Pocos han sido los acontecimientos que a lo largo de la
Historia han sobrellevado tan bien el paso de los años. Cincuenta años después
de la muerte de JFK, lo cierto es que obviamente no solo el hecho de su muerte,
sino esencialmente la manera en que ésta vino a producirse, redefinen, año tras
año, un escenario en el que las teorías de toda índole no solo se repiten,
evolucionan o incluso se ven superadas por otras de renovado calibre (tal y
como pasa con la expuesta en 2003 por el abogado Bar McClellan, según la cual
detrás del asesinato está nada más y nada menos que el vicepresidente Lyndon
B.Johnson); sino que para desgracia nunca tanto de propios como de extraños, lo
cierto es que cada vez la mera concepción de la Teoría de la Conspiración, adquiere no solo adeptos, sino
fundamentalmente visos de crédito.
En la base de semejante condicionante, y probablemente
registrado como uno de sus más importantes ingredientes, se sitúa aquello que
convierte al hecho en uno de los más atractivos de la Historia a la hora de
hacer del mismo un acontecimiento
internacional a saber, el comprobar año tras año cómo el grado de
verosimilitud de las teorías aumenta de manera directamente proporcional a como
lo hace la constatación del hecho de que absoluta ausencia de pruebas en
cualquier dirección, termina por devolvernos una vez más a la casilla de salida
proporcionándonos con ello poco más que el placer de haber ayudado a aumentar
si cabe el grado de simbolismo de uno de los acontecimientos más sugerentes de
la Historia, entonces además de acontecer en uno de los países que atesora, pese a quien pese, una de las
Historias más cortas de la Humanidad.
Y ha de ser necesariamente desde ahí desde donde
precisamente planteemos nuestro acercamiento no tanto a la muerte de Kennedy, como sí al largo y provechoso protocolo que acabó alzándolo como Presidente de los
Estados Unidos, al menos hasta la mañana de aquél veintidós de noviembre de
hace ahora cincuenta años.
Constituyen tanto la genealogía como la propia génesis de la Familia
Kennedy un
concepto propio y a la sazón de tamaña importancia, que de no ser tan alargada la sombra del hecho
conmemorado, sin duda nos hallaríamos ante uno de los acontecimientos más
importantes, cuando no transcendentales, de cuantos jalonan el insisto, escaso
bagaje histórico de la por otro lado tan orgullosa nación.
Aprovechando la licencia que hoy nos hemos otorgado para
ello, y en vista de la constatación más que evidente de que en el caso de
pensar que participando en otra más de las múltiples y sesudas disquisiciones
que a la postre se han generado, seremos capaces de aportar algo enriquecedor,
no haremos sino perder clamorosamente el tiempo; lo cierto es que el objetivo
que nos hemos marcado hoy pasa por aportar algo no tanto en lo concerniente al
asunto aparentemente central, como sí no
obstante al contexto que rodea todo el entramado.
Situamos así el origen de JFK en el desencanto propio no
tanto de los que hacen de los Estados Unidos el receptáculo de sus sueños; como
sí de los que se ven obligados a desembarcar en cualquiera de los puertos de
ese país.
Procedentes no tanto de Irlanda, como sí portadores del mensaje subjetivo que acompaña a cuantos
huyeron a finales del XIX de la Irlanda más terrible. El que sería patriarca de la rama americana de los
Kennedy, Patrick Joseph Kennedy, se asienta en los Estados Unidos de 1848
en un momento en el que tales precedentes, tal currículum, solo puede servir
para ser destinado a morir en la primera
línea de una Guerra Civil; o para hacerlo a cámara lenta en uno de los pelotones de carga física destinados a
concebir las obras públicas encargadas d restablecer aquello que fue destruido
por los anteriores.
Ante semejante panorámica, resulta comprensible la
dificultas implícita que puede derivarse a la hora de tratar de comprender el
proceso que llevó al clan a convertirse en uno de los más influyentes de la
Historia del Mundo y, sin ninguna duda de cuantos han transitado por el panorama político de Usa, al que han
permanecido adosados de una manera o de otra durante setenta años, lo que
supone en términos cuantitativos más de la cuarta parte de la Historia del
país; situándose precisamente en torno a la mejor época al respecto
precisamente la desarrollada por JFK como Presidente.
Mas si en pos de lograr no tanto una comprensión, como sí
una aproximación más adecuada, referimos que el plan diseñado por el abuelo de
JFK pasaba expresamente por la instauración de una Dinastía cuyo precepto
pasaba de manera evidente por conducirse frente tanto a los americanos, como
por supuesto respecto a todos los que tuvieran a bien mirar o preguntar, como
una verdadera familia real americana.
