Llegados cómo no una vez más a nuestra cita con otra de esas
fechas podríamos decir que paradigmáticas,
lo cierto es que cumpliendo casi con un ritual, podemos afirmar una vez más
las dificultades que por primera vez en muchos años, siendo éstas de carácter
tanto propias como impropias, que en este caso se concitan
a la hora reseñar o si se prefiere de rememorar, el listado de grandezas que
sin duda han hecho grande a esta Nación, a este Pueblo.
Haciendo buena la afirmación que A. DULLES pone en boca del
que tal vez es el más famoso de sus protagonistas, el que hace tantos años nos
guió a través de la oscura y a la sazón procelosa selva en la inestimable
aventura en la que se convirtió la búsqueda de las minas de El Rey Salomón, lo cierto es que, efectivamente “no digas tonterías chico. El imperio siempre
ha estado en peligro.”
Porque viniendo como de hecho lo hacemos procedentes de unos
tiempos en los que conceptos otrora indefectibles tales como la grandeza y el
honor se cuantificaban de manera casi obscena procediendo a su manipulación sin
observar el menor rigor que resulta por supuesto preceptivo, acaban por
supuesto por originar, cómo no habrían de hacerlo, si no tanto un ambiente
marcadamente contrapuesto a aquel que en principio se promovía, si cuando menos
uno no tan dispuesto a generar ¿cómo lo diríamos? Ese ambiente previo a la
emotividad previa que sin duda ha de inferirse instantes antes de pedir a los
hijos que den su vida por la Patria, y a las madres que no hagan ni digan nada
por evitarlo.
Porque tal y como Marco Aurelio dejó escrito: “Habiendo
pronto mi fin de este mundo. ¿Cómo me recordará la Historia? ¿Lo hará como
militar, como el conquistador…quizá como el filósofo? (…) Dejo el Imperio en su
momento de mayor grandeza y, a pesar de todo ¿Qué es Roma? (…) Roma es, como
todo lo enorme, solo una idea. Una
idea a la sazón tan débil, que necesita ser protegida a diario, pues solo
pronunciar su nombre con demasiada fuerza, o hacerlo en lugar equivocado, puede
ser suficiente para contemplar su desaparición.”
Resulta curioso que una vez más la realidad se empecine en
hacer de paladín destinado a unir, a dotar de cohesión aquello que procede de
lo que no es sino la interpretación, en un caso de un personaje que pone voz a
los más profundos pensamientos de su autor; en el otro de los pensamientos de
un hombre sabio y poderoso que tal vez por su gran distanciamiento para con lo
que resulta nuestro aquí y nuestro ahora, puede en realidad pasar como más personaje que el que en realidad lo es.
¿El denominador común? Si tenemos no ya la perspicacia como
si más bien la paciencia suficiente aparecerá, como suele ocurrir con todas las
cosas que son verdaderamente importantes, claro
y distinto ante nosotros. Y lo que es mejor, lo hará por sí solo.
Así el miedo, o por ser más precisos la inseguridad que
acompaña a todo proceder que redunda en el mero hecho de caminar por espacios
que le son impropios, o en cualquier caso le resultan poco propiciatorios,
acabará por consignar el escenario en el que tendrá lugar la que por mero
orden, que no por secuenciación se erigirá como la última representación de ésta, la que todavía no hemos enunciado
explícitamente cual es la Fiesta de la
Hispanidad.
Pocas son las ocasiones que en el contexto propio de mentar
o describir esta fecha, se han mostrado tan eficaces, quién sabe si habría que
decir mejor tan útiles, de cara a
cumplir el cometido para el que fueron inestimablemente creadas.
Dicho de otra manera. ¿Qué nos lleva a considerar como
necesario la instauración de una jornada destinada específicamente a
recordarnos qué y por qué somos lo que
somos? ¿Acaso nuestro personaje de novela y nuestro viejo Emperador de Roma
tenían razón? ¿Es posible que en realidad todo, absolutamente todo no responda
sino a una idea, que no sea más que la configuración resultante de una vana
ilusión?
De ser así, no nos quedaría la menor duda de estar ante una
de las grandes genialidades de cuantas el hombre ha sido capaz de pergeñar. ¿Es
entonces cierto que solo los débiles soportes que proporcionan los mitos
constituyen en realidad los cimientos de ésta, la sin duda gran creación en la que a la postre se convertiría el ilusorio modelo de concepción nacional
que desde la
Revolución Francesa hasta hoy, pasando por el derrocamiento
de los Despotismos, hasta la
violencia de los Fascismos; han
venido a certificar nuestro sueño? ¿Es en definitiva nuestra realidad poco más
que una forma ordenada de sueño?
No en vano, y quién sabe si de manera una vez más provocativa
precisamente por visionaria, nuestro alemán
por excelencia dijo que “Los ídolos tienen los pies de barro.”
Por eso tal vez que una vez se apagaron los fuegos en los
que ardieron las estructuras del XVIII. Una vez que se hubo asentado el polvo
procedente de las demoliciones del XIX, que comenzó a ser necesario erigir no
tanto estructuras, no tanto edificios, como sí más bien paradigmas que con su doble función garantizaran, tal vez por
primera vez, la absoluta imposibilidad para los enemigos para destruir lo
recién creado. La causa es evidente: Las ideas son indestructibles es más,
cuanto más se las persigue, con más fuerza resurgen.
