Acostumbrados cuando no convencidos, aunque solo sea por
reiteración, de que el contexto guarda una particular cuando no determinante
relación a la hora de cifrar los aspectos que se dan cita de forma permanente y
habitual en los escenarios destinados a converger en ésta, la que ya es nuestra
habitual cita; lo cierto es que da un poco de reparo, cuando no abiertamente de
miedo, el tener que enfrentarnos, más que asumir, la necesidad de llevar a cabo
la constatación, cuando no el merecido homenaje, a una figura de la
trascendencia que representa Antonio Lucio VIVALDI.
Alumbrado en Venecia, un cuatro de marzo, concretamente el
que habría de discurrir bajo las exclusivas a la par que excluyentes connotaciones
del año 1678; Antonio VIVALDI parecía desde un primer momento destinado a vivir
una vida convencional, si es que lo
que le era propio a un autóctono veneciano dentro de un periodo de la
importancia del que por algo más que capricho cronológico había de serle propio
a VIVLADI, podía de alguna manera considerarse como propio, cuando no a la sazón, convencional.
Enmarcadas las naturales vivencias de nuestro genial
compositor ¡Cómo no! dentro de los considerandos que habían de serle propios a
la ciudad en sí mismos; lo cierto es que podemos albergar cierta suerte de
esperanza en pos de pergeñar alguna suerte de consideración en relación a la suerte del hombre, vinculando ésta a la
propia de la ciudad que le es propia.
Hemos así pues, si queremos no ya entender, sino a lo sumo intuir la Venecia de finales del XVII, como
una ciudad en decadencia, centrando o
más bien enmarcando los matices de tamaña consideración en los propios de una
ciudad que habiendo vivido hace aproximadamente un siglo, su periodo de máximo
esplendor; se resiste ahora de forma abierta y por qué no decirlo, magistral, a
perder no ya tal consideración, luchando pues de manera evidente por medio de
un comportamiento a menudo delirante dedicado al firme propósito de mantener no
ya el recuerdo de lo que fue una elevada consideración en todo el mundo; sino a
justificar la ilusión del mantenimiento del mismo.
Si bien los intentos resultaron vanos tal y como la historia
se ha encargado de demostrarnos, no es menos cierto que la gallardía por no decir
la excelencia con la que
Venecia llevó a cabo el empaque de su desgracia, nos permite
abordar el procedimiento destinado a albergar que no a definir el contexto de
la realidad que le era propio a VIVALDI desde una suerte de consideraciones en
las que adopta especial relevancia el papel que en el sostenimiento del alto nivel, decide jugar toda la
población de Venecia.
Desde tal perspectiva, hemos de dibujar con mayor o menor
destreza las líneas que nos permiten intuir una ciudad que habiendo sido mucho más, se resiste a perder lo que le queda, de
parecida manera a como los canales que le son tan propios se resisten, una vez
alcanzado el alba, a dejar escapar la escurridiza niebla la cual es conocedora
única, en tanto que único testigo, de multitud de sucesos algunos de los cuales
bien podrían estar destinados a cambiar el trazo grueso de una Europa cuyo
presente comienza a revelarse como definitivo en aras de intuir el futuro que
parece neta sazón del destino.
El destino, primera y desde luego no última aparición de una
fuerza que en el caso de VIVALDI sin
duda escribirá, o en determinados casos ayudará a reescribir, cuando no a
corregir, ciertos aspectos de una vida no tanto azarosa como sí más bien
diversa, en ocasiones sometida a contradicciones que de no ser objeto del
merecido y cuidado estudio, bien podrían conducirnos de manera inexorable hacia
el error en forma de toma de
consideración demasiado superficial de los avatares destinados a conformar
una vida que tiene de todo, menos superficialidades y avatares.
Nacido así pues en el seno de una familia de lo que en el
momento sería adecuado considerar de humilde, tal hecho, junto al en este caso
particular de contar con un padre amante tanto de la música, como de la
interpretación de la misma, se confabularán de manera inevitable para
conformar, ahora sí, el que parece inexorable camino trazado para nuestro
protagonista.
Para entender cuando no el significado, sí más bien el
sentido contextual que tales consideraciones aportan, no está de más el definir
el papel que el espacio histórico ha de jugar a la hora de vertebrar las
conductas que habrán de serle propias al que es el primogénito de nueve
hermanos, cinco de ellos varones; con el añadido hecho a instancias expresas de
su padre de ser el único con dotes para
la música.
De tal manera, que el ingreso en la curia era algo evidente,
por no decir inevitable. Pero ¿pondría tal consideración en peligro el
desarrollo de la proyección creativa y compositora de la que nuestro
protagonista había hecho desde muy pronto gala? Tal y como las pruebas
demuestran, no. Mas en el caso que nos ocupa además tal consideración, lejos de
erigirse en un obstáculo, acabará jugando un papel determinante por lo
positivo.
En una ciudad que tal y como hemos intentado describir, vive
sumida en una permanente fiesta, las tentaciones
que en el campo de la creación artística, y más concretamente en el terreno
de la música se abren para alguien con disposición son tan evidentes, que han
de servirnos como poco para inferir la cantidad de espacio creativo que alguien de la talla de VIVALDI puede llegar a
acumular.
En una suerte de histeria traducida en ejemplos tales como
el que resulta de constatar que durante un año entero la ciudad no tuvo un solo
día nefasto, resulta de obligado cumplimiento
si no la comprensión de las motivaciones que llevaban a Venecia y a los
venecianos a vivir en tamaña vorágine, sí cuando menos a tratar de abarcar el
ritmo con el que habían de trabajar los creadores destinados a alimentar tamaño
escenario.