Se trataba de encumbrar a la Familia Kennedy al
elenco de lo que constituiría el primer paso de la verdadera Familia
Real Americana.
Si bien es cierto que el abuelo creyó verdaderamente en el
concepto de establecer una dinastía de gobernantes, en la que de hecho los
respectivos descendientes irían heredando el cargo, primero con su hijo, a la
sazón el padre de JFK, en un proceso que bien podría haberse extendido de
manera eficaz por el tiempo (no en vano y pese al estrépito del fracaso, los
Kennedy han estado directamente ligados a la política americana hasta 2009); lo
cierto es que la idea no es, verdaderamente nueva ni el intento constituye algo
verdaderamente original.
Así, según un documento que pocos parecen conocer, a la par
que entre aquellos que lo conocen, suscita una especie de asco reverencial, lo cierto es que “…así que una vez acabada la Guerra, un rumor corría por los cuarteles
del Ejército Continental. Tras la victoria ¿por qué no hacer rey a su jefe?
Muchas veces un caudillo conquistador había recibido la corona de manos de sus
guerreros; si el general Washington había vencido a Jorge III de Inglaterra,
justo sería proclamarlo Jorge I de América…”
Lejos de aminorar su intensidad por hallarse en un punto
aparentemente opuesto a cuantos parecían conformar la génesis de los Estados
Unidos, lo cierto es que la propuesta fue ganando poco a poco y en principio
sin parecer buscarlo adeptos, hasta el punto de llegar a la capa
Ilustrada que
conformaba el aparente orgullo teórico de la incipiente nación. Así, cuando el coronel Lewis Nicola, a la sazón
fundador de la
American Philosophical Society escribió la Carta de Newburgh (22 de mayo de 1782),
verdadero germen de la teoría en pos de la instauración de una auténtica
monarquía constitucional para los Estados Unidos con George Washington a la
cabeza, lo cierto es que la oferta fracasó sencillamente por lo airada de
la reacción del mismo propuesto. La oferta le resultaba tan embarazosa como
rechazable, suponiendo su negativa “la muerte de una idea monárquica para
Estados Unidos.” ¿O no?
Lejos de importarnos si el
abuelo Kennedy era o no conocedor de semejantes antecedentes históricos,
los cuales en cualquier caso lejos de quitar autoridad a sus pretensiones, en
realidad no hacían sino incrementarla al revestir, al menos en apariencia, con
una pátina de autoridad un argumento que de otra manera hubiera parecido poco
menos que chusco para la mayoría.
Mas en cualquier caso, a lo que tales disquisiciones sí
parecieron afectar fue al otro proceso aparentemente complementario pero,
evidentemente en realidad tan importante, el que pasaba por la conformación de
una Nobleza Americana.
Una vez abandonado el objetivo de la creación de una
verdadera Casa Real Americana, la supremacía del proyecto Dinastía Kennedy
pasaba ahora de manera inexorable por la recreación de un modelo de Burguesía
Americana con el cual reproducir sin escrúpulo ni miramiento alguno, los vicios
del gemelo sito en el Viejo Continente.
Con la vista siempre puesta en el trauma que supone la ausencia de verdadera historia, Patrick
J. Kennedy apostará entonces por la segunda
vía, a saber la que pasa, según el modelo europeo, por generar una
verdadera burguesía que, como ocurriera en Europa se encuentre así mismo
traumatizada desde su genética bien por la carencia, o bien por la pérdida, de
los valores propios de la sangre azul. Así,
siguiendo literalmente los preceptos referidos y dictados desde la Historia de
Europa, JFK se habrá de casar con una heredera de lo que en USA llamaban “de
dineros viejos”, la cual vendría a hacer las veces del hidalgo empobrecido que hubiera sido lo propio, de habernos
encontrado en Europa.
Y fue Jaqueline Bouvier la elegida para tal misión. Heredera
de una aristocracia que en Estados Unidos se traducía en “dinero viejo”, su
familia dilapidó una fortuna sin que ello impidiera a Jackie vivir en una
mansión con más de veinte sirvientes.
Ya en su primer año en la Casa Blanca dio
muestras de su gran capacidad, gastando más de cien mil dólares, algo que nadie
había ni tan siquiera soñado. Pero ese era
el precio que la reina ponía
entre cosas, para aguantar las cada vez más numerosas y evidentes infidelidades
de un JFK que ponía de manifiesto su grave
enfermedad sexual.
Pero ése era otro de los precios que había que pagar en pos
de mantener vivo El Sueño del Nuevo
Camelot.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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