sábado, 30 de noviembre de 2013

DE CUANDO OTROS ERAN LOS TIEMPOS, Y OTROS SUS PROTAGONISTAS.

Otro mes ha sido escanciado por Chronos en la ya de por sí desmesurada copa de la vida, y lo cierto es que apenas somos conscientes de su transitar. Y tal vez es que sea así mejor ya que, de darse las circunstancias de cualquier otro modo, el ser a la sazón la única especie conocedora de su designio mortal, bien sería posible que tal conocimiento sembrara nuestra vida de miseria, llevándonos insaciablemente a la destrucción.
Es así que desde la mesura desde la que contemplamos lo desmesurado del mundo, que casi cantamos hoy a lo irracional, a la ignorancia, quién sabe si como una parte más del místico elixir que compone nuestra vida, o al menos la interpretación que de ella hacemos.

Porque en realidad, siempre queda esa pregunta en el aire: ¿Vivimos la vida, o por el contrario navegamos en una interpretación?
Desde las connotaciones del Dualismo Platónico, hasta la siempre sospechosa duda razonable vinculada a la razón, al sueño y a las ensoñaciones; lo cierto es que poco podemos hacer en relación a saber, o incluso a osar conocer, cuando vinculamos nuestras disquisiciones por tamaños procederes.

Visto desde semejante perspectiva, antes, mucho antes de que las mencionadas hagan mella en nuestra emoción, causando quién sabe si incluso algo parecido a la desazón, lo cierto es que la dinámica social en la que nos vemos envueltos, nos aconseja “dejar de pensar”, “abandonar toda pretensión de conocimiento” ya que éste, y las disquisiciones que le son propias (tal vez por tratarse de las herramientas más eficaces de que dispone); no hacen sino conducir al hambre, el hambre intelectual, cuya satisfacción es cada vez más complicada por hallarse cada vez más ocultas las fuentes de las que emana el alimento capaz de subyugarlo.

Por ello, una vez reubicado nuestro proceder en esta tesitura, seguro que resultará más sencillo considerar desde la desazón el efecto disuasorio que se constata en pos de ver las grandes contradicciones que se observan de cara a tratar de conciliar la estrechez de miras que se aprecia en el seno de la que nos hemos dado en llamar Sociedad del Progreso.

Varios son los motivos que sin mucho esfuerzo podrían encabezar la lista de grandes ejemplos capaces de certificar el estancamiento. Sin embargo, acudiendo a la certeza de que el Demonio no está tanto en los detalles, como meramente en los datos, proponemos acudir al método de la comparación histórica de cara a encontrar junto a ustedes, algunas muestras que justifiquen, o no, tales afirmaciones.
Así, proponemos revisar hoy uno de los grandes acontecimientos cuyo aniversario ha sido conmemorado ésta misma semana. A saber, el paso por primera vez navegando, desde el Océano Atlántico, al Océano Pacífico. Hecho que acontece el 25 de noviembre de 1520.

Múltiples son las circunstancias, y por ende múltiples las evocaciones, desde las que podemos ubicar la importancia trascendental que rodea aquel paso. Ya, sin más la grandeza de quienes fueron capaces de visualizar basta con el proyecto de tamaña proeza, ha de servirnos de manera ineludible para enfrentarnos de manera redundante a la constatación de la premisa aquí hoy ya revertida en base a la cual, efectivamente, otros eran los pensamientos que alumbraban los sueños de aquéllos a los que ya por entonces otros llamaron locos.

Porque sí, evidentemente ya por aquél entonces el lastre taciturno con forma de envidia, ya enmarcaba los pensamientos y las obras de cobardes y frustrados que inexorablemente, como una lacra lasciva, necesitaban de ver refrendada en el fracaso de los demás, la miseria de sus propias miserias.
Contra esta realidad, impulsada en los resquicios de múltiples voluntades, algunas de las cuales se ocultaban tras las formas más insospechadas, y muchas de las cuales igualmente portaban el hábito de la voluntad generalizada de la ausencia de novedades, hubieron de enfrentarse Elcano y Magallanes, a finales del primer cuarto del siglo XVI, momento en el que comienza nuestra exposición.

Precursores de una expedición sin marco capaz de ubicarla, y sin comparación posible dentro de los esquemas de la época, lo cierto es que la aventura en la que se vieron enrolados Fernando de MAGALLANES i FALEIRO, en portugués antiguo Fernando de Magalhanes; y Juan SEBASTIAN ELCANO, construye sin duda una de esas épicas que, ayudan a enmarcar en su justa medida la especial capacidad del Hombre como algo capaz de ir siempre más allá.

Ateniéndonos a aspectos mucho más objetivos, lo cierto es que tan solo la expedición del propio Cristóbal COLÓN puede aportar un cierto grado de sincretismo a la hora de tratar de establecer un marco, un paralelismo, dentro de la necesaria operatividad que maneja el cerebro a la hora de hacerse con el bello esfuerzo; a saber estableciendo nexos con elementos que resultan al menos en apariencia, similares. Es entonces cuando aparece la comparativa, y a la sazón cuando nos hacemos eco también de los parecidos.

Porque dentro de semejante prerrogativa, resulta obvio que las diferencias son en la práctica muchas más que las similitudes, y sin duda éstas se ven incrementadas exponencialmente si nos atenemos a criterios neta y/o absolutamente objetivos. Mas en cualquier caso, y como el componente subjetivo es necesaria y afortunadamente irremplazable, lo cierto es que desde la ferviente y libre interpretación, bien podemos establecer otra case de vínculos, por ende incontestables.

Porque si para abordar tanto la cuestión, como sus posteriores consecuencias claro está, nos detenemos en el hecho irremplazable, a la par que mitigador, en base al cual en la base de todo se halla el nombramiento de MAGALLANES por parte del Rey Carlos I como Maestre Especiero, una especie de cargo destinado a confeccionar el marco teórico sustitutivo de cara a salvar el nombre a su majestad toda vez que no se trata sino de la constatación evidente de una especie de victoria moral de Magallanes el cual ya en 1517 había presentado a la Corona un  detallado plan cuyo esquema y sucinto resumen pasa por la habilitación de una serie de maniobras destinadas finalmente a localizar al ansiada Isla de las Especias.

Constituye así pues éste otro de los plausibles y numerosos vínculos que se pueden establecer entre la expedición MAGALLANES ELCANO, y por supuesto la de COLÓN. Vínculos todos ellos que adquieren mayor relevancia una vez que despejamos la duda sobre la cuestión emotiva qué duda cabe, pero infantil a la par que remota, de que COLÓN no tuvo en realidad consciencia de sus logros.
Tal es así, que de otra manera resulta complicado, cuando no casi imposible, ubicar en un contexto lógico las posteriores expediciones de COLÓN, sobre todo la tercera y siguientes; si para ello no nos hacemos eco en la necesaria a la par que si se analiza casi simple teoría de que lo que buscaba era el ansiado paso hacia las indias, a saber hacia las especias.

Y por y para ello, navegó más y más hacia el sur. Pero el infortunio, o quién sabe si los insuficientes medios técnicos con sus respectivos correlatos en la náutica, haciendo ganar adeptos a los que consideramos que fue sin duda un adelantado a su época, le llevaron a caer presa del sórdido miedo que a título precursor resulta del miedo al fracaso.

Por ello es como si aquélla semana del 25 de noviembre de 1520, cuando se descubre el que será el primer canal navegable capaz de unir finalmente el Atlántico con el Pacífico, muchas son las cuestiones que quedan resueltas. Algunas de ellas comparables en intensidad y grado de convicción a aquél otro “…y es así que en realidad, se mueve.”

Constatación pues de múltiples realidades, entre otras la de los preceptos del Giro Copernicano-Kantiano, lo cierto es que el descubrimiento y paso del que denominaron “Estrecho de todos Los Santos” (por arriar en su “boca” el 1 de noviembre), y que luego y definitivamente pasaría a denominarse “Estrecho de Magallanes”; lo cierto es que fue aquélla una expedición que puso fin a toda una época, en especial en lo concerniente a la duda relativa a “aquello cuanto al Hombre le quedaba por conocer de su mundo.”
Fue como si la Primera Vuelta al Mundo, que es en lo que en definitiva acabó convirtiéndose el episodio que hoy traemos a colación, abstrajera al Hombre de su necesidad de seguir pensando, cegándolo en un sueño de autocomplacencia del que no despertaría hasta el XVIII con la Ilustración.

Y en medio, la crisis del XVII. Guerras, la Peste, y toda una serie de sinsabores y dramas destinados quién sabe si a recordar al Hombre ese extraño pacto del que parece pender de manera necesaria la certeza vinculante que le lleva a cumplir con la obligación de ir siempre más allá, presa de un hambre difícil de describir, y tal vez por ello imposible de saciar, que nos convierte inexorablemente en lo que somos.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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