Una vez más, comparecemos ante nuestro juicio con la Historia. Y como viene
ocurriendo en los últimos dos mil seiscientos años, lo hacemos no sólo carentes
de humildad, sino que hoy venimos a añadir, a la que se constituye ya como una
larga lista de pecados y faltas, el de la absoluta arrogancia.
El Hombre lleva toda su vida enfrentándose a esta clase de
juicios. Con el tiempo, se ha familiarizado tanto con ellos, que incluso a
llegado a catalogarlos bajo una nomenclatura común. Los llama, “su cita con la
Historia”. En realidad, no se trata más que de momentos en los que la
perversión y la petulancia, nos lleva a dar un paso más. Incapaces como somos
de aceptar no ya lo circunstancial de nuestra existencia, sino por supuesto
empeñados en resaltar la inapropiada necesidad
de nuestra existencia, nos lanzamos a un juego peligroso, terrible “en tanto que tal”, el cual,
poco a poco, se fue complicando enormemente, hasta el punto de acabar
convirtiéndose en una singularidad, esto
es, un fenómeno que supera la naturaleza
que le es propia, hasta alcanzar conciencia de sí mismo.
Y el monstruo creció. Y de partida tan sólo contaba con lo
que aquellos primeros hombres podían darle. Pero todo aquello pronto fue poco.
El Individuo se vio superado, dando paso a la idea de Civilización. La idea de
transcendencia caló pronto entre aquéllos, concibiendo primero una mitología
que pronto fue desbordada, surgieron así las religiones politeístas, con sus dioses antropomórficos, que pronto
dieron paso al verdadero a la par que complejo pensamiento simbólico máximo, aquél que es imprescindible para
concebir la idea de una fuerza única,
capaz de superar todas las primicias expuestas por el “motor inmóvil de Platón”
hasta consolidar todo un protocolo religioso absoluto, que hace del dogma
su fuerza, y del oficio su arma.
Y es así como la Religión Monoteísta , se erige en patrón definitivo que regirá durante siglos el
desarrollo de Europa.
A medida que el Hombre evoluciona, lo que no supone más que
describir de manera científica al proceso por el cual el Hombre abandona
paulatinamente los componentes que le categorizan como animal, lo único que
hemos podido observar sin el menor género de dudas, es el progresivo aumento en
la complejidad tanto de los problemas a los que el Hombre se enfrenta, como de
los desarrollos conceptuales en los que éste ha de apoyarse para solventarlos.
Nos encontramos, en definitiva, ante un Sistema, en
definitiva, que se retroalimenta a sí mismo, garantizando con ello su
pervivencia a lo largo del continuo espacio-tiempo. Y el nexo común que lo
sustenta, el binomio que encontramos entre el Hombre, y su propia Evolución.
La superación de los principios
elementales, lleva implícitamente aparejada la necesidad de desarrollo de
nuevos elementos conforme a los cuales enfrentarse a la nueva realidad que
surge. La Sociedad se muestra como la forma en torno a la cual se aglutina esta
superación. Su instrumento último, la civilización como muestra palpable de los
procesos desencadenados en pos de la consecución de esa certeza compartida
según la cual la unión hace la fuerza.
Y Europa es, sin duda ninguna, el paradigma que ejemplifica
todos los avatares de los que es capaz el Ser Humano, desde que esta idea anidó
en lo más profundo de su alma, desde que Grecia se sirviera de la Diosa Europa , montada
a lomos del toro blanco, que no era sino Zeus haciendo de las suyas, para
explicar luego el surgimiento de la
nación griega, como algo más que una serie de conquistas de polis pequeñas y primitivas, por otras más
desarrolladas. Se trataba sin duda alguna de darle un carácter más necesario, aunque para ello hubiera que
limar las asperezas, y barnizar los desconchones que la verdad histórica dejaba
entrever.
A pesar de todo, el camino estaba ya trazado de formar
unívoca. La capacidad conceptual de Grecia, se apoyaría luego en la
contundencia de las razones esgrimidas por las legiones romanas. Luego habrían de ser los Suevos y Vándalos, Bárbaros del Norte, los que colocaran, a
lo largo de siglos, los elementos que acabarían por conformar lo que sería el germen de lo que hoy entendemos como Europa,
el Sacro Imperio Romano Germánico. Y todo ello, gracias a la conformación
de una estructura social que entendió, antes que nadie, o tal vez mejor que
nadie (por ello sobrevivió a otras que a priori parecían incluso mejor
dispuestas), las implicaciones del gran marco de sistema, aquél que proporciona
la correcta ordenación de los elementos preceptivos: Economía, Sociedad, Política y Religión.
