Vivimos tiempos complicados donde los haya. La absoluta
certeza que aparentemente nos rodea, juega al escondite de manera protocolaria
con el miedo propio de reconocer que, en realidad, nuestra aparente búsqueda de
respuestas no nos sirve más que para
promover un cada vez mayor número de
incógnitas.
A lomos de nuestro nuevo caballo, nos lanzamos al galope
desenfrenado por la pradera aparentemente despejada presos de la convicción de
que, o bien lo sabemos todo, o en cualquier caso estamos dotados de las
herramientas adecuadas que nos permitirán acceder a todos y cada uno de los
conocimientos que en cada caso nos resulten útiles, bien porque nos resulten
necesarios, criterios éticos; o bien porque acercarnos a ellos nos resulte
sencillamente atractivo, atendiendo en este caso a un mero sentido estético.
Y es entonces, cuando nuestro cerebro y nuestros sentidos
galopan en medio del desenfreno de la autocomplacencia y la gratitud; cuando
más difícil se hace comprobar que incluso el cielo tiene puertas. Una vez más,
el Ser Humano, o más concretamente su parte histórica, ha de acudir a rendir un
antiguo tributo, aquél que precisamente por repetido es no menos cierto; el que
no por indeseado olvida presentarse. Porque esa es precisamente su esencia. Nos
estamos refiriendo precisamente al criterio cíclico de los Grandes
Acontecimientos Humanos.
Que la Historia es cíclica, y que aparece jalonada de
episodios que, en base a las características específicas de diferenciación
temporal y cultural; bien podrían establecer marcos de absoluta repetición; es
algo que no sólo está aceptado, sino que incluso el Común parece aceptarlo. En
base a ello, la localización de determinados fenómenos, nos permitirían ordenar
acontecimientos, llegando incluso, en el caso de una interpretación un tanto
optimista de la teoría, a poder estableces canales a partir de los cuales
estableces marcos de predicción en los grandes movimientos de pensamiento de la
Humanidad.
Aceptando tales canales, y las ya comentadas correcciones de
carácter cultural e histórico; podríamos establecer unos patrones en base a los
cuales la aparición de determinados acontecimientos ya conocidos en tanto que
observados en otras épocas, nos permitirían predecir en la nuestra líneas de
pensamiento y actuación.
Llegados a este punto, seguro que a casi nadie se le escapa
la certeza o casi la convicción de que nos encontramos en un momento de cierre
de ciclo. La Historia que nos rodea confeccionando nuestro presente, se muestra
ante nosotros bloqueada, espesa. El progreso, ya sea este científico,
tecnológico o mental, permanece en estado latente dormitando desde hace unos
pocos años, precisamente los mismos que hace que el Sistema acuñara ese término
dantesco que todo lo cubre. Seguro que sabéis de lo que os hablo. De la Crisis.
La Crisis ha dejado de ser económica. O mejor dicho, la
crisis lo envolvió todo. La moral, la ética, la política…las relaciones entre
padres e hijos. Se adueñó de todo, y lo hizo de manera silenciosa. Entró a
hurtadillas en nuestra vida. Primero se sirvió de ese gran Caballo de Troya que
fue la autocomplacencia propia de una generación que aparentemente lo tenía
todo ganado, a la par que se quedaba sin nada por lo que luchar, sin una
motivación por la que seguir moviendo el mundo. Luego se hizo directamente con
el control, amparada en este caso en el letargo propio del tedio y la apatía
primero, que son las dos emociones que en mayor cantidad se encuentran ahora; y
que irreversiblemente conducen al miedo propio de la inseguridad que se
manifiesta después.
Y la prueba de lo que digo, se encuentra precisamente en
eso, en las ideas, o más concretamente en la forma y los medios que tenemos
para expresarlas. A partir de la invención de la Imprenta de Caracteres
Móviles, el Ser Humano tuvo a su disposición un medio verdaderamente útil de
expresar sus pensamientos. Por primera vez los pensamientos, motores del cambio
y de la revolución, no morirían con su autor, sino que perdurarían en el
tiempo, fruto de la seguridad que proporciona la convicción que se tiene de
saber que lo que se dice es de verdad útil. Por eso, en el Siglo XVII, los
libros se imprimen en Lino de Játiva, un
material exclusivo, propio de los telares de Valencia, en los que se urde en el
más preciso de los sentidos de la palabra, un firme que contendrá con preciosa
perfección pensamientos que incluso hoy, siguen siendo útiles. Y lo hace con la
seguridad y la prestancia del primer día, conformando con ello una unidad indisoluble,
en la que el libro resultante es tan robusto en términos de composición
material, como de contenido ideológico.
Por el contrario hoy nuestra aportación cierta a los
catálogos del mundo es de tan baja calidad, que sólo la expresión efímera le
hace cierta justicia. El Lino de Játiva,
que hacía resistentes a los libros en épocas superiores a los cuatrocientos
años, ha sido superada en el mejor de los casos por la celulosa, cuya
duración no va más allá de los ochenta años en el mejor de los casos; cuando no
es directamente presa del mayor de los primores, el de la propia realidad
virtual que le confiere este estado, el de mensaje no impreso, que en
consecuencia puede morir, si no lo hace abiertamente en el momento en que tú
tengas a bien decretar su sentencia apagando esa, como todas las máquinas
infernal o cuasi mágica según el uso que la demos.
Decía Aristóteles que la Virtud ha de ser buscada en los
términos equilibrados. Por ello, a saber entre las certezas atemporales que nos
ofrecieron aquellos cuyos mensajes a largo plazo no supimos o no quisimos
entender; y lo adictivo de los efímeros planteamientos de atar perros con
longanizas que nos traen estos sobre los que hemos depositado nuestra confianza
en forma de mayorías absolutas incontestables, personalmente creo habrá otra
forma de hacer las cosas. Mas como ocurre y ha ocurrido a lo largo de la
historia, la razón no es en este momento bienvenida a esta casa, una casa en la
que ahora ese espacio está ocupado por la complacencia y el escarnio, cuando no
abiertamente por la sed que proporciona el querer cobrarte viejas cuentas.
Es por ello que, llegado este momento, habremos de citar de
nuevo aunque ahora por última vez al Viejo que custodiaba el puente por el que
Zarathustra pasó tantas veces. La primera vez fue premonitoria: “te recuerdo o Zarathustra. Subiste a la
montaña arrastrando contigo las cenizas del valle. Ahora recuperas tu sitio en
el Valle llevando en los ojos el fuego de la montaña. Recuerda
o Zarathustra. ¡A los incendiarios se
les condena¡
Hoy no sabemos qué es peor, si la de nuevo clara existencia
de elementos realmente dispuestos a
volver proponer la quema en medio de las
plazas, o por el contrario la constatación manifiesta de que ya no hay
nadie realmente dispuesto a dejarse quemar por aquello que verdaderamente
merece la pena. No ,
que nadie se disculpe, ni sienta necesidad de ocultarse a la cuestión inquisitorial.
Lo verdaderamente terrible subyace a lo anterior, y no se
muestra sino en la certeza de que a día
de hoy, parece verdaderamente como si no quedara ninguna Idea que
verdaderamente tenga la menor posibilidad de trascender, llevando consigo a
aquél que la iluminó.
Es, efectivamente ésta, la prueba definitiva de que vivimos
sin duda tiempos oscuros. Mas en este
caso la oscuridad no procede de la densidad de las certezas, la cual no dejaría
en principio, a modo de vegetación en la Selva Ecuatorial ,
dejar pasar los rayos de sol. La realidad es que la oscuridad procede de la
constatación efectiva del vacío. Un vacío que no deja lugar al que aferrarse.
Un vacío que eleva lo tenebroso a un nuevo grado.
“Vivimos tiempos
vacíos, llenos de un peligroso Relativismo Absoluto”. Así sentencia, como no puede ser de
otra manera, la que a la sazón será la última Encíclica
publicada por el a día de hoy todavía
poseedor de las responsabilidades petrinas en el Vaticano. Constituiría
toda una paradoja el que a día de hoy, podamos llegar a coincidir en algo. Si
yo no he abjurado de mis principios, a lo mejor es que ha sido a él a quien han
llevado a abdicar de sus ideas. Por eso, seguro que después de todo, amén de criticarla, al final seamos los
ateos los más preparados a la hora de entender
la renuncia del Papa.
En esencia y por encima de todo, como dijo Dumas todas las heridas duelen, la última es la
que en realidad mata.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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