sábado, 2 de marzo de 2013

DE VIVALDI Y DE LAS MÚLTIPLES FORMAS DE LA PERFECCIÓN.


¿Qué momento era el más apreciado por un compositor? ¿El que acumulaba las dudas propias de no saber a qué carta quedarse junto antes de decidir qué camino tomar a la hora de comenzar una composición? ¿Aquél en el que, justo cuando acaba de sonar la última nota, la que pone fin a la interpretación el día del estreno, un tétrico silencio separa la gloria, del incipiente caos?

Se trata de una se esas múltiples cuestiones a las que sólo un compositor podría contestar, y, como suele ocurrir con la mayor parte de los que pueblan las a estas alturas ya variadas páginas; también en el caso que hoy nos ocupa nuestro protagonista se ha llevado consigo a la tumba la respuesta, si es que en el caso de Antonio VIVALDI, tal consideración fue en alguna ocasión motivo de desarrollo, cuando menos de perder con la misma un instante de su, qué duda cabe, valioso tiempo.

Un tiempo que, en lo que concierne a nuestro protagonista, será sometido a diversas transcripciones, tantas como las que sean las dedicadas a transcribir otras tantas las sin duda múltiples facetas de su vida.
Llegado este instante, importante el presente toda vez que nos sorprende hablando de tiempo, resulta considerado señalar ya que es VIVALDI un hombre que guardará una extraña relación con ese mismo tiempo, otrora flujo vital del dios Chronos.

Es VIVALDI uno de esos extraños compositores que son regalados con la ¿suerte?, de ser reconocidos abiertamente en vida. Su fama trasciende el tiempo, y la forma, si bien sobre todo destacará no sólo por la predisposición del público en general a concederle sus beneplácitos, como de hecho así sucede, como en especial, y debidamente tenido en cuenta el hecho de la cantidad de maledicencias y envidias que por otro lado levantará entre los profesionales contemporáneos que, aparentemente al menos disputaban con él una plaza, cuando no la fama.

Y precisamente ahí puede hallarse el principal motivo que hemos de tener en cuenta a la hora de tratar de explicar la sorprendente desaparición que sufre tanto la biografía del compositor, como en especial su obra, la cual resulta poco menos que desterrada del catálogo de representaciones y consideraciones del respeto musical del Europa, hasta 1922. Como prueba, la primera grabación de las archifamosas Cuatro Estaciones, no se llevará a cabo hasta 1950.

Es VIVALDI un músico que al contrario de lo que viene ocurriendo no ya con los de su generación, sino con la mayoría de todos los considerados a lo largo de la Historia, sí conoce el éxito en vida. Semejante hecho, además de proporcionarnos una excelente muestra de su especial perspicacia, puede servirnos igualmente para comprender, si no para denotar cómo la envidia de sus contrincantes contemporáneos va confeccionando una atmósfera que se cifra en el hecho, que ahora ya no resulta anecdótico, sino más bien muy esclarecedor; de que en vida fuera conocido como el cura rojo.

Es efectivamente VIVALDI otro más de esos casos que hace honor a la costumbre generalizada según la cual el primogénito de la familia es puesto directamente al servicio de Dios. Siguiendo tal consigna, Antonio De Luca VIVALDI es ordenado sacerdote en Venecia, su ciudad natal, en la que había venido al mundo un cuatro de marzo, concretamente de 1678. Semejante hecho, que obviamente no ocurre por casualidad, no tendrá más que consecuencias positivas para nuestro protagonista, si bien tales buenas nuevas, no procederán de los vestigios que podrían o en todo caso serían debidas, a una aparente normalidad.

Será Venecia, y más concretamente la de la segunda mitad del XVII, una ciudad reconocible por su ansia versada en este caso en pos de recuperar su prestigioso pasado perdido. Un pasado que se recordaba con excesiva perseverancia, y que se tornaba en drama cuando partía de la constatación de las glorias pasadas, aquéllas que se perdieron cuando fue la Serenísima.
De aquellos tiempos nunca olvidados, en los que la ciudad gozó de plena independencia cimentada fundamentalmente en su franca posición de cara al dominio del comercio con oriente por su impagable posición en el Adriático, redundan una serie de características, algunas de ellas del todo paradójicas entre las que destacan la tenencia y disposición a tenor del pueblo, de una red de teatros, museos, y teatros de la música, como sólo San Petersburgo podrá llegar a tener, y para ello habrán de discurrir muchos años todavía.

