sábado, 24 de noviembre de 2012

DE LA MUJER COMO ETERNA FUENTE, (DE DISCUSIONES, DE PROGRESO)


Me enfrento de nuevo a la extraña tesitura que para mi supone el tener que ver cómo aspectos esenciales de la vida, que en principio habrían de resultar incuestionables, necesitan en realidad de la fijación de días especiales que resultan no están para reforzar la autoridad, muchas veces natural del hecho referido. Por el contrario, tal hecho no parece sino poner de manifiesto la paulatina pérdida de actualidad del objeto referido, hasta el punto como digo de hacer no ya necesario, sino imprescindible, la celebración de tales fechas.

Aclarada así ya mi postura de arranque, puede ahora decirme alguien a su vez, de una manera lógica, qué sentido tiene, o más bien cuáles son las implicaciones que en realidad subyacen, al hecho de que necesitemos declarar oficialmente un Día Internacional de la Mujer, o incluso, yendo si cabe más allá, un Día Internacional contra la Violencia de Género.
Que nadie malinterprete mis palabras. De las mismas no ha de concluirse sino mi absoluta convicción de que, al igual que no hace falta reconocer un día internacional del latido del corazón sin que ello signifique menospreciar un hecho natural sin el cual la vida resulta imposible, a mi entender tampoco habría de resultar lógico reseñar los días arriba mencionados, los cuales a mi entender se refieren igualmente a hechos igual de imprescindibles para la vida. Al menos para la vida plena.

¿No será entonces que la necesidad de hacer tales diferenciaciones supone la aceptación explicita de que nuestra sociedad está enferma?

Vivimos un presente complejo. Un presente en el que además, la velocidad a la que los hechos de toda índole transitan, conforman un entramado en el que todo se encuentra relacionado, de una  u otra manera. De esta manera, las contradicciones estructurales que a menudo nos rodean, limitando nuestra manera de pensar, de sentir, y por ende de vivir; no son evidentes, sino más bien inevitables. Así nos encontramos con que la excesiva maquinación en la que hemos convertido nuestra existencia, expulsa fuera de nuestra círculos de pensamientos a realidades que hasta hace no mucho tiempo, constituían elementos que no ofrecían discusión, que no aceptaban réplica. Eran conceptos absolutos, que conformaban de manera evidente no tanto nuestra manera de pensar, como más bien nuestra manera de vivir.

Si dedicamos unos instantes a reflexionar sobre el papel de la Mujer en el Mundo, o en la Historia, más pronto que tarde habremos de asumir que las diferencias que podamos constatar a la hora de valorar las diferencias en la dialéctica Hombre-Mujer, responden, salvando las que procedan de las diferencias objetivas, procedentes éstas de la diferenciación natural; se encuentran cifradas dentro del rango de parámetros propios a lo subjetivo, en tanto que proceden de la interpretación, no ya de la observación científica de los acontecimientos.

Fruto de tal constatación, habremos de comprender la diferenciación, o más concretamente la evolución que la misma ha experimentado, procediendo con una revisión de los tiempos y los marcos que la visión al respecto del papel de la mujer, ha experimentado con el tiempo.

Si nos remitimos a tiempos inmemoriales, esto es, a los previos a la Historia, comprenderemos que es en lo mitológico, donde éstos se apoyan. Haciendo de la narración oral de leyendas la fuente válida de la Historia de estos Pueblos, constatamos en la mayoría de ocasiones, así como en lugares confines los unos de los otros, que estas culturas, abrigadas por los orígenes de la Historia, concitan verdadera adoración por la mujer, en la medida en que su papel creador natural, canalizado a través de la maternidad, aporta a tales sociedades su primer contacto para con un ente creador. De ahí lo aparentemente necesario de dotarlas de un cariz divino.

