sábado, 17 de noviembre de 2012

FÉLIX MENDELSSONH. DE LA ESTABILIDAD COMO MODELO


El viento azota nuestra mejilla. El ágil discurrir a nuestro derredor de los árboles que rodean nuestro devenir, amagan en silencio con descubrir en realidad la velocidad con la que todo transcurre a nuestro alrededor. Y en realidad nosotros no somos capaces de darnos cuenta de semejante hecho. En realidad, llegado ese momento, ya no somos capaces ni tan siquiera de comprobar que no vivimos nuestra vida, que no somos dueños de nuestros pasos, en este cada vez más rápido devenir, en este cada vez más impenetrable transitar.

Y entonces, la reflexión propia del conservadurismo se manifiesta como la decisión más revolucionaria que podemos adoptar.

Es muy probable que cercanas a las emociones descritas, anduvieran en todo momento las experimentadas por un siempre extraño Félix MENDELSSOHN.
Nacido en Hamburgo, el día de San Blas de 1809, podría decirse que el joven MENDELSSOHN estaba destinado, al menos en lo que concierne a su faceta de compositor y músico, a establecerse como el nexo descriptivo por excelencia del que sin duda habría de ser un maravilloso siglo XIX. Pero en cualquier caso, la realidad, taciturna algunas veces, pero inescrutable siempre, tenía sin duda otros planes. Y su cumplimiento requería de Félix unas contraprestaciones importantes.

Nacido en el seno de una familia judía convencional, todo hacía presagiar que los esquemático de los principios morales y prácticos que siempre le rodearon, en especial durante su infancia, harían de él un hombre de bien, sobre todo en lo que concernía al cumplimiento de lo que en principio habrían de ser sus aspiraciones, de seguir como decimos los preceptos del modelo judío que formaban parte de su condición. Nada parecía realmente fallar a tal respecto. Su padre, banquero para más seña cumplía, y hacía cumplir por extensión natural para lo concerniente a su familia, con todos y cada uno de los estereotipos con los que se ha tendido siempre a definir, cuando no a delimitar, los aspectos recurrentes de los modelos sociales. Y además en este caso, los hechos relativos a su abuelo, el magnífico filósofo Moses MENDELSSOHN, aumentaban si cave todas estas en apariencia tribulaciones.

Decir que en muchos casos el siglo XX no constituye sino una hermosa posibilidad destinada a rectificar los errores que se cometieron en el transcurso del XIX, puede significar a priori un alarde inquisitivo, destinado, como tantos otros, al desamparo del error, máxime cuando no resulta demasiado complicado discernir en el mismo un excesivo apego al incorregible compañero de viaje que supone la generalidad. Mas si somos capaces, o cuando menos pacientes, y nos concedemos en el caso concreto los segundos necesarios para alcanzar la imprescindible perspectiva que el asunto requiere, podremos alcanzar sin duda la conclusión en base a la cual tanto el asunto judío, como en especial la forma de enfrentarse a él, son dos cuestiones que en el caso que hoy nos ocupa se muestran por el contrario muy propensas a dotar de verosimilitud tanto al fenómeno, como a las cuestiones accesorias que consideremos necesarias para su correcto abordaje.

Es la cuestión judía, uno de los grandes asuntos pendientes de tratamiento, de los que aún hoy se huye, máxime en los tiempos que corren, y sobre todo, y de nuevo, en determinados espacios territoriales entre los que bien podríamos discernir, sin hacer excesiva salvedad, a Alemania.
Constituye el antisemitismo, una de las grandes heridas abiertas que todavía recorre de manera inquisitiva, la espina dorsal del gran saco de cuestiones pendientes a las que ha de enfrentarse Europa. La forma de acceder a los judíos, es para Europa una de esas ponzoñas que tiene en el olvido, en el intento de echar tierra sobre ello, su máxima fuente de energía. Y si Europa necesita realmente enfrentarse a ello, esta necesidad adquiere condición de imperiosa, si reducimos el espectro de nuestro análisis, y nos centramos en Alemania.

La relación de Alemania con el Pueblo Judío, parece recoger uno tras otro, todos los tópicos con los que la Sociedad, en definitiva el resto de Pueblo, han intentado siempre menoscabar la integridad del siempre complejo mundo judío. Perseguidos desde siempre, en especial desde la Edad Media, no resulta necesario un esfuerzo ímprobo para identificar en los comportamientos de el Común del XIX alemán, muchos de los eufemismos con los que se trataba de encuadrar a los judíos, siempre en pos de ocultar ese tabú que desde tiempos de los romanos, ya les caracterizaba por toda Europa, entonces el Imperio.

Y a todos y cada uno de esos caracteres, hacía gala la Familia MENDELSSOHN. El padre, banquero, parecía marcado ex profeso para seguir alimentando esa imagen de usureros destinados a promover y amasar la formación de riquezas a espaldas del verdadero trabajo. Lo que es lo mismo, la imagen de vagos malintencionados que amasan sus fortunas en la misma medida en la que arruinan al cristiano, otrosí modelo del trabajo en sus formas tradicionales, esto es, que resulta de las actividades agropecuarias, o cuando menos artesanales.
Además, y como si casi se pretendiera alimentar al monstruo, la leyenda al respecto crece hasta alcanzar límites incontenibles en tanto que la madre de Félix, es una mujer que atesora una Cultura casi ilimitada, de la que además se atreve a dar muestras continuas, entre las que destacan su ingente habilidad para el dibujo, así como para la poliglotía.
Y todo ello impacta, como no podía ser de otra manera, en el joven Félix. Un impacto que sirve para reforzar unas tendencias, a la par que matizará, o directamente delimitará otras. En cualquier caso, MENDELSSOHN será, mucho más que un resultado de su Tiempo, un producto de su condición específica.

En cánones similares a los de MÓZART, será también un niño prodigio. Sin embargo, al contrario que en el caso de el de SALTZSBURGO, Félix no contará, al menos no desde el principio, con el apoyo de su padre, quien como en principio parece lógico, confía en que su hijo se decida finalmente por una ocupación más previsible y por ende segura, que la de Músico.
No obstante, y a pesar de ello, un joven MENDELSSOHN, ingresa en Berlín en 1817 a las órdenes del ingente Carl Friedricht ZELTER, el cual no sólo influirá definitivamente en la forma presente y futura que de concebir la Música tendrá nuestro protagonista, sino que en realidad le acompañará como amigo hasta su muerte, acaecida en 1832, y cuyo hecho supondrá para el autor la constatación definitiva de que ser judío sí que supone, en realidad, un problema.
A la muerte de su amigo, MENDELSSOHN albergaba cumplidas esperanzas de quedarse con el cargo que éste había ocupado, al frente de la Singakademien de Berlín. Finalmente, no logra acceder al cargo. La versión oficial sitúa en la excesiva juventud, el mayor hándicap al que el compositor ha de hacer frente. Para ser más exacto, la excesiva renovación que tal hecho puede traer aparejada, parece que asusta a los eruditos miembros de la Academia, los cuales temen a las implicaciones de una más que previsible revolución. Sin embargo incluso los menos avezados ven en el lastre de la condición de judío, el último motivo que ha provocado la no designación al frente de la institución.

La situación se desborda, y desborda definitivamente a un Félix que ya comienza a dar síntomas de la enfermedad mental que en realidad ha acabado con la vida de incontables miembros de la familia a lo largo de las épocas. Sin embargo, lo que más molesta al Músico es comprobar la veracidad de los miedos que en su momento ya había manifestado uno de sus tíos el cual, precavido y primordial, había comprado el apellido BARTHOLDY con el que el propio MENDELSSONH había sido rebautizado después, cuando fue convertido al cristianismo protestante.

Todo este cúmulo de incidencias intrigan alrededor del Músico para conformar con ello una personalidad especial, sin parangón. Una personalidad que unidad al carácter prodigioso que él mismo alberga, sirve por ejemplo para protagonizar acontecimientos como el que desarrollará en torno a 1829 en compañía de su maestro, ZELTER. Nada más, y nada menos, que volver a interpretar LA PASIÓN SEGÚN SAN MATEO, de J.S BACH,
El hecho, ingente en tanto que en lo atinente a los medios técnicos que necesita, presenta además el condicionante de afrontar que la obra no ha vuelto a ser interpretada desde el fallecimiento del compositor alemán, en 1750.
Se vencen todas las dificultades, y el éxito alcanzado por el ejercicio, constituye la piedra de toque a partir de la que Europa y el Mundo redescubrirán al MAESTRO.
Como el propio Félix dirá en una de sus escasas alusiones a su genealogía: “resulta paradójico que tenga que ser un judío el que hay de redescubrir la más bella música cristiana”

Poco a poco, todo pasa factura. La quebradiza salud de MENDELSSOHN se resiente muy rápidamente. A ello ayuda sin duda, el conocimiento de la muerte de su querida hermana.

El 4 de noviembre de 1847, con 38 años de edad, la muerte acoge a éste ingente insatisfecho de la vida, que hizo de la permanente búsqueda, el motor de su existencia.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.



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