Cuando
todavía resuena con estrépito en nuestras cabezas el recuerdo del éxito de
MOZART; y aún reconocemos sobre nuestro
rostro el rubor que las emociones a las que su convicción vital (tan
gráficamente expresada por medio de su música), nos ha hecho proclives.
Entonces es cuando más sentido adquiere, si por sí misma no lo tuviera, la entrada en escena de la que habrá
de ser considerada como la segunda personalidad a saber, Ludwig
van Beethoven.
Si
elegimos como adecuado para reconocer la valía de una época, un proceso que se
base en el establecimiento de una cuestión
lógica basada en la aceptación de que la proporcionalidad aplicable a
partir del número de genios que conviven de manera contemporánea en una época;
de la mera existencia casi concatenada de
dos de la valía de MOZART y BEETHOVEN habremos de extraer sin duda la
conclusión, cuando no la certeza, de que el
siglo XVIII se muestra, sin duda, como una época más que fecunda. En lo que
concierne a la opción igualmente lógica, la que por naturaleza emana de
considerar la pobreza llamada a describir en este caso la época que nos ha sido
dada… Bueno, en caso de querer perseverar con el razonamiento, en manos del
lector dejo las conclusiones, así como las consecuencias que de las mismas
puedan devengarse.
Dicho
esto, lo cierto es que en poco más que lo referido a la ya mencionada
concatenación temporal, y a la consideración que de genial han de recibir los sendos catálogos llamados a componer las
obras, es a lo que se reduce, cuando no se limita, la más que corta lista
llamada a contener las equiparaciones que entre MOZART y BEETHOVEN puede resultar de recibo llevar a
cabo.
Dicho
de otro modo, MOZART y BEETHOVEN no se parecían en nada. Pero lejos de suponer
tal afirmación un agravio, ni mucho menos la consideración morbosa llamada a
erigirse en detonante de cualquier tipo de carrera basada en la obtención de
recursos para poner de manifiesto tal o cual tópico; lo cierto es que si nos
concedemos el privilegio de valorar con la debida atención lo que viene a ser
el objeto de nuestra deliberación, podremos observar cómo la solvencia
conceptual de un siglo por otro lado absolutamente
caótico, y en muchos casos precario, alcanza un grado sin parangón en lo concerniente a la generación de entes brillantes.
Y
hasta ahí llegan las condiciones necesarias
a la par que suficientes a las que de un modo u otro habrá de aferrarse el
que se empecine en entender a cualquiera de estos dos genios por medio de un
proceso comparativo más que analítico.
Acudimos
a las palabras de Ronald KENDALL, conocido hombre
de negocios y a la sazón uno de los empresarios más admirados (no por nada
dirigió durante veinticinco años los designios de una empresa de la magnitud de
Pepsico), para señalar en el caso que
nos ocupa una de sus frases más célebres, y que a la postre parece poco menos
que hecha a medida a la hora de
encerrar en una sola frase, certera por ello hasta el límite, todas las
diferencias llamadas a convertir en inviable cualquier intento de comparación
entre ambos creadores:
“El único sitio en el que el éxito ésta
antes que el trabajo es el diccionario”.
Es
así pues BEETHOVEN no ya solo un músico, sino más bien un hombre, hecho a sí
mismo. Un hombre llamado a hacer buena la afirmación hecha siglos atrás por Miguel Ángel, en base a la cual la mayor virtud llamada a diferenciar al
verdadero escultor pasa por el desarrollo de la capacidad de ver su obra
terminada, allí donde otros solo aciertan a ver un trozo de madera, un bloque
de piedra.
A
eso, a un bloque sin pulir, es a lo máximo a lo que habría aspirado nuestro
protagonista, de haber tenido que amparar su capacidad para la música a las
consideraciones que del contexto lógico que conformaba su vida estaba dispuesto
a proporcionar.
Y
una vez más, la figura en este caso siquiera retórica de MOZART, se cruza en
nuestro camino. Pues si bien es cierto que serán los deseos que su progenitor,
Johann, alberga de que su hijo se convierta en otro niño prodigio, no es menos cierto que tal aspiración procede
de manera evidente del efecto que MOZART y su ingente capacidad logró causar en
toda una época. Un efecto indiscutible, inevitable, y que sin duda no será ésta
la última ocasión que dé señales de afectar de un modo directo al contexto que
en forma de consideración general habrá
de determinar la vida del que hoy llama nuestra atención.
Se
erige así pues su padre en el cincel que
siquiera metafóricamente habrá de convertir el bloque en estatua; y poco a
poco en este caso las clases y sin duda el trabajo, acabarán ahora sí por
alumbrar al que para muchos es el verdadero profesional
de los llamados a componer ese cuarteto del que directa o indirectamente
tanto se ha hablado, y de cuya comprensión (una comprensión que pasa por
entender sus vidas a través de sus composiciones), no cometeremos imprudencia
si damos un paso más, y tratamos de sondear la psicología de la época que les es propia, a partir de los efectos que
tales composiciones son capaces de inducir en nosotros. Porque si por algo
son geniales, no es porque su música aún siga siendo insuperable; si aún son
geniales es porque después de tanto tiempo, el Hombre del siglo XXI identifica su perdida humanidad con más solvencia
en el interior de las emociones de la escucha atenta de una combinación de
sonidos remota, que en la interpretación de las consecuencias que sus actos
presentes causan.