Será el surgimiento de la Cultura Clásica, primer germen de complicación social, el que marque el fin de la dominación conceptual de la mujer. Grecia y Roma consolidan el vertiginoso camino que la relación Hombre-Mujer habrá de transitar. Una relación difícil, en tanto que parece como si la misma hiciera necesario la destrucción de la una, en pos del reforzamiento del otro.
A pesar de ello, la mujer en Grecia casi públicamente, y en Roma privativamente, sigue conservando algo más que un poder, se trata de una autoridad, que fluye de orígenes naturales, para manifestarse en la innegable condición de que las familias son abiertamente matriarcales.

Sin embargo es la Edad Media, y su evidente cesión tanto de autoridad como de poderes a favor de la Iglesia, especialmente de la Católica, la que manifiesta de manera expresa el aparente vínculo que existe entre evolución social, y desnaturalización de los vínculos existentes entre Hombres y Mujeres.
La Iglesia Católica tiene sin duda un Plan. Un plan que pasa por la interpretación para nada descabellada de metáforas como la de Eva tentando a Adán, lo que convertirá a la Mujer en la precursora de todas las perdiciones.

A partir de ahí, la lucha ha sido constante, si bien hasta hace poco tiempo, hubo de ser igualmente silenciosa.

El Renacimiento trae consigo, como en la mayoría de los casos, una mejora no sólo en las condiciones de vida, sino que el caso que nos ocupa no sólo permite, sino que abiertamente suscita, un cambio en la mentalidad. Así, la decidida apuesta por La Ciencia o El Arte, concita nuevas necesidades que permiten a la Mujer vincularse de una manera directa con el ejercicio de realidades más proclives a sus capacidades. Se supera así el lastre que el medievo había impuesto, según el cual la mujer sólo servía para ser objeto del amor caballeresco cantado por los diversos Mesteres, o para purgar en un convento el eterno pecado que lleva ligado a su existencia.

Pero será la Revolución Industrial, y más concretamente para el caso que nos ocupa el movimiento cultural que le es propio, a saber el Romanticismo, el que no tanto libere a la mujer, sino que comience a devolverla al lugar que le es propio, y que nunca debió dejar que le arrebataran.
Si bien a priori los elementos que concitan el análisis de las potestades que el amor del romanticismo confiere a la mujer puede parecer no difieren mucho del amor al que cantaban trovadores del medievo; no es menos cierto que la vivencia del amor durante el romanticismo, convierte a la mujer en protagonista de este sentimiento, no necesitando de la participación de elemento externo alguno para su certificación. La Mujer ama libremente, pudiendo hacer objeto de ese amor a quien crea conveniente.

El Siglo XX se mostrará en este aspecto, destructivo, como ocurre en general en este periodo con todas las cosas.
No ya las dos Guerras, sino más bien el periodo de entreguerras, marcará un espacio por el que habrá de transitar un fenomenología social peculiar, en tanto que marcada por los efectos de las dos confrontaciones mundiales, que necesitará de descifrar el tiempo acorde a su nueva manera de interpretarlo. En términos políticos las dictaduras y los fascismos redescubren los placeres que parecen traer aparejadas las dictaduras. En los domicilios, la Mujer vuelve a ser relegada.

Y de ahí, a la actualidad, a la era digital, Una era en la que como suele ponerse de manifiesto con el estudio de las circunstancias, parece como si en la vuelta a los orígenes, aunque conlleve retroceso evidente, parece suscitarse la solución a todos los problemas.

En definitiva, del análisis de todo lo expuesto hasta el momento, parece detraerse la certeza de que de la lucha que la Mujer ha desarrollado por mantener unas veces, y definir otras, su posición en el orden de las cosas, podemos encontrar uno de los motores fundamentales que han alimentado el permanente fluir de la Historia de la Humanidad.

Ensalzada unas veces, rechazada y denostada la más de ellas, la Mujer en tanto que ella misma, ha desarrollado una lucha silenciosa, plagada de sinsabores y miserias, en la que sólo la certeza de la Razón impulsada por el Sentido Común, podía certificar un hecho, el que época tras época se renueva al comprender que la condición dialéctica del vínculo existente entre Hombre y Mujer es en sí mismo la constatación de que están por siempre condenados a entenderse.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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