sábado, 2 de abril de 2016

LA MAYOR PÉRDIDA, LA DE LO INMATERIAL.

Fruto o a lo sumo resultado que  somos de un periplo que no de un periodo en el que solo lo material resulta ser, en tanto que todo los demás resulta, a lo sumo, supuesto; será no ya categóricamente obvio, como sí más bien una obviedad, el que cuestiones basadas en especulaciones, a lo sumo fundadas, mas no por ello menos carentes de realidades destinadas a refrendarlas, difícilmente puedan llegar a conformar un escenario lo suficientemente sólido, a la par con ello que duradero, destinado a albergar en su seno historias cuando no consideraciones llamadas con el tiempo a erigirse en auténticos pilares del saber contenido no solo en el acervo llamado a considerarse propio, sino en muchas ocasiones destinado incluso a ampliar con mucho los llamados límites que condicionan el devenir de la Humanidad.

Constituye la obviedad, en contra de lo que pueda creerse en el caso de otorgar viso de crédito a la disposición obtenida a primera vista, en realidad el mayor enemigo de la Lógica. La causa de tal reflexión hay que buscarla en el hecho contrastado en base al cual, las certezas o siquiera los razonamientos precedidos de una razón obvia, presentan en sí mismos o en su génesis posterior una suerte de prejuicios llamados en la mayoría de ocasiones a adulterar no tanto los resultados finales, como sí el procedimiento en sí mismo, haciendo con ello del todo imposible la implementación, al menos razonada, de un menester lógico.
A partir de ahí, que cualquiera que a la vista de lo que ha venido a consolidarse como el arranque de lo que hoy haya de estar destinado a conformar el contexto de nuestra ya habitual reflexión alegue dificultades para anticipar el giro en el que poder reconocer alguna de las consideraciones propias de expresiones anteriores; cierto que no cometerá abuso de confianza, ni  mucho menos ejercicio de boicot.

Mas convencido de que alcanzado este momento hemos ya de dejar de buscar la satisfacción en la forma, para centrarnos siquiera sutilmente en lo que haya de conformar el fondo, diremos que tal deseo, el expresado por los impacientes, se verá siquiera rápidamente satisfecho cuando expresemos en toda su extensión la que viene a ser hoy nuestro arma secreta. A saber, el concepto de los Daños Colaterales.

Constituye el Daño Colateral, una de esas grandes farsas en las que a menudo se encierra el Hombre, y que como en otras ocasiones está llamada a poner en riesgo su existencia, o al menos la existencia de su credibilidad.
Es así el daño colateral, el concepto que literalmente inventamos ad hoc una vez que la manifiesta pedantería tantas veces demostrada por el Hombre sufre otro daño en su coraza en apariencia in mácula, daño que en este caso se identifica con la incapacidad para explicar, o a lo sumo justificar, algún hecho cuando no la consecuencia de alguno, que ha terminado por trastocar la aparente inviolabilidad de alguno de sus códigos o sistemas.

Así, cuando al medio día del 24 de marzo de 1916 el barco francés Sussex, con origen en el puerto inglés de Folkstone, y destino Dieppe (Francia), fue interceptado y hundido por el submarino alemán UB-29 en el trascurso de su travesía por el Canal de la Mancha, aparentemente tras confundirlo con un barco minador; la respuesta que recibieron las familias de las casi cien personas que murieron de manera especialmente injusta por tratarse en su mayoría de mujeres y niños sin, como se puede imaginar, ninguna consideración de ser tenidos por objetivos con valor militar fue precisamente esa: Daños Colaterales.

Una de las familias que recibió esa respuesta fue la del matrimonio formado por Amparo y Enrique; para más señas, el Matrimonio Granados.

Natural de Lérida, donde había venido al mundo en julio de 1867; Pantaleón Enrique Joaquín Granados Campiña más conocido como Enrique GRANADOS, estaba llamado a convertirse en una de las más firmes realidades sobre las que ha de apoyarse cualquier consideración que al respecto de la valía que de la Música del XIX, podamos llegar a imaginarnos. En especial si tal consideración requiere de parámetros más específicos, y hace en cualquier caso mención a los parámetros propios de lo que ha estado por considerarse el inexistente Romanticismo Español.

Sujeto desde su infancia a los rigores que la condición de militar de su padre imponían, lo cierto es que el corolario que de lo mismo se devenga en forma de permanentes por no decir continuos viajes redundará en este caso de manera positiva a la hora de gestar el carácter de un GRANADOS que desde pequeño mostrará una especial predilección por los “haceres” cosmopolitas.
Sin embargo, tal proceder no supondrá óbice ni se erigirá en dificultad insalvable a la hora de permitir a nuestro protagonista identificar una suerte de lugares de los que recordar luego las sensaciones que de los mismos eran propios, acaben por ser suficientes para permitir la evocación de lo que otrora pudo haber llegado a ser una inspiración, un hogar.

