sábado, 28 de noviembre de 2015

JOVELLANOS, EL ÚLTIMO HOMBRE QUE SE CREYÓ CAPAZ DE “PONER EN HORA” EL RELOJ DE ESPAÑA.

Digna en tanto que necesitada de una proverbial combinación de nociones técnicas y saber en general; la profesión de relojero. Hermoso quehacer sin duda, con el que sin duda Jovellanos se hubiera sentido más que identificado pues no en vano, es el relojero la única persona que, sinceramente, puede decir que ha visto discurrir el Tiempo por sus manos.

Pero sería Jovellanos sin duda un mal relojero, Lo seria porque la concepción que el una vez tuvo del tiempo, de la que mención expresa es su Diario, está no tanto que alejada, habremos de decir más bien materialmente enfrentada, de cuantas en su época se refirieron, cuando no se relataron.
Y no porque su época fuera impropia del Tiempo, más bien al contrario; ni mucho menos porque de la misma resulte difícil obtener cuando menos a suerte de corolario un instante propio, o incluso impropio. Lo cierto es que la certeza del haber expresado hay que buscarla precisamente en todo lo contrario. La época de Jovellanos transcurre inmersa en lo que quién sabe si ilícitamente denominamos “Ilustración Española.”  Bastará con decir que si bien ahora mismo podemos haber despertado un intenso debate que enfrentará a los múltiples seguidores de la tesis según la cual en España no llegó a haber nunca una Ilustración real; con los escasos que no de miras, sí tal vez de número, que aspiran a poder ratificarse en lo contrario. ¿Que por qué entonces llega a existir tamaño debate? Porque la certeza que la existencia de personas como Baltasar Gaspar Melchor María de Jovellanos dejan en nuestro seno, en nuestra impronta, es tan grande; que constituye motivo suficiente para no solo abrir un debate, sino para crear una época que al albor de las concesiones que su propia vida alimentará, y la cual podremos dar por cerrada en el instante inmediatamente posterior a que su muerte se haya producido.

Es así que Jovellanos es, tal vez, el único auténticamente Ilustrado de los que se dotó este país. Versado como tal en múltiples materias, a la par que docto en la mayoría de ellas, éste asturiano, de Gijón sin duda, o para más seña;: constituirá, y uso el verbo con especial cuidado en tanto que consciente de las responsabilidades que el mismo depara; la última oportunidad que las españas tendrán en tanto no ya de incorporarse al curso que los nuevos tiempos marcan, cuando sí más bien de no perder definitivamente siquiera el tiempo del que ellas mismas, quién sabe si en un último ejercicio de ese chovinismo al que tan acostumbrado nos tienen, se han dotado.
Porque sí, Jovellanos fue ya testigo de uno de esos periplos, a partir de entonces no ya excepcional, cuando sí incluso múltiples, en los que “La Idea de España” se veía terriblemente amenazada.
Es la materia de la que por entonces está conformada cada una de las españas, estrictamente temporal, si es que el tiempo puede dotar de consistencia a algo. Resulta la idea no vana, cuando sí especialmente adecuada, si tenemos en consideración que precisamente son las ideas, que luego degenerarán en ideología, las que terminen no tanto por justificar, cuando sí más bien por provocar, los acontecimientos ya sean éstos reales, o incluso metafísicos, que terminarán por hacer saltar por los aires de manera injustificada los sueños en este caso pertenecientes no solo a Jovellanos, como sí más bien a toda una generación.

Es así testigo Jovellanos del proceso destinado en última instancia a poner de manifiesto el cisma que separa la España del Antiguo Régimen; del proyecto moderno que algunos pretenden inferir a priori tan solo de la justificación que otorga la propia época; en aras de asentar algo que sin duda y como por entonces ya viene siendo lo habitual en la época, parece pillar siempre desprevenida a España y que no es otra cosa que la constatación de que las tendencias propias de esa revolución llamada Ilustración, que ha triunfado en toda el continente, seguro que aquí también podrá pergeñar un gran desarrollo.
Tendrá así pues que luchar la Ilustración con el más peligroso de los enemigos, el de la desconfianza histórica. Y tal enfrentamiento, sin cuartel y sin prisioneros, lo llevará a cabo por medio de Jovellanos.

Sería injusto decir que era Jovellanos un Hombre Especial. De hecho, afirmar tal cosa además de mentir, supondría arrebatar a nuestro protagonista su logro más importante; un logro que se descifra a partir no tanto de la aceptación de sus consecuciones, como sí más bien de la comprensión de los protocolos que hubo de pergeñar en pos de la consecución de lo que luego y finalmente se coronaría como logro de sus satisfacciones. Primera conclusión: No es Jovellanos un filosofo, cuando sí más bien un empirista, pero tal vez el mayor de todos los que nuestro país ha hecho grandes a base de no merecerlos.
¿Significa esto que Jovellanos no creyera en la Filosofía? En cierto escrito a Juan Manuel Valverde leemos: “…Y es así, amigo mío, que de verdad te aconsejo te atreves a pensar por ti mismo, pues la experiencia me dice que abarcarás más empleando un cuarto de hora al uso intenso de tu imaginación, que dedicando tres años al estudio de los grandes pensadores los cuales, por muy grandes que sea, pertenecen ya tanto ellos como sus aportaciones, al pasado.”

