sábado, 21 de noviembre de 2015

DE LA MÚSICA PASADO, PRESENTE Y FUTURO DEL HOMBRE.

Vivimos tiempo de aflicción. La duda y el tumulto, aliados para nada circunstanciales, celebran de nuevo rituales destinados sin duda a reclamar lo que tal vez una vez fue suyo; una vez que sin duda queda lo suficientemente lejos, y que tal vez por ello ha sido olvidada, aunque no es menos cierto que no del todo.
Afortunadamente no del todo. Así, gracias a esa fortuna, podemos identificar en el aquí y el ahora que nos ha tocado vivir muchos de los patrones que resultan propios de aquellas otras épocas en las que otros eran sin duda los protocolos, las artes, e incluso los objetivos.

De semejante guisa que, una vez asumidas las circunstancias que denotan no tanto nuestro presente como sí más bien lo indefectible de nuestro futuro, hayamos de asumir entre otras las circunstancias en base a las cuales resulta poco más que evidente, indiscutible, comprender que por primera vez en la Historia en Hombre se halla frente a la paradoja de ubicarse de frente a una sociedad capaz de entender la esencia de lo que está pasando, si bien es la acepción propia de tal consideración la que se rebela como imprescindible a la hora de entender que, efectivamente, esa misma sociedad no moverá un dedo para evitarlo.
Es muy probable que si afirmásemos que nos encontramos ante la sociedad globalmente más culta de la Historia de la Humanidad, por primera vez no estuviéramos exagerando. Pero de manera sintomática a la par que paradójica, es el conocimiento el que se ha erigido en elemento absoluto hacia el cual tender, sustituyendo con ello de manera satisfactoria a la par que elegante a otras circunstancias humanas que hasta este momento habían cubierto de manera al menos en apariencia satisfactoria las necesidades que como seres humanos padecemos una vez alcanzados y constatados los lugares vacíos que la imposibilidad de la ciencia le deja al Hombre en esos resquicios cuya percepción nos es propia, los cuales ejercen sobre nosotros una suerte de dominio ancestral en tanto que rallando en lo maléfico pues son precisamente los milenios de evolución que han facultado la concepción científica del Hombre, los mismos que han promovido activamente el desarrollo de esas potencialidades más propia al uso del dogmatismo que de la razón, en los cuales solo la exigencia mística o a lo sumo metafísica, alcanza su satisfacción.

Pero son tales, en tanto que tal, espacios por ende también propios del Hombre a cuya comprensión aspiramos, y es por ello que para lograrlo, necesitaremos de un posicionamiento integral o sea, competente para asumir, o en su caso aspirar, a la comprensión de sus más amplias facetas.

Buscamos y hallamos así un Hombre Integral, compuesto no tanto de la suma como sí más bien de la integración de múltiples variables, muchas de las cuales sumergen su procedencia en la inhóspita profundidad de lo congénito, pero que después quedan y a la sazón han quedado al albor cuando no al criterio de ese gran artesano que es el tiempo, y que a modo de maestro alfarero ha ido pacientemente (no en balde dispone de todo el tiempo del mundo); torneando y dando forma a todo lo que compone nuestra realidad, y yo diría que a la realidad en sí misma. Arcilla, agua y tiempo, ingredientes universales competentes para dar forma sin duda a todo lo que es, fue y probablemente llegará a ser; ungido todo en la disposición científica de un maestro que decide lo que está bien y lo que está mal, desechando lo que no sirve, conformando lo que podríamos denominar periodos oscuros, hasta alcanzar una suerte de inspiración que redunde en la gestación de algo bueno, de algo digno de ser conservado, lo cual pasará a formar parte de ese gran catálogo de aciertos que denominamos acervo cultural.

Volvemos así pues a posicionar no tanto el debate relativo a los componentes del hombre, cuando sí más bien a declarar su necesaria controversia, en lo que vienen a suponer los instantes previos a la refrenda de un aquí y ahora que el forma del mencionado contexto, habilita en el día que cronológicamente nos afecta, la refrenda de la festividad encomendada nada menos que a Santa Cecilia, patrona de la Música.

La Música, elemento excepcional que hace gala de tal consideración en tanto que exclusivo por y para los hombres, que acude presto, en momentos como los que conforman nuestra actualidad, a ocupar su lugar entre los elegidos para dar la batalla cuando el la Humanidad del Hombre ha de reclutar uno por uno a cuantos elementos conforman a la par que condicionan la naturaleza que le es propia al hombre.

Porque si adecuado resulta decir que el Hombre hace Música, no menos acertado es el binomio en base al cual la comprensión de la Música nos permite comprender al Hombre, resultando por derivada la asunción del momento que les es propio. Un Hombre, una Música, una Época.

