Otro mes ha sido escanciado por Chronos en la ya de por sí desmesurada copa de la vida, y lo cierto es que apenas somos conscientes de su
transitar. Y tal vez es que sea así mejor ya que, de darse las circunstancias
de cualquier otro modo, el ser a la sazón la única especie conocedora de su
designio mortal, bien sería posible que tal conocimiento sembrara nuestra vida
de miseria, llevándonos insaciablemente a la destrucción.
Es así que desde la mesura desde la que contemplamos lo
desmesurado del mundo, que casi cantamos hoy a lo irracional, a la ignorancia,
quién sabe si como una parte más del místico elixir que compone nuestra vida, o
al menos la interpretación que de ella hacemos.
Porque en realidad, siempre queda esa pregunta en el aire:
¿Vivimos la vida, o por el contrario navegamos en una interpretación?
Desde las connotaciones del Dualismo Platónico, hasta la siempre sospechosa duda razonable vinculada a la razón, al
sueño y a las ensoñaciones; lo cierto es que poco podemos hacer en relación a
saber, o incluso a osar conocer, cuando
vinculamos nuestras disquisiciones por tamaños procederes.
Visto desde semejante perspectiva, antes, mucho antes de que
las mencionadas hagan mella en nuestra emoción, causando quién sabe si incluso
algo parecido a la desazón, lo cierto es que la dinámica social en la que nos
vemos envueltos, nos aconseja “dejar de pensar”, “abandonar toda pretensión de
conocimiento” ya que éste, y las disquisiciones que le son propias (tal vez por
tratarse de las herramientas más eficaces de que dispone); no hacen sino
conducir al hambre, el hambre
intelectual, cuya satisfacción es cada vez más complicada por hallarse cada vez
más ocultas las fuentes de las que emana el alimento capaz de subyugarlo.
Por ello, una vez reubicado nuestro proceder en esta
tesitura, seguro que resultará más sencillo considerar desde la desazón el
efecto disuasorio que se constata en pos de ver las grandes contradicciones que
se observan de cara a tratar de conciliar la
estrechez de miras que se aprecia en el seno de la que nos hemos dado en
llamar Sociedad del Progreso.
Varios son los motivos que sin mucho esfuerzo podrían
encabezar la lista de grandes ejemplos capaces de certificar el estancamiento. Sin
embargo, acudiendo a la certeza de que el
Demonio no está tanto en los detalles, como meramente en los datos, proponemos
acudir al método de la comparación
histórica de cara a encontrar junto a ustedes, algunas muestras que
justifiquen, o no, tales afirmaciones.
Así, proponemos revisar hoy uno de los grandes
acontecimientos cuyo aniversario ha sido conmemorado ésta misma semana. A
saber, el paso por primera vez navegando, desde el Océano Atlántico, al Océano
Pacífico. Hecho que acontece el 25 de noviembre de 1520.
Múltiples son las circunstancias, y por ende múltiples las
evocaciones, desde las que podemos ubicar la importancia trascendental que
rodea aquel paso. Ya, sin más la grandeza de quienes fueron capaces de
visualizar basta con el proyecto de tamaña proeza, ha de servirnos de manera
ineludible para enfrentarnos de manera redundante a la constatación de la
premisa aquí hoy ya revertida en base a la cual, efectivamente, otros eran los
pensamientos que alumbraban los sueños de aquéllos a los que ya por entonces
otros llamaron locos.
Porque sí, evidentemente ya por aquél entonces el lastre taciturno con forma de envidia,
ya enmarcaba los pensamientos y las obras de cobardes y frustrados que
inexorablemente, como una lacra lasciva, necesitaban de ver refrendada en el
fracaso de los demás, la miseria de sus propias miserias.
Contra esta realidad, impulsada en los resquicios de
múltiples voluntades, algunas de las cuales se ocultaban tras las formas más
insospechadas, y muchas de las cuales igualmente portaban el hábito de la
voluntad generalizada de la ausencia de novedades, hubieron de enfrentarse Elcano y Magallanes, a finales del
primer cuarto del siglo XVI, momento en el que comienza nuestra exposición.
Precursores de una expedición sin marco capaz de ubicarla, y
sin comparación posible dentro de los esquemas de la época, lo cierto es que la
aventura en la que se vieron
enrolados Fernando de MAGALLANES i
FALEIRO, en portugués antiguo Fernando de Magalhanes; y Juan SEBASTIAN ELCANO, construye sin
duda una de esas épicas que, ayudan a
enmarcar en su justa medida la especial capacidad del Hombre como algo capaz de ir siempre más allá.
Ateniéndonos a aspectos mucho más objetivos, lo cierto es
que tan solo la expedición del propio Cristóbal COLÓN puede aportar un cierto
grado de sincretismo a la hora de tratar de establecer un marco, un
paralelismo, dentro de la necesaria operatividad que maneja el cerebro a la
hora de hacerse con el bello esfuerzo; a saber estableciendo nexos con
elementos que resultan al menos en apariencia, similares. Es entonces cuando
aparece la comparativa, y a la sazón cuando nos hacemos eco también de los
parecidos.
Porque dentro de semejante prerrogativa, resulta obvio que
las diferencias son en la práctica muchas más que las similitudes, y sin duda
éstas se ven incrementadas exponencialmente si nos atenemos a criterios neta
y/o absolutamente objetivos. Mas en cualquier caso, y como el componente
subjetivo es necesaria y afortunadamente irremplazable, lo cierto es que desde
la ferviente y libre interpretación, bien podemos establecer otra case de
vínculos, por ende incontestables.
Porque si para abordar tanto la cuestión, como sus
posteriores consecuencias claro está, nos detenemos en el hecho irremplazable,
a la par que mitigador, en base al cual en la base de todo se halla el
nombramiento de MAGALLANES por parte del Rey Carlos I como Maestre Especiero, una especie de cargo destinado a confeccionar el
marco teórico sustitutivo de cara a salvar el nombre a su majestad toda vez
que no se trata sino de la constatación evidente de una especie de victoria moral de Magallanes el cual ya
en 1517 había presentado a la Corona un
detallado plan cuyo esquema y sucinto resumen pasa por la habilitación
de una serie de maniobras destinadas finalmente a localizar al ansiada Isla de las Especias.
Constituye así pues éste otro de los plausibles y numerosos
vínculos que se pueden establecer entre la expedición MAGALLANES
ELCANO , y por supuesto la de COLÓN. Vínculos
todos ellos que adquieren mayor relevancia una vez que despejamos la duda sobre
la cuestión emotiva qué duda cabe, pero infantil a la par que remota, de que
COLÓN no tuvo en realidad consciencia de sus logros.
Tal es así, que de otra manera resulta complicado, cuando no
casi imposible, ubicar en un contexto lógico las posteriores expediciones de
COLÓN, sobre todo la tercera y siguientes; si para ello no nos hacemos eco en
la necesaria a la par que si se analiza casi simple teoría de que lo que
buscaba era el ansiado paso hacia las indias, a saber hacia las especias.
Y por y para ello, navegó más y más hacia el sur. Pero el
infortunio, o quién sabe si los insuficientes medios técnicos con sus
respectivos correlatos en la náutica, haciendo ganar adeptos a los que
consideramos que fue sin duda un adelantado a su época, le llevaron a caer
presa del sórdido miedo que a título precursor resulta del miedo al fracaso.
Por ello es como si aquélla semana del 25 de noviembre de
1520, cuando se descubre el que será el primer canal navegable capaz de unir
finalmente el Atlántico con el Pacífico, muchas son las cuestiones que quedan
resueltas. Algunas de ellas comparables en intensidad y grado de convicción a
aquél otro “…y es así que en realidad, se mueve.”
Constatación pues de múltiples realidades, entre otras la de
los preceptos del Giro
Copernicano-Kantiano, lo cierto es que el descubrimiento y paso del que
denominaron “Estrecho de todos Los Santos” (por arriar en su “boca” el 1 de
noviembre), y que luego y definitivamente pasaría a denominarse “Estrecho de
Magallanes”; lo cierto es que fue aquélla una expedición que puso fin a toda
una época, en especial en lo concerniente a la duda relativa a “aquello cuanto
al Hombre le quedaba por conocer de su mundo.”
Fue como si la Primera Vuelta al Mundo, que es en lo que en
definitiva acabó convirtiéndose el episodio que hoy traemos a colación,
abstrajera al Hombre de su necesidad de seguir pensando, cegándolo en un sueño
de autocomplacencia del que no despertaría hasta el XVIII con la Ilustración.
Y en medio, la crisis del XVII. Guerras, la Peste, y toda
una serie de sinsabores y dramas destinados quién sabe si a recordar al Hombre
ese extraño pacto del que parece pender de manera necesaria la certeza vinculante que le lleva a cumplir con la
obligación de ir siempre más allá, presa de un hambre difícil de describir, y
tal vez por ello imposible de saciar, que nos convierte inexorablemente en lo
que somos.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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