Fruto o a lo sumo resultado que somos de un periplo que no de un periodo en
el que solo lo material resulta ser, en
tanto que todo los demás resulta, a lo sumo, supuesto; será no ya categóricamente obvio, como sí más bien una
obviedad, el que cuestiones basadas en especulaciones, a lo sumo fundadas, mas no por ello menos carentes
de realidades destinadas a refrendarlas, difícilmente puedan llegar a conformar
un escenario lo suficientemente sólido, a la par con ello que duradero,
destinado a albergar en su seno historias cuando no consideraciones llamadas
con el tiempo a erigirse en auténticos pilares del saber contenido no solo en
el acervo llamado a considerarse propio, sino
en muchas ocasiones destinado incluso a ampliar con mucho los llamados límites
que condicionan el devenir de la
Humanidad.
Constituye la obviedad,
en contra de lo que pueda creerse en el caso de otorgar viso de crédito a
la disposición obtenida a primera vista, en
realidad el mayor enemigo de la
Lógica. La causa de
tal reflexión hay que buscarla en el hecho contrastado en base al cual, las
certezas o siquiera los razonamientos precedidos de una razón obvia, presentan en sí mismos o en su
génesis posterior una suerte de prejuicios llamados en la mayoría de ocasiones
a adulterar no tanto los resultados finales, como sí el procedimiento en sí
mismo, haciendo con ello del todo imposible la implementación, al menos
razonada, de un menester lógico.
A partir de ahí, que cualquiera que a la vista de lo que ha
venido a consolidarse como el arranque de lo que hoy haya de estar destinado a
conformar el contexto de nuestra ya habitual reflexión alegue dificultades para
anticipar el giro en el que poder reconocer alguna de las consideraciones
propias de expresiones anteriores; cierto que no cometerá abuso de confianza,
ni mucho menos ejercicio de boicot.
Mas convencido de que alcanzado este momento hemos ya de
dejar de buscar la satisfacción en la
forma, para centrarnos siquiera sutilmente en lo que haya de conformar el fondo, diremos que tal deseo, el
expresado por los impacientes, se verá siquiera rápidamente satisfecho cuando
expresemos en toda su extensión la que viene a ser hoy nuestro arma secreta. A
saber, el concepto de los Daños
Colaterales.
Constituye el Daño
Colateral, una de esas grandes farsas en las que a menudo se encierra el
Hombre, y que como en otras ocasiones está llamada a poner en riesgo su
existencia, o al menos la existencia de su credibilidad.
Es así el daño
colateral, el concepto que literalmente inventamos
ad hoc una vez que la manifiesta pedantería tantas veces demostrada por el
Hombre sufre otro daño en su coraza en apariencia in mácula, daño que en este caso se identifica con la incapacidad
para explicar, o a lo sumo justificar, algún hecho cuando no la consecuencia de
alguno, que ha terminado por trastocar la aparente inviolabilidad de alguno de
sus códigos o sistemas.
Así, cuando al medio día del 24 de marzo de 1916 el barco
francés Sussex, con origen en el puerto inglés de Folkstone, y destino Dieppe
(Francia), fue interceptado y hundido por el submarino alemán UB-29 en el
trascurso de su travesía por el Canal de la Mancha, aparentemente tras
confundirlo con un barco minador; la
respuesta que recibieron las familias de las casi cien personas que murieron de manera especialmente injusta por
tratarse en su mayoría de mujeres y niños sin, como se puede imaginar, ninguna
consideración de ser tenidos por objetivos con
valor militar fue precisamente esa: Daños
Colaterales.
Una de las familias que recibió esa respuesta fue la del
matrimonio formado por Amparo y Enrique; para más señas, el Matrimonio Granados.
Natural de Lérida, donde había venido al mundo en julio de
1867; Pantaleón Enrique Joaquín Granados Campiña más conocido como Enrique GRANADOS,
estaba llamado a convertirse en una de las más firmes realidades sobre las que
ha de apoyarse cualquier consideración que al respecto de la valía que de la Música del XIX, podamos llegar a
imaginarnos. En especial si tal consideración requiere de parámetros más
específicos, y hace en cualquier caso mención a los parámetros propios de lo
que ha estado por considerarse el inexistente
Romanticismo Español.
Sujeto desde su infancia a los rigores que la condición de
militar de su padre imponían, lo cierto es que el corolario que de lo mismo se
devenga en forma de permanentes por no decir continuos viajes redundará en este
caso de manera positiva a la hora de gestar el carácter de un GRANADOS que
desde pequeño mostrará una especial predilección por los “haceres” cosmopolitas.
Sin embargo, tal proceder no supondrá óbice ni se erigirá en
dificultad insalvable a la hora de permitir a nuestro protagonista identificar
una suerte de lugares de los que recordar luego las sensaciones que de los
mismos eran propios, acaben por ser suficientes para permitir la evocación de
lo que otrora pudo haber llegado a ser una inspiración, un hogar.
Será así Canarias, lugar en el residió de joven, y donde
todavía se encuentran los huertos de naranjos y limones en lo que como él mismo
diría muchas veces “podía llegar a reconocer en ellos la promesa de un Paraíso,
aún rememorable, como los años de mi juventud”.
Resultan especialmente importantes tales citas, por ello las
traemos a colación, por constituir en sí mismas el bagaje destinado a conformar
el contexto dentro del cual identificar con solvencia a aquél que musicalmente
bien puede erigirse como el único
verdadero representante musical que el Movimiento Romántico tiene en España.
Dicho lo cual, mentar aunque sea mucho más que de paso el instrumento desde el que
GRANADOS construirá el que está llamado en acabar por convertirse en uno de los
más grandes y solventes edificios de la Música Española ,
como concepto con naturaleza propia;
es como poco una obviedad.
Alumno de la Escolanía de la Mercé, donde había ingresado
una vez que su padre había sido trasladado a Barcelona como parte de su carrera
militar; el joven GRANADOS recibe clases de piano a cargo de Francisco Javier
Jumet, prestigioso maestro y compositor, quien años después no dudará en
identificar a GRANADOS como el más brillante de cuantos intérpretes ha
conocido. Si bien pronto destaca por sus
habilidades, las cuales se dice no desmerecen nada de las otorgadas cuando no demostradas
por otros ingentes como SHUMANN o el propio CHOPIN, lo cierto es que lo en
apariencia poco afortunado de la elección del instrumento, asociado a las
evidentes dificultades tantas veces relatadas en lo concerniente a escenificar
las expectativas de progreso de un romántico
en España; parecerá que conspiran con denostar tanto a nuestro
protagonista, como especialmente a su obra.
Tanta y tan reconocible habrá de ser la presión, que
GRANADOS pudo haber sucumbido al desánimo de no haber sido por la entrada en
escena del Maestro Pujol.
Hombre honorable en el Conservatorio, Pujol ocupaba su
tiempo además de en la composición, en la Didáctica de la Música. Así , en el
seno de tamaña disciplina acababa de gestar un nuevo método el estudio del
piano de cuyos logros ya daban fe otros virtuosos como el propio Albéniz, o
Felipe Pedrell; siendo después GRANADOS otro de los grandes beneficiados, no
solo por los logros que el nuevo estilo le
proporcionaría (dado que el mismo parecía estar especialmente destinado a
amplificar los efectos de la innata grandiosidad que nuestro protagonista
presentaba), toda vez que favorecía la expresión de la improvisación, valor muy
presente siempre en GRANADOS Tanto fue así, que tamaña suerte se combinó para
dar paso a lo que fue una suerte de éxitos en forma de repetidos triunfos en
concursos organizados por la Fundación Escuela
Catalana de Piano.
Sin embargo, ni el indudable buen hacer fue en este caso
suficiente para impedir que la realidad se impusiera. Así, como si de un
personaje propio de los estamentos románticos otrora conocidos se tratara,
GRANADOS hubo de hacer frente no ya a las dificultades como sí a las verdaderas
penurias económicas que el ser diez de familia obligaban.
A principios de 1886 el listado de empleados del Café de las Delicias contaba durante cinco
horas al día con el lujo de tener a Enrique GRANADOS al piano.
Rescatado por el empresario catalán Eduardo Conde, que le
encomienda la educación musical de sus hijos, GRANADOS tomará decisiones que se
mostrarán como capitales, amparadas
todas en la certeza del presagio de desastre que su intuición le proporciona.
Su viaje a París será definitivo a la hora de generar en
GRANADOS una suerte de reconciliación con su patria, sentimiento éste que materializará a través del afecto y la
admiración que siente por GOYA.
Usando como hilo conector la particular interpretación que
de la obra del genial aragonés hace
nuestro catalán; GRANADOS encadenará una suerte de recreación musical en forma
de Suite que pronto le permitirá ser reconocido como el ingente pianista que
es.
Tan grande será su éxito, que de nuevo cumplirá la
conocida máxima tan nuestra de tener que
salir de España para ser reconocido. Así, el éxito de Goyescas hace que la Opera de
París le encargue una ópera cuyo desarrollo se verá dramáticamente frenado
por los estragos que la previsión de la que será la Primera Guerra
Mundial , llevan a cabo.
Será la intervención del Maestro Casals la que lance la obra
hasta el Nuevo Continente. Las circunstancias son interesantes: su amigo Ernest
Schelling, notable compositor norteamericano fue el artífice de la inclusión
de Goyescas en el programa de la temporada 1915-1916 de la Metropolitan Opera House.
Allí coincidiría con Pablo Casals quien ensayó la obra con la orquesta. Puede
imaginarse que el ambiente bélico del momento suscitó en los Granados un cierto
nerviosismo, pues no parecía el momento idóneo para hacerse a la mar, y además
se trataba de la primera travesía marítima de Enrique Granados, que había
tenido toda su vida una gran aversión a los viajes por mar. Poco antes de
embarcar comentó bromeando: En este viaje dejaré los huesos.
Y así habría de ser. Las frías aguas del Canal de la Mancha,
y en circunstancias al menos en apariencia netamente romántica, vieron sucumbir
a uno de los últimos compositores clásicos de nuestro país.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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