sábado, 4 de abril de 2015

DE LA DISTANCIA ENTRE LOS INFINITOS. LA QUE QUEDA PATENTE TRAS ENTENDER LA PASIÓN SEGÚN SAN MATEO..

Retomado el instante toda vez que como si verdaderamente hubiera sido ayer, lo único verdaderamente cierto es que queda inevitablemente restringido al escenario de la emotividad el único espacio en el que no solo no resulta indebido, diremos incluso que por el contrario es altamente beneficioso; el abandonarnos a los ejercicios de la práctica de la emoción.

Es así que lejos de ser redundante, reclamamos tiempo y espacio, en la ecuación que se conforma en este aquí, y por supuesto en este ahora, para redefinir una vez más los vínculos cuando no las relaciones que se ponen de manifiesto una vez que ponemos nuestra atención en los vínculos existentes entre nuestro presente y la Historia, vínculos que no por estar presentes como es lógico de manera continuada, no es menos cierto que resultan se cabe más notorios precisamente en fechas como las que hoy nos abruman.

Porque si bien puede que no se trate esencialmente de eso, lo cierto es que a la postre bien pudiera ser desde semejante lugar desde donde resultaría si no conveniente, sí cuando menos recomendable, comenzar nuestra reflexión de hoy; una reflexión que como pocas otras aparece sometida a las presiones de lo irracional, toda vez que pretende hacer frente no al análisis estructural de una hecho o forma, sino más bien al de los previos y por ende las consecuencias que algo de naturaleza tan estructuralmente irracional como puede ser una Pasión, puede llegar a desencadenar.

Es precisamente del análisis casi gramatical de lo hasta ahora planteado, de lo que podemos llegar a extraer las consideraciones necesarias en pos de precisamente, identificar los primeros conatos de diferencia entre no ya las dos estructuras musicales mentadas, como sí más bien de las naturalazas de espíritu desde las que las mismas pueden ser cuando no concebidas, sí al menos elucubradas.
Porque qué, si no una auténtica elucubración, todo un desafío, es lo que rodea y sin duda desencadena el proceso que finalmente alumbra una Pasión.

No ya tanto inmersos como sí más bien impregnados del influjo que rodea y a la sazón determina tanto el ambiente como por ende la manera de verse sumido en el mismo propios de la naturaleza de estos días por los que hoy transitamos; especiales qué duda cabe en tanto que propensos a formular en toda persona una opinión, positiva o negativa, pero en última instancia una opinión; lo cierto es que precisamente de tal hecho, del que circunda lo más que masivo, absoluto del contexto de autoridad del que todos de una u otra manera somos partícipes; lo único cierto es que más allá de conjeturas o azares, la imposibilidad para plantarle cara sirve si no como explicación, sí cuando menos de anticipo de la magnitud de la misma a la hora de comenzar a asumir la magnitud universal e infinita del hecho que nos traemos entre manos.

Semana Santa, Semana de Pasión. O mejor dicho, semana destinada a conmemorar precisamente los hechos desde los que se hace grande, los hechos que confieren la magnitud otorgada precisamente a aquél que se erige en voluntario actor, (ahí redundan a la vez la diferencia y por ende la grandeza) del que a partir no ya de aquel momento, como sí más bien del momento desde el que se infiere el reconocimiento del mismo) contribuirán no ya como pocos, tal vez como ninguno otro, a cambiar si no la Historia del Mundo, sí cuando menos la manera de interpretarlo.

Porque puesto a ser suspicaces, de qué se trata cuando no de eso, de una mera interpretación. Interpretación porque al tratarse de algo cuyo valor procede estrictamente de lo subjetivo, adquiere o a lo sumo mantiene semejante valor en virtud no tanto de la trascendencia real o ficticia que el hecho en sí pueda tener, cuando sí más bien debe tal, o podría llegar a deber, de haberse dado, cualquier otra catalogación, a la interpretación que los propios, pero en este caso si cabe más los ajenos, pudieran haber llevado a cabo.

Interpretación, subjetividad, barroquismo en una palabra. Tal vez por ello, o quién sabe si precisamente por tal hecho, el fenómeno de La Pasión como expresión de un sentimiento, el sentimiento por antonomasia, atribuido al Hombre por excelencia, adopta precisamente en este periodo el más adecuado, el más conveniente.
Así si bien hay otras Pasiones, si bien otros compositores se han aventurado por tamañas latitudes, no es menos cierto que ninguno con la suerte con la que J.S. BACH supo irrumpir con La Pasión según San Mateo.

Cierto es que no puede dejarse todo al azar. No menos cierto que la apuesta BACH es ante todo una apuesta segura. Con todo, y por supuesto lejos en nuestro ánimo el menospreciar al que es Maestro de lo Sacro por excelencia; lo cierto es que el contexto en el que se inscribe la acción del Músico se muestra como el más adecuado sin duda a la hora de albergar una obra de la excelencia, la innovación y sin duda la magnificencia que resulta propia a La Pasión según San Mateo.

