sábado, 12 de octubre de 2013

DE VERDI, SU CONCEPTUALIZACIÓN, Y DE LA ÓPERA COMO ACICATE.

Acudimos raudos, prestos y por qué no decirlo, conformes con ello, a una de las pocas citas ineludibles que todos aquéllos que amamos la Música, en sus más múltiples facetas, tenemos para con la misma.

Acudimos así, al homenaje de Giuseppe VERDI, en el bicentenario de su nacimiento.

Doscientos años. ¿Ya doscientos años? ¿Tan solo doscientos años? En VERDI y en especial en su obra, las dos expresiones de sorpresa, pese ser normalmente enfrentadas, adquieren en el maestro, y en especial en el valor de su obra; pleno sentido de vigencia.

Es VERDI el autor eterno. Complicado en pos de ser ubicado, máxime pues difícil de catalogar, ni etimológica, ni preceptivamente.
Y resulta a época, al contrario de lo que viene pasando con la mayoría de los hechos o de las personas a cuya revisión acudimos de forma periódica; la que en el caso que hoy nos ocupa no solo no ayuda, sino que más bien parece conspirar en nuestra contra.
Tan solo, aunque por ello haya que decir, afortunadamente; una sola cosa parece mostrarse firme, a la hora de ayudar a conciliar nuestra presencia para con el personaje, Giuseppe VERDI, y para con la época, el XIX en todavía puzzle más que estado, Italia.
Hablamos, como no puede ser de otra manera, de la ÓPERA, en todas sus acepciones.

Hablar de ópera supone, ineludiblemente, hablar de Italia. Y lo será, curiosamente, más que cualquier otra cosa hasta que el puzzle de estados gestionados por otros para otros, acaba allá por 1861 consolidando su unificación.
Es así que Italia es ópera. Y dado que VERDI es la ópera, resulta ya indefectible establecer el vínculo entre Italia y VERDI. Vínculo que bien podrá ser denominado por cuantos así lo deseen, como mero nacionalismo. Pero la verdad es que VERDI fue y será siempre por ende, mucho más que un sencillo nacionalista.

Detenernos en nuestro virulento camino, ése que está fraguado por los continuos obstáculos que deposita en torno de nosotros la mundana actualidad; y ponernos en disposición de entender a VERDI requiere, como ocurre con la mayoría de las cosas importantes, proceder con un salto que viene más categorizado por condicionantes cuantitativos que cualitativos porque, tal y como el lector podrá rápidamente satisfacer, parece mentira, una vez consolidado el bagaje tanto profesional como personal de aquél sobre el que hoy fijamos nuestra vista, empezar tan solo a intuir que los aspectos, las grandezas y sobre todo los niveles de transcendencia a los que VERDI no solo hizo frente con su obra, sino que con la misma ayudó a encumbrar proceden, tan solo, del siglo XIX.

Es así pues tan grande el esfuerzo que se requiere, que tan solo la certeza de una gran recompensa, y la propuesta artística de la composición de VERDI lo es, pueden justificar tal hecho.
Una música transcendente, compleja, redundante pero armoniosa. Una música como pocas, encargada de preconizar el momento que le es propio. Un momento remoto, si bien de total actualidad. Un momento precursor de reformas absolutas, toda vez que definitivas.

Porque así como en el plano etimológico resulta complicado ubicar de primeras  la obra de VERDI en el XIX, es en realidad semejante hecho uno de los pocos que nos ayuda a contextualizar, tanto a la obra en cuestión, como a la época dentro de la que la misma se desarrolla.
Porque así como ocurre con su obra, es ésta reflejo de los sinsabores a los que resulta proclive una Italia que, en contra también de cuanto pueda parecer, antes de 1861 no será sino un enajenante puzzle compuesto de polis, cuando no de territorios independientes eso sí, gobernados en el mejor de los casos, manipulados en el caso de la mayoría, por gobernantes ubicados en territorios alejados los cuales dispondrán así mismo las piezas nunca en pos de la consecución de los italianos, sino más bien al contrario buscando siempre el beneficio de aquéllos que, como decimos. Se hallan ubicados a miles de kilómetros.

Es ahí pues, donde muy probablemente se fragua uno de los detonantes más pétreos de cuantos componen la supuesta tradición nacionalista de VERDI. La que se esculpe a partir de comprender  neta y por ende absolutamente la simbiosis que tanto en el terreno de lo conceptual, como en el epistemológico, se promueve entre la época de VERDI, y la producción operística de VERDI. Una producción que si bien se halla en consecuencia total y absolutamente ligada a Italia, no es menos cierto que los parámetros que ligan semejante ligazón son conceptuales más que procedimentales, en tanto que los mismos se encuentran sin duda presentes en la obra con una anterioridad tan grande respecto de la época de consolidación de la independencia, que el mero proceder cronológico encontramos pues recursos más que suficientes para atrevernos a indicar que el autor no era netamente nacionalista, no al menos en base a los cánones que parecen regir tal aseveración hoy en día.

¿Cómo advertir entonces semejante consideración, para con el al menos en apariencia grito de libertad que parece esconder el coro de Nabucco “Va, pensiero”?

Acudiremos una vez más, en consideración a la resolución de semejante dilema, a la constatación imprescindible en este caso de un hecho cuya relevancia presente y pasada hace ya imprescindible su consideración, cual es el carácter, estrictamente Romántico, de VERDI.

Lector apasionado de textos y poesía lírica, es VERDI un hombre en el que han hecho mella factores y conceptos que preconizan en él la suma de valores que, vistos desde fuera, y con el efecto de caleidoscopio en el que a menudo el tiempo sumerge a los acontecimiento, bien pudiera llevar a pensar a los lectores que el afán de VERDI pasa inexorablemente por la consagración de Italia. Pero la realidad no es esa. La realidad pasa inexorablemente por redefinir el tono, el concepto, mucho más en la línea, romántica, de un hombre convencido de que la lucha, en sus más diversas versiones, adquiere su legitimidad en la medida en que fuentes externas tales como el ser ésta catalizador imprescindible de las libertades del individuo, la dotan de tal condicionamiento, aunque sea éste meramente instrumental.
Ese será el espíritu que lleve a VERDI a apoyar manifiestamente a los sublevados que echaron al General RADETZKY de Venecia como resultado de la sublevación de 1848, y será el mismo que le lleve a renunciar al populacho representado en los campesinos que en todos los pueblos y ciudades del Piamonte recibirían a partir del 22 de agosto de 1849 de nuevo al invasor austriaco al grito de ¡Viva Radetzky!

¡Viva Radetzky! Un grito que se opone de manera dramática, al que constituye el eje central del que se supone manifiesto nacionalista de VERDI,  a saber, el que se refiere al coro de los esclavos hebreos del Acto III de Nabucco en su más que famoso “Va, pensiero sull´ali dorate” (Ve, vuela, pensamiento, sobre las alas doradas), estrenado en La Scala un 9 de marzo de 1842, irrumpiendo después como himno imprescindible del movimiento.
Un grito que se opone como en este caso lo hará el otro, de carácter silencioso que el autor pronunciará en repetidas ocasiones, todas ellas en paralelo al dramático proceso que supone el comprender, o más bien el no hacerlo, que los tiempos políticos, poco tienen que ver con los tiempos de la pasión que emergen en este caso del corazón de un hombre que de verdad cree fervorosamente en una Italia territorio en el que desarrollar de manera activa los deseos y pensamientos de un pueblo que lleva siglos, curiosamente, participando de manera activa de la Historia de Europa, una Europa que de manera tanto activa como pasiva se empeña en impedir que cumpla para con su propio deber.

Habrá de ser en ese y no en otro concepto personal e histórico en el que habremos de enmarcar acontecimientos como el que conciernen al hecho de que nuestro protagonista acepte presentarse, como candidato a diputado, en las primeras elecciones a Parlamento nacional tras la unificación italiana bajo la monarquía de Vittorio EMMANUELLE, haciendo por fin bueno el acróstico que salpicaba Italia por muchas de sus paredes, en las que figuraba V.E.R.D.I (en alusión en este caso a “Vittorio Emmanuelle Re Di Italia”.)

Una vez más, como en tantas otras, habrá de ser el tiempo quien, como morador de todas cuando no de la última justicia, nos ayude a centrar de nuevo una realidad que pasa inexorable y en este caso unívocamente por la satisfacción de reconocer en VERDI, al más grande de los compositores de ópera de la Historia, sean cuales sean sus motivos, y procedan éstos de donde procedan.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

2 comentarios:

  1. Impresionante.
    ¿Recuerdas la escena de Novecento?
    http://www.youtube.com/watch?v=qlcAPQxZE48

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  2. ¿Cómo olvidarlo? Comienza el nuevo siglo, precisamente con la muerte del maestro.

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