No podemos, y por ello no dedicaremos un solo segundo,
tratar de añadir nada nuevo a la larga lista de biografías, y al por otro lado
inconmensurable catálogo de análisis a colación de sus obras, que sobre Juan
SEBASTIÁN BACH podemos observar.
Sin embargo, la conmemoración del aniversario de su
nacimiento, acontecido como todo el mundo sabe un 21 de marzo en este caso de
1685, sí que nos obliga a desarrollar un ejercicio de responsabilidad, poniendo
para ello todo nuestro empeño dirigido a deambular con el cuidado que la
ocasión merece, vigilando el no caer ni en repeticiones vulgares, ni en
fabulaciones pintorescas.
Sometidos a la tensión que sin el menor género de dudas
presagia semejante empresa, hemos de acudir a la salvaguarda humilde de
afrontar la misma a partir del ejercicio de análisis no de las realidades que
por tales, a la par que por objetivas, puedan y merezcan el regocijo de la discusión.
Por ello, saciamos nuestra sed de humildad mal digerida
acudiendo en pos del refugio conceptual que las realidades abstractas una vez
más ponen ante nosotros.
Es así que, hoy, osamos plantearos no una revisión, sino
otra más de las múltiples visiones que al respecto de BACH y su música podéis
encontrar, acuñada para la ocasión desde las múltiples perspectivas que sus
relaciones para con el contexto histórico del momento del que era
contemporáneo, le ofrecía.
Decir que la música de BACH es el resultado genial de una
mente genial es algo que, a estas alturas, no resulta humilde, sino bastante
vulgar. Por ello, hemos de ser un poco más exigentes, cuidando además de que el
resultado no parezca, ni por asomo, enturbiar la afirmación de la que hemos partido,
máxime cuando la compartimos sin el menor género de dudas.
Es la genialidad una aptitud exclusiva del Hombre. Si vamos
un poco más allá, podremos determinar sin excesiva licencia que, además, es una
capacidad que brilla de manera escasa en la especie, en tanto que se presenta igualmente en pocos individuos. De
manera que si queremos no caer ya en la tan anunciada como temida vulgaridad,
habremos de comenzar a exponer criterios que avalen semejante afirmación.
Decir que BAHC crea la Música, sería sin duda ir demasiado
lejos. Sin embargo, decir que tras su muerte, la Música pasa a ser un concepto mucho más ordenado, constituye en sí
mismo un concepto con el que si bien no todos tenemos que estar inherentemente
de acuerdo, sí que sin ninguna duda arrastrará más acepciones.
Y semejante convicción, parte de la observación de un hecho
que, en contra de lo que pueda parecer, contradice de base uno de los
principios fundamentales en los que apoyamos indefectiblemente el edificio de
nuestras afirmaciones. Tal concepto es el de asumir que, todos los hombres, y
por ende los músicos también, son el resultado de su tiempo, su lugar y su
época. En definitiva, de su contexto.
Sin embargo en el caso de Juan SEBASTIAN BACH, y es ahí
donde radica sencillamente su genialidad; semejante afirmación no es cierta.
Viene BACH a revolucionar
no la manera de componer, ni la de escuchar; ni siquiera la manera de
sentir la música. Viene BACH
a concebir una nueva manera de racionalizar
la Música.
Con BACH, la Música adquiere connotaciones científicas.
Semejante afirmación, ha de ser manejada con la misma
pulcritud con la que ha sido concebida. De lo contrario, permitiremos que la
tan temida vulgaridad ya mencionada, gane terreno convirtiendo en despectivas
el resto de afirmaciones que a partir de este momento podamos verter en tanto
que seremos los responsables de una cadena de acontecimientos cuyos resultados
puede que disten diametralmente de aquéllos que a priori han justificado una
vez más el tiempo que dedicamos al presente.
La Música es una creación exclusiva del Ser Humano, toda vez
que subyace a una recreación de las emociones profundas, las cuales por
definición son algo igualmente propio del Hombre. Mas es el de las emociones,
por definición, un mundo complejo, intangible y asimétrico; sometido además a
las continuas variaciones propiciadas por lo voluble de la opinión, y de sus
múltiples interpretaciones.
Es por ello que, en conciencia, hemos de afrontar el doble
reto de hallar un protocolo en el que concilien de manera fructífera los
esfuerzos simétricos de concebir una manera física de entender la Música; sin
que ello desencadene el drama que podría llegar a derivarse en el caso de que
nuestro proyecto degenerase en lo que podría interpretarse como un intento de
arrebatar a la Música su igualmente inherente característica emotiva;
asimétrica, subjetiva, adimensional y abstracta, toda vez que sometida en
exclusiva al capricho de la propia interpretación. Lugar donde radica
esencialmente su definición de subjetividad.
Se trata, en definitiva, de racionalizar la Música.
¿A alguien se le ocurre de verdad algún lugar, o algún
tiempo mejor para tal empresa, que en el XVIII alemán?
Es el XVIII europeo, el momento sin igual para concebir un
instante sin parangón a partir del que concebir, por primera vez, un mundo
nuevo cuyas perspectivas no procedan tan solo de la acumulación de meras
certezas procedentes de la necesidad del cambio; sino que por primera vez es
probable que desde que comenzara el segundo
milenio, tales prebendas tenían auténticos visos de estar revestidas de
algún grado de certeza.
Los múltiples cambios que habían hecho del motor dinámico lugar maravilloso, esto
es, El Renacimiento; los cuales inexcusablemente habían alumbrado el proceso de
superación de la oscuridad propia de la Edad Media , desembocaron no obstante y desde
luego de manera no menos cierta, en una inagotable sucesión de micro revoluciones las cuales en la
mayoría de los casos no llevaron a parte alguna y no por falta de razón, sino
más bien por la falta de un orden, de un método.
