sábado, 16 de junio de 2012

DE EL PRECIO DE LOS SUEÑOS. DESPERTAR PARA MORIR.


Una vez más, comparecemos ante nuestro juicio con la Historia. Y como viene ocurriendo en los últimos dos mil seiscientos años, lo hacemos no sólo carentes de humildad, sino que hoy venimos a añadir, a la que se constituye ya como una larga lista de pecados y faltas, el de la absoluta arrogancia.
El Hombre lleva toda su vida enfrentándose a esta clase de juicios. Con el tiempo, se ha familiarizado tanto con ellos, que incluso a llegado a catalogarlos bajo una nomenclatura común. Los llama, “su cita con la Historia”. En realidad, no se trata más que de momentos en los que la perversión y la petulancia, nos lleva a dar un paso más. Incapaces como somos de aceptar no ya lo circunstancial de nuestra existencia, sino por supuesto empeñados en resaltar la inapropiada necesidad de nuestra existencia, nos lanzamos a un juego peligroso, terrible “en tanto que tal”, el cual, poco a poco, se fue complicando enormemente, hasta el punto de acabar convirtiéndose en una singularidad, esto es, un fenómeno que supera la naturaleza que le es propia, hasta alcanzar conciencia de sí mismo.

Y el monstruo creció. Y de partida tan sólo contaba con lo que aquellos primeros hombres podían darle. Pero todo aquello pronto fue poco. El Individuo se vio superado, dando paso a la idea de Civilización. La idea de transcendencia caló pronto entre aquéllos, concibiendo primero una mitología que pronto fue desbordada, surgieron así las religiones politeístas, con sus dioses antropomórficos, que pronto dieron paso al verdadero a la par que complejo pensamiento simbólico máximo, aquél que es imprescindible para concebir la idea de una fuerza única, capaz de superar todas las primicias expuestas por el “motor inmóvil de Platón” hasta consolidar todo un protocolo religioso absoluto, que hace del dogma su fuerza, y del oficio su arma.
Y es así como la Religión Monoteísta, se erige en patrón definitivo que regirá durante siglos el desarrollo de Europa.

A medida que el Hombre evoluciona, lo que no supone más que describir de manera científica al proceso por el cual el Hombre abandona paulatinamente los componentes que le categorizan como animal, lo único que hemos podido observar sin el menor género de dudas, es el progresivo aumento en la complejidad tanto de los problemas a los que el Hombre se enfrenta, como de los desarrollos conceptuales en los que éste ha de apoyarse para solventarlos.
Nos encontramos, en definitiva, ante un Sistema, en definitiva, que se retroalimenta a sí mismo, garantizando con ello su pervivencia a lo largo del continuo espacio-tiempo. Y el nexo común que lo sustenta, el binomio que encontramos entre el Hombre, y su propia Evolución.

La superación de los principios elementales, lleva implícitamente aparejada la necesidad de desarrollo de nuevos elementos conforme a los cuales enfrentarse a la nueva realidad que surge. La Sociedad se muestra como la forma en torno a la cual se aglutina esta superación. Su instrumento último, la civilización como muestra palpable de los procesos desencadenados en pos de la consecución de esa certeza compartida según la cual la unión hace la fuerza.

Y Europa es, sin duda ninguna, el paradigma que ejemplifica todos los avatares de los que es capaz el Ser Humano, desde que esta idea anidó en lo más profundo de su alma, desde que Grecia se sirviera de la Diosa Europa, montada a lomos del toro blanco, que no era sino Zeus haciendo de las suyas, para explicar luego el surgimiento de la nación griega, como algo más que una serie de conquistas de polis pequeñas y primitivas, por otras más desarrolladas. Se trataba sin duda alguna de darle un carácter más necesario, aunque para ello hubiera que limar las asperezas, y barnizar los desconchones que la verdad histórica dejaba entrever.

A pesar de todo, el camino estaba ya trazado de formar unívoca. La capacidad conceptual de Grecia, se apoyaría luego en la contundencia de las razones esgrimidas por las legiones romanas. Luego habrían de ser los Suevos y Vándalos, Bárbaros del Norte, los que colocaran, a lo largo de siglos, los elementos que acabarían por conformar lo que sería el germen de lo que hoy entendemos como Europa, el Sacro Imperio Romano Germánico. Y todo ello, gracias a la conformación de una estructura social que entendió, antes que nadie, o tal vez mejor que nadie (por ello sobrevivió a otras que a priori parecían incluso mejor dispuestas), las implicaciones del gran marco de sistema, aquél que proporciona la correcta ordenación de los elementos preceptivos: Economía, Sociedad, Política y Religión.

Porque todo, absolutamente todo, gira en torno a la implicación que guarda para con esos elementos, o al efecto que sobre ellos causa. Así, podemos afirmar sin dejar mucho espacio para la duda, que el tránsito entre las distintas épocas que constituyen la Historia, no se produce sino en base a las diferentes reordenaciones que entre esos elementos se llevan a cabo, convirtiéndose a su vez las revoluciones que jalonan la Historia, en las manifestaciones traumáticas que estos cambios en la disposición y criterio provocan en los seres humanos, ahora ya ciudadanos, lacayos o vasallos según se trate, que conforman esos estadios.

Podemos así decir, en base a la observación directa, que la distancia en tiempo que separa cada una de las etapas históricas preceptivas, así como el grado de impacto que cada uno de los episodios traumáticos que son precedentes, es cuantitativamente menor, a la vez que la intensidad del impacto aumenta exponencialmente en términos cuantitativos. Así, si la superación de la Edad Media fue un hecho cuya explicación ha de ser buscada entre otros elementos principales en el aumento y mejora de las técnicas agrícolas en Europa, lo que provocó el desarrollo de una Economía Excedentaria que pronto hizo del comercio la actividad más prolífica. No es menos cierto que en base al esquema propuesto, las revoluciones que son preceptivas no están sino argumentadas en el hecho del cambio de orden que lleva el colocar a la Economía en el primer puesto dentro del mencionado esquema.
Un primer puesto del que desde entonces no ha habido manera de removerla. Cierto es que desde entonces, muchos han sido los cambios acaecidos, y otras tantas las revoluciones que les son atribuidas. Sin embargo, desde el instante referido, sólo uno ha sido el verdadero cambio radical surgido, el nacimiento del concepto de Economía Especuladora; y la implantación del paladín que libra por ella sus batallas, El Capitalismo.

Desde la llegada de Colón a América, abriendo rutas de comercio aún hoy ventajosas, hasta el arrase de Europa a manos de las hordas nazis, pasando por los viajes de Carlos I a Alemania, cargado de oro para comprar su nombramiento como emperador del Sacro Imperio, poco han cambiado en realidad las cosas, al menos en el terreno de lo conceptual. Sin embargo, mucho lo han hecho en otros campos. El acceso casi instantáneo a los hechos y a las fuentes por parte de los ciudadanos en tiempo real, no sólo facilita el tránsito de información, sino que impide la manipulación de la misma por parte de los gobiernos. Esto, que a priori constituye una virtud, se muestra en realidad como algo no tan positivo, llegando a convertirse en un problema. La instantaneidad se ha instalado en nuestro mundo. No se trata de saber lo trascendental que es un hecho, se trata de ser capaces de calcular los segundos que va a tardar en ocurrir otro hecho tan si no más notorio. Y esto nos está volviendo locos, hasta el punto de poner en riesgo estructuras que basan su éxito en todo lo contrario, en valores tales como la permanencia, el rigor, la trascendencia, etc.

Precisamente por eso, en estos instantes, en los que todo parece desmoronarse a nuestro alrededor con la velocidad del rayo. Momentos en los que el aquí y el ahora han perdido todo su valor en pos del instante de tránsito que los une, es cuando, si cabe, más necesitamos rescatar esos elementos fundamentales que siempre han estado ahí, seguros, resguardados, esperando su futuro.

No se trata de que Europa se la juegue. Es que toda la teoría ciudadana se la juega. El individuo, y todas las certidumbres que éste lleva aparejadas, se está viendo cuestionado. Es por ello imprescindible acudir a esas fuentes perpetuas.

La Cultura, la Filosofía, la Música, constituyen el nuevo marco regenerador a partir del cual recuperar el camino de la conformación del mundo, y reemprender con ello la labor que olvidamos hace algunos años.

Es curioso, todo empezó en Grecia, y parece que volverá a ser Grecia la responsable del comienzo de una nueva era.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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