Pocas por no decir que contadas, son las ocasiones en las
que siguiendo el esquema que libremente nos hemos dado, el cual al menos en lo
procedimental pasa por enlazar periodos pasados con la realidad, aprovechando
cuando no buscando la excusa que algún detalle vinculado con la Música nos
proporciona; pone ante nosotros el manjar que constituye vincular Espacio y
Tiempo mediando la nostalgia de lo propio, tal y como ocurre en el caso de traer a colación las por otro lado
evidentes certezas, que se dan cita cuando mentamos, nada más y nada menos, que
a Luigi Boccherini, ubicándole además dentro de las múltiples menciones que le
son propias, las cuales transitan entre su condición indiscutible de gran
músico, pasando por la de compositor innovador, culminando después en la
certeza de renovador, hecho éste que desarrolló en su doble papel de
compositor, tarea en la que desató enorme admiración; como en la de ejecutante,
donde hilando con maestría la cuerda, en
este caso del violonchelo, alcanzó no solo notoriedad de cara a sus
contemporáneos, sino también la admiración entre los que habrían de seguirle,
por ende los únicos capacitados para entender, gracias a la acción ejercida por
el paso del tiempo, la grandeza de muchas de sus aportaciones.
Decir que nació en Italia, concretamente en la ciudad de
Lucca, para más seña el día 19 de febrero de 1743, seguramente no sirva para
mucho. Pero en cualquier caso, una vez salvada la mala tentación en la que a
menudo redunda el gusto de dejarse llevar por las primeras impresiones, tal vez
podamos establecer el terreno sembrado para las especulaciones a las que
podemos tender si centramos nuestro análisis en las probables realidades que
poco a poco toman forma si tomamos como referencia el destino que parece
constatarse al ver que convergen el mejor momento posible (un siglo XVIII que
arde en deseos de renovación); con un lugar, Italia, en el que como puede
constatarse sin gran molestia revisando la Historia, posee un excelente
coeficiente en lo tocante a la densidad de genios, sobre todo en el episodio
correspondiente a la composición y ejecución musical.
Artista cuando no genio que demostró pronto las habilidades
que pronto se convertirían en las habilidades con las que luego renovar el universo musical europeo; no sería justo
ignora que el niño Luigi destacó
pronto en las Artes, si bien fue la
Poesía la que primero despertó su capacidad creativa, y no sin éxito tal y como
demuestra el hecho de que con apenas catorce años compusiera libretos que fueron entre otros, del
gusto del mismísimo Salieri.
Mas el momento es especialmente convulso, lo que una vez
aplicados los matices que el Lenguaje nos proporciona, nos permite
reconsiderarlo desde el prisma de lo propenso
para la innovación. Es por ello que desde ese prisma podamos considerar no solo como no
sorprendente, incluso casi como obvio, el ingreso de nuestro protagonista en la Corte
Española del Rey
Carlos III, hecho para lo cual resultará no ya de gran ayuda, sería más
justo decir que sin su participación el hecho hubiese sido del todo improbable;
estamos hablando de los ardides que en pos de la consecución de tal hecho
desarrollará en embajador español en París.
Hablamos de ardid, sin tapujos, y por supuesto con pleno
conocimiento de causa. Y el empleo no ya de tamaña palabra, cuando sí más bien
de las consecuencias que el mismo lleva aparejadas, convierte no ya en
exigibles, diremos que manifiestamente imprescindibles, el aportar una serie de
anotaciones vinculadas al estado general del contexto histórico tanto de
España, como especialmente de los lugares sobre los que el desempeño de la
misma pueda tener consecuencias; lo que supone reducir a la práctica totalidad del mundo conocido tamaños
extremos.
Decir que el mundo se convulsiona en el Siglo XVIII sería
injusto por escaso. Resulta más correcto decir que el siglo XVIII convulsiona
al mundo, sencillamente porque el torrente de sucesos, logros y principalmente
ideales que surgen para remover no tanto al mundo, como sí más bien a la
interpretación que de éste se hace; es propio solo de tal siglo.
Y es Europa, (interpretada si se nos permite como Metrópoli del mundo), la que liderará el
ranking que de tal innovación se
deduce, asumiendo con ello de forma casi exclusiva el coste que las
renovaciones y de las revoluciones que con ellas vienen asociadas.
Será precisamente este papel predominante de Europa, o por
obrar con más justicia, será la diferencia de percepción que para con tales
cambios mostrará España, lo que se manifieste como el mejor de los indicadores
de la ya galopante pérdida de hegemonía que
en lo concerniente a influir en las decisiones políticas de Europa, presenta
España.
No es España ya ni la
sombra de lo que una vez fue, y haciendo bueno una vez más el dicho, parece
estar como tantos otros antes condenada a ser el último en enterarse, lo que en
este caso bien puede redundar en el desarrollo y ejecución de políticas cuya
conveniencia o a lo sumo cuya justificación, bien pueden resultar altamente
comprometedoras.