De parecida manera a como el Circo de Roma, a la sazón la única ciudad competente para luchar
en brillantez y opulencia con Venecia; tuvo en su momento problemas para surtir
de guerreros y bestias exóticas las
festividades en el año de Trajano; así Venecia sufría entonces la demanda
permanente no solo de compositores, sino fundamentalmente de obras.
Y ahí estaba entonces VIVALDI, más que dispuesto a surtir de
las mismas tanto a la ciudad, como fundamentalmente a sus habitantes, en última
instancia los destinados a disfrutar de las mismas.
Porque si para tratar de comprender a VIVALDI, la creación
que le es propia resulta el medio más adecuado; ésta aparece si no
condicionada, sí al menos limitada, por el que llamaremos espacio cultural veneciano, en el cual habrá no solo de integrarse,
sino con el que habrá de lidiar.
Un espacio hacia cuyo acceso cabría esperar que la condición
de sacerdote que no debemos olvidar ostentaba VIVALDI, resultase determinante a
la hora de conciliar su irrupción por medio de la estructura más propia, a saber El Oratorio; pero que de manera tan sorprendente como gráfica, fue desde un primer momento
desarrollada desde las específicas y a la sazón inagotables características
propias de la Ópera.
La Ópera, el género por excelencia, o en cualquier caso el
que desde su nacimiento por medio de MONTEVERDI había no solo cautivado a lo
melómanos, sino que había venido a construir un espacio propio desde el que
vislumbrar el futuro resultaba no solo sencillo, sino más bien absolutamente
esperanzador.
Y hacia tales consideraciones condujo presto su nave nuestro
protagonista. Y no solo lo hizo como compositor, sino que en el terreno de la
empresa, como administrador de teatros y diseñador de espectáculos operísticos,
llevó a cabo VIVALDI la extensión de un legado del que aún hoy no somos
netamente conscientes en tanto que tal y como demuestran las sorpresas a las
que nos conduce el descubrir todavía referencias nuevas en investigaciones
documentales, nos inspiran a la hora de pensar que mucho permanece a día de hoy
todavía oculto.
Así, la comprensión no tanto de una ciudad como sí más bien
de los ambientes desde los cuales afrontar la aproximación a la naturaleza que
es propia en tanto que describe a los que le son propios, ha de hacerse por
medio de la introspección de los lugares que con mayor presteza resulta
calificativos del momento al que hagamos referencia. Y en este caso, los Teatros de la Ópera se ponen en seguida
de manifiesto como los lugares más adecuados para llevar a cabo las consideraciones
destinadas a describir con solvencia los avatares del momento. Como
consideración, constatar hasta qué punto el bajo coste de las entradas, unido
al hecho de que en su interior estaba permitido comer y beber, componían un
escenario en el que de manera sincera tenía
lugar el encuentro de todos los estratos sociales que componían la trama
veneciana. En ellos se llevaban a cabo encuentros y conversaciones, así
como la toma de todo tipo de decisiones la mayoría de las cuales tenían lugar
mientras cantantes de más o menos renombre se defendían en cantos que en la
mayoría de las ocasiones solo resultaban del interés del público al llegar a
las Arias.
Pero sería injusto, o cuando menos escaso, no referir
siquiera brevemente la gran aportación que al mundo instrumental llevó a cabo
VIVALDI.
Interprete más que brillante del violín, VIVALDI llevará a
cabo una revolución en lo concerniente a la manera de escribir música para este
instrumento. Revolución que acabará por afectar a todo el universo musical.
Habiendo de traer a colación en pos de comprender lo dicho,
el hecho de las grandes aportaciones que para la nueva concepción de la
orquesta llevará a cabo VIVIALDI; las nuevas concepciones que para el vínculo a
establecer entre orquesta y solista redefine nuestro compositor; determinan un
nuevo universo cuya máxima comprensión pasa por asumir la superación de los
paradigmas desde los que hasta el momento se había comprendido siempre la
relación entre el violín como gran solista, y la orquesta. Así , si
hasta este momento esa relación se cifraba en términos de supervivencia (el
violín como solista había de luchar por no morir arrasado por el tumulto del resto de instrumentos), con
VIVALDI esto cambiará. Ahora el uso del Lenguaje Musical dará más que
preponderancia al solista. En este caso el violín se enfrentará a la orquesta en una suerte de duelo fraticida, de cuya
suerte dependerá el éxito de la obra interpretada, en su más amplia expresión.
El modelo no solo triunfa, sino que pronto se extenderá a
otros instrumentos que por medio de tamaña innovación pondrán de manifiesto sus
características a la hora de ejercer como solistas. Rápidamente el viento
metal, la madera, e incluso el órgano que en este caso recupera cierta
prestancia de su pasado ya olvidado; se erigen en magníficos recursos
musicales,
De este modo, acudimos hoy a una suerte de justicia
destinada a traer de nuevo a colación la figura de un hombre que de forma
lamentable, quién sabe si precisamente por los éxitos que en vida obtuvo, ha
pasado poco menos que desapercibido, hasta que a partir de 1950, coincidiendo
con la primera grabación del que es su concierto más conocido “Las Cuatro
Estaciones”, el esfuerzo de musicólogos y melómanos acabó por rescatar del
ostracismo, impidiendo con ello el drama que podría haber supuesto la pérdida
irrenunciable de la comprensión de un momento histórico sin parangón; lo que
sin duda hubiera ocurrido de no haber sido recuperado el que llamaremos Espacio VIVALDI.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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