Playas de Normandía, amanecer del seis de junio de 1944. Las
defensas de playa del Ejército
Alemán, mermadas y hastiadas no solo en lo físico, cuando sí más bien en lo
conceptual (no en vano lo de Stalingrado aún
resuena), se encuentran en estado de
alerta toda vez que un mensaje cargado de dobles sentidos, como casi todo lo que últimamente circula por los
canales oficiales y es vomitado por
las Enigma, parece conducir a una
sugerencia en base a la cual es más que probable que el tan temido Ataque final esto es, el que habrá de
preceder a la definitiva invasión de Europa por su flanco occidental, va a
producirse efectivamente no por el norte, por Calais como en principio se
temía, sino por allí, siempre según la versión del Alto Estado Mayor. Por unas
playas condenadas a pasar para siempre a la Historia.
Cuando E. Rommel asume como ciertas las versiones que
acreditan como efectivo el hecho de que las playas elegidas por los aliados para desencadenar la Invasión de Francia, las cuales estaban
designadas en clave como Utah, Omaha, Gold, Sword y Juno; se encuentran
efectivamente en Normandía, sin duda alguna que hubo de concederse un instante
en pos de reconocerle al enemigo el valor de una gestión tan correcta, adecuada
y genial. No en vano, la
Operación Neptune , nombre en clave bajo el que quedan
designadas todas las operaciones estrictamente militares que habrían de tener
lugar en el transcurso de aquel día seis de junio, quedan realmente integradas
dentro de una más que grande, ingente operación, conocida como Operación Overlord, que comenzó a
gestarse en mayo de 1943, en los despachos del Capitolio.
Podemos afirmar sin riesgo a equivocarnos, que nos
encontramos ante uno de esos hechos históricos por definición, para cuya
determinación no hace falta ni tan siquiera detenernos a observar su
desarrollo, ni mucho menos sus consecuencias. Con la participación directa de
más de 1250 aeronaves, la puesta en acción de más de 5000 embarcaciones, y el
despliegue de más de 175.000 hombres, que serían cabeza de puente de los más de tres millones que a mediados de
agosto se encontrarán desplegados por toda Europa; bien podemos decir que
cuando Eisenhower y Montgomery se
encontraron analizando los esquemas de la operación al frente de la cual habían
sido conducidos, sin duda se sintieron como Aquiles y Ulises, comandando la
flota griega con destino a Europa. Es curioso, como en aquel entonces, París se
muestra de nuevo como obstáculo fundamental de cara a lograr los objetivos que
han sido prefijados.
Porque si en algo convergían no ya las opiniones, sino
incluso los informes oficiales cuya opinión a tal efecto se tenía en
consideración, era en lo incompresiblemente larga que la Guerra estaba siendo.
De aquélla Operación Relámpago planteada
por Hitler en un ya olvidado verano
de 1939, en base a la cual La Wehrmacht lograría aquello en lo que el mismísimo
Napoleón se vio incapaz de lograr, a saber lanzarse victorioso sobre los campos
de trigo y petróleo de la
odiada Rusia ; el lo lograría en apenas cincuenta días.
Casi cinco años después, y con el recuerdo de los efectos
que la desaparición total o parcial de los 6º y 4º ejércitos alemanes
respectivamente aún tenían, lo cierto es que solo la fe, o su manifestación más
pagana esto es, la idolatría al
líder, podían sustentar no ya solo la disposición para la lucha de los
componentes del ejército, sino incluso la resistencia del Pueblo de Alemania.
Sumergirnos en la historia de la Operación Overlord supone describir una parábola brutal que, como ocurre siempre con
la geometría, sirve para convertir lo
que en principio se asemejaba a un rodeo
impresionante, en un ejercicio de precisión
infinitesimal.
Así, una acción militar que era a todas luces imprescindible
desde junio de 1940, momento en el que Hitler logra la victoria en Francia;
consigue, no sin antes pasar por multitud de devaneos, atrasos, cancelaciones y
riesgos varios, desarrollarse con buen fin.
