Si verdaderamente el motivo o el origen de una discusión
contuviera suficiente información como para permitirnos llevar a cabo juicios de valor en lo atinente a la
calidad o las capacidades de los que en las mismas permanecen o siquiera
participan, a menudo comprobaríamos y seguramente no sin desasosiego, lo
inadecuado que en ocasiones resulta el guión que muchos pretenden apropiarse;
el guión de una obra para la que en múltiples ocasiones no solo no están
preparados, sino que de tratar de participar en el mismo, habrían de prepararse
para hacerlo como mucho disimulados entre el público, como Clap.
Y siendo tal consideración ya lo suficientemente preocupante
cuando como decíamos afecta de uno en uno,
es decir, a nivel ético; ¿Qué podemos llegar a suponer cuando esas mismas
conversaciones, o al menos el grado de tales, es lo que se aprecia en el
devenir de los aspectos que de una u otra manera acaban por conciliar el
aspecto de la sociedad en la que convergemos?
De tamaña tesitura se viste hoy el contexto que viene no en
vano a alterar nuestra paz, hasta el punto de llevarnos sinceramente a la
consideración de reflexionar sobre ello, centrando el núcleo de la inferencia
precisamente a partir de la conversación que últimamente, de manera más o menos
velada, centra el debate de muchos.
Todo gira, o al menos en apariencia así parece ser, en
relación a lo correcto o en su caso desacertado que resultan del lema de una moneda que supuestamente va
a ser acuñada. El mencionado lema: “España,
70 años de paz”, parece no ser del gusto de algunos, a la vez que parece
constituir un acertado tema de debate para la mayoría. Sea como
fuere, lo cierto es que sin entrar, al menos de momento, en cuestiones
apreciables desde el punto de vista relativo; de estar el motivo del lema
acertado en lo concerniente a las matemáticas esto es, de no contener error
aritmético contable, poca o ninguna discusión cabría suscitarse de un tema tan
concreto y objetivo como el que la misma refiere. Así, de poderse contar
ciertamente en España los últimos 70 años como libres de conflictos armados,
siquiera dispuestos conforme a lo que los procederes
y tratados internacionales llevan a describir como tales, el debate
quedaría zanjado, sin preocuparnos aquí y ahora ni tan siquiera de sobre qué
grupo recae el honor de saberse en posesión de la razón.
Pero claro, de ser tan sencillo, la cuestión adolecería sin
duda de algún problema. Y de no hacerlo, habríamos sinceramente de
cuestionarnos si la misma responde con certeza a los cánones propios de estar
planteada en nuestro país, no en vano se define el mismo como de un país eminentemente complejo, perdiendo la
misma “muchos puntos de grado” si de verdad ahora vamos a discutir
cuestiones como ésta.
Ubicar así en 1946 el punto de inflexión a partir del cual la Historia Moderna
de España ha venido discurriendo según preceptos de categórica paz, constituye
un ejercicio, cuando no un alarde, que en sí mismo requiere de toda una suerte
de explicaciones que antes o después habrán de ser dadas, o siquiera pedidas, a
las que habrán de hacer frente, aunque entendemos que no sin ciertos problemas,
aquellos que todavía hoy se empecinan en remolonear con cuestiones históricas,
sobre todo cuando éstas o la sombra más o menos inquebrantable que su recuerdo
deja, salpica de acidez el mantel blanco sobre el que animosamente se empeñan
en repartir las viandas con las que aderezar la suerte de tarde de campo en la que parecen insistir en convertir la
explicación de los usos y consecuencias que han traído a este país hasta este
aquí, hasta este ahora.
Es así que encontramos entre los mencionados
fundamentalmente a protagonistas en sí mismo de muchos de los momentos a los
que se ha de hacer mención, hecho lógico e incuestionable si tenemos en cuenta
el escaso tiempo transcurrido desde algunos de los acontecimientos mentados.
Sin embargo, tamaña circunstancia puede explicar, si bien nunca explicar, la
existencia de ciertos descuidos, olvidos y despistes, cuya mera existencia ofrecen
por sí solos ejemplo de la catadura moral
de la sociedad que los permite, incluso que promueve tales hechos.
Porque ha de ser precisamente en el 85º Aniversario de la II República
Española , o más concretamente tras asistir a las diferentes fenomenologías que han
acompañado los escasos actos oficiales o no que se han llevado a cabo con el
fin específico de rendir si no ya homenaje, sí al menos tributo a las personas
que en su momento hicieron lo que sin duda creyeron mejor no solo para ellos
mismos, sino fundamentalmente para su país; cuando ahora más que nunca me he
dado cuenta de los peligros que pueden presagiarse ante un posible resurgir, no tanto de las ideologías,
como si más bien de los espíritus en
los que de una u otra manera éstas se han venido apoyando durante todo este
tiempo.
