sábado, 24 de octubre de 2015

DE CERVANTES Y “QUIJOTES”. TAL VEZ LA ÚNICA MANERA ACERTADA DE DESCRIBIR A ESPAÑA, Y POR DEFECTO A LOS ESPAÑOLES.

Aunque con ello no seamos capaces, a pesar de todo, de garantizar que lo hagamos a gusto de todos. Porque si acertado estuvo el que describió a España diciendo que efectivamente “es grande”, no le fue a la zaga el que hubo de renunciar una vez reconoció como ardua la labor de definir a los españoles; porque, sinceramente: ¿Qué significa ser español”? Dicho de otra manera: ¿Existe una determinada conducta de cuya presencia pueda derivarse la certeza de que, efectivamente; estamos en España?

Cifrados que no puestos en una época en la que aquello que parece ser moderno pasa precisamente por no ser español, por negarlo incluso, cuando se presta; lo cierto es que miles de horas y múltiples libros son los que se han planteado en pos cuando no de contestar a la pregunta, sí al menos de ser capaces de plantear nuevas cuestiones las cuales, en su mayor parte, no son sino actualizaciones apropiadas a los nuevos tiempos, de una pregunta que precisamente por hallarse compuesta de múltiples esencias, no puede en realidad, cuando no en justicia, devengar al tiempo una sola duda, toda vez que por absoluta es, eterna.
Cito entre éstos unan vez más, sin reparo ni disimulo todo hay que decirlo, el que Julián Marías escribió hace ya algunos años, y que bajo el expeditivo título de SER ESPAÑOL encierra, sin ambages ni pavoneos, las claves cuando no de lo que de existir habrían de ser las definiciones de españolidad, sí con gran acierto una inmejorable descripción de los que son los comportamientos propios de aquél que, a lo largo de los siglos puede decir que se ha paseado por Europa, por el mundo, enseñando al resto a comportarse como cabría esperarse de un español.

Como cabría esperarse de un español. Pero… ¿Qué significa tamaña afirmación? ¿Qué circunstancias sin duda implícitas más que explícitas, caben dentro de Tamala cuestión? De primeras dadas, nos enfrenta con la disyuntiva de tener que asumir la posibilidad de que, efectivamente, no existe una forma de ser español, sino que a lo máximo a lo que podemos aspirar es, precisamente, a conducirnos como españoles. De ser así: ¿podemos diferenciar entre una forma buena y otra mala de comportarnos como españoles? ¿Están a su vez semejantes conductas y por supuesto los criterios propios sometidos a la evolución acorde a los tiempos?

Rememorados de entre todos los efectos de la obra el que describe como una manera correcta de identificar a un español el que procede de toparse con alguien que si bien no está dispuesto a desenvainar su acero por el bien de la patria, no dudará en hacerlo por el honor de una joven camarera que ha podido ver puesto en tela de juicio su honor si causa ni medida que lo justifique; lo cierto es que salvando las distancias en este caso no tanto procedimentales cuando sí más bien temporales; que hecha la salvedad temporal que resulte perentoria, creo poder afirmar que para perseverar en la encomienda que una vez más hemos aceptado, habremos de una vez de profundizar en aras de localizar algo que si bien no ha de ser necesario en el sentido magno del término, lo cierto es que habrá de estar medianamente libre de las consideraciones de contingencia que presentan todas aquellas realidades sometidas a las disquisiciones del tiempo.
La tarea no es, evidentemente fácil, más en cualquier caso nadie dijo que hubiera de serlo, y lo que sí se dice es que a mayor dificultad, mayor es la esperanza de recompensa a la que habrá de confiarse en vista de los resultados.

Es así que de tales formas, me sorprendo hace poco reconociendo en las afirmaciones vertidas por un conocido historiador en un reputado foro, afirmaciones  que en resumen vienen a conciliar el debate en pos de certificar que, efectivamente, es España una de las naciones pioneras en Europa a la hora de poder cifrar el espacio contenido en sus fronteras, así como a la hora de poder catalogar las conductas que en virtud, le son propias y a la sazón reconocibles.

Y entre tales conductas, la Lengua. El Castellano, Lengua de dioses, no solo por su riqueza y expansión, cuando sí más bien por lo grande de los logros a los que rápidamente se vio abocada.

Porque hablando de lo eterno y de lo universal. ¿Hay acaso algún español más eterno y universal, que el mismísimo Don Quijote de la Mancha?

Universal y Eterno, D. Quijote de la Mancha consigue hoy, y viene haciéndolo desde siempre, conciliar como nada y mejor que nadie es capaz de hacerlo, en pos de su mito, a generaciones enteras de españoles que ya sean pasados, presentes o futuros, se encuentran irrefutablemente cómodos haciendo un alto en el camino de la Historia para buscar refugio si no en las palabras que lo componen, sí tal vez en las enseñanzas que una a una, poco a poco, van cuando no tramando, si más bien desentramando la que puede considerarse la mejor de las virtudes que atesora el que acabará siendo llamado Caballero de la triste figura; la de aunar por siempre y en pos de si a todos los españoles, en tanto que nada ni nadie puede presumir como él, de tener absolutamente de acuerdo en torno a su leyenda tanto a nobles de Castilla, como a braceros de Andalucía; pasando, cómo no, por alguna dama de alta cuna despechada que le canta a la luna, quién sabe si desde el puerto que desde las aguas de Finisterre perciben más cercanas que nadie las estribaciones de otros mundos.

Realidad o leyenda, de una u otra manera sin atrevernos por supuesto a renunciar a las lisonjas o a las obligaciones de conducirse por las estribaciones del mito; lo cierto es que ni el Caballero Don Quijote ni por supuesto, el que habría de ser su padre, D. Miguel de Cervantes pudieron, ni yo quiero que de mis palabras se dé por sentado que intentaron, pasar desapercibidos para su época. Máxime quedando ésta contenida en un momento de periplo tan espectacular como la que les es propia a Cervantes y por qué desasistirle por negárselo, a Don Quijote.

Y como prueba de los condicionantes que planean tanto sobre el autor, como en especial sobre el personaje (no en vano a menudo dudamos de cuál es más real, de cuál es más auténtico) bastará o será suficiente un instante para comprender hasta qué punto Cervantes hubo de enfrentarse a la realidad, cuando no a las malas pasadas que ésta se empeñaba en jugarle, y que en lo concerniente a las fechas pareció mostrarse especialmente sádica puesto que si el 21 de octubre de 1615 se da por bien publicada la que a partir de entonces figurará como Don Quijote de la Mancha. Segunda Parte; habrá de ser precisamente otro 21 de octubre, de doscientos años después cuando junto a Cabo Trafalgar España sufra una de sus mayores derrotas.

Realidad o ficción, personaje histórico o a la sazón imaginario; lo único y tal vez por ello lo más grandioso de cuanto acontece en torno a la figura del que para la mayoría se dará en llamar “Historia del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” la cual, si bien como corresponde y procede fue capaz de atravesar los que para otros fueron insuperables muros en forma de los censores del Consejo de los que se valía el Rey; sea precisamente la de reunir en pos de una sola certeza y realidad tanto de grandioso, universal y eterno, haciéndolo a la vez sin ofrecer tacha ni por supuesto mácula ya fuera a ojos de los hombres (el censor solo halla cuestiones de grandeza moral en lo dicho); o a ojos de Dios (pues no en vano el censor recalca en gran medida las grandezas que para coherencia con la vida a tenor de lo dicho, sirven para agradar a Dios.)

Tendrá que ser entonces el más brutal de los realismos, precisamente el que procede de lo material esbozado en aras al efecto que el vil metal viene a causar, el que nos golpee con toda la fuerza que es capaz de concitar toda vez que la obra, originalmente concebida en una misma pieza y unidad, hubo de ser fragmentada en dos precisamente por el elevado coste que publicarla tenía, no siguiendo otro principio que el de la capacidad para asumir el coste, lo que determinó el lugar por el que la obra habría de partirse.

“Por comisión y mandado de los señores del Consejo he hecho ver que el libro contenido con este memorial;: no contiene cosa contra la Fe ni buenas costumbres; antes es libro de mucho entretenimiento lícito, mezclado de mucha filosofía moral…”

“(…) Por lo que se tasare a cuatro maravedís cada pliego, que al respeto suma y monta doscientos y noventa y dos maravedís), y mandaron que esa tasa se ponga al principio de cada volumen del dicho libro, para que se sepa y entienda, lo que por él se ha de pedir y llevar, sin que se exceda de ello de manera alguna…”

Dicho respectivamente por los señores Hernando de Vallejo y el Doctor Gutierre de Cetina; escribano de la Cámara del Rey y Censor del Reino respectivamente; las citas corresponden concretamente a las dispuestas formalmente en la primera edición de “Don Quijote de la Mancha Parte Segunda”.
Ambas anotaciones, del todo imprescindibles para lograr la promoción del libro, y a la sazón causa suficiente para hacer que la obra vea la luz, rezan por fecha y datación tal día como hoy, a saber y rezando formalmente: “A veinte y uno de otubre, mil seiscientos y quince.”

Con ello, o tal vez por todo, podemos así dejar constancia expresa de por qué Don Quijote de la Mancha es y será, sin estar a la sazón sometido al devenir del tiempo, así como al devenir del tiempo. De porqué la obra bien pudiera considerarse como la mejor definición que de la eternidad y en lo concerniente a este mundo se ha dado; y sobre todo de por qué es universal, sencillamente porque no hay nadie en este mundo para quien suponga un desaire ser llamado alguna vez en su vida, Quijote.

Con todo, y tal vez por ello, no resulte en absoluto inadecuado poner hoy punto final a nuestras reflexiones retornando al principio de las mismas; concretamente al punto en el que especificábamos las dificultades que Julián MARÍAS encontraba para aunar las voces en torno a lo que sin lugar a dudas podría considerarse coherente con lo que sería “obrar como un buen español.”

Tal vez bastase no tanto con obrar como Don Quijote, como sí más bien hacerlo movido por las aspiraciones que a Don Quijote impulsaban.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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