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Son los grandes aquellos
que siempre están. Son los grandes no tanto los que siempre se recuerdan, como
sí más los que nunca se olvidan. Son los grandes, en definitiva, los que están
presentes, desde siempre, en nuestra discoteca. Seguro que sabéis bien de qué
es de lo que os estoy hablando; de aquel compositor cuyo disco está siempre
localizable, incluso un poco manoseado, porque
en esos momentos maravillosos, o incluso en esos otros que si bien no queremos
formen parte de nuestro acervo, en realidad forman parte de nuestra memoria,
porque son nuestra esencia; emergen con fuerza determinando con la etérea presencia que a menudo constituye
la Música, el escenario que conforma los compendios que en caso de que la
pregunta fuera necesaria, vendrían a definir con exquisita precisión desde qué
es, hasta de qué está compuesta
nuestra esencia.
Si tal es del plano al que de manera imprescindible hay que
acceder para hablar no tanto de la persona, como sí más bien de la Música a la
que dio lugar al Vida de Jean
SIBELIUS, pocos serán a estas alturas los que habrían de dudar un solo instante
a la hora de, efectivamente, encuadrar la obra a la sazón que la vida del
maestro dentro de las componendas, si no de las consideraciones propias del Romanticismo evidente del Siglo XIX.
Pero ceder a tamaña tentación es decir, caer en el juego
perverso que en éste como en muchos otros casos se provoca cuando damos cosas por hechas, no haría sino desenfocar nuestro elemento de
aproximación, condenándonos, de una u otra manera, e uno u otro momento a dejarnos algo. Y si de algo hemos de
estar seguros a la hora de afrontar la ímproba labor de aproximarnos a la vida
y a la obra de SIBELIUS es de que no podemos dejarnos nada.
Porque si en términos temporales la mera mención de la segunda mitad del XIX habrá de consolidar
en la mente del estudiante poco aplicado la certeza casi salvadora de que hablamos del Romanticismo; la sola
mención de la variable espacial, la cual nos arroja en este caso a las costas
de Finlandia, habría de ser suficiente casi por la misma energía de
razonamiento antes argüida para dotar a SIBELIUS de la componenda Nacionalista que otrora sin duda se espera de las
consideraciones antes expuestas.
Efectivamente, SIBELIUS es romántico. Efectivamente, SIBELIUS
es nacionalista. Mas tal y como suele ocurrir en la mayoría de los casos
destinados a formar parte de estas humildes páginas, constituyen los suyos
casos excepcionales, o por ser más justos son
los suyos modos específicos de rendir culto de manera excepcional a parámetros
y procedimientos que de observarse en cualquier otro, no habrían sido dignos de
una consideración más allá de la generalizada.
Dicho de otra manera, SIBELIUS hace las cosas de otra
manera, sencillamente porque comprende las cosas de otra manera, lo cual se
traduce de manera inevitable en una forma tan original como particular de posicionarse respecto de la naturaleza de
las cosas, ya sea ésta física, o por el contrario haya de redundar en la
temática metafísica.
Solo de proceder así, o por ser más precisos, por ende menos
dogmáticos; estamos en disposición de decir que la posición del compositor
respecto de la realidad que le tocó vivir no fue en absoluto una posición revolucionaria, como en principio podría
parecer le corresponde a un nacionalista; ni tampoco constituyó una suerte de
presagio melancólico, como por ende caería en el reduccionismo de aquél que
osara ver en él a alguien dado a la épica de la inmolación, como cabría esperar
de un hombre propenso a las sobredosis del Romanticismo.
Y sin embargo decir que tales consideraciones no serían las justas a la
hora de definir la esencia de SIBELIUS, cualquier intento de radiografía que
huya de constatar la existencia de tales componentes en la figura del mismo
pecará de capciosa, cuando no de simplemente frívola.
Porque SIBELIUS vivió en la Finlandia eternamente ocupada. Adscrita durante casi cinco siglos a Suecia,
paradójicamente será durante el corto periodo de adscripción al Imperio Ruso,
hecho que se de entre 1909 y 1917, cuando en Finlandia tengan lugar los más
importantes brotes si no de revolución, sí tal vez de conductas reaccionarias
llamadas a consolidarse finalmente como la mecha que consolide poco después los
procesos que acaben por determinar su independencia.
Será no tanto en el trascurso, como sí más bien en el
periodo de gestación de los mismos, cuando más influyente resulte el que se
daremos en llamar procedimiento
nacionalista de SIBELIUS. Un proceso más que un periodo, que alcanzará su
punto álgido con la consagración del Poema
Sinfónico “Finlandia” a la estratosfera de los éxitos.
Es Finlandia el
hilo conductor perfecto destinado no tanto a explicar como sí más bien a
permitir la comprensión de todo lo que hasta el momento hemos pretendido
expresar. Así, si su gestación tiene lugar en el marco de una suerte de elementos destinados a formar parte de un
catálogo de elementos descriptivos los cuales, a modo de cuadros sonoros,
dibujarán paisajes, activando en el escuchante las emociones que le sean
sugeridas; lo cierto es que la obra adquiere casi por sí misma una valía que literalmente trascenderá los
límites de lo específicamente musical para acabar convirtiéndose en el himno
nacional finlandés.
De hecho, la comprensión del contexto que convergió en el
momento de su estreno, el 4 de noviembre de 1899 en Helsinki, requiere
inexorablemente de la revisión del concepto mencionado anteriormente de manera
un tanto superficial, cual es el
destinado a poner en consideración el grado de desazón que afectaba a los
finlandeses al verse de nuevo tutelados por alguien, siendo en este caso ese
alguien el Imperio Ruso
Al contrario de lo que puede esperarse por comparación con
otros pueblos que han vivido situaciones parecidas o sea, que han soportado la
represión propia de estar bajo el dominio de una entidad ocupante, Finlandia
carece de elementos culturales propios a los que referir una cultura. Así, ni
siquiera tiene una Lengua propia, pues la mayoría de los habitantes hablan
literalmente sueco. Y sin una Lengua propia, resulta evidente no ya lo difícil,
sencillamente lo imposible que resulta hacer mención de una expresión cultural
propia.
Solo tras intentar hacerse una idea de lo complicado que ha
de resultar no tener un vehículo propio al
que refrendar las disposiciones de lo llamado
a ser propio, es cuando podemos entender el hecho característico por el que
en términos genéricos, Finlandia carece de
un patrimonio folclórico propio, si para definir tal nos atenemos a los
patrones convencionalmente establecidos.
La causa de tal excepcionalidad hay que buscarla
precisamente en el hecho del largo periodo de pertenencia a Suecia. La
comprensión de tal hecho sería evocada desde un plano efímero si lo redujéramos
a lo ya mencionado de la
Lengua. Más allá de tal consideración, el grado de
predominancia de la cultura sueca sobre la anterior hay que buscarla en
fenómenos otrora puntuales, a la larga genéricos, como es el que se observa en
la propia familia de SIBELIUS. Así, la condición de sueca de su madre, redunda
en fenómenos curiosos tales como el que se da de observar que el joven Jean
habla en sueco en su casa, reservando el finés
para la escuela, en la cual comienza a impartirse a finales del XIX como
ejemplo del éxito de las premisas promovidas por los que consideran
imprescindible rescatar del olvido las escasas esencias de Finlandia que
todavía llegado aquel momento no han naufragado para siempre en el mar del olvido.
Será como componente fundamental de esta corriente, formada
por intelectuales dedicados en cuerpo y alma al rescate de lo ancestral, donde
unos y otros pronto comprueben la dificultad de su labor pues la misma quedará
limitada a la acción sobre la mitología, a la que nuestro autor rendirá culto
en su obra Tapiola (literalmente: Los
dominios del Dios Tapio.) Aunque acabará vinculándolo absolutamente todo,
como es propio a todos los autores de esta época, al Mito de Kalevala, la
historia de un héroe nacional dotado de una conducta sexual tremenda a la par
que depravada, que le lleva a seducir incluso a su hermana, gestando con ello
como es obvio su propia perdición, si
bien habrá de retornar después para liberar
a propios y a extraños.
De esta manera, irá poco a poco cerrándose el círculo de un
movimiento que de una u otra manera ha descubierto en la conformación musical
el último reducto de sus ínfulas nacionales. Un país que para hablar de
cultura, ha de retroceder hasta las Canciones
de Pastores, las propias de los hombres que en Laponia cuidan manadas de
grandes animales, pastoreando renos y similares. Un país que habrá de acudir al
fenómeno de la nana para recuperar el
recuerdo de su esencia más profunda.
Un país que entonces y hoy está obligado a recordar, no por
gusto, sino para no desaparecer.
Un país que encuentra en la música de SIBELIUS no solo una
bella evocación, cuando sí cabe una hermosa promesa de futuro.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
Cuando estuve en Finlandia visité los rincones de Sibelius y, por supuesto, ese monumento tan musical que tiene en Helsinki.
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