnos
el pasado, cuando sí más bien en ayudarnos a desentrañar la madeja que ha dado
como resultado nuestro propio presente.
Sea como fuere, uno de los elementos que con mayor
contundencia se pone de manifiesto es el destinado a constatar una vez más la
fuerza con la que sin duda están urdidos los nudos destinados a dotar de estructura llamada a ser considerada
como la construcción de la que arbitrariamente nos servimos para aproximarnos en la medida de lo posible a
la comprensión de nosotros mismos. Esa construcción, llamada Historia, se
muestra ante nosotros como una entelequia o lo que es peor, como un silogismo,
que muestra todo su vigor a la hora de refrendar en los hombres la desazón que
se muestra eficaz cundo rebela lo imposible de tal proceder, pues al albergar
la misma y por igual menesteres que son objeto unas veces de la acción
individual, y otras de la acción de masas; lo cierto es que acceder a los
mismos de manera analítica, o sea, por separado, resulta del todo imposible ya
que hacerlo desnaturaliza los procedimientos en su totalidad, declarando nulos
todos los resultados así obtenidos.
Es por ello que no ya la comprensión de la guerra, sino los
esfuerzos que despleguemos en aras de comprender las causas, desarrollo y
consecuencias de la propia Operación Barbarroja , han de llevarse a cabo con una mente
abierta, dispuesta a integrar en un único modelo de viabilidad todas las
variables que se susciten, a la par que estamos absolutamente dispuestos a ir
cambiando nuestro a priori es decir,
cualquier suerte de consideración previa (sea ésta de carácter científico o
suponga un hándicap, en tanto que proceda de prejuicios).
Desde esta perspectiva puede que no sea fácil, pero sin duda
estaremos en disposición de hacer si no creíbles, sí al menos aceptables
consideraciones tales como las que pasan por concebir que la maniobra, al menos no en los aspectos
que van más allá de lo puramente táctico, comenzó a fraguarse mucho antes de la
fecha en la que se supone fue considerada la Directiva 21. Así, en términos
eminentemente tácticos, la mencionada directiva, firmada el 21 de diciembre de
1940, suponía el desarrollo marco de un plan que dentro de las consideraciones
máximas de la Blitzkrieg (Guerra
Relámpago), supondría la elevación a los
altares del concepto desarrollado por el propio HITLER, al lograr la caída
por acción y colapsos de todas las estructuras que sustentaba al Imperio
Soviético; ¡en un plazo no superior a los dos meses!
Tal y como sucede en las grandes ocasiones que nos brinda la
Historia, por mucho que los factores más pragmáticos, en este caso los de
diseño táctico, resulten en apariencia los llamados a ser recordados; surge de
nuevo en el caso que nos ocupa la constatación de que la grandeza del hecho
analizado corre pareja a la intensidad de los factores históricos que por una o
varias causas se erigen en desencadenante del hecho en sí mismo.
Desde tamaño parecer, aquel que encuentre en la
insatisfacción que para Alemania supuso la comprensión y posterior cumplimiento
de los términos integrados en el Tratado de Versalles, elemento marco que
termina con la capitulación de Alemania y como consecuencia evidente con el fin
de la I Guerra Mundial ;
efectivamente estará poniendo de manifiesto la consideración primaria esencial
no tanto para comprender, sino incluso para justificar, una maniobra del calado
de la que hoy referimos.
Sin embargo, quedarnos ahí, sobre todo una vez hemos
iniciado el camino de investigación, supondría un desperdicio de recursos pues
como casi siempre, las causas obvias, sobre todo en Historia, no están para
comprender la esencia de lo investigado, sino más bien para obstaculizar el
acceso hasta tales esencias.
Si como dice el aforismo: “Tres son en realidad las formas de hacer las cosas: Bien, mal y como
las hacen los militares”. Una cuarta, o al menos una matización de la
tercera nos permitiría añadir “como las
hacen los militares alemanes”.
Sin salirnos del contexto que nos proporciona la toma en
consideración de las connotaciones procedentes de lo insatisfactoria que
resultó la Iª Guerra Mundial para los intereses de Alemania; aunque sin
comprender tal consideración en los marcos esperados por los que avalan
semejante tesis; lo cierto es que hemos de retroceder más, mucho más, como
mínimo hasta el Siglo XIX para empezar a comprender la cantidad y calidad de
las causas pendientes que Alemania
tiene. Al menos una por cada país de Europa.
