En estos tiempos de duda en incertidumbre, tiempos en los
que no se trata ya de que se sea proclive a la desconfianza, es que cualquier
otra conducta raya lo imprudente; es precisamente cuando con mayor fuerza, casi
con mayor devoción, es cuando hemos de afianzar nuestras conductas al abrigo de
la seguridad que nos proporcionan los que de verdad han demostrado una especial disposición ya sea para
conducirse como humanos, o para ponernos de manifiesto nuestras carencias en
tanto que ello se producían de manera
casi sobrehumana.
Es a partir del rango que aporta tal consonancia, desde el
que hemos de ubicarnos a la hora no ya de tratar de discernir, sino a lo sumo
de poder disfrutar, no solo el cúmulo de obras y creaciones como sí más bien el
magnífico catálogo de conceptos nuevos a la par que novedosos introducidos por
nuestro protagonista, Johan Sebastian BACH, cúmulo de conceptos que al
contrario de lo que ocurre con otros grandes compositores, no se ponen de
manifiesto a la hora de tratar de conciliar la realidad con las variables que
incidieron en el momento de la composición de la obra; sino que en el caso que
nos ocupa, obligan a conciliar la
realidad contingente que supone el presente, con la verdad necesaria que la obra en sí mismo sigue, todavía hoy,
revelándonos.
Tenemos así pues que, tal vez por primera vez en la
Historia, al menos en lo que concierne al capítulo que ésta devenga en lo
concerniente a la Música; hablar de un compositor requiere un despliegue con
consecuencias en tres capítulos que si ya por separado resultan abrumadores, ni
que decir tienen del hecho de converger en una única realidad. O para ser más
precisos, ahondando pues en el hecho, proceden de interpretar de maneras diferentes
aspectos propios de lo que hasta este momento habían sido considerados como
parte de una única realidad.
Es a partir no ya de la comprensión, cuando sí más bien de
la aceptación de consideraciones como éstas, cuando comenzamos a estar en
disposición de aceptar la grandeza de BACH. Una grandeza que más que
extenderse, crece y crece a nuestro alrededor, consolidando su certeza
precisamente a partir del efecto que la misma causa entre los pobres mortales,
un efecto que bien podría resumirse en eso, en ser capaz de poner de manifiesto
nuestras limitaciones, constatando en nosotros que somos, a lo sumo, pobres
mortales.
Redundan en BACH motivos de sobra para creer en Dios. Y todo
porque la perfección que su obra depara, irreconciliable para con cualquier otra
cosa creada por o para los Hombres, pone de manifiesto la existencia de toda
una suerte de conceptos que tal y como el filósofo
afirmaba el mero hecho de que podamos
pensar en ellos, se erige en materia suficiente para la levantar el edificio en
el que redunda su propia existencia.
La Música de BAHC es perfecta. Lo es, sencillamente, porque
son los parámetros de la misma los que se usarán posteriormente para
certificar, precisamente, lo cerca de la perfección que raya la obra que en
cada caso estemos considerando.
Es BACH el músico
completo. Lo es fundamentalmente porque su creación abarca los tres campos
precisos. Su Música goza de una profundidad intelectual indiscutible, su
perfección técnica resulta aún hoy no solo alabada, sino más bien imperturbablemente
perseguida y lo que es más, su Música es inherentemente bella.
Se consolida así pues poco a poco la tesis de que no estamos
ante un músico, al menos no ante uno al
uso, sino que nos encontramos ante un auténtico creador.
Si bien es el Arte el escenario especifico en el que el
hombre común puede tratar de conciliarse con el quehacer propio del creador al proporcionar la conducta artística un menester claro cuyo resultado suele ir más
allá de lo mundanamente fabricado, para alcanzar cotas cercanas a lo excelsamente creado; lo cierto es que el
grado de perfección alcanzado por Johan Sebastian BAHC nos obliga a considerar
un menosprecio el considerar siquiera que su obra procede, o incluso es
resultado, de una mera, por más elaborada que resulte, trasposición de usos y
herramientas previamente existente.
Escuchamos así pues la Música de BACH durante decenios, y el
tiempo empleado se convierte en brillante inversión cuando de tamaño menester
nos permitimos extraer la tesis según la cual la brillantez de la composición
demostrada por BACH nos obliga a aceptar una claridad que va más allá de la
composición, para saltar a la genialidad de aquello
que no es objeto de modificación a demanda; siendo pues resultado de alguna
suerte de creación.
Resulta de todo lo expuesto, un mero listado de
consideraciones. Sin embargo, la fluidez con la que tal listado resulta
expuesto, la suerte de lógica desde la que tales consideraciones no solo no
resultan impostadas, sino que vinculadas a la figura y a la obra del compositor
adquieren casi de obviedad, la consideración merecida; es cuando empezamos a
disponer los preceptos destinados a considerar verdaderamente si no estaremos
ante un verdadero creador.
Pero constituye la mera toma en consideración del concepto
por el que cabe esperar exista un hombre
con capacidad creadora una herejía de tal calibre, que de aceptarla, y
mucho menos, de atribuírsela, llevaríamos a Johan Sebastian BACH a removerse en
su propia tumba.
Habremos así pues de considerar un concepto digamos, intermedio.
Un concepto que lejos de resultar litigante, redunde más bien en la mesura
propia de los que aspiran a la conciliación, por más que los hechos llamados a
ser conciliados requieran de una suerte de compromiso cercano al que está
llamado a ser necesario para diluir completamente en agua la micela que naturalmente se forma al
poner en contacto con ella, aceite.
Hablaremos así pues de una suerte de alianza. Una alianza entre Dios y BACH, destinada a permitir que el creador se erija en su forma natural,
expresando su ser precisamente a través del medio en el que se erige BACH; a la
vez que un hombre devoto es presa de
la máxima de las satisfacciones que es capaz de considerar, precisamente,
expresándose en un lenguaje que bien podríamos decir está muy cerca del que Dios emplearía en el caso de necesitar hacerse
entender entre sus “creados”.
Y como prueba de que tal
alianza resulta explicable más allá del terreno de las consideraciones esto
es, a través de realidades objetivas, hablemos del fenómeno del Contrapunto.
Más allá de la objetividad a la que el análisis técnico nos
obliga al vincular el contrapunto con
la disposición objetiva de criterios llamados a hacer converger en cierto grado
de equilibrio la consideración de voces variadas llamadas en principio a
resultar carentes de orden; lo cierto es que lejos de aplicar a BACH la
invención de tal proceder, lo que bien podría suponer atribuirle el origen de
la polifonía, no resulta menos cierto
que fue precisamente con él con quien más brillantes resultados de la misma se
esgrimieron.
Pero finalmente, el idilio se rompió. El creador hizo uso de
sus atribuciones, llamando a su seno al
que resultó en realidad creado.
Johan Sebastian BACH declama su último verso en la mañana
del 28 de julio de 1750, cuando las complicaciones derivadas de una operación
ocular reclamada por la consecuencia de una ceguera vinculada a una diabetes
sin tratar; dan pie a una neumonía cuyo resultado es incompatible con la vida.
Muere definitivamente el Hombre, nace la Leyenda.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario