sábado, 5 de marzo de 2016

ANTONIO VIVALDI. MUCHO MÁS QUE “LAS CUATRO ESTACIONES”.

Acostumbrados cuando no convencidos, aunque solo sea por reiteración, de que el contexto guarda una particular cuando no determinante relación a la hora de cifrar los aspectos que se dan cita de forma permanente y habitual en los escenarios destinados a converger en ésta, la que ya es nuestra habitual cita; lo cierto es que da un poco de reparo, cuando no abiertamente de miedo, el tener que enfrentarnos, más que asumir, la necesidad de llevar a cabo la constatación, cuando no el merecido homenaje, a una figura de la trascendencia que representa Antonio Lucio VIVALDI.

Alumbrado en Venecia, un cuatro de marzo, concretamente el que habría de discurrir bajo las exclusivas a la par que excluyentes connotaciones del año 1678; Antonio VIVALDI parecía desde un primer momento destinado a vivir una vida convencional, si es que lo que le era propio a un autóctono veneciano dentro de un periodo de la importancia del que por algo más que capricho cronológico había de serle propio a VIVLADI, podía de alguna manera considerarse como propio, cuando no a la sazón, convencional.

Enmarcadas las naturales vivencias de nuestro genial compositor ¡Cómo no! dentro de los considerandos que habían de serle propios a la ciudad en sí mismos; lo cierto es que podemos albergar cierta suerte de esperanza en pos de pergeñar alguna suerte de consideración en relación a la suerte del hombre, vinculando ésta a la propia de la ciudad que le es propia.
Hemos así pues, si queremos no ya entender, sino a lo sumo intuir la Venecia de finales del XVII, como una ciudad en decadencia, centrando o más bien enmarcando los matices de tamaña consideración en los propios de una ciudad que habiendo vivido hace aproximadamente un siglo, su periodo de máximo esplendor; se resiste ahora de forma abierta y por qué no decirlo, magistral, a perder no ya tal consideración, luchando pues de manera evidente por medio de un comportamiento a menudo delirante dedicado al firme propósito de mantener no ya el recuerdo de lo que fue una elevada consideración en todo el mundo; sino a justificar la ilusión del mantenimiento del mismo.

Si bien los intentos resultaron vanos tal y como la historia se ha encargado de demostrarnos, no es menos cierto que la gallardía por no decir la excelencia con la que Venecia llevó a cabo el empaque de su desgracia, nos permite abordar el procedimiento destinado a albergar que no a definir el contexto de la realidad que le era propio a VIVALDI desde una suerte de consideraciones en las que adopta especial relevancia el papel que en el sostenimiento del alto nivel, decide jugar toda la población de Venecia.

Desde tal perspectiva, hemos de dibujar con mayor o menor destreza las líneas que nos permiten intuir una ciudad que habiendo sido mucho más, se resiste a perder lo que le queda, de parecida manera a como los canales que le son tan propios se resisten, una vez alcanzado el alba, a dejar escapar la escurridiza niebla la cual es conocedora única, en tanto que único testigo, de multitud de sucesos algunos de los cuales bien podrían estar destinados a cambiar el trazo grueso de una Europa cuyo presente comienza a revelarse como definitivo en aras de intuir el futuro que parece neta sazón del destino.

El destino, primera y desde luego no última aparición de una fuerza que en el caso de VIVALDI sin duda escribirá, o en determinados casos ayudará a reescribir, cuando no a corregir, ciertos aspectos de una vida no tanto azarosa como sí más bien diversa, en ocasiones sometida a contradicciones que de no ser objeto del merecido y cuidado estudio, bien podrían conducirnos de manera inexorable hacia el error en forma de toma de consideración demasiado superficial de los avatares destinados a conformar una vida que tiene de todo, menos superficialidades y avatares.

Nacido así pues en el seno de una familia de lo que en el momento sería adecuado considerar de humilde, tal hecho, junto al en este caso particular de contar con un padre amante tanto de la música, como de la interpretación de la misma, se confabularán de manera inevitable para conformar, ahora sí, el que parece inexorable camino trazado para nuestro protagonista.
Para entender cuando no el significado, sí más bien el sentido contextual que tales consideraciones aportan, no está de más el definir el papel que el espacio histórico ha de jugar a la hora de vertebrar las conductas que habrán de serle propias al que es el primogénito de nueve hermanos, cinco de ellos varones; con el añadido hecho a instancias expresas de su padre de ser el único con dotes para la música.

De tal manera, que el ingreso en la curia era algo evidente, por no decir inevitable. Pero ¿pondría tal consideración en peligro el desarrollo de la proyección creativa y compositora de la que nuestro protagonista había hecho desde muy pronto gala? Tal y como las pruebas demuestran, no. Mas en el caso que nos ocupa además tal consideración, lejos de erigirse en un obstáculo, acabará jugando un papel determinante por lo positivo.

En una ciudad que tal y como hemos intentado describir, vive sumida en una permanente fiesta, las tentaciones que en el campo de la creación artística, y más concretamente en el terreno de la música se abren para alguien con disposición son tan evidentes, que han de servirnos como poco para inferir la cantidad de espacio creativo que alguien de la talla de VIVALDI puede llegar a acumular.
En una suerte de histeria traducida en ejemplos tales como el que resulta de constatar que durante un año entero la ciudad no tuvo un solo día nefasto, resulta de obligado cumplimiento si no la comprensión de las motivaciones que llevaban a Venecia y a los venecianos a vivir en tamaña vorágine, sí cuando menos a tratar de abarcar el ritmo con el que habían de trabajar los creadores destinados a alimentar tamaño escenario.
De parecida manera a como el Circo de Roma, a la sazón la única ciudad competente para luchar en brillantez y opulencia con Venecia; tuvo en su momento problemas para surtir de guerreros y bestias exóticas las festividades en el año de Trajano; así Venecia sufría entonces la demanda permanente no solo de compositores, sino fundamentalmente de obras.