Comenzamos así pues nuestra andadura, por otro lado como ni podía ni debía ser de otro modo, por Juan Sebastian BACH. El origen, el creador por antonomasia, J.S. BACH ordena los elementos existentes hasta el momento, define los parámetros de los mismos, e incluso descubre aspectos de muchos de ellos que hasta su llegada habían pasado inadvertidos, descubriendo o creando en aras de llenar los múltiples huecos que hasta su llegada habían permanecido vacíos, o que sencillamente habían perseverado al refugio de la oscuridad.
Erigimos así pues nuestro enésimo monumento no al J.S. BACH creador, como sí más bien al paciente maestro capaz de ver donde otros no vieron, sin duda por atreverse a mirar donde otros no miraron o que si lo hicieron, desde luego no fue con la intensidad necesaria.
Construye BACH la Música Moderna. O cediendo a los que nos acusen de exagerados, diremos que BACH viene a determinar los parámetros y patrones a partir de los cuales y postergándose tras su existencia, la Música será pensada, construida y refrendada. En una palabra, BACH erige el edificio de la Música. Al respecto de cómo lo hace, con magua. No es una respuesta muy científica, lo sé, e incluso era la última que pensaban escuchar pero si no están de acuerdo deténgase un instante y díganme cómo definirían ustedes el proceso por BACH iniciado y según el cual, el proceso matemático acaba mostrándose como el más serio aliado de la Música. Si unir las Matemáticas con la Música sin que de tal unión surja la menor interferencia o distorsión no es hacer magia, a mí no se me ocurre otra manera de definir tamaño logro.


Pero nos hemos embarcado en un proceso en definitiva destinado a vincular al Hombre con la Música. ¿Acaso hay algo más humano que la improvisación, entendida ésta como capacidad para crear respuestas geniales a problemas innovadores? Y quién sino Wolfgang Amadeus MOZART puede responder a tamaña suerte de descripción.
Asumiendo tanto su posicionamiento como por supuesto su predisposición hacia la Música como lo opuesto en términos de concepción a las terminologías propias de BACH; MOZART es ante todo prodigio.
Poco dispuesto a asumir no tanto por incapacidad como sí más bien por tratarse de su especial venganza contra el mundo la aparente obligación de envejecer; MOZART desarrollará la totalidad de su corta existencia luchando contra el mayor de los convencionalismos, el que pasa por asumir que lo natural es envejecer, y lo hará como no puede ser de otro modo dibujando más que componiendo una Música genial. Una Música en la que sus trazos son sentidos, emocionados y siempre geniales, destinados no tanto a prevalecer en el tiempo, como sí más bien a subrayar la belleza de la vida, encadenada en el presente.


La dialéctica como elemento capitular en el que se desarrolla el campo semántico del Hombre. Ludwig van BEETHOVEN como contrario.
El silencio del sordo como definición nítida de la oscuridad, y la sustitución de la sonoridad y sus matices por la esencia del cromatismo. Así como una nota tiene sus matices, el color tiene sus rasgos, y de la capacidad para sentir unos y otros depende la capacidad para experimentar una obra. Lo que es válido para una pintura, “vemos” que lo es para una sinfonía. Así podemos intuir el porqué de BEETHOVEN.
Laminado en sus sentidos, solo le quedan sus emociones, y la capacidad para interpelar al mundo desde tales, prolongando luego las sensaciones a una partitura. Un trabajo realmente ímprobo ya en teoría, imaginad pues el llevarlo a cabo.
Y BEETHOVEN lo hace, recorriendo un largo camino. Un camino por el que y a través de su medio, no lo olvidemos, el de la emotividad, nos enseña a interpelar a las emociones en tanto que traductoras de la realidad.
Podemos así pues afirmar que nos encontramos ante el primer Compositor Romántico de la Historia de la Música.


Y cerrando el ciclo: Richard WAGNER. Todo y nada, la más excelsa definición del infinito en tanto que unificando su obra y su persona, ambos formarán un todo cuyo denominados común pasa por la insatisfacción como fuerza para optar y seguir optando permanentemente.
Juguete roto de su época. WAGNER vivirá permanentemente enfrentado a su sino con la peculiaridad de ser éste algo evidente para todos salvo para él mismo, lo cual no contribuirá sino a su destrucción en vida, ayudándole de manera categórica en la consecución del éxito absoluto de cualquier Romántico; alcanzar la muerte en vida, en tanto que ser capaz de presagiar el propio infinito sin abandonar lo finito que es nuestra mísera vida.


Acabamos así pues este periplo por la Música, en conmemoración pues del que se ha dado en llamar su día, aunque creo poder afirmar que ningún día sin Música está completo, pues los días no son sino medidas estereotipadas de la Vida, y la Música es parte indisoluble de ésta, en tanto que nos hace más humanos.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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