Aunque con ello no seamos capaces, a pesar de todo, de
garantizar que lo hagamos a gusto de todos. Porque si acertado estuvo el que
describió a España diciendo que efectivamente “es grande”, no le fue a la zaga
el que hubo de renunciar una vez reconoció como ardua la labor de definir a los
españoles; porque, sinceramente: ¿Qué significa ser español”? Dicho de otra manera: ¿Existe una determinada
conducta de cuya presencia pueda derivarse la certeza de que, efectivamente;
estamos en España?
Cifrados que no puestos en una época en la que aquello que
parece ser moderno pasa precisamente por no ser español, por negarlo incluso,
cuando se presta; lo cierto es que miles de horas y múltiples libros son los
que se han planteado en pos cuando no de contestar a la pregunta, sí al menos
de ser capaces de plantear nuevas cuestiones las cuales, en su mayor parte, no
son sino actualizaciones apropiadas a los
nuevos tiempos, de una pregunta que precisamente por hallarse compuesta de
múltiples esencias, no puede en realidad, cuando no en justicia, devengar al
tiempo una sola duda, toda vez que por absoluta es, eterna.
Cito entre éstos unan vez más, sin reparo ni disimulo todo
hay que decirlo, el que Julián Marías escribió hace ya algunos años, y que bajo
el expeditivo título de SER ESPAÑOL encierra,
sin ambages ni pavoneos, las claves cuando no de lo que de existir habrían de
ser las definiciones de españolidad, sí
con gran acierto una inmejorable descripción de los que son los comportamientos
propios de aquél que, a lo largo de los siglos puede decir que se ha paseado
por Europa, por el mundo, enseñando al resto a comportarse como cabría esperarse de un español.
Como cabría esperarse
de un español.
Pero… ¿Qué significa tamaña afirmación? ¿Qué circunstancias sin duda implícitas
más que explícitas, caben dentro de Tamala cuestión? De primeras dadas, nos
enfrenta con la disyuntiva de tener que asumir la posibilidad de que,
efectivamente, no existe una forma de ser español, sino que a lo máximo a lo
que podemos aspirar es, precisamente, a conducirnos como españoles. De ser así:
¿podemos diferenciar entre una forma buena y otra mala de comportarnos como
españoles? ¿Están a su vez semejantes conductas y por supuesto los criterios
propios sometidos a la evolución acorde a los tiempos?
Rememorados de entre todos los efectos de la obra el que
describe como una manera correcta de identificar a un español el que procede de
toparse con alguien que si bien no está dispuesto a desenvainar su acero por el
bien de la patria, no dudará en hacerlo por el honor de una joven camarera que
ha podido ver puesto en tela de juicio su honor si causa ni medida que lo
justifique; lo cierto es que salvando las distancias en este caso no tanto
procedimentales cuando sí más bien temporales; que hecha la salvedad temporal
que resulte perentoria, creo poder afirmar que para perseverar en la encomienda
que una vez más hemos aceptado, habremos de una vez de profundizar en aras de
localizar algo que si bien no ha de ser necesario
en el sentido magno del término, lo cierto es que habrá de estar
medianamente libre de las consideraciones de contingencia que presentan todas aquellas realidades sometidas a las
disquisiciones del tiempo.
La tarea no es, evidentemente fácil, más en cualquier caso
nadie dijo que hubiera de serlo, y lo que sí se dice es que a mayor dificultad,
mayor es la esperanza de recompensa a la que habrá de confiarse en vista de los
resultados.
Es así que de tales formas, me sorprendo hace poco
reconociendo en las afirmaciones vertidas por un conocido historiador en un
reputado foro, afirmaciones que en
resumen vienen a conciliar el debate en pos de certificar que, efectivamente,
es España una de las naciones pioneras en Europa a la hora de poder cifrar el
espacio contenido en sus fronteras, así como a la hora de poder catalogar las
conductas que en virtud, le son propias y a la sazón reconocibles.
Y entre tales conductas, la Lengua. El Castellano ,
Lengua de dioses, no solo por su riqueza y expansión, cuando sí más bien por lo
grande de los logros a los que rápidamente se vio abocada.
Porque hablando de lo eterno y de lo universal. ¿Hay acaso
algún español más eterno y universal, que el mismísimo Don Quijote de la
Mancha?
Universal y Eterno, D. Quijote de la Mancha consigue hoy, y
viene haciéndolo desde siempre, conciliar como nada y mejor que nadie es capaz
de hacerlo, en pos de su mito, a generaciones enteras de españoles que ya sean
pasados, presentes o futuros, se encuentran irrefutablemente cómodos haciendo
un alto en el camino de la Historia para buscar refugio si no en las palabras
que lo componen, sí tal vez en las enseñanzas que una a una, poco a poco, van
cuando no tramando, si más bien desentramando la que puede considerarse la
mejor de las virtudes que atesora el que acabará siendo llamado Caballero de la triste figura; la de
aunar por siempre y en pos de si a todos los españoles, en tanto que nada ni
nadie puede presumir como él, de tener absolutamente de acuerdo en torno a su
leyenda tanto a nobles de Castilla, como a braceros de Andalucía; pasando, cómo
no, por alguna dama de alta cuna despechada
que le canta a la luna, quién sabe si desde el puerto que desde las aguas de
Finisterre perciben más cercanas que nadie las estribaciones de otros mundos.
