En un tiempo inacabado toda vez que solo al presente
atiende, en un instante baldío, pues de todo sobre todo de vivencias se
encuentra privado, es cuando con más fuerza hemos de erigir nuestro clamor hacia
los que no nos escuchan, pues hacerse escuchar puede haberse convertido en la
última de las obligaciones, en el mayor de los privilegios.
Vivimos en una sociedad contradictoria. De hecho, la
paradoja se ha erigido en el común denominador llamado a consumir la práctica
totalidad de nuestra vivencia, de manera que de paradójico puede considerarse cualquier ejemplo destinado a
contener lo que otrora verdaderamente estuvo destinado a ser paradoja.
Constatamos así cómo día a día, la sociedad llamada a vivir en la permanente
excepcionalidad, acude con fervor a refugiarse en las rutinas: cómo a cada instante la realidad nos presta ejemplos
en los que la sociedad llamada a ser la más interconectada de la Historia, se
conduce de manera sicótica contra sus integrantes, reduciendo primero, aislando
después a sus miembros, abocándoles a un destino no por incierto menos trágico
(de ello da cumplidas muestras la realidad diaria) dentro del cual la nada es
no ya una conducta, cuando sí más bien un objetivo al que resulta lógico
tender.
Es por ello que cada vez que el Hombre se subleva contra sí mismo, cada vez que el caos
implícito en nuestro genoma (no en vano la insatisfacción es el motor sine qua non nuestra eterna apuesta por
el progreso no sería posible), hace saltar por los aires la ficción en la que nos hallamos sumido (ficción que reconocemos
como vida), se hace necesaria la
participación de seres superiores (antaño
llamados dioses, hoy reconocibles como genios) que a partir no ya de piezas
nuevas, como sí más bien del excelente conocimiento que del puzzle tienen, son
casi siempre capaces de reconstruir el mundo, dejándolo cuando menos operativo hasta que se desate el
siguiente drama.
Así, de drama en drama, transcurre la vida, incluyendo por
supuesto el devenir de cada uno, que a la sazón se erige en lo más importante,
patéticamente en lo más vital. Porque
no puede la vida ser reducida a la mera suma de vivencias, siquiera por el
mismo motivo por el que vivir ha de ser más que sumar momentos.
Nos falta algo, y el mero hecho de saberlo tiene que ser
motivo suficiente para condicionar el resto de nuestra vida pues no en vano de
exclusivo ha de considerarse el momento en el que la intuición revela a un solo hombre, en un solo instante, que nada
de lo que creía real en el fondo lo es, que todo lo que creía firme e hierático
(hasta el punto de depositar sobre ello todas sus convicciones) es en realidad
polvo en el tiempo.
Puede por ello que no sea una casualidad que quien
compusiera Sueño de una noche de verano, además
de ser justamente reconocido por los
siglos de los siglos gracias a la calidad de su propia obra; merezca en
realidad serlo también por haber sido el primero, quién sabe si el único,
capacitado para reconocer en la obra de Bach, la genialidad de un hombre
llamado a consumar en sus notas la disposición de cada instante, pues un
instante vivido en la emotividad de Bach consuma en el presente la certeza del
pasado vivido, con el futuro de la remota sensación llamada a hacer converger
la grandeza de lo que como potencial, aún conserva la totalidad de lo que está
llamado a ser.
Y Félix Mendelssohn-Bartholdy lo supo siempre. Por eso
cuando el 11 de marzo de 1829 contando a la sazón con veinte años se atreve a
dirigir La Pasión según San Mateo en
un concierto que ha pasado a la historia toda vez que reproduce vivamente los
cánones de lo llamado a ser considerado como propio del contexto ateniéndose al
cual el propio Johan Sebastian Bach podría reconocer no solo su obra, sino
fundamentalmente el contexto destinado a hacerla netamente comprensible;
podemos afirmar sin dejar el menor lugar al error que se cierra un ciclo que
había comenzado casi trescientos años, en este caso con La Pasión según San Juan.
Estrenada en la jornada de Viernes Santo de 1727, lo que convierte la presente referencia en
una mención expresa toda vez que nos faculta para celebrar el 290º aniversario
de tal hecho; la obra vino a revolucionar de manera definitiva no solo los
cánones musicales determinados a la par que contenidos en los compendios que
hasta ese momento cifraban de manera evidente lo llamado a ser una interpretación adecuada, de lo que
no. La cuestión parece obvia, y de tratarse de cualquier otra obra el
comentario no pasaría a mayores, pero hemos de tener en cuenta que no estamos
hablando de una obra cualquiera, estamos hablando de una Pasión, y ni siquiera de una pasión cualquiera, sino de la Pasión según San Mateo: llamada
genéricamente La Pasión, y reconocida
por el propio compositor como Mi Gran
Pasión.
Muchos son los condicionantes llamados a influir
notoriamente en el devenir de un compositor tras la composición de una Pasión. No en vano la decisión que lleva
a un compositor a embarcarse en tamaño proceso ha de tener sus causas en el
pasado, a la par que dispone las consecuencias en el futuro. Solo un compositor
con pasado puede tomarse en serio a
sí mismo hasta el punto de creer que merece postergar su recuerdo en el futuro;
y una Pasión es la mejor manera de
hacerlo. Eso es algo que incluso BACH sabía, y en el fondo creo que es donde
hemos de empezar a buscar si estamos convencidos de querer saber qué indujo al
músico de Eisenach a enrolarse en lo que metafóricamente puede considerarse una
expedición destinada a buscar los más recónditos paisajes. Una expedición
llamada a transformarse en reconocimiento si se ve coronada con el éxito; pero
que como ocurre siempre con el fracaso puede condenarte al más terrible de los
desasosiegos si no brilla el norte en tu rumbo.
No es el fenómeno de La
Pasión algo inventado por o para nuestro compositor. De hecho, tenemos
registradas pasiones desde el Siglo XV. Muchos son los grandes compositores
llamados a tener su gran pasión, e
incluso no resulta injusto decir que algunos compositores son tenidos por
grandes solo por la capacidad demostrada en lo concerniente a hacer traza solo en su pasión.
Pero todos estos se caracterizan, estribando a la par su
gran diferencia con BACH, diferencia que se certifica precisamente a partir de
la comprensión de la grandeza de La
Pasión según San Mateo, en el hecho de que la obra resulta suficiente para
inaugurar un nuevo espacio semántico dentro
del género de las pasiones; espacio creado ad hoc para contenerla, y que a día
de hoy podemos afirmar que sigue estando ocupado por tantas como una sola obra.
Eran hasta ese momento La
Pasión motete y La Pasión responsorio los dos procedimientos llamados a
contener todas y cada una de las disposiciones que de una u otra manera
albergarían la creación de cualquier obra destinada a convertirse en una Pasión. Aplicando una vez más el contexto como elemento llamado a
dispensar en última instancia la carta de valía, podemos afirmar que suficiente
era a la hora de contener los conceptos que como método de transmisión de
creencias (lo que en definitiva era toda vez que se hallaba dentro del fenómeno
religioso) los cuales transmitía con gran eficacia como prueba el éxito
obtenido por otras que sí se ubicaban en los parámetros antes referidos, tales
como la propia escrita por el compositor, siguiendo en este caso las palabras del
Evangelista Juan.
Sin embargo, los grandes progresos que en el capítulo de orquestación y música instrumental alumbraría
el Barroco, no solo no dejaban inmunes a Bach, sino que le disponían para ir más allá, no solo en concepción
de música estrictamente orquestal, sino en este caso innovando, al inferir la
grandeza de sumergir lo que hasta ese momento habían sido tan solo arias y corales
endeblemente zurcidos, dentro de un compendio concebido desde su gestación dentro de un todo en el que la coherencia y la
armonía se erigen en canal de conducción de un hecho que si bien está llamado a
ser tan solo el medio del que se sirve algo mayor; no es menos cierto que
termina por convertirse en algo necesario
esto es, en algo provisto por sí mismo de carta de naturaleza.
Porque no en vano La
Pasión según San Mateo posee relevancia en sí misma. Una relevancia que
afortunadamente fue vista por Mendelssohn, el cual nos la regaló, haciendo para
ello especial hincapié en las peculiaridades que tanto él como su hermana Funny
habían encontrado. Unas peculiaridades que van más allá de lo específico, y que
se brindan a manifestarse cuando la obra es
contemplada como un todo. Porque
ahí es donde radica precisamente no tanto la grandeza, como sí más bien el
método más seguro para que ésta no pase desapercibida.
Si hacemos lo que debemos, si nos acercamos a La Pasión según San Mateo de manera coherente a
como BACH la consolidó (pues en este caso se trata de algo más grande que una
composición normal); tal y como Mendelssohn nos la recuperó, descubriremos una
obra llamada a su vez a descubrir a los hombres; pues si tal y como Nietzsche
dijo en lo concerniente a mirar en el
abismo, puede darse la circunstancia de que el abismo también mire dentro del Hombre.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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