Muchos, y sin duda todos controvertidos, son los anuncios vertidos contra, sobre, o
desde, la figura de Juana I de Castilla. La que por sí y por derecho podemos
decir se identifica en uso y atribución de sus derechos; como primera figura
que en realidad gobernó sobre la totalidad de los territorios sobre los que hoy
identificamos y reconocemos la
actual España ; Juana I de Castilla se muestra ante la
Historia como uno de los personajes sin duda más controvertidos de cuantos se
han podido conciliar.
Nacida el 6 de noviembre de 1479 en Toledo; la llamada Juana en
honor al santo patrón de su familia, asume desde su nacimiento y en condición
de tal, las consideraciones y prebendas derivadas de su natural condición de
Infanta de Castilla y de Aragón.
Educada en consonancia con lo expuesto, y que a grandes
rasgos queda enclavado dentro de la condición propiciada por lo que a priori
parece una muy exigua posibilidad de que termine por acceder a la certeza de
heredar un Reino sobre el cual necesite ejercer la condición de mando; la niña Juana verá
orientados sus esfuerzos hacia lo que podríamos llamar nociones profundas de buena conducta y urbanidad, todo ello
enmarcado como es de suponer en un presagio de futura vida que en coherencia
habrá de desarrollarse en el seno de una Corte, sea ésta de la naturaleza que
sea, no teniendo garantías obviamente de que haya ésta de quedar enclavada ni
en la península, ni por supuesto cerca.
Es de tales consideraciones, que Juana recibirá no ya
nociones sino que demostrará profundo talento a la par que especial
consideración para cuestiones de clase tales como los idiomas, de entre los que
dominará varios de los que le son coetáneos, además por supuesto del Latín y
del Griego, mostrando especial consideración para lo que hoy denominaríamos nociones de Diplomacia y Etiqueta.
Sin embargo, y con todo, los rasgos y disposiciones
esenciales que harían de Doña Juana lo que en el futuro estaría por ser, fueron
poco a poco moldeándose, y lo harían sobre todo a costa no tanto de lo que sus
padres, los Reyes Católicos, hicieran, como sí más bien, de lo que no hicieron.
Así, la rebeldía de la que siempre y denodadamente fue
acusada Juana procede no tanto de sus acciones, sino más bien de su escasa
afinidad para con las disposiciones que fundamentalmente desde el contexto
natural de su madre, se le exigían. De todas estas disposiciones, fuente sin
duda de innumerables choques y desazones entre madre e hija, el más evidente a
la par que radical es el que se descubre a partir de la asunción de la suerte
de relativismo que en materia de carácter religioso, parece perseguir la
todavía niña Juana.
Resultando sin duda sencillo de entender el hecho,
complicado en esencia, no hace sino complicarse con el paso del tiempo, toda
vez que ha de asumirse además dentro del rango de profunda espiritualidad desde el que la madre, la Reina Isabel I
de Castilla, entiende y concibe el desarrollo de todos y cada uno de los
aspectos propios no ya de la condición de gobierno, sino por supuesto de todo
lo que impregna la propia condición de ser
viviente de la que hace gala el Ser.
Con todo, el hecho quedaría aparcado, disimulado podríamos
decir, en la esperanza de que como tantas otras cosas, se calmen a medida que
la niña abandone su condición de tal, alcanzando con ello paulatinamente la que
es propia del ser adulto, que contiene especialmente las disposiciones mentales
cuyos ejercicios nos permiten identificar que efectivamente el grado de madurez
ha sido positivamente alcanzado.
En cualquier caso, y antes de dar por finalizados los
apuntes al respecto de tal hecho, hemos de hacer y hacemos cumplida mención al
hecho de que en esta época era costumbre, costumbre nada extraña toda vez que
se extenderá hasta bien entrado el siglo XIX, de considerar a los infantes,
sobre todo en lo relativo a su condición de educandos, no como entes propios,
cuando sí más bien como proyectos absoluta y totalmente terminados. De esta
manera, se entiende que los niños ni recibían un trato propio de tales, ni, y
eso es lo peor, se esperaba de ellos reacción o forma de pensar diferente por
su obvia condición de infantes. Dicho de otra manera, los niños no eran
considerados sino como adultos de tamaño
pequeño, lo que complicaba hasta la saciedad como podemos imaginar su
transitar por la
vida. Complicaciones que sin duda se multiplicarían hasta el infinito al imaginar el grado de exigencia
que para alguien de su clase se esperaría de Doña Juana.
Con todo, o pese a todo, no será ninguno de los mentados el
aspecto que de manera más incisiva afecte
no ya al futuro sino a la forma de entender la vida. Mujer e Infanta,
no parece carente de razón el argumento a partir del cual lo máximo a lo que la
niña puede aspirar es a formar parte de un buen acuerdo matrimonial. El hecho, para nada rebuscado en caso de
mostrarse afecto a cualquier otra Corona, alcanza casi grado de obligación si
lo promovemos dentro de la ambiciosa
política de acuerdos matrimoniales implementada por los Reyes Católicos.
Ubicada dentro del concepto revolucionario que no tanto las
formas esgrimidas, como sí más bien los objetivos perseguidos, determinan; lo
cierto es que a la hora de someter a consideración cuando no a juicio la
estrategia que abunda en el tremebundo
plan en el que acaba por convertirse la suerte de ardides que bajo tal
etiqueta se protegen; lo cierto es que la visión demostrada por los Reyes
Católicos, aunque una vez más hay que atribuir a Isabel el éxito a colación de
tal empeño pues, siendo justos con algo que incluso hoy estamos seguros de que
se mantiene, en última instancia y en lo que tiene que ver con nupcias y
amoríos, las madres se entienden mejor con las hijas, mostrándose más
capacitadas a la hora de desaconsejar ciertos casamientos, como potentes a la
hora de imponer otros.
De tamaña manera, que Juana quedó más pronto que tarde
ejerciendo, en este caso de peón, su
función dentro del gran juego de ajedrez
en el que sus padres habían convertido lo que acabaría por denotarse como el
definitivo proceso de construcción de Europa.
Porque de tamaños ajuares hemos de revestirnos antes de
seguir adelante con nuestras disposiciones así, antes, mucho antes de que ni
tan siquiera pudiera intuirse que Juana podía llegar a convertirse en una
candidata viable a ejercer el gobierno sobre sus reinos, su madre había
iniciado ya un proceso que más allá de su conclusiones específicas y de sus
desbordamientos propios, encerraba sobre todo una idea revolucionaria, la que
pasa por comprender el gran poder de visión que la Reina Isabel tenía,
situación visionaria que solo puede entenderse en toda su magnitud asumiendo
que el a priori de Europa se encuentra sin duda dentro de las concepciones que
Isabel fue capaz de implementar.
Había sido Juana barajada como carta dentro de este juego,
para entablar partida por ejemplo con los reinos de Francia, así como con
Escocia. En el primer caso Juana fue ofrecida como esposa para el delfín
Carlos. En el caso de haber prosperado la opción de Escocia, hubiésemos
emparentado con la dinastía de los Estuardo, con Jacobo IV de por medio.
Sin embargo, tales consideraciones no fructificaron, y no
por falta de interés, como sí más bien por el giro que las cosas dieron, ¿cómo
no? por Cuestiones de Estado. Unas
cuestiones que adquirieron pronta y rápida consideración a partir de que
quedara abierto un mínimo por el cual habilitar
la posibilidad de que los Reyes Católicos degustaran el éxito siquiera
jamás ni soñado de su por otro lado no poco ambicioso plan matrimonial. Este
hecho tiene lugar, o más bien se deriva, de la posibilidad que surge no tanto
de casar a Juana con un heredero de postín; sino más bien de entender las
consecuencias que puede tener el que a consecuencia de tal movimiento, se
posibilite que su hermano Juan, el que optaba a ser heredero absoluto, logre el
compromiso de otra gran heredera.
La ecuación, increíble incluso sobre el papel, se da cuando
Margarita de Austria, hija de Maximiliano, queda comprometida con el heredero
Juan, a cambio de que Juana se case con Felipe, archiduque de Austria.
La apuesta de cara a dominar el Sacro Imperio Romano
Germánico está hecha. Los resultados sin duda que sorprenderán, y serán en
términos cuantitativos muy superiores a los ni tan siquiera soñados. La forma
de conseguirlos será lo inesperado. El precio a pagar, sin duda demasiado alto.
Porque nada salió como se esperaba. Uno tras otro, los
hermanos que la precedían en el derecho de sucesión, así como su propio
sobrino, mueren, haciendo a Juana Reina de España.
Bien por falta de motivación, de deseo o de formación, será
tal una consideración que jamás la hará feliz, convirtiéndose más bien en una
pesada losa que sin duda será la responsable final de su destrucción. Una
destrucción que encontrará sin duda en elementos contextuales no muy alejados
de la propia reina a sus máximos responsables. Así, su propia madre maniobrará
en un proceso persiguiendo el ladino
objetivo de desmerecer a la ya reina tal y como se desprende de las
aportaciones de historiadores que afirman que en su testamento la desahucia
bajo las acusaciones de no confesarse, ni asistir a misa.
A la muerte de Isabel, será Juana víctima de la lucha que
por el poder y el trono enfrentará a Fernando el Católico con el esposo Felipe
luchas que se llevarán por delante a la reina, a favor de un Carlos I, su hijo
que, lejos de sentir alguna afinidad hacia la desgracia de su madre, vendrá a
incrementarla en tanto que se mantendrá inflexible en las tesis de que
permanezca presa en Tordesillas, obligándola a que tome las órdenes religiosas
“si quiera mediante el uso de la tortura.”
Con todo, Juana será la legítima reina de España hasta su
muerte, acaecida en abril de 1555, si bien jamás ejerciera de tal como prueba
el hecho de que nunca firmó un solo documento como tal, ni siquiera tras el
breve periodo de retorno a la aparente
normalidad que vivió con el esfuerzo que el Movimiento Comunero llevó a cabo en 1520 para restaurarle sus
derechos.
Con todo, o tal vez precisamente por ello, el periplo
protagonizado por la Reina
Juana se descubre pronto como uno de los más trágicos a la
par que más interesantes de cuantos han acontecido en los marcos históricos de
España, y probablemente de Europa.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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