![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQdqiGVYfTfnctlTWEmuPdt231vJ103aD5ZW1cajkci6kddXQnPO3IJasKfXUkxWglZT9TgETYWnGXXSQfoX3N0FHi28tWfAeWq00hYeAPXlXRqZ04kJ_gtrgCU8ynhi11EOnDXQ9JAhc/s640/JOVE.jpg)
Alcanza así pues JOVELLANOS un logro que, no por perseguido,
y seguro que no por deseado, se convierte no obstante en el epíteto de la
paradoja cuando sobre el mismo descansa la quintaesencia
de todo cuanto la historia nos demuestra que ha de llevarse a cabo,
precisamente, para merecer ser idealizado como modelo de buen español, a saber, concebir y desarrollar tu vida en
torno a una serie de valores, creencias y por supuesto convicciones la mayoría
de las cuales se encuentren meridianamente alejadas de lo que como por todos es
sabido constituye realmente el espectro
moral y a ser posible conductual de cualquiera que se identifique con el
condicionante de español clásico.
Lejos de suponer una contradicción, el conjunto indisoluble
que vienen a consolidar JOVELLANOS y sus vivencias, se erige rápidamente en un
ente que, precisamente por su plenitud, acaba
por mostrarse como la manera más eficaz de
cuantas a la sazón se han conocido para llevar a cabo la que hoy por hoy
supone, sin el menor género de dudas, una de las misiones más complicadas que
existen, a saber, la de diseñar un protocolo destinado a encontrar en la historia,
y por supuesto en el devenir del tiempo, una suma ordenada de conductas,
preceptos o consideraciones varias que, por encontrarse o repetirse a lo largo
de la misma acaben por erigirse en válidas a la hora de determinar qué es lo que ha significado poder definirse como español a
lo largo de la historia.
Porque lejos de suponer un principio sencillo, definir sin
caer en el problema de la controversia, o en el caos con el que cualquier
controversia nos amenaza; qué es lo que supone ser español, ha constituido a lo largo de los siglos,
acrecentándose se cabe en lo que concierne a los últimos decenios, una de las
más sinceras a la par que complicadas controversias de cuantas han despertado
ya sea de manera consciente o inconsciente, nuestro interés.
Nos encontramos ante un problema de tal calibre, que tratar de resolverlo por medio de normas o
procedimientos equiparables con lo que
llamaríamos “conducta normal” supone condenar, ya de entrada, todo el
procedimiento.
Y no porque hablar de España suponga dar curso a un problema que se agudiza sobre todo cuando los llamados a
hacerlo son españoles. No porque de
prevalecer la intención de llevar a cabo el proceso empleando métodos comparativos, más pronto que tarde hayamos de enfrentarnos a
la complejidad derivada de comprobar que es España uno de los países con mayor
presencia no solo cuantitativa, sino especialmente cualitativa, en la historia
del mundo. El verdadero drama se muestra ante nosotros en toda su extensión
cuando comprobamos que su naturaleza surge a partir de un comportamiento ecléctico devengado de la fusión de las
esencias presentes en las dos cuestiones anteriores, y de las disquisiciones
propias que se derivan de tal consideración. Así, el orgullo en principio innato que ostensiblemente se nutre
precisamente de la excusa que el factor historicista le proporciona,
acaba por volverse en contra del llamado a ser protagonista toda vez que los excesos de ego conducen al individuo
destinado a ser llamado ejemplo de
español a perecer en una suerte de sacrificio
propiciatorio del que es símbolo una especie de hoguera de las vanidades que bien podría estar alimentada por esa
institución que durante siglos, estuvo destinada precisamente a velar por la
preeminencia del buen español, labor
a la que se entregaba sin el menor reparo agudizando su instinto con el paso
del tiempo, un paso del tiempo que avanzaba en su contra pues se mostraba como
la prueba premonitoria de que su justificación histórica desaparecía con la
misma velocidad con la que se deslizan los granos de arena en el reloj.
De esta manera, y desistida toda actitud encaminada a la
consecución exitosa de nuestra meta por medios acumulativos, es por lo que nos
vemos obligados a desarrollar un procedimiento más complejo. Ubicaremos la
respuesta a nuestra pregunta por medio de las sensaciones que nos produce la
constatación de aquello llamado a considerarse como un comportamiento hostil,
toda vez que enfrentado a lo que cabria
esperarse.
No es sino una vez adoptada esta postura, que encontramos no
ya en los valores como sí más bien en la coherencia que para con ellos alcanzó
la conducta desarrollada por JOVELLANOS, las tesis llamadas a conformar cuando
menos los títulos de los capítulos destinados sin duda a entramar lo que
merecidamente habrá de constar en esa suerte de manual de instrucciones y usos al que bien podría acudir todo
interesado en ser y ejercer de “Buen
Español”. Habiendo leído previamente el a tal efecto escrito por D. Julián
MARÍAS, claro está.
Será entonces, una vez sometidos al efecto producido por la
calamidad de la que se hace predecesora tamaña contradicción, que comenzaremos
a tomar conciencia de la diáspora a la que respecto de nosotros mismos y por
ende de nuestro proceder, se pone de manifiesto cuando conductas como la prudencia, la mesura, el gusto por el
conocimiento (especialmente versado en el dominio de las llamadas “Ciencias
Útiles) y, en definitiva, la apuesta decidida por todo lo llamado a estar
considerado como progreso, anidaba en la emoción de JOVELLANOS.
Se erige pues, la contradicción, en el concepto que con más
fuerza describe lo llamado a conformar la esencia de este hombre sin par, destinado sin duda a encarnar
en sí la fuerza de lo que de haber infectado a cualquier otro mortal, en
afrentas y calumnias se hubieran, sin duda, tornado. Mas al contrario, será el
concepto en sí mismo, y la fuerza que, como en todo proceso dialéctico surge de
la propia confrontación, lo que alimenta la que es ya de por sí una ineludible batalla.
Batalla que enfrenta a JOVELLANOS contra la ignorancia que,
no gustosa tanto en sí misma cuando sí más en el beneficio que las autoridades
obtienen mediante su fomento; ha acabado por adueñarse de los españoles; o
contra la incoherencia que de forma no del todo inconexa con lo dicho de la ignorancia,
preconiza en este caso una España que se dice leal a un pensamiento religioso,
a la par que tiene que mantener una institución como la Santa Inquisición
empeñada, al menos en su origen, en velar por la pureza tanto de las almas como del proceso por las mismas implementado.
Es así pues, que la coherencia que hallamos en la
contradicción, es a la sazón lo que nos permite albergar alguna esperanza de
identificar no ya al español modélico, sino más bien al español digno de ser considerado moralmente bueno (como
más acertadamente diría JOVELLANOS). Un español orgulloso no tanto de lo que
es, como sí más bien de lo que su
herencia puede llegar “a hacer que sea”. Un español orgulloso de lo que
fue, que rinde tributo a lo que es. Porque como el propio JOVELLANOS dijo: “No
sacrificaré una sola generación de españoles llamada a conformar mi presente,
por mucho que así me lo requiera la esperanza depositada en las generaciones
futuras.”
Ese era JOVELLANOS, un hombre destinado a describir su
futuro, a base precisamente de poner de manifiesto las contradicciones que se
adivinaban en su presente.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario