Vivimos tiempo de aflicción. La duda y el tumulto, aliados
para nada circunstanciales, celebran de nuevo rituales destinados sin duda a
reclamar lo que tal vez una vez fue suyo; una
vez que sin duda queda lo suficientemente lejos, y que tal vez por ello ha
sido olvidada, aunque no es menos cierto que no del todo.
Afortunadamente no del todo. Así, gracias a esa fortuna, podemos identificar en el aquí
y el ahora que nos ha tocado vivir muchos de los patrones que resultan propios
de aquellas otras épocas en las que otros eran sin duda los protocolos, las
artes, e incluso los objetivos.
De semejante guisa que, una vez asumidas las circunstancias
que denotan no tanto nuestro presente como sí más bien lo indefectible de
nuestro futuro, hayamos de asumir entre otras las circunstancias en base a las
cuales resulta poco más que evidente, indiscutible, comprender que por primera
vez en la Historia en Hombre se halla frente a la paradoja de ubicarse de
frente a una sociedad capaz de entender la esencia de lo que está pasando, si
bien es la acepción propia de tal consideración la que se rebela como
imprescindible a la hora de entender que, efectivamente, esa misma sociedad no
moverá un dedo para evitarlo.
Es muy probable que si afirmásemos que nos encontramos ante
la sociedad globalmente más culta de la Historia de la Humanidad, por primera
vez no estuviéramos exagerando. Pero de manera sintomática a la par que
paradójica, es el conocimiento el que se ha erigido en elemento absoluto hacia el cual tender, sustituyendo con ello de
manera satisfactoria a la par que elegante a otras circunstancias humanas que
hasta este momento habían cubierto de manera al menos en apariencia
satisfactoria las necesidades que como seres humanos padecemos una vez
alcanzados y constatados los lugares
vacíos que la imposibilidad de la ciencia le deja al Hombre en esos
resquicios cuya percepción nos es propia, los cuales ejercen sobre nosotros una
suerte de dominio ancestral en tanto
que rallando en lo maléfico pues son precisamente los milenios de evolución que
han facultado la concepción científica del Hombre, los mismos que han promovido
activamente el desarrollo de esas potencialidades más propia al uso del
dogmatismo que de la razón, en los cuales solo la exigencia mística o a lo sumo
metafísica, alcanza su satisfacción.
Pero son tales, en
tanto que tal, espacios por ende también propios del Hombre a cuya
comprensión aspiramos, y es por ello que para lograrlo, necesitaremos de un
posicionamiento integral o sea, competente para asumir, o en su caso aspirar, a
la comprensión de sus más amplias facetas.
Buscamos y hallamos así un Hombre Integral, compuesto no
tanto de la suma como sí más bien de la integración de múltiples variables,
muchas de las cuales sumergen su procedencia en la inhóspita profundidad de lo
congénito, pero que después quedan y a la sazón han quedado al albor cuando no
al criterio de ese gran artesano que es el tiempo, y que a modo de maestro
alfarero ha ido pacientemente (no en balde dispone de todo el tiempo del
mundo); torneando y dando forma a todo lo que compone nuestra realidad, y yo
diría que a la realidad en sí misma. Arcilla, agua y tiempo, ingredientes
universales competentes para dar forma sin duda a todo lo que es, fue y
probablemente llegará a ser; ungido todo en la disposición científica de un
maestro que decide lo que está bien y lo que está mal, desechando lo que no
sirve, conformando lo que podríamos denominar periodos oscuros, hasta alcanzar una suerte de inspiración que
redunde en la gestación de algo bueno, de
algo digno de ser conservado, lo cual pasará a formar parte de ese gran
catálogo de aciertos que denominamos acervo
cultural.
Volvemos así pues a posicionar no tanto el debate relativo a
los componentes del hombre, cuando sí más bien a declarar su necesaria
controversia, en lo que vienen a suponer los instantes previos a la refrenda de
un aquí y ahora que el forma del mencionado contexto, habilita en el día que
cronológicamente nos afecta, la refrenda de la festividad encomendada nada
menos que a Santa Cecilia, patrona de la Música.
La Música, elemento excepcional que hace gala de tal
consideración en tanto que exclusivo por y para los hombres, que acude presto,
en momentos como los que conforman nuestra actualidad, a ocupar su lugar entre
los elegidos para dar la batalla cuando el la Humanidad del Hombre ha de
reclutar uno por uno a cuantos elementos conforman a la par que condicionan la
naturaleza que le es propia al hombre.
Porque si adecuado resulta decir que el Hombre hace Música,
no menos acertado es el binomio en base al cual la comprensión de la Música nos
permite comprender al Hombre, resultando por derivada la asunción del momento
que les es propio. Un Hombre, una Música, una Época.
