El viento azota nuestra mejilla. El ágil discurrir a nuestro
derredor de los árboles que rodean nuestro devenir, amagan en silencio con
descubrir en realidad la velocidad con la que todo transcurre a nuestro
alrededor. Y en realidad nosotros no somos capaces de darnos cuenta de
semejante hecho. En realidad, llegado ese momento, ya no somos capaces ni tan
siquiera de comprobar que no vivimos nuestra vida, que no somos dueños de
nuestros pasos, en este cada vez más rápido devenir, en este cada vez más
impenetrable transitar.
Y entonces, la reflexión propia del conservadurismo se
manifiesta como la decisión más revolucionaria que podemos adoptar.
Es muy probable que cercanas a las emociones descritas,
anduvieran en todo momento las experimentadas por un siempre extraño Félix
MENDELSSOHN.
Nacido en Hamburgo, el día de San Blas de 1809, podría
decirse que el joven MENDELSSOHN estaba destinado, al menos en lo que concierne
a su faceta de compositor y músico, a establecerse como el nexo descriptivo por
excelencia del que sin duda habría de ser un maravilloso siglo XIX. Pero en
cualquier caso, la realidad, taciturna algunas veces, pero inescrutable
siempre, tenía sin duda otros planes. Y su cumplimiento requería de Félix unas
contraprestaciones importantes.
Nacido en el seno de una familia judía convencional, todo
hacía presagiar que los esquemático de los principios morales y prácticos que
siempre le rodearon, en especial durante su infancia, harían de él un hombre de bien, sobre todo en lo que
concernía al cumplimiento de lo que en principio habrían de ser sus
aspiraciones, de seguir como decimos los preceptos del modelo judío que
formaban parte de su condición. Nada parecía realmente fallar a tal respecto.
Su padre, banquero para más seña cumplía, y hacía cumplir por extensión natural
para lo concerniente a su familia, con todos y cada uno de los estereotipos con
los que se ha tendido siempre a definir, cuando no a delimitar, los aspectos
recurrentes de los modelos sociales. Y además en este caso, los hechos
relativos a su abuelo, el magnífico filósofo Moses MENDELSSOHN, aumentaban si
cave todas estas en apariencia tribulaciones.
Decir que en muchos casos el siglo XX no constituye sino una
hermosa posibilidad destinada a
rectificar los errores que se cometieron en el transcurso del XIX, puede
significar a priori un alarde inquisitivo, destinado, como tantos otros, al
desamparo del error, máxime cuando no resulta demasiado complicado discernir en
el mismo un excesivo apego al incorregible compañero de viaje que supone la
generalidad. Mas si somos capaces, o cuando menos
pacientes, y nos concedemos en el caso concreto los segundos necesarios para
alcanzar la imprescindible perspectiva que el asunto requiere, podremos alcanzar
sin duda la conclusión en base a la cual tanto el asunto judío, como en especial la forma de enfrentarse a él, son dos cuestiones que en el caso que
hoy nos ocupa se muestran por el contrario muy propensas a dotar de
verosimilitud tanto al fenómeno, como a las cuestiones accesorias que
consideremos necesarias para su correcto abordaje.
Es la cuestión judía, uno de los grandes asuntos pendientes
de tratamiento, de los que aún hoy se huye, máxime en los tiempos que corren, y
sobre todo, y de nuevo, en determinados espacios territoriales entre los que
bien podríamos discernir, sin hacer excesiva salvedad, a Alemania.
Constituye el antisemitismo,
una de las grandes heridas abiertas que
todavía recorre de manera inquisitiva, la espina
dorsal del gran saco de cuestiones
pendientes a las que ha de enfrentarse Europa. La forma de acceder a los
judíos, es para Europa una de esas ponzoñas
que tiene en el olvido, en el intento de echar tierra sobre ello, su máxima fuente de energía. Y si Europa
necesita realmente enfrentarse a ello, esta necesidad adquiere condición de
imperiosa, si reducimos el espectro de nuestro análisis, y nos centramos en
Alemania.
La relación de Alemania con el Pueblo Judío, parece recoger uno tras otro, todos los tópicos con
los que la Sociedad, en definitiva el resto de Pueblo, han intentado siempre
menoscabar la integridad del siempre
complejo mundo judío. Perseguidos desde siempre, en especial desde la Edad Media , no resulta
necesario un esfuerzo ímprobo para identificar en los comportamientos de el Común del XIX alemán, muchos de los
eufemismos con los que se trataba de encuadrar a los judíos, siempre en pos de
ocultar ese tabú que desde tiempos de los romanos, ya les
caracterizaba por toda Europa, entonces el Imperio.
Y a todos y cada uno de esos caracteres, hacía gala la Familia MENDELSSOHN. El padre, banquero, parecía marcado ex profeso
para seguir alimentando esa imagen de usureros
destinados a promover y amasar la formación de riquezas a espaldas del verdadero trabajo. Lo que es lo mismo,
la imagen de vagos malintencionados que amasan
sus fortunas en la misma medida en la que arruinan al cristiano, otrosí modelo
del trabajo en sus formas tradicionales, esto es, que resulta de las
actividades agropecuarias, o cuando menos artesanales.
Además, y como si casi se pretendiera alimentar al monstruo, la leyenda al respecto crece hasta alcanzar
límites incontenibles en tanto que la madre de Félix, es una mujer que atesora
una Cultura casi ilimitada, de la que además se atreve a dar muestras
continuas, entre las que destacan su ingente habilidad para el dibujo, así como
para la poliglotía.
Y todo ello impacta, como no podía ser de otra manera, en el
joven Félix. Un impacto que sirve para reforzar unas tendencias, a la par que
matizará, o directamente delimitará otras. En cualquier caso, MENDELSSOHN será,
mucho más que un resultado de su Tiempo, un producto de su condición
específica.
En cánones similares a los de MÓZART, será también un niño
prodigio. Sin embargo, al contrario que en el caso de el de SALTZSBURGO, Félix
no contará, al menos no desde el principio, con el apoyo de su padre, quien
como en principio parece lógico, confía en que su hijo se decida finalmente por
una ocupación más previsible y por ende
segura, que la de
Músico.
No obstante, y a pesar de ello, un joven MENDELSSOHN,
ingresa en Berlín en 1817 a
las órdenes del ingente Carl Friedricht ZELTER, el cual no sólo influirá
definitivamente en la forma presente y futura que de concebir la Música tendrá
nuestro protagonista, sino que en realidad le acompañará como amigo hasta su
muerte, acaecida en 1832, y cuyo hecho supondrá para el autor la constatación
definitiva de que ser judío sí que
supone, en realidad, un problema.
A la muerte de su amigo, MENDELSSOHN albergaba cumplidas esperanzas
de quedarse con el cargo que éste había ocupado, al frente de la Singakademien
de Berlín. Finalmente, no logra acceder al cargo. La versión oficial sitúa en
la excesiva juventud, el mayor hándicap al que el compositor ha de hacer
frente. Para ser más exacto, la excesiva renovación que tal hecho puede traer
aparejada, parece que asusta a los eruditos miembros de la Academia, los cuales
temen a las implicaciones de una más que previsible revolución. Sin embargo
incluso los menos avezados ven en el lastre de la condición de judío, el último
motivo que ha provocado la no designación al frente de la institución.
La situación se desborda, y desborda definitivamente a un
Félix que ya comienza a dar síntomas de la enfermedad mental que en realidad ha
acabado con la vida de incontables miembros de la familia a lo largo de las
épocas. Sin embargo, lo que más molesta al Músico es comprobar la veracidad de
los miedos que en su momento ya había manifestado uno de sus tíos el cual,
precavido y primordial, había comprado el apellido BARTHOLDY con el que el
propio MENDELSSONH había sido rebautizado después, cuando fue convertido al
cristianismo protestante.
Todo este cúmulo de incidencias intrigan alrededor del
Músico para conformar con ello una personalidad especial, sin parangón. Una
personalidad que unidad al carácter prodigioso que él mismo alberga, sirve por
ejemplo para protagonizar acontecimientos como el que desarrollará en torno a
1829 en compañía de su maestro, ZELTER. Nada más, y nada menos, que volver a
interpretar LA
PASIÓN SEGÚN SAN MATEO, de J.S BACH,
El hecho, ingente en tanto que en lo atinente a los medios
técnicos que necesita, presenta además el condicionante de afrontar que la obra
no ha vuelto a ser interpretada desde el fallecimiento del compositor alemán,
en 1750.
Se vencen todas las dificultades, y el éxito alcanzado por
el ejercicio, constituye la piedra de
toque a partir de la
que Europa y el Mundo redescubrirán al MAESTRO.
Como el propio Félix dirá en una de sus escasas alusiones a
su genealogía: “resulta paradójico que
tenga que ser un judío el que hay de redescubrir la más bella música cristiana”
Poco a poco, todo pasa factura. La quebradiza salud de
MENDELSSOHN se resiente muy rápidamente. A ello ayuda sin duda, el conocimiento
de la muerte de su querida hermana.
El 4 de noviembre de 1847, con 38 años de edad, la muerte
acoge a éste ingente insatisfecho de la vida, que hizo de la permanente
búsqueda, el motor de su existencia.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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