Además, el
racionalismo científico imperante en el XVIII constituye en realidad el
germen efectivo de un modelo constitutivo de una verdadera revolución que pasa
en este caso no tanto por la formulación de grandes o novedosos principios,
sino que más bien fundamenta su fuerza en la razón en si misma. O lo que es lo mismo, la certeza del éxito pasa
no por la confianza que se pueda o no tener en la bonanza de los principios,
sino que tal certeza pasa por la absoluta seguridad que la corrección de la formulación de tales principios, es esencialmente
absoluta.
Los grandes principios en sí mismos, o más concretamente el
espíritu que los promueve, ya habían sido formulados con la necesaria
anterioridad, al menos en lo que se refiere a su proyección física.
Así, muchos años a… Nicolás
COPÉRNICO había puesto literalmente patas
arriba el mundo, al tomar al asalto una de las pocas plazas fuertes que a
las concepciones previas le quedaban. Nos estamos refiriendo, sin ánimo de
extendernos, a la revocación definitiva de los modelos astronómicos, y a sus
consecuentes psicológicos propios, que ubicaban La Tierra como el merecido e inherente centro del universo.
Resulta que dependiendo de la adopción de modelo astral que
mayoritariamente se haga en una u otra sociedad, e incluso en una u otra época;
podemos y en virtud de ello debemos, extraer consecuencias que inexorablemente
vinculen a los hombres que a los mencionados les son propias, de cara a predecir sus comportamientos dentro de
determinados rangos referidos éstos sobre todo a la percepción que de campos
determinados tales como la observación del mundo, de la realidad; y la
imprescindible necesidad de extraer conclusiones al respecto; El Hombre de cada
época tiene.
Por ello, no resulta para nada aventurado afirmar no ya que
la revolución emprendida en el XVIII sea consecuencia inexorable del cambio de
modelo antropológico, sino que los cambios de paradigma que se reflejan de
manera irrefutable en condiciones tales como la aparición del mencionado
modelo, avalan por otro lado la preparación del ambiente imprescindible que
finalizará con la consecución de tal revolución.
De la capacidad que tengamos para comprender y en función de
ello trasladar la manera mediante la que un cambio en este caso aparentemente
solo físico, acaba por revolucionar los modelos conceptuales de toda una
sociedad, dependerá el éxito no ya del presente artículo, sino evidentemente el
triunfo de las tesis en el mismo manifestadas.
En contra de lo que viene siendo habitual en nosotros, de
entrada incluso la elección del protocolo es innovadora. Así, por primera vez
el camino es hacia arriba en la escalera. Esto es,
habremos de inducir de la observación de una característica propia de lo
cambiante del mundo material, una certeza proclive a ser instaurada como Ley en
el mundo de lo abstracto, de lo fijo e inmutable.
Y tal proceder, lejos de arriesgarnos a naufragar en el
mundo de los procedimientos, digamos que en lo que a nosotros se refiere, al
menos en el día de hoy, basta con revisarse a efectos de conceptualización. O
lo que es mejor, basta con pretenderlo a efectos de consideración ya que ¿No
supone la mera existencia del proceder en este caso, una muestra palpable del
grado de innovación que para la conceptualización del mundo supone?
Una revolución que por otra parte, es tan solo posible si
tenemos en cuenta los inexorables e irrefutables efectos que para el mundo y
sus consideraciones posteriores tuvo la presencia del otro gran protagonista del
momento traído hoy a colación, Immanuel KANT. El hombre que vino no a teorizar
sobre la revolución, sino que dotó al Hombre de los instrumentos de precisión
mental imprescindibles para que el desarrollo primero, y la comprensión después
de tales desarrollos, no fueran demasiado autodestructivos
para aquél que se enfrenta a la ímproba labor de concebirlos.
Se cierra así el círculo. Hemos dibujado el camino que
permite aproximarnos a la comprensión del Giro
Copernicano-Kantiano. Y lo que es más llamativo, sin duda nos encontramos
en condiciones óptimas si no para valorar, sí para comprender el grado de
impacto que tales consideraciones necesariamente hubieron de tener en su época,
toda vez que aún hoy son síntoma de controversia.
Es así que con Kant se formaliza no ya el Humanismo, sino
que se certifica su triunfo. Crítica de la Razón Pura , Y Crítica
de la Razón Práctica
constituyen en sí mismas, en su procedimiento formal, sin necesidad por
ende de entrar en consideraciones de más profundidad, la constatación
definitiva no ya de que otro mundo es
posible, sino que inexorablemente la búsqueda de tal mundo es una obligación
moral.
En semejante término, moral, redunda la constatación
definitiva del inexorable éxito de una revolución que al menos en sus
condicionantes teóricos ya ha comenzado (aunque todavía quede mucho para el
reflejo práctico). Una revolución que pasa por la certeza de que el Hombre ha
de recuperar, arrebatándoselo a la Religión claro está, la capacidad de la que
ésta se ha apropiado indebidamente, y que se muestra en la labor de juzgar a
los hombres y sus comportamientos, Decidiendo
según sus condicionantes expresos y la mayoría de veces alienantes, qué es lo
que está bien, y qué es lo que no es preceptivo de merecer tal consideración.
Y en medio, si no como catalizador, sí como referente
expreso, la Música de Juan SEBASTIAN BACH.
Una Música capaz como ninguna otra de conciliar en el Hombre sus dos naturalezas,
haciéndole sentir orgulloso de ambas, al permitirle mediante su disfrute,
comprobar que el todo es siempre mayor que la suma de sus partes.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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