En tal contexto podemos ubicar no solo las consecuencias que
en lo atinente a la pérdida de prestigio internacional tendrá el Tratado de Utrecht, cuando sí más bien
las disposiciones vinculantes de la Ley Sálica , la cual en este caso resulta de
aplicación en lo convenido a la sazón del tratamiento que en materia de
herencia y traspaso de Corona tienen los apartados vinculados a la imposibilidad de heredar por parte de
descendientes regios que no hayan nacido en España. Y los hijos de Carlos
III son todos nacidos en Italia.
Van así poco a poco, por su propio peso nos atreveríamos a
decir, compareciendo las piezas que acabarán por dar forma no tanto al puzzle
más bien al mosaico (pues presenta cierto grado de relieve) del que habíamos
hablado al comienzo de la exposición del episodio que ha recibido hoy nuestra
atención.
Porque si bien las
disposiciones dinásticas resultan poco halagüeñas para el ya Luis Antonio Jaime de Borbón y Farnesio, no
es menos acertado recalcar que las ya anunciadas aplicaciones de la Ley Sálica podrían
poner no ya en peligro la Corona de Carlos III, sino más bien las garantías de
que sus hijos puedan recibir todos los beneplácitos para heredar.
Hechas estas salvedades, resulta no ya paradójico, sino que
se convierte en casi obvio al menos desde la óptica del monarca, las
disposiciones a tomar en pos de la preparación, dinámica y ejecución de la estrategia a seguir para con el no heredero,
que puede resultar molesto en el futuro.
Es así que una vez sopesadas todas las posibilidades, o por
ser más exacto, casi todas, y desde el prisma que aporta el considerarnos
miembros de una Corona Moderna, lo
que parece alejar la opción del regicidio, lo cierto es que el ingreso de éste
en el seno del Otro Gran Poder, a
saber, la Iglesia, no solo se muestra como una gran posibilidad, sino que
además es positiva para todos.
Sin embargo las disposiciones habilitadas por el Concilio de
Trento prohíben expresamente el nombramiento de lo que se había dado en llamar Sacerdotes-Niños, y Luis apenas tiene
trece años.
Se habilita entonces un proceso que llega a contar con la
dispensa del Papa, sobre todo por estar apoyado en quien lo está, aceptándose
por el propio Vaticano la adopción de una solución “de compromiso” en base a la
cual el niño D. Luis podrá y de hecho
administrará oficialmente las posesiones de la Archidiócesis de Toledo.
Mas con el tiempo otras serán las circunstancias de especial concurrencia que vendrán a impedir el normal discurrir de la vida monacal del
Infante. Así, si exacerbado apetito sexual, vinculado a un desenfrenado
gusto por las féminas sobre las que desarrollar la exhibición de sus encantos;
hace del todo imposible el mantenimiento de la que llamaremos, ficción vocacional.
Es entonces cuando Carlos III ensaya primero en Madrid, y
pone finalmente en práctica en Arenas, cerrando con ello hoy nuestro particular
círculo; las disposiciones destinadas a encerrar
en una cárcel de oro, no tanto a su hermano, como sí a sus descendientes.
Consiente primero el matrimonio hacia el que tanta
predisposición había mostrado siempre D. Luis, eligiendo para ello a María
Teresa de Vallabriga y Rozas, hija de uno de los coperos del propio monarca.
Tal elección, como podemos imaginar vinculada a cualquier
consideración salvo a la azarosa, albergaba en sí misma otra magnífica pata del plan de Carlos III. La
explicación es evidente: por tratarse de un matrimonio
morganático esto es: por unir a personas de “rango regio diferenciado”, la
parte de mayor realengo ha de renunciar a sus disposiciones testamentarias,
incluyendo por supuesto sus derechos dinásticos. La jugada es pues
magistral, toda vez que exonera a Carlos III de cualquier sospecha vinculada a
una acusación formulada en los términos de poner
zancadillas a sus sobrinos en lo atinente a sus derechos futuros.
Con ello, Luigi Boccherii se verá inmerso en una de las
disputas más interesantes de cuantas el siglo y la época dispondrá. Sin embargo
al abrigo y bajo la protección del Infante podrá disfrutar, como éste, de las
libertades y despreocupaciones que la vida desahogada proporciona todo lo cual,
unido a las especiales connotaciones estéticas que proporciona el por aquel
entonces ya destacado paisaje de Arenas de San Pedro, proporcionan las
herramientas suficientes para dirimir las especiales circunstancias desde las
que el compositor derramó su solvencia en pos de escribir, entre otras, La
Música Nocturna de
Madrid.
Hermosas composiciones, excepcionales interpretaciones, y
por supuesto innovaciones técnicas tales como llevar el rango de ejecución del
sonido del violonchelo hasta umbrales del agudo desconocidos hasta ese momento,
colocarán a Luigi Boccherini en la posición de maestro de la que desde entonces
no se ha bajado.
Sin embargo nada de todo esto le evitará un injusto final.
La muerte del Infante, sucedida en la madrugada del 7 de 1785 no solo le privará de su Lord Protector, sino que le hará receptor de los odios de un Carlos
III que le retirará cualquier favor, dejándole pues desnudo a merced de las
envidias de una corte de buitres que envidiosos de su hacer, no pararán hasta
verle privado de todas sus ventajas.
Morirá solo, olvidado y denostado en Madrid, el 28 de mayo
de 1805.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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