Será así Canarias, lugar en el residió de joven, y donde todavía se encuentran los huertos de naranjos y limones en lo que como él mismo diría muchas veces “podía llegar a reconocer en ellos la promesa de un Paraíso, aún rememorable, como los años de mi juventud”.

Resultan especialmente importantes tales citas, por ello las traemos a colación, por constituir en sí mismas el bagaje destinado a conformar el contexto dentro del cual identificar con solvencia a aquél que musicalmente bien puede erigirse como el único verdadero representante musical que el Movimiento Romántico tiene en España.

Dicho lo cual, mentar aunque sea mucho más que de paso el instrumento desde el que GRANADOS construirá el que está llamado en acabar por convertirse en uno de los más grandes y solventes edificios de la Música Española, como concepto con naturaleza propia; es como poco una obviedad.

Alumno de la Escolanía de la Mercé, donde había ingresado una vez que su padre había sido trasladado a Barcelona como parte de su carrera militar; el joven GRANADOS recibe clases de piano a cargo de Francisco Javier Jumet, prestigioso maestro y compositor, quien años después no dudará en identificar a GRANADOS como el más brillante de cuantos intérpretes ha conocido. Si bien  pronto destaca por sus habilidades, las cuales se dice no desmerecen nada de las otorgadas cuando no demostradas por otros ingentes como SHUMANN o el propio CHOPIN, lo cierto es que lo en apariencia poco afortunado de la elección del instrumento, asociado a las evidentes dificultades tantas veces relatadas en lo concerniente a escenificar las expectativas de progreso de un romántico en España; parecerá que conspiran con denostar tanto a nuestro protagonista, como especialmente a su obra.

Tanta y tan reconocible habrá de ser la presión, que GRANADOS pudo haber sucumbido al desánimo de no haber sido por la entrada en escena del Maestro Pujol.
Hombre honorable en el Conservatorio, Pujol ocupaba su tiempo además de en la composición, en la Didáctica de la Música. Así, en el seno de tamaña disciplina acababa de gestar un nuevo método el estudio del piano de cuyos logros ya daban fe otros virtuosos como el propio Albéniz, o Felipe Pedrell; siendo después GRANADOS otro de los grandes beneficiados, no solo por los logros que el nuevo estilo le proporcionaría (dado que el mismo parecía estar especialmente destinado a amplificar los efectos de la innata grandiosidad que nuestro protagonista presentaba), toda vez que favorecía la expresión de la improvisación, valor muy presente siempre en GRANADOS Tanto fue así, que tamaña suerte se combinó para dar paso a lo que fue una suerte de éxitos en forma de repetidos triunfos en concursos organizados por la Fundación Escuela Catalana de Piano.

Sin embargo, ni el indudable buen hacer fue en este caso suficiente para impedir que la realidad se impusiera. Así, como si de un personaje propio de los estamentos románticos otrora conocidos se tratara, GRANADOS hubo de hacer frente no ya a las dificultades como sí a las verdaderas penurias económicas que el ser diez de familia obligaban.
A principios de 1886 el listado de empleados del Café de las Delicias contaba durante cinco horas al día con el lujo de tener a Enrique GRANADOS al piano.

Rescatado por el empresario catalán Eduardo Conde, que le encomienda la educación musical de sus hijos, GRANADOS tomará decisiones que se mostrarán como capitales, amparadas todas en la certeza del presagio de desastre que su intuición le proporciona.

Su viaje a París será definitivo a la hora de generar en GRANADOS una suerte de reconciliación con su patria, sentimiento éste que materializará a través del afecto y la admiración que siente por GOYA.
Usando como hilo conector la particular interpretación que de la obra del genial aragonés hace nuestro catalán; GRANADOS encadenará una suerte de recreación musical en forma de Suite que pronto le permitirá ser reconocido como el ingente pianista que es.

Tan grande será su éxito, que de nuevo cumplirá la conocida  máxima tan nuestra de tener que salir de España para ser reconocido. Así, el éxito de Goyescas hace que la Opera de París le encargue una ópera cuyo desarrollo se verá dramáticamente frenado por los estragos que la previsión de la que será la Primera Guerra Mundial, llevan a cabo.

Será la intervención del Maestro Casals la que lance la obra hasta el Nuevo Continente. Las circunstancias son interesantes: su amigo Ernest Schelling, notable compositor norteamericano fue el artífice de la inclusión de Goyescas en el programa de la temporada 1915-1916 de la Metropolitan Opera House. Allí coincidiría con Pablo Casals  quien ensayó la obra con la orquesta. Puede imaginarse que el ambiente bélico del momento suscitó en los Granados un cierto nerviosismo, pues no parecía el momento idóneo para hacerse a la mar, y además se trataba de la primera travesía marítima de Enrique Granados, que había tenido toda su vida una gran aversión a los viajes por mar. Poco antes de embarcar comentó bromeando: En este viaje dejaré los huesos.

Y así habría de ser. Las frías aguas del Canal de la Mancha, y en circunstancias al menos en apariencia netamente romántica, vieron sucumbir a uno de los últimos compositores clásicos de nuestro país.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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