Ejemplo absoluto de la Música Sacra. Paradigma de perfección, la obra a la que hoy hacemos referencia merece un trato casi discriminatorio en tanto que supone en su plenitud, un ejemplo, una excepción, no tanto en el terreno de los considerando formales, cuando sí en el de los epistemológicos.
Porque si cierto es como ya hemos señalado el hecho de que existen otras pasiones, como en el caso de los Réquiems ¿quién, que se precie, no tiene uno?; lo único por otro lado realmente incuestionable es que ninguna como la de San Mateo, incluso ni por asomo las demás, existente o perdidas, atribuidas o demostradas en tanto que del mismo autor; son capaces de auspiciar nada, nada, de todo lo que sugiere, mitifica y provoca la Pasión según San Mateo.

Dicho lo cual, a título pues de antecedente del escenario conceptual a lo largo del cual en los próximos minutos nos moveremos, la cuestión parece cuando no obvia, sí de obligado cumplimiento: ¿Qué alberga la Pasión según San Mateo que la convierte en algo tan indescifrable?
Como suele ocurrir a menudo con las cosas importantes, la mera formulación de la cuestión viene ya a ponernos en posición a la hora de elegir la posición desde la que iniciar la marcha en pos de la verdad, o cuando menos de nuestra verdad.
Moviéndonos tal y como resulta obvio en parámetros cuasi metafísicos como son los propios al escenario en el que las consideraciones metafísicas no solo se mueven con solvencia, sino que abiertamente se muestran como los únicos propicios a la hora de desarrollar éstas y similares consideraciones; bien pudiera ser que precisamente haya de ser en el análisis del procedimiento mediante protocolos dialécticos (amparados en el uso de contrarios) desde donde seamos capaces si no de crear, sí de elucubrar los escenarios propicios para la exigencia que nos es propia en el día de hoy.

Así, si los parámetros propicios para la concepción dogmática del proceso habrían de ser por definición los correspondientes al mundo necesario desde el que invocamos con solvencia al mundo de lo divino; tal vez debamos de acudir a reforzar en el caso que nos ocupa precisamente a ese otro mundo, al de lo contingente, sujeto por ello a la posibilidad del error, al miedo a la equivocación, en el que el  Hombre se debate y de cuyo nada contingente miedo surge, precisamente, la otrora necesidad de que exista Dios, y por ende su mundo.

Caemos de manera abrupta en la enésima de las disquisiciones transcendentales. ¿Es Dios una creación del Hombre? Tal vez, pero lejos de emplear hoy un solo instante más en tamaño devaneo no haremos sino plantear la posibilidad de que igualmente podemos distinguir en el Hombre la capacidad para crear el escenario divino por excelencia.
Pero detengámonos por un instante en lo que tenemos hasta el momento, o más concretamente observemos dónde tenemos ubicado a nuestro Hombre. Es ahora nuestro Hombre, o más concretamente el Hombre que resulta cognoscible desde La Pasión según San Mateo; un Hombre actor. Un Hombre que se ha alejado de manera voluntaria de su posición hasta ahora pasiva, para erigirse en partícipe de la realidad que la conducta religiosa le propone. Una realidad de la que por primera vez es copartícipe. Una realidad para cuya comprensión por primera vez se siente intelectual y moralmente capacitado. Una realidad que por primera vez se muestra condescendiente con él.

Es así pues, que la diferencia que estábamos buscando emerge ante nosotros de manera clara y por supuesto distinta, como lo harán por supuesto la mayoría de las grandes cuestiones que de cara al Hombre, y por supuesto de cara a la relación de éste con Dios, convertirán a los siglos XVII y XVIII en siglos tan específicos como trascendentales a la hora de comprender no solo al Hombre, como sí por supuesto a las sociedades que les serán propias.
Dos siglos creadores de sendos modelos de Hombre que serán artífices de una esencia recogida que no resumida en un lema: Por sus obras les conoceréis.

Obras, Hombre, Acción. Sin duda la esencia de la diferencia concretada hoy en nuestra búsqueda. Una diferencia que se patente en La Pasión según San Mateo mejor que en ninguna otra. Tal vez por eso, bien por el descubrimiento, bien por la satisfacción que proporciona el intuir que se trata de algo único, la escucha atenta de la obra proporciona no tanto respuestas como sí más bien infinidad de nuevas preguntas, atribuibles todas ellas al rango de un Nuevo Hombre, el Hombre Positivista del que el Arte Barroco al menos en su escenografía musical constituye sin el menor género de dudas, el mejor de los anticipos.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

 

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