Porque sin entrar en profundidades,
estoy seguro de que en lo que muchos estamos de acuerdo es en lo diferentes que respecto a lo visto
siquiera en los últimos años, han resultado las conmemoraciones. Ya procedieran
éstas del ámbito formal, o respondieran a fenomenologías casi improvisadas, por
primera vez en mucho tiempo hemos asistido a la germinación de un debate que no
digo respondiera a intereses más o menos manidos que en años anteriores.
Sencillamente digo que tanto las formas, como por supuesto el fondo este año se
ha visto sustancialmente modificado.
Y si el hecho objetivo es el mismo, viniendo a constituir
éste el núcleo del debate; necesariamente habremos de buscar en el hecho variable, a saber en el ambiente
que ha venido a rodear el debate en sí mismo.
Resulta así pues una coincidencia, aunque una coincidencia
más que interesante; que precisamente sea de nuevo Valencia el lugar en el que
con mayor fuerza, con renovada intensidad me atrevería a decir yo, han tenido
lugar los más interesantes ejemplos de lo que pretendo explicitar. Así, que por
primera vez se critique el uso de recursos públicos municipales, en este caso
concreto de varios camiones de bomberos, para retirar símbolos republicanos con los que en unos casos personajes
anónimos, en otros personajes oficiales, llegando a tratarse de Alcaldes en
ocasiones; habían tratado de dejar clara su opinión al respecto de algunos
hechos; pone de manifiesto y revela bien a las claras hasta qué punto la celebración
de estos 85 años bien puede haberse llevado a cabo con la normalidad de un país
que tiene asumida su Historia. Lo que no es menos cierto es que la novedad se
encuentra muy probablemente en que por primera vez en muchos años este mismo
pueblo tiene ahora mismo igual de claro su presente.
Porque es ahí sin duda donde radica la enorme diferencia. La
novedad que ha venido a rodear la conmemoración de estos 85 años no se
encuentra sino en el muy distinto
ambiente desde el que la misma se ha planteado. Y como prueba, un botón. Si
hasta ahora los que nos empeñábamos en exponer cuestiones tales como la
legitimidad de la bandera tricolor habíamos
de hacerlo en oscuras conferencias cercanas
tanto por ambiente como por disposición a reuniones paganas; este año nos hemos
visto sorprendidos por el efecto que produce el ver cómo un Alcalde,
concretamente el de Zaragoza, llevaba a cabo tal explicación de manera no solo
lúcida, sino sin perder por ello un ápice de su bien demostrada autoridad.
Porque si alguna novedad se ha puesto de manifiesto a
partir, por ejemplo, de las conmemoraciones que este año han tenido lugar con
motivo de los sucesos que tuvieron lugar a partir de las elecciones del 14 de
abril de 1931; ha sido precisamente del retorno de un espíritu que probablemente
no resulte del todo exagerado decir que muy cercano al que ya por entonces
recorrió España en toda su extensión. Un espíritu embriagador, que ahora como
entonces se ha mostrado precursor de un cambio basado no en la constatación de
la necesidad de llevar a cabo una revolución, sino un cambio que entonces y
ahora ha de manifestarse de manera
tranquila, quién sabe si porque se trata de algo natural, algo de lo que
somos plenamente conscientes a la vista del grado de agotamiento que presenta
el actual modelo, llamado no tanto a ser erradicado, como sí más bien superado.
Entonces como ahora la necesidad de un cambio era algo
evidente. Evidente porque todo, o más concretamente la ausencia de algo, lo
evidenciaba. El agotamiento de las estructuras destinadas a representar el
poder era claro, y ganaba en evidencia toda vez que el correcto desarrollo de
los patrones que como tal le eran propios, lejos de reducir esta distancia, la
acrecentaban, dando con ello paso a la constatación evidente de que el abismo
abierto entre la clase dirigente, y
aquellos supuestamente destinados a ser dirigidos, era ya insalvable.
Encontramos pues de nuevo, múltiples refrendos que nos
permiten ubicar patrones del pasado, en conductas que vuelven a resultarnos
actuales. Así, la frustración, elemento capital entonces y ahora, se erige
paradójicamente en fuente de inspiración toda vez que su derivada natural, el
hastío, dirigido en este caso contra la clase
que se cree destinada a ejercer el poder, alimenta nuevas soluciones políticas
neta y absolutamente democráticas allí donde cabría verse hordas.
Entonces, como ahora, El
Pueblo ha tomado conciencia de sí mismo.
“Preguntado el Sr.
Presidente en relación a la gravedad del asunto derivado del resultado de las
elecciones del pasado 14 de abril; Éste ha dicho: “¿Acaso no lo entiende?
España se acostó “monárquica”, y se ha levantado “republicana”?”
Hoy, sin llegar a tanto, no es menos cierto que de nuevo,
algo se mueve, de nuevo.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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