Y es así que si no de la comprensión de principios como
éste, sí de su aceptación, que poco a poco iremos resolviendo los problemas
propios de las obsoletas estructuras las cuales, lejos quién sabe si de su
verdadera función, hacen de su comprensible naturaleza de supervivencia un
obstáculo para la implantación de los nuevos cánones.
Viejas estructuras, y a su sombra, sus peones. Peones que
careciendo en este caso de la excusa moral de la que como hemos dicho goza su
matriz, se empecinan en negar lo inevitable de su desaparición diluyéndose y
tratando, lo que es peor, de diluir a otros, en debates del todo ya demostrados
como estériles los cuales pasan por tratar de dirimir vicisitudes en torno a la
corrección o no del uso de terminologías tales como Nación, Pueblo y por
supuesto, Estado.
Ubicado por sí solo llegados a este punto la trascendencia
del debate, podemos dar por definitivamente consolidada la idea hasta este
preciso momento solo sugerida en base a la cual el miedo procedente, cómo no,
de una amenaza, bien puede jugar un papel de consolidación en torno en este
caso a una idea, logrando como ningún otro fenómeno de los posibles con los
medios de los que se dispone, la promoción de ésta hasta alcanzar niveles de
otro modo inalcanzables; traduciendo a una posición de solvencia estructuras
que de cualquier otro modo estarían condenadas a permanecer en posición de frágil
equilibrio.
De esta manera, la situación originada a partir de los
efectos cuando no de las consecuencias vinculadas a la manera que se ha tenido
de tratar el comúnmente llamado asunto
catalán, resulta obvio que ha tenido una derivada aparentemente altisonante
en apariencia por incontrolada, la cual ha terminado por inspirar incluso a
quienes al respecto no tenían opinión formada, una suerte de sentimiento patrio que en ocasiones ha
alcanzado una intensidad desconocida para la mayoría, tal vez o precisamente
porque muchos son los años transcurridos desde la última vez en la que si no ya
España, sí tal vez la Idea de España, se
había visto tan claramente amenazada.
Queda así pues una vez más legítimamente instaurada por
constatación la certeza de que si bien en este país resulta difícil obtener un
viso de autoridad basado en la certeza absoluta de saber a qué o a quién se
apoya, ocurre todo lo contrario cuando lo que entonamos en aras de conseguir la
leva es el listado de agravios que
exponemos sobre aquel contra quien estamos.
Es precisamente a la vista de la importancia que adquiere la
labor de difusión, cuando comprendemos el riesgo que inherente a la misma surge
cuando intuimos el efecto que los voceros
pueden llegar a causar. Así, hace pocas lunas y enmarcado como no podía ser
de otra manera en el tono de arenga desde el que hoy por hoy se juzga cualquier
disposición que pretende no tanto aglutinar a los que componen lo propio de lo
que denominaríamos una facción, como
sí más bien separarse a cualquier precio de los que siguiendo esa deleznable
lógica compondrían la otra facción;
que me encontré con sendos acólitos de la teoría
de la conspiración reforzando precisamente sus tesis a partir de algo que
me llenó de perplejidad: ¿De verdad resulta tan imposible de aceptar que
efectivamente el término Nación pueda estar efectivamente dotado de varias
acepciones?
Naciones y Pueblos se conforman de los elementos de los que
la Historia, entendida como forma de percepción ordenada del paso del tiempo,
los dota. De esta manera El Hombre, actor indiscutible en tanto que
protagonista imprescindible tanto de la Historia como de la disposición no ya
de su devenir sino incluso de su interpretación; se revela como el único capaz
de presagiar lo que no ya la Nación sino incluso el Pueblo, hará con semejante dotación, ordenada en pos de la Cultura.
¿Tiene pues en sí mismo sentido un Pueblo, o si se prefiere
una Nación? De mi desarrollo resulta mi certeza, que en este caso redunda en el
no. De ser un Pueblo o Nación dueño de su propio motivo, además de convertirse
en un hecho necesario, lo que
alienaría a los individuos que la compusieran, entraría en la contradicción
procedimental de discutir la necesidad de
otras Naciones las cuales, por su misma naturaleza, estarían pues dotadas
de la misma condición de necesidad, lo
que hace ininteligible el razonamiento por imposibilidad semejante a la de las
contradicciones observables cuando discutimos las Vías Tomistas diseñadas para percibir la existencia de Dios, propias
de Tomás de AQUINO.
De esta manera, resulta evidente asumir que desde una
perspectiva inherentemente constructiva, la dotación semántica de una Nación y
por ende de un Pueblo, ha de estar mucho más vinculada a factores de adición
tales como la riqueza de su Historia, y de las múltiples acepciones que ésta
genere con ejemplos en los campos de la Cultura, la Política, y cuantos demás
dominios puedan ser o parecer de interés.
Así, la conmemoración del Día de la Hispanidad, si bien
puede con el tiempo resultar un concepto propenso a la extinción, debería
merecer, al menos durante el tiempo que le otorguemos de vigencia, propenso a
ser tenido en cuenta, no obviamente en tanto que por sí mismo, como sí más bien
por lo que a ciencia cierta representa.
Luis Jonás VEGAS VELASCO,
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