Para empezar a comprender la magnitud, en este caso conceptual del proceso en sí mismo,
habremos de prestar atención de entrada al nombre en clave elegido para denominarlo.
La Operación
Barbarroja recibe su nombre de Federico I “Barbarroja”. Como
Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en el Siglo II, Federico I
Barbarroja encarna, ya sea a título real o legendario, la práctica totalidad de
las consideraciones llamadas a conformar el catálogo del pangermanismo a saber, la corriente que a título de corolario
encomia todas y cada una de las acciones y pensamientos llamados a ser
considerados dignos de formar parte de Mein Kampf como sabemos, la obra
atribuida a HITLER y en la que en principio se encuentran ordenadas tanto las aberraciones, como las supuestas
justificaciones de éstas, destinadas a dotar
de cuerpo a la sinrazón en la que acabó degenerando la enajenación de un
iluminado.
Más allá de opiniones, uno de los conceptos estrella, el denominado Lebensraum hace mención expresa al concepto de “espacio vital”.
Dícese, y atendiendo siempre a los considerandos esgrimidos por el Pensamiento
Nazi: Aquel espacio que, por pertenecer o haber pertenecido en ocasión pasada o
presente al Imperio Alemán; debe ser reclamado por cualquier medio para que los
llamados a ser los elegidos lleven a
cabo y desarrollen cuantos menesteres sean necesarios para el cumplimiento de
la labor que les ha sido encomendada”.
Estamos pues ante los preceptos llamados a destituir todos y
cada uno de los preceptos que a su vez, y ya por entonces, asentaban la
hegemonía democrática del Viejo Continente.
Alemania siempre supo, y cuando digo siempre no me refiero
solo a la toma en consideración de las conclusiones que pudo alcanzar en el
transcurso de la Iª Guerra Mundial; como sí más bien a los aprendizajes que se
refrendaran de las permanentes escaramuzas de las que se sirvió para mantener en jaque al continente durante
todo el Siglo XIX; que su posición estratégica en este caso jugaba en su
contra. Dicho de otro modo, al iniciar una contienda tenía que estar
absolutamente segura de que ya fuera su enemigo del este, o el del oeste, había
de permanecer quieto. Dicho de otro modo, cuando el amanecer del 1 de
septiembre de 1939 es testigo de la invasión y posterior anexión de Polonia,
entre líneas se sabe que tal decisión no es del todo su suicidio precisamente
porque Alemania ya se había garantizado la neutralidad de la URSS. Neutralidad
que se cuidaría muy mucho de violar, al menos no hasta que el logro de sus
pretensiones, o la satisfacción de su voracidad, llevasen a HITLER a considerar
adecuado el riesgo. El Pacto Ribbentrop-Mólotov es el marco al que se refiere
tal consideración. Firmado en abril de 1938 constituye la renuncia expresa de
HITLER a alcanzar algunos de los que a priori eran objetivos indiscutibles a
saber: anexionar de nuevo los territorios que a favor de la URSS Alemania perdió
definitivamente en 1918.
Si nos preguntamos por la justificación diplomática que suscita tal pacto, diremos que ésta
beneficia sobremanera a Alemania. Además de asegurarse el inmovilismo
soviético, logra que en caso de que éstos se planteen romperlo, hayan de
negociar primero con Inglaterra y Francia, los cuales sin duda se mostrarán
reacios a repartir su “éxitos estratégicos” con los recién llegados.
La que a día de hoy sigue siendo la mayor operación terrestre de la Historia, habría sido un rotundo
éxito de no ser porque la megalomanía en
la que se hallaba instalado su líder impidió verificar toda una serie de
dificultades la mayoría de las cuales, constatadas ya por Napoleón, se resumen
en la inconveniencia de llevar la guerra al este en invierno.
Diciembre de 1941 es testigo del fracaso de la Operación Barbarroja ,
y se erige en el instante en el que el tiempo comienza a contar hacia atrás en lo que concierne al devenir del Nazismo, en
todas sus consideraciones.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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