Múltiples serán, tal y como podemos intuir vista la magnitud
de todo, los elementos que en pos de tal fin habrán de subrogarse hasta conseguir la que acabará convirtiéndose en
victoria final.
Sin duda uno de los más importantes a tal efecto, la Operación Bodyguard. Puesta en marcha meses antes del desembarco, Bodyguard constituye uno de
los más brutales ejemplos de cuantos
la Historia puede ofrecer en pos de mostrar la importancia que los servicios de inteligencia tienen ya por
entonces, participación que a partir de este momento pasará a ser
imprescindible.
En una guerra de
engaño que se jugará en varios frentes, Bodyguard
se conforma a partir de la actuación conjunta y en muchos casos desconocida
de multitud de personas la mayoría de las cuales sin saberlo, jugarán un papel
trascendental en lo concerniente no ya al desarrollo de la Guerra, sino de cara
a que ésta acabe como todos conocemos.
Secretarias, actores, diplomáticos, tenderos, ¡hasta
jugueteros pertenecientes a una de las familias más selectas de tan en
apariencia inadecuado gremio! Pondrán su grano de arena en pos de lograr que
Alemania y en especial Rommel, no puedan descubrir hasta que sea demasiado
tarde, cuál será el lugar elegido para el desencadenamiento de la operación
final
Papel especialmente importante en este caso el desempeñado
por españoles extraídos de aquel grupo obligado a huir por pertenecer al bando
derrotado en lo que había supuesto su
propia contienda, y que una vez enrolados en la mayoría de los casos en La Resistencia Francesa , jugaron un papel sin el cual la Historia a ciencia cierta sería
otra.
Porque si bien lo cierto es que se trataba de otro caso de
los muchos que se habían dado, en base a los cuales Europa estaba bajo amenaza, no era menos cierta que la naturaleza de esta amenaza la convertía
en especialmente peligrosa. Así, no solo la naturaleza del movimiento Nacional Socialista, cuando sí más bien las
demostraciones que a lo largo y ancho del Continente se habían llevado a cabo
en pos de demostrar el grado de violencia inusitada que éste era capaz de
desentrañar; no hacían sino poner de manifiesto el grado de amenaza no ya
potencial, sino de facto, que su
victoria y posterior imposición habrían supuesto para Europa.
Una vez más, Europa se la jugaba. Apelando
a los denominados Principios Carolingios,
guardados, que nunca del todo olvidados, la teoría según la cual nada une más que la existencia de un enemigo
común, no solo hizo mella sino que apeló al surgimiento de una suerte de espíritu de sacrificio dentro del cual se enrolaron no ya solo los soldados
directamente implicados en el desarrollo factual de la batalla, como sí más
bien el torrente de civiles que por mero accidente geográfico se encontró
inmerso en la misma, y que en número cercano a los 35.000 vinieron a engrosar
la lista de bajas, en este caso colaterales, que bien puede apuntar otra leve
muestra de lo emblemático, del cuánto
se jugaban unos y otros en esta batalla.
Porque Normandía supuso más que el principio del fin del IIIº Reich. Normandía supuso la liberación de Europa. De una Europa que
una vez más, había sido raptada. ¿Que cómo puede raptarse una idea? Obviamente
con otra idea. Porque el verdadero peligro del IIIº Reich no estaba en Hitler,
ni en la Wertmach de Goering, ni en los carros del Mariscal Heinz Guderian. El
peligro para Europa se encuentra, como en la mayoría de los casos, en la
posibilidad siempre existente de una idea, por innovadora y populista; por
supuesto no hace falta que sea acertada, ni siquiera que sea o no realizable,
pueda poner patas arriba aquello que
cientos de años vienen demostrando como acertado.
Afortunadamente, el esfuerzo denodado de cientos de hombres
y mujeres, algunos recordados, otros olvidados, sirvió para conjurar tamaño por
lo radical peligro. Sirvan estas humildes líneas como homenaje, desde la
certeza de que precisamente la acción moderadora que ese mismo tiempo lleva a cabo, haya servido para
desterrar definitivamente cualquier posibilidad de que una idea en tamaño
sentido pueda volver a cuajar.
Esa es, al menos, la esperanza.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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