Retomado el instante toda vez que como si verdaderamente
hubiera sido ayer, lo único verdaderamente cierto es que queda inevitablemente
restringido al escenario de la emotividad el único espacio en el que no solo no
resulta indebido, diremos incluso que por el contrario es altamente
beneficioso; el abandonarnos a los ejercicios de la práctica de la emoción.
Es así que lejos de ser redundante, reclamamos tiempo y
espacio, en la ecuación que se conforma en este aquí, y por supuesto en este
ahora, para redefinir una vez más los vínculos cuando no las relaciones que se
ponen de manifiesto una vez que ponemos nuestra atención en los vínculos
existentes entre nuestro presente y la Historia, vínculos que no por estar
presentes como es lógico de manera continuada, no es menos cierto que resultan
se cabe más notorios precisamente en fechas como las que hoy nos abruman.
Porque si bien puede que no se trate esencialmente de eso,
lo cierto es que a la postre bien pudiera ser desde semejante lugar desde donde
resultaría si no conveniente, sí cuando menos recomendable, comenzar nuestra reflexión de hoy; una reflexión que como
pocas otras aparece sometida a las presiones
de lo irracional, toda vez que pretende hacer frente no al análisis
estructural de una hecho o forma, sino más bien al de los previos y por ende
las consecuencias que algo de naturaleza tan estructuralmente irracional como puede ser una Pasión, puede llegar
a desencadenar.
Es precisamente del análisis casi gramatical de lo hasta
ahora planteado, de lo que podemos llegar a extraer las consideraciones
necesarias en pos de precisamente, identificar los primeros conatos de
diferencia entre no ya las dos estructuras musicales mentadas, como sí más bien
de las naturalazas de espíritu desde
las que las mismas pueden ser cuando no concebidas, sí al menos elucubradas.
Porque qué, si no una auténtica
elucubración, todo un desafío, es
lo que rodea y sin duda desencadena el proceso que finalmente alumbra una Pasión.
No ya tanto inmersos como sí más bien impregnados del
influjo que rodea y a la sazón determina tanto el ambiente como por ende la
manera de verse sumido en el mismo propios de la naturaleza de estos días por los
que hoy transitamos; especiales qué duda cabe en tanto que propensos a formular
en toda persona una opinión, positiva o negativa, pero en última instancia una
opinión; lo cierto es que precisamente de tal hecho, del que circunda lo más
que masivo, absoluto del contexto de autoridad del que todos de una u otra
manera somos partícipes; lo único cierto es que más allá de conjeturas o
azares, la imposibilidad para plantarle cara sirve si no como explicación, sí
cuando menos de anticipo de la magnitud de la misma a la hora de comenzar a
asumir la magnitud universal e infinita del hecho que nos traemos entre manos.
Semana Santa, Semana de Pasión. O mejor dicho, semana
destinada a conmemorar precisamente los hechos desde los que se hace grande, los hechos que confieren la magnitud otorgada precisamente
a aquél que se erige en voluntario actor,
(ahí redundan a la vez la diferencia y por ende la grandeza) del que a
partir no ya de aquel momento, como sí más bien del momento desde el que se
infiere el reconocimiento del mismo) contribuirán no ya como pocos, tal vez
como ninguno otro, a cambiar si no la Historia
del Mundo, sí cuando menos la manera de interpretarlo.
Porque puesto a ser suspicaces, de qué se trata cuando no de
eso, de una mera interpretación. Interpretación porque al tratarse de algo cuyo
valor procede estrictamente de lo subjetivo, adquiere o a lo sumo mantiene
semejante valor en virtud no tanto de la trascendencia real o ficticia que el
hecho en sí pueda tener, cuando sí más bien debe tal, o podría llegar a deber,
de haberse dado, cualquier otra catalogación, a la interpretación que los
propios, pero en este caso si cabe más los ajenos, pudieran haber llevado a
cabo.
Interpretación, subjetividad, barroquismo en una palabra. Tal vez por ello, o quién sabe si
precisamente por tal hecho, el fenómeno de La
Pasión como expresión de un sentimiento, el sentimiento por antonomasia,
atribuido al Hombre por excelencia, adopta
precisamente en este periodo el más adecuado, el más conveniente.
Así si bien hay otras Pasiones,
si bien otros compositores se han aventurado por tamañas latitudes, no es
menos cierto que ninguno con la suerte con la que J.S. BACH supo irrumpir con
La Pasión según San Mateo.
Cierto es que no puede dejarse todo al azar. No menos cierto
que la apuesta BACH es ante todo una apuesta segura. Con todo, y por supuesto lejos en
nuestro ánimo el menospreciar al que es Maestro
de lo