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Se trata de una se esas múltiples cuestiones a las que sólo
un compositor podría contestar, y, como suele ocurrir con la mayor parte de los
que pueblan las a estas alturas ya variadas páginas; también en el caso que hoy
nos ocupa nuestro protagonista se ha llevado consigo a la tumba la respuesta,
si es que en el caso de Antonio VIVALDI, tal consideración fue en alguna
ocasión motivo de desarrollo, cuando menos de perder con la misma un instante
de su, qué duda cabe, valioso tiempo.
Un tiempo que, en lo que concierne a nuestro protagonista,
será sometido a diversas transcripciones, tantas como las que sean las
dedicadas a transcribir otras tantas las sin duda múltiples facetas de su vida.
Llegado este instante, importante el presente toda vez que
nos sorprende hablando de tiempo, resulta considerado señalar ya que es VIVALDI
un hombre que guardará una extraña relación con ese mismo tiempo, otrora flujo
vital del dios Chronos.
Es VIVALDI uno de esos extraños compositores que son
regalados con la ¿suerte?, de ser reconocidos abiertamente en vida. Su fama
trasciende el tiempo, y la forma, si bien sobre todo destacará no sólo por la
predisposición del público en general a concederle sus beneplácitos, como de
hecho así sucede, como en especial, y debidamente tenido en cuenta el hecho de
la cantidad de maledicencias y envidias que por otro lado levantará entre los
profesionales contemporáneos que, aparentemente al menos disputaban con él una
plaza, cuando no la fama.
Y precisamente ahí puede hallarse el principal motivo que
hemos de tener en cuenta a la hora de tratar de explicar la sorprendente desaparición que sufre tanto la biografía del
compositor, como en especial su obra, la cual resulta poco menos que desterrada
del catálogo de representaciones y consideraciones del respeto musical del Europa, hasta 1922. Como prueba, la primera
grabación de las archifamosas Cuatro
Estaciones, no se llevará a cabo hasta 1950.
Es VIVALDI un músico que al contrario de lo que viene
ocurriendo no ya con los de su generación, sino con la mayoría de todos los
considerados a lo largo de la Historia, sí conoce el éxito en vida. Semejante
hecho, además de proporcionarnos una excelente muestra de su especial
perspicacia, puede servirnos igualmente para comprender, si no para denotar
cómo la envidia de sus contrincantes contemporáneos va confeccionando una atmósfera
que se cifra en el hecho, que ahora ya no resulta anecdótico, sino más bien muy
esclarecedor; de que en vida fuera conocido como el cura rojo.
Es efectivamente VIVALDI otro más de esos casos que hace
honor a la costumbre generalizada según la cual el primogénito de la familia es
puesto directamente al servicio de Dios. Siguiendo tal consigna, Antonio De
Luca VIVALDI es ordenado sacerdote en Venecia, su ciudad natal, en la que había
venido al mundo un cuatro de marzo, concretamente de 1678. Semejante hecho, que
obviamente no ocurre por casualidad, no tendrá más que consecuencias positivas
para nuestro protagonista, si bien tales buenas
nuevas, no procederán de los vestigios que podrían o en todo caso serían
debidas, a una aparente normalidad.
Será Venecia, y más concretamente la de la segunda mitad del
XVII, una ciudad reconocible por su ansia versada en este caso en pos de
recuperar su prestigioso pasado perdido. Un
pasado que se recordaba con excesiva perseverancia, y que se tornaba en drama
cuando partía de la constatación de las glorias pasadas, aquéllas que se
perdieron cuando fue la Serenísima.
De aquellos tiempos nunca olvidados, en los que la ciudad
gozó de plena independencia cimentada fundamentalmente en su franca posición de cara al dominio del
comercio con oriente por su impagable posición en el Adriático, redundan
una serie de características, algunas de ellas del todo paradójicas entre las
que destacan la tenencia y disposición a tenor del pueblo, de una red de
teatros, museos, y teatros de la música, como sólo San Petersburgo podrá llegar
a tener, y para ello habrán de discurrir muchos años todavía.