Va así pues ya siendo hora de que determinemos cómo era Jovellanos, no solo en tanto que por su obra, como si más bien por su conciencia. Acudimos así pues y cómo no a la imagen que uno de sus amigos nos regala, concretamente al pintor Ceán Bermúdez, el cual de manera nada grandilocuente nos aporta las líneas del que sin duda es un gran hombre: “Se trataba de un hombre religioso sin afectación, ingenioso, sencillo, amante de la verdad, aficionado al orden, suave en el trato, firme en las resoluciones, incansable en el estudio, fuerte para el estudio.”

Empezamos pues a perfilar así la idea de un Jovellanos ante todo, complicado. Un Jovellanos del que quizá la mejor certeza que podamos extractar de lo dicho hasta el momento sea no tanto su desprecio hacia lo pasado, como sí más bien su desconfianza ante la mera insinuación de que nada del pasado pueda sernos útil.
Porque ese concepto, el de utilidad, y en especial el sentido tan personal que Jovellanos le aplica; sin duda se conviertan en el más importante de cuantos elementos tengamos cuando no para dibujar la imagen de Jovellanos, sí tal vez para perfilar la línea de pensamiento de un hombre tan sin par.
Un español que resulta y se comporta para España, de parecida manera a como un modismo lo hace para con un idioma. Así, resulta insatisfactorio a la hora de hacer depender del mismo cualquier definición que al respecto queramos hacer; y sin embargo hace pasar por insatisfactoria cualquiera definición que al respecto queramos hacer, y pretendamos llevar a cabo sin mencionarlo explícitamente.

Pero es Jovellanos mucho más que un verso suelto, mucho más que una pieza que nos sobra tras haber montado una máquina por primera vez. De hecho, de darse tal verso, justificaría en sí mismo la concepción de toda una rama del arte a partir de la cual darle noción de existencia. De ser tal pieza, bien podríamos revisar todas y cada una de las nociones que al respecto de ingeniería se tuvieran pues tamaña pieza, o bien mejoraría el funcionamiento de la moto en cuestión, o nos mostraría el camino para diseñar motos más eficientes.

Todo eso, nada más, y nada menos, era Jovellanos. Un parnasianista anticipado en tanto que se muestra capaz de llevar a cabo todas y cada una de sus acciones como poseído por una fuerza imparable; a la par que el primero y seguro que el último de cuantos Kantianos pudieran haberse consolidado en este país puesto que para tal condición sea real, hace falta dedicarse en cuerpo y alma a la consecución de las cosas por mero respeto a las cosas mismas. Y de eso no es algo de lo que anduviéramos muy sobrados en España por entonces.

Ni por entonces, ni qué decir tiene que por ahora tampoco. De hecho, tal vez por ahí haya que empezar a buscar el hilo que nos lleve a desmadejar el ovillo que nos haga comprender el porqué del lamentable olvido que se traduce cuando nadie osa mentar, ni por asomo, el que en este caso viene a ser el 204º aniversario de la muerte de Baltasar Gaspar Melchor María de Jovellanos. Una pérdida que hará zozobrar la por otro lado apasionante obra de la Ilustración española, la cual a la sazón y como siempre se halla en la base de las que son nuestras mejores cosas. Dos siglos después, tamaño olvido supone el mismo menoscabo de la prudencia por parte de nuestras últimas administraciones y que viene a explicar la desdicha y marasmo actuales. Se demuestra así pues el olvido como una muestra de lo que Freud denomina lapsus memoriae, que reprime así la imagen de quien bien podría dejarnos en evidencia

Terminamos así pues este fracaso en el que una vez más se erige nuestro estéril intento de mostrar algo. Un intento que en este caso concreto se perfila como nunca antes lo hemos hecho de mostrar a alguien. Por ello tal vez el mejor Jovellanos sea una vez más el que está en nuestra mejor pinacoteca, en El Prado. Allí, el retrato que Goya pintara por 1798 es el único que realmente está a la altura, como si de hecho estuviera anticipando y supliendo los desdenes. Goya pone todo su genio, en pos de mostrarnos el drama vital de un hombre, nuestro personaje, ya político y a la sazón ministro de Gracia y Justicia al que, nada menos, le duele España.
En ese dolo está la raíz de esa congoja, de esa fatiga que el cuadro describe con esa cabeza ladeada sobre el brazo izquierdo, a modo de báculo de desaliento. Y detrás, la estatua de Minerva como apuntando la sima inexorable que media entre lo ideal y la realidad. muestra del dolor íntimo, incomunicable y personal porque ¿acaso puede doler un país?


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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