En el epílogo ya de una fecha unida a múltiples
consideraciones, atinentes todas ellas a causas imprescindibles para comprender
al Hombre del Presente, y quién sabe
si para presagiar al Hombre del Futuro; lo
cierto es que de todas ellas una consideración hábil podemos extraer: la
comprensión del pasado resulta a menudo imprescindible.
Acongojado cuando no presa de las tribulaciones propias del
que sabe de la importancia de las muchas conmemoraciones llamadas hoy a darse
cita, que el reconocimiento de la ignorancia generalizada que al mismo asiste
le condicionan a la hora de llevar a cabo la prédica en relación a aquella que
por ende con más desparpajo que certezas puede aspirar a comentar.
Es así que dejo a un lado la tentación que de ceder a los
deseos de cuando era niño habrían hoy de presagiar mi destino (es decir que no
acompañaremos a San Jorge en su tremenda aventura en pos del dragón), ni
acuñaremos argumento alguno en relación a si de verdad nuestro Cervantes y El Inglés murieron o no el mismo día
¡por cierto igual da que fuera o no un 23 de abril¡ (por una vez estoy
dispuesto a ceder a un convencionalismo, cierto es que porque no creo que de
cualquier otro modo La Humanidad hubiera
o hubiese aceptado unificar en torno a un único y además el mismo día, cuantas
celebraciones puedan llevarse a cabo en torno al tesoro que La Literatura representa para el Hombre.
Siendo cierto que hace tiempo que la infancia pasó a formar parte de la nostalgia, no lo es menos que
el deseo de volar, elemento indisoluble a cualquier recuerdo de cualquier niño
en cualquier lugar del mundo, hace presa en
lo concerniente a mostrarme una vez más dispuesto a comprobar la veracidad en
lo concerniente a las historias de dragones que cruzar los cielos atravesando
el brillo de la luna…
De parecida manera, soy lector. Y lo soy porque mi madre así
lo decidió. Es por ello que cada día, con la misma necesidad con la que
respiro, necesito acudir a las páginas de tal o cual manuscrito, convencido no
de que en el mismo encontraré la solución a problemas la mayoría de los cuales
habrán de solucionarse solos (malo si han de serlo por mis medios); como sí de
que la memoria de la que me dio la vida dos veces, la segunda cuando se empeñó
en transmitirme su pasión por la lectura, se verá reconfortada cuando vea que,
al menos en esto, sí he sido capaz de enriquecer el que fue su legado…
Pero la verdad es que también soy castellano; me gustaría decir que recio, si bien es ese uno de los
atributos a cuya mención solo puede aspirarse a título póstumo. Será por ello menester esperar.
Aunque lo que no necesita esperar, y de hecho creo que se
está haciendo cada vez más sensible a una buena revisión, es la evolución de lo que se está dando en llamar “El Hecho
Comunero”, y en especial de los acontecimientos que parecen haber servido
(quién sabe si solo de excusa) para darle forma.
Lejos de iniciar aquí una polémica en relación a la valía
histórica que los acontecimientos de Villalar 1521 pudieron o no llegar a
significar; lo cierto es que no ya la mera mención de los mismos, que sí más
bien la manera en la que tal mención se está produciendo este año, habría de
merecer por nuestra parte una siquiera sucinta revisión.
Aceptada cuando no asumida la tesis en base a la cual la
competencia o la importancia con la que determinados acontecimientos históricos
golpean en nuestra actualidad, está pertinentemente determinado en relación al
efecto que las tesis por los mismos
promovidas pueden llegar a tener a tenor de la lectura de esa misma actualidad
(lo que supone aceptar una forma de censura de la Historia según el momento que
la actualidad determine); no es difícil asumir la posibilidad de que la
intensidad con la que tal o cual hecho histórico resulta refrendado no dependerá
tanto del hecho en si, que sí más bien del aporte
que para el presente pueda suponer la mención, o el olvido.
En base a esto, definiendo como estables y en general productivos los últimos años, resulta fácil
de entender la evidente manipulación a la que hechos como la conmemoración
comunera se han visto sometidos por parte de las estructuras de poder.
La razón es sencilla, y a la sazón casi evidente.
Históricamente está demostrado que los periodos de calma no existen, o lo que
es lo mismo, la comprensión de la Historia ayuda a definirlos como plazos llamados a caducar en tanto que
separan momentos de crisis. De esta manera, podemos resumir los procesos
históricos como periplos convulsos y por lo general violentos, entre los que se
intercalan livianos instantes de cordura destinados no tanto a rememorar la
valía de los logros, como sí más bien a preparar las nuevas contiendas.
Conocedores por supuesto de todo esto, las estructuras de
poder traducidas en los modelos burocráticos y administrativos se empecinan en
crear ficciones destinadas a la doble misión de, por un lado, restar intensidad
y duración a los periodos en los que el siempre inherente conflicto es
evidente; ampliando por otro lado la ensoñación de que los cortos momentos de
paz que se intercalan no solo son más largos y productivos de lo que realmente
son, sino que además son más interesante (hablo siempre a título histórico).
Para lograrlo, las grandes estructuras han de emplearse a
fondo. Además, el terreno en el que se desenvuelven las estrategias que en este
caso han de entrar en juego no les es, por lo general, beneficioso. En primer
lugar han de contar con el factor emotivo. Es el de pertenencia, ante todo un sentimiento,
portador por ello de su propio código, y ajeno por ello a toda virtud de Razón (y no olvidemos que en los últimos
años es precisamente a lo razonable a
lo que toda acción política se refiere cuando necesita hacer sus objetivos
compatibles con la realidad). No pueden por ello extirpar de manera traumática la emoción, han de ser sutiles.
Transigirán, y lo harán de manera que el
sentimiento de pertenencia no solo no será excluyente, sino que resultará
además compatible; se puede así no solo ser nacionalista y estar en Política nacional, sino que además se
puede optar a militar en alguno de los llamados grandes partidos, sin necesidad de ocultar tal condición de tu currícula vital.
Emerge así pues la mentira en todos sus frentes o lo que es
peor, se erige en certeza de lo que a
partir de ahora habrá de ser tenido como propio en el ejercicio de la
Nueva Política. De
no ser así: ¿Puede alguien explicarme qué hacen algunos de esos grandes partidos reclamando hoy mismo una Castilla Comunera?
De uno u otro modo, lo cierto es que la valía de un acontecimiento histórico, depende en gran medida de
la permeabilidad que el llamado a ser
considerado presente guarde en relación a los hechos contextuales que
determinaron la condición de histórica del referido acontecimiento. O lo que es
lo mismo, el énfasis con el que tal o cual acontecimiento será traído a
consideración estará directamente determinado por las similitudes (igual da que
tales sean reales o ficticias) que el ente dominante pueda asumir entre el
momento presente, y el mentado.
¿Hace falta pues detenernos mucho más a explicar por qué un
mismo hecho histórico es obviado en unas ocasiones, y realzado en otras?
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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