Y ahí estaba entonces VIVALDI, más que dispuesto a surtir de las mismas tanto a la ciudad, como fundamentalmente a sus habitantes, en última instancia los destinados a disfrutar de las mismas.

Porque si para tratar de comprender a VIVALDI, la creación que le es propia resulta el medio más adecuado; ésta aparece si no condicionada, sí al menos limitada, por el que llamaremos espacio cultural veneciano, en el cual habrá no solo de integrarse, sino con el que habrá de lidiar.
Un espacio hacia cuyo acceso cabría esperar que la condición de sacerdote que no debemos olvidar ostentaba VIVALDI, resultase determinante a la hora de conciliar su irrupción por medio de la estructura más propia, a saber El Oratorio; pero que de manera tan sorprendente como gráfica, fue desde un primer momento desarrollada desde las específicas y a la sazón inagotables características propias de la Ópera.

La Ópera, el género por excelencia, o en cualquier caso el que desde su nacimiento por medio de MONTEVERDI había no solo cautivado a lo melómanos, sino que había venido a construir un espacio propio desde el que vislumbrar el futuro resultaba no solo sencillo, sino más bien absolutamente esperanzador.
Y hacia tales consideraciones condujo presto su nave nuestro protagonista. Y no solo lo hizo como compositor, sino que en el terreno de la empresa, como administrador de teatros y diseñador de espectáculos operísticos, llevó a cabo VIVALDI la extensión de un legado del que aún hoy no somos netamente conscientes en tanto que tal y como demuestran las sorpresas a las que nos conduce el descubrir todavía referencias nuevas en investigaciones documentales, nos inspiran a la hora de pensar que mucho permanece a día de hoy todavía oculto.

Así, la comprensión no tanto de una ciudad como sí más bien de los ambientes desde los cuales afrontar la aproximación a la naturaleza que es propia en tanto que describe a los que le son propios, ha de hacerse por medio de la introspección de los lugares que con mayor presteza resulta calificativos del momento al que hagamos referencia. Y en este caso, los Teatros de la Ópera se ponen en seguida de manifiesto como los lugares más adecuados para llevar a cabo las consideraciones destinadas a describir con solvencia los avatares del momento. Como consideración, constatar hasta qué punto el bajo coste de las entradas, unido al hecho de que en su interior estaba permitido comer y beber, componían un escenario en el que de manera sincera tenía lugar el encuentro de todos los estratos sociales que componían la trama veneciana. En ellos se llevaban a cabo encuentros y conversaciones, así como la toma de todo tipo de decisiones la mayoría de las cuales tenían lugar mientras cantantes de más o menos renombre se defendían en cantos que en la mayoría de las ocasiones solo resultaban del interés del público al llegar a las Arias.

Pero sería injusto, o cuando menos escaso, no referir siquiera brevemente la gran aportación que al mundo instrumental llevó a cabo VIVALDI.
Interprete más que brillante del violín, VIVALDI llevará a cabo una revolución en lo concerniente a la manera de escribir música para este instrumento. Revolución que acabará por afectar a todo el universo musical.
Habiendo de traer a colación en pos de comprender lo dicho, el hecho de las grandes aportaciones que para la nueva concepción de la orquesta llevará a cabo VIVIALDI; las nuevas concepciones que para el vínculo a establecer entre orquesta y solista redefine nuestro compositor; determinan un nuevo universo cuya máxima comprensión pasa por asumir la superación de los paradigmas desde los que hasta el momento se había comprendido siempre la relación entre el violín como gran solista, y la orquesta. Así, si hasta este momento esa relación se cifraba en términos de supervivencia (el violín como solista había de luchar por no morir arrasado por el tumulto del resto de instrumentos), con VIVALDI esto cambiará. Ahora el uso del Lenguaje Musical dará más que preponderancia al solista. En este caso el violín se enfrentará a la orquesta en una suerte de duelo fraticida, de cuya suerte dependerá el éxito de la obra interpretada, en su más amplia expresión.

El modelo no solo triunfa, sino que pronto se extenderá a otros instrumentos que por medio de tamaña innovación pondrán de manifiesto sus características a la hora de ejercer como solistas. Rápidamente el viento metal, la madera, e incluso el órgano que en este caso recupera cierta prestancia de su pasado ya olvidado; se erigen en magníficos recursos musicales,

De este modo, acudimos hoy a una suerte de justicia destinada a traer de nuevo a colación la figura de un hombre que de forma lamentable, quién sabe si precisamente por los éxitos que en vida obtuvo, ha pasado poco menos que desapercibido, hasta que a partir de 1950, coincidiendo con la primera grabación del que es su concierto más conocido “Las Cuatro Estaciones”, el esfuerzo de musicólogos y melómanos acabó por rescatar del ostracismo, impidiendo con ello el drama que podría haber supuesto la pérdida irrenunciable de la comprensión de un momento histórico sin parangón; lo que sin duda hubiera ocurrido de no haber sido recuperado el que llamaremos Espacio VIVALDI.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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