Comenzamos así pues nuestra andadura, por otro lado como ni
podía ni debía ser de otro modo, por Juan Sebastian BACH. El origen, el creador
por antonomasia, J.S. BACH ordena los elementos existentes hasta el momento,
define los parámetros de los mismos, e incluso descubre aspectos de muchos de
ellos que hasta su llegada habían pasado inadvertidos, descubriendo o creando
en aras de llenar los múltiples huecos que hasta su llegada habían permanecido
vacíos, o que sencillamente habían perseverado al refugio de la oscuridad.
Erigimos así pues nuestro enésimo monumento no al J.S. BACH
creador, como sí más bien al paciente maestro capaz de ver donde otros no
vieron, sin duda por atreverse a mirar donde otros no miraron o que si lo
hicieron, desde luego no fue con la intensidad necesaria.
Construye BACH la Música Moderna. O
cediendo a los que nos acusen de exagerados, diremos que BACH viene a
determinar los parámetros y patrones a partir de los cuales y postergándose
tras su existencia, la Música será pensada, construida y refrendada. En una
palabra, BACH erige el edificio de la Música. Al respecto de cómo lo hace, con magua.
No es una respuesta muy científica, lo sé, e incluso era la última que pensaban
escuchar pero si no están de acuerdo deténgase un instante y díganme cómo
definirían ustedes el proceso por BACH iniciado y según el cual, el proceso
matemático acaba mostrándose como el más serio aliado de la Música. Si unir las
Matemáticas con la Música sin que de tal unión surja la menor interferencia o
distorsión no es hacer magia, a mí no se me ocurre otra manera de definir
tamaño logro.
Pero nos hemos embarcado en un proceso en definitiva
destinado a vincular al Hombre con la Música. ¿Acaso hay algo más humano que la
improvisación, entendida ésta como capacidad para crear respuestas geniales a
problemas innovadores? Y quién sino Wolfgang Amadeus MOZART puede responder a
tamaña suerte de descripción.
Asumiendo tanto su posicionamiento como por supuesto su
predisposición hacia la Música como lo opuesto en términos de concepción a las
terminologías propias de BACH; MOZART es ante todo prodigio.
Poco dispuesto a asumir no tanto por incapacidad como sí más
bien por tratarse de su especial venganza contra el mundo la aparente obligación
de envejecer; MOZART desarrollará la totalidad de su corta existencia luchando
contra el mayor de los convencionalismos, el que pasa por asumir que lo natural
es envejecer, y lo hará como no puede ser de otro modo dibujando más que componiendo una Música genial. Una Música en la
que sus trazos son sentidos, emocionados y siempre geniales, destinados no
tanto a prevalecer en el tiempo, como sí más bien a subrayar la belleza de la
vida, encadenada en el presente.
La dialéctica como elemento capitular en el que se
desarrolla el campo semántico del Hombre. Ludwig van BEETHOVEN como contrario.
El silencio del sordo como definición nítida de la
oscuridad, y la sustitución de la sonoridad y sus matices por la esencia del
cromatismo. Así como una nota tiene sus matices, el color tiene sus rasgos, y
de la capacidad para sentir unos y otros depende la capacidad para experimentar
una obra. Lo que es válido para una pintura, “vemos” que lo es para una
sinfonía. Así podemos intuir el porqué de BEETHOVEN.
Laminado en sus sentidos, solo le quedan sus emociones, y la
capacidad para interpelar al mundo desde tales, prolongando luego las
sensaciones a una partitura. Un trabajo realmente ímprobo ya en teoría,
imaginad pues el llevarlo a cabo.
Y BEETHOVEN lo hace, recorriendo un largo camino. Un camino
por el que y a través de su medio, no lo olvidemos, el de la emotividad, nos
enseña a interpelar a las emociones en tanto que traductoras de la realidad.
Podemos así pues afirmar que nos encontramos ante el primer
Compositor Romántico de la Historia de la Música.
Y cerrando el ciclo: Richard WAGNER. Todo y nada, la más
excelsa definición del infinito en tanto que unificando su obra y su persona,
ambos formarán un todo cuyo denominados común pasa por la insatisfacción como
fuerza para optar y seguir optando permanentemente.
Juguete roto de su época. WAGNER vivirá permanentemente
enfrentado a su sino con la peculiaridad de ser éste algo evidente para todos
salvo para él mismo, lo cual no contribuirá sino a su destrucción en vida,
ayudándole de manera categórica en la consecución del éxito absoluto de
cualquier Romántico; alcanzar la muerte en vida, en tanto que ser capaz de
presagiar el propio infinito sin abandonar lo finito que es nuestra mísera
vida.
Acabamos así pues este periplo por la Música, en
conmemoración pues del que se ha dado en llamar su día, aunque creo poder
afirmar que ningún día sin Música está completo, pues los días no son sino
medidas estereotipadas de la Vida, y la Música es parte indisoluble de ésta, en
tanto que nos hace más humanos.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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