Mientras tanto, la ciudad contará de manera fundamental para lo que constituye nuestros intereses, con una incomparable red de casa de acogida, destinadas a albergar a lo que se denominaban mujeres de vida solícita. En los mencionados establecimientos se dotaba a tales mujeres, pero sobre todo a las niñas que ingresaban al servicio de la institución, de una sólida formación sobre todo en el arte musical.

Y precisamente en el más importante de estos establecimientos, en Ospedale Della Piet’a¸ desarrollaba su labor Antonio VIVALDI.

Del contacto con las excepcionales voces que en muchas ocasiones salían de la institución, unido al hecho de que al año de ser ordenado sacerdote, hecho que acaece en 1708; Vivaldi abandona la tonsura alegando el efecto denostable de una no probada enfermedad pulmonar, cambiando el contexto situacional de sus acciones ya que, sin abandonar sus funciones de maestro de composición en La Piedad, no es menos cierto que las mencionadas se verán complementadas, e incluso a menudo superadas por sus acciones fundamentalmente destinadas en este caso a los logros en materia de empresario musical.

Pero retornando al presente que Venecia vive en el momento, las viejas glorias aludidas con anterioridad, comienzan a ser ya sustituidas a principios del XVIII por un proyecto que encumbra a la ciudad en lo más alto de la escala de ciudades turísticas de Europa. Ejemplo de semejante política está en el hecho de que durante uno de esos años, todos los días fueron festivos. Para ello, las representaciones artísticas, en especial de Ópera, tendrán un papel fundamental. No en vano, la primera ópera de la historia, compuesta por Monteverdi, había tenido su origen en Venecia.

En consecuencia, parece casi una obviedad que Vivaldi se dedique también a la composición de óperas. Lo hará con notable éxito, creando más de cincuenta obras de este tipo. De hecho, la primera, La Piedad en Otoño, se estrena hace ahora justo trescientos años.

Y la fama del compositor crece, y no lo hace sólo por sus óperas. Vivaldi es, además de por todo lo  ya comentado, otro extraño caso en lo que concierne al hecho de conjugar una extraña habilidad que le permite conjugar el éxito por igual cuando este procede de composiciones corales, como de aquéllas estrictamente conformadas por instrumentación. 
No contento con ello, desarrolla su habilidad escribiendo hermosos conciertos dedicados a instrumentos de viento que, estaban prácticamente denostados del predicamento musical del momento. Y todo ello sin olvidar por supuesto al violín, al que convierte en el rey del espectáculo. Crea para él una fenomenología única, basada en la elaboración de un complejísimo proyecto musical en el que el instrumento solista adquiere una función dentro del desarrollo musical que rompe para siempre con lo anterior a la hora de describir lo que era hasta el momento el vínculo entre orquesta y solista. A título descriptivo, hay quien afirma que Paganini será un hijo lejano de Vivaldi.

Nuevas formas, nuevos instrumentos. En definitiva toda una forma nueva de proceder que termina por conformar un escenario tan innovador que acaba por abducir con ello a nuestro protagonista, el cual termina desasistido, abandonado y lo que es peor, olvidado, pasando sus últimos días en una Viena que no se le comprende en tanto que nada ni nadie puede decir qué hace en ella.
Por ello a su muerte, acaecida no sabemos si el 26 o el 27 de julio de 1741, no hace sino poner un lamentable punto final a un periodo de decadencia incomprensible.

Será enterrado conforme a sus derechos, no adquiridos, sino en este caso perdidos, en el cementerio “de los pobres” de la ciudad.

Su funeral tiene derecho a coro, en el mismo cantará un niño de siete años que atiende al nombre de J. Haydn

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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