Porque todo, absolutamente todo, gira en torno a la
implicación que guarda para con esos elementos, o al efecto que sobre ellos
causa. Así, podemos afirmar sin dejar mucho espacio para la duda, que el
tránsito entre las distintas épocas que constituyen la Historia, no se produce
sino en base a las diferentes reordenaciones que entre esos elementos se llevan
a cabo, convirtiéndose a su vez las revoluciones
que jalonan la Historia, en las manifestaciones traumáticas que estos cambios
en la disposición y criterio provocan en los seres humanos, ahora ya
ciudadanos, lacayos o vasallos según se trate, que conforman esos estadios.
Podemos así decir, en base a la observación directa, que la
distancia en tiempo que separa cada una de las etapas históricas preceptivas,
así como el grado de impacto que cada uno de los episodios traumáticos que son
precedentes, es cuantitativamente menor, a la vez que la intensidad del impacto
aumenta exponencialmente en términos cuantitativos. Así, si la superación de la Edad Media fue un hecho
cuya explicación ha de ser buscada entre otros elementos principales en el
aumento y mejora de las técnicas agrícolas en Europa, lo que provocó el
desarrollo de una Economía Excedentaria que pronto hizo del comercio la
actividad más prolífica. No es menos cierto que en base al esquema propuesto,
las revoluciones que son preceptivas no están sino argumentadas en el hecho del
cambio de orden que lleva el colocar a la Economía en el primer puesto dentro
del mencionado esquema.
Un primer puesto del que desde entonces no ha habido manera
de removerla. Cierto es que desde entonces, muchos han sido los cambios
acaecidos, y otras tantas las revoluciones que les son atribuidas. Sin embargo,
desde el instante referido, sólo uno ha sido el verdadero cambio radical
surgido, el nacimiento del concepto de Economía Especuladora; y la implantación
del paladín que libra por ella sus
batallas, El Capitalismo.
Desde la llegada de Colón a América, abriendo rutas de
comercio aún hoy ventajosas, hasta el arrase de Europa a manos de las hordas
nazis, pasando por los viajes de Carlos I a Alemania, cargado de oro para
comprar su nombramiento como emperador del Sacro Imperio, poco han cambiado en
realidad las cosas, al menos en el terreno de lo conceptual. Sin embargo, mucho
lo han hecho en otros campos. El acceso casi instantáneo a los hechos y a las
fuentes por parte de los ciudadanos en tiempo real, no sólo facilita el
tránsito de información, sino que impide la manipulación de la misma por parte
de los gobiernos. Esto, que a priori constituye una virtud, se muestra en
realidad como algo no tan positivo, llegando a convertirse en un problema. La
instantaneidad se ha instalado en nuestro mundo. No se trata de saber lo
trascendental que es un hecho, se trata de ser capaces de calcular los segundos
que va a tardar en ocurrir otro hecho tan si no más notorio. Y esto nos está
volviendo locos, hasta el punto de poner en riesgo estructuras que basan su
éxito en todo lo contrario, en valores tales como la permanencia, el rigor, la
trascendencia, etc.
Precisamente por eso, en estos
instantes, en los que todo parece desmoronarse a nuestro alrededor con la
velocidad del rayo. Momentos en los que el aquí y el ahora han perdido todo su
valor en pos del instante de tránsito que los une, es cuando, si cabe, más
necesitamos rescatar esos elementos fundamentales que siempre han estado ahí,
seguros, resguardados, esperando su futuro.
No se trata de que Europa se la juegue. Es que toda la
teoría ciudadana se la
juega. El individuo, y todas las certidumbres que éste lleva
aparejadas, se está viendo cuestionado. Es por ello imprescindible acudir a
esas fuentes perpetuas.
La Cultura, la Filosofía, la Música, constituyen el nuevo marco regenerador a partir del cual
recuperar el camino de la conformación del mundo, y reemprender con ello la
labor que olvidamos hace algunos años.
Es curioso, todo empezó en Grecia, y parece que volverá a
ser Grecia la responsable del comienzo de
una nueva era.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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