Realidad o leyenda, de una u otra manera sin atrevernos por
supuesto a renunciar a las lisonjas o a las obligaciones de conducirse por las
estribaciones del mito; lo cierto es que ni el Caballero Don Quijote ni por
supuesto, el que habría de ser su padre, D.
Miguel de Cervantes pudieron, ni yo quiero que de mis palabras se dé por
sentado que intentaron, pasar desapercibidos para su época. Máxime quedando
ésta contenida en un momento de periplo tan espectacular como la que les es
propia a Cervantes y por qué desasistirle por negárselo, a Don Quijote.
Y como prueba de los condicionantes que planean tanto sobre
el autor, como en especial sobre el personaje (no en vano a menudo dudamos de
cuál es más real, de cuál es más auténtico) bastará o será suficiente un
instante para comprender hasta qué punto Cervantes hubo de enfrentarse a la
realidad, cuando no a las malas pasadas que
ésta se empeñaba en jugarle, y que en lo concerniente a las fechas pareció
mostrarse especialmente sádica puesto que si el 21 de octubre de 1615 se da por
bien publicada la que a partir de entonces figurará como Don Quijote de la Mancha.
Segunda Parte ; habrá de ser
precisamente otro 21 de octubre, de doscientos años después cuando junto a Cabo
Trafalgar España sufra una de sus mayores derrotas.
Realidad o ficción, personaje histórico o a la sazón
imaginario; lo único y tal vez por ello lo más grandioso de cuanto acontece en
torno a la figura del que para la mayoría se dará en llamar “Historia del Ingenioso Hidalgo Don Quijote
de la Mancha” la cual, si bien como corresponde y procede fue capaz de
atravesar los que para otros fueron insuperables muros en forma de los censores
del Consejo de los que se valía el
Rey; sea precisamente la de reunir en pos de una sola certeza y realidad tanto
de grandioso, universal y eterno, haciéndolo a la vez sin ofrecer tacha ni por
supuesto mácula ya fuera a ojos de los hombres (el censor solo halla cuestiones
de grandeza moral en lo dicho); o a ojos de Dios (pues no en vano el censor
recalca en gran medida las grandezas que para coherencia con la vida a tenor de
lo dicho, sirven para agradar a Dios.)
Tendrá que ser entonces el más brutal de los realismos,
precisamente el que procede de lo material esbozado en aras al efecto que el vil metal viene a causar, el que nos
golpee con toda la fuerza que es capaz de concitar toda vez que la obra,
originalmente concebida en una misma pieza y unidad, hubo de ser fragmentada en
dos precisamente por el elevado coste que publicarla tenía, no siguiendo otro
principio que el de la capacidad para asumir el coste, lo que determinó el lugar por el que la obra habría de
partirse.
“Por comisión y
mandado de los señores del Consejo he hecho ver que el libro contenido con este
memorial;: no contiene cosa contra la Fe ni buenas costumbres; antes es libro
de mucho entretenimiento lícito, mezclado de mucha filosofía moral…”
“(…) Por lo que se
tasare a cuatro maravedís cada pliego, que al respeto suma y monta doscientos y
noventa y dos maravedís), y mandaron que esa tasa se ponga al principio de cada
volumen del dicho libro, para que se sepa y entienda, lo que por él se ha de
pedir y llevar, sin que se exceda de ello de manera alguna…”
Dicho respectivamente por los señores Hernando de Vallejo y
el Doctor Gutierre de Cetina; escribano de la Cámara del Rey y Censor del Reino
respectivamente; las citas corresponden concretamente a las dispuestas
formalmente en la primera edición de “Don Quijote de la Mancha Parte Segunda ”.
Ambas anotaciones, del todo imprescindibles para lograr la
promoción del libro, y a la sazón causa suficiente para hacer que la obra vea
la luz, rezan por fecha y datación tal día como hoy, a saber y rezando
formalmente: “A veinte y uno de otubre,
mil seiscientos y quince.”
Con ello, o tal vez por todo, podemos así dejar constancia
expresa de por qué Don Quijote de la Mancha es
y será, sin estar a la sazón sometido al devenir del tiempo, así como al
devenir del tiempo. De porqué la obra bien pudiera considerarse como la
mejor definición que de la eternidad y en lo concerniente a este mundo se ha
dado; y sobre todo de por qué es universal, sencillamente porque no hay nadie
en este mundo para quien suponga un desaire ser llamado alguna vez en su vida,
Quijote.
Con todo, y tal vez por ello, no resulte en absoluto
inadecuado poner hoy punto final a nuestras reflexiones retornando al principio
de las mismas; concretamente al punto en el que especificábamos las
dificultades que Julián MARÍAS encontraba para aunar las voces en torno a lo
que sin lugar a dudas podría considerarse coherente con lo que sería “obrar
como un buen español.”
Tal vez bastase no tanto con obrar como Don Quijote, como sí
más bien hacerlo movido por las aspiraciones que a Don Quijote impulsaban.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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