Mientras tanto, la ciudad contará de manera fundamental para
lo que constituye nuestros intereses, con una incomparable red de casa de acogida, destinadas a albergar a
lo que se denominaban mujeres de vida
solícita. En los mencionados establecimientos se dotaba a tales mujeres,
pero sobre todo a las niñas que ingresaban al servicio de la institución, de
una sólida formación sobre todo en el arte musical.
Y precisamente en el más importante de estos
establecimientos, en Ospedale Della
Piet’a¸ desarrollaba su labor Antonio VIVALDI.
Del contacto con las excepcionales voces que en muchas
ocasiones salían de la institución, unido al hecho de que al año de ser
ordenado sacerdote, hecho que acaece en 1708; Vivaldi abandona la tonsura
alegando el efecto denostable de una no probada enfermedad pulmonar, cambiando
el contexto situacional de sus acciones ya que, sin abandonar sus funciones de
maestro de composición en La Piedad, no
es menos cierto que las mencionadas se verán complementadas, e incluso a menudo
superadas por sus acciones fundamentalmente destinadas en este caso a los
logros en materia de empresario musical.
Pero retornando al presente que Venecia vive en el momento,
las viejas glorias aludidas con anterioridad, comienzan a ser ya sustituidas a
principios del XVIII por un proyecto que encumbra a la ciudad en lo más alto de
la escala de ciudades turísticas de Europa. Ejemplo de semejante política está
en el hecho de que durante uno de esos años, todos los días fueron festivos.
Para ello, las representaciones artísticas, en especial de Ópera, tendrán un
papel fundamental. No en vano, la primera ópera de la historia, compuesta por
Monteverdi, había tenido su origen en Venecia.
En consecuencia, parece casi una obviedad que Vivaldi se
dedique también a la composición de óperas. Lo hará con notable éxito, creando
más de cincuenta obras de este tipo. De hecho, la primera, La Piedad en Otoño, se estrena hace ahora justo trescientos años.
Y la fama del compositor crece, y no lo hace sólo por sus
óperas. Vivaldi es, además de por todo lo
ya comentado, otro extraño caso en lo que concierne al hecho de conjugar
una extraña habilidad que le permite conjugar el éxito por igual cuando este
procede de composiciones corales, como de aquéllas estrictamente conformadas
por instrumentación.
No contento con ello, desarrolla su habilidad escribiendo
hermosos conciertos dedicados a instrumentos de viento que, estaban
prácticamente denostados del predicamento musical del momento. Y todo ello sin
olvidar por supuesto al violín, al que convierte en el rey del espectáculo. Crea para él una fenomenología única,
basada en la elaboración de un complejísimo proyecto musical en el que el
instrumento solista adquiere una función dentro del desarrollo musical que
rompe para siempre con lo anterior a la hora de describir lo que era hasta el
momento el vínculo entre orquesta y solista. A título descriptivo, hay quien
afirma que Paganini será un hijo lejano
de Vivaldi.
Nuevas formas, nuevos instrumentos. En definitiva toda una
forma nueva de proceder que termina por conformar un escenario tan innovador
que acaba por abducir con ello a nuestro protagonista, el cual termina desasistido,
abandonado y lo que es peor, olvidado, pasando sus últimos días en una Viena
que no se le comprende en tanto que
nada ni nadie puede decir qué hace en ella.
Por ello a su muerte, acaecida no sabemos si el 26 o el 27
de julio de 1741, no hace sino poner un lamentable punto final a un periodo de
decadencia incomprensible.
Será enterrado conforme a sus derechos, no adquiridos, sino
en este caso perdidos, en el cementerio “de los pobres” de la ciudad.
Su funeral tiene derecho a coro, en el mismo cantará un niño
de siete años que atiende al nombre de J. Haydn
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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