Así,
BACH descubre la música, MOZART la hace brillar, condenándonos a
recordar para siempre el dolor por la pérdida de lo que como humanos, nos es impropio; BEETHOVEN nos despierta del sueño en el que los anteriores nos sumieron, retornándonos
a nuestra condición de artesanos (la
que ya el Libro del Génesis nos
apunta cuando nos dota de la capacidad
para ganar el pan con el valor de nuestras obras), en tanto que habrá de
ser WAGNER el que después se bata en
duelo con la Divinidad, convencido de que como Prometeo demostró, “El Hombre
Moderno es viable por sí mismo”.
Tal
afirmación, en principio categórica, pero como muchas otras propensa a no ser
validada en una primera lectura precisamente
por la ausencia de ambigüedad a la que condena a todo aquel que se erija en
competente para asumir las consecuencias de derivan de su total y absoluta
comprensión; puede tan solo ser entendida en toda su magnitud si la afrontamos
desde el punto de vista del Hombre del
XVIII a saber, un hombre llamado a ser consciente del momento que le ha tocado vivir y lo que es más importante,
consciente de las consecuencias que conceptos tales como el de responsabilidad aportan para un Hombre
que está obligado a someterse al juicio que supone valorar el presente sabiendo
que es mucho más que el colapso de un pasado, precisamente porque ha
comprendido que tal vez por primera vez, el futuro es netamente prometedor. Y
si no lo es, al menos le quedará la satisfacción de saber que las causas ya sea
de su éxito o de su fracaso, han estado en todo momento bajo su absoluto
control.
Porque
ahí y solo ahí reside la excepcionalidad de la que merece ser objeto cualquier
consideración subjetiva desde la que queramos llevar a cabo el análisis del
momento que le es propio a BEETHOVEN.
LA ILUSTRACIÓN, índice categórico al que por antonomasia habremos de
rendir pleitesía cuando nos dispongamos a refrendar
éste o cualquier otro parecido concepto, ha mostrado ya como indefectible conclusión lo que cuando
todavía era una ensoñación plasmada en los libros de uno de sus más influyentes
artífices, a saber Immanuel KANT, apuntaba a lo sumo maneras dentro de un
sinfín de consideraciones fundadas no tanto en la disposición positiva que
ofrece el natural deseo de progreso, como en la necesidad de salvar de una u
otra manera el miedo que el colapso de toda una época basada en el pasado, nos
ofrece.
Porque
si la obra de KANT guía la mente del Hombre, las composiciones de BEETHOVEN se
muestran por si solas como competentes para insuflar en éste la subjetividad
necesaria para asegurarnos de que no corre el peligro de convertirse en la máquina de pensar carente de corazón hacia
la que una interpretación a ultranza de
los preceptos básicos de esa ILUSTRACIÓN pueden
llegar a convertirlo.
Arrebata así pues BEETHOVEN el cincel a
su padre, y de una manera más que
prometedora, se encomienda a la ardua labor de edificar en torno a su parecer
la que estará llamada a ser la ordenación musical a la que se rinde toda una
época.
Porque
como compositor, sobre BEETHOVEN
recae mucho más que la labor de ser el llamado a clausurar toda una forma de entender una época, lo que por otro
lado le es propio en tanto que no en vano estamos ante el último compositor en el que se identifica el Clasicismo. Como compositor esto es, en tanto que creador, BEETHOVEN está obligado a
asumir la ingente labor de crear un marco
nuevo respecto del cual inferir las normas de un estilo o lo que es lo
mismo, las pautas a partir de las cuales entender la nueva manera de entender la subjetividad del Hombre.
Es
así pues perfectamente asumible, llegados a este punto bien podríamos decir que
por medio de un proceso aparentemente
lógico, que BEETHOVEN y su puesta a
punto de la realidad musical destinada a hacer comprensible lo que en sí misma
será “El Movimiento Romántico”, responden a una sucesión de acontecimientos
cuya fuente alberga su procedencia en una suerte de necesidad externa cuando no ajena a la época que les es propia y que
paradójicamente optan a superar. Para simplificar el proceso, es como si
BEETHOVEN hubiera llegado al Romanticismo implementando, (en este caso de
manera satisfactoria, el método diseñado por Pulgarcito a saber seguir el
rastro de las migas de pan previamente arrojadas).
Incluso
aunque así fuese, la eterna apuesta por
la perfección, único precepto al que nuestro protagonista se entregó cabe
decir con absoluta pasión, y especialmente los logros que de tal menester se
obtuvieron, unos logros cuya comprensión solo resulta asumible adoptando escala de ámbito global; merecen por sí
solos un instante de reflexión, cuando no de homenaje a la sazón, el único
objeto que humildemente hemos perseguido hoy, un día más.
Un
día que si transcurre desde el disfrute de la música de BEETHOVEN, sin duda que
será un día mucho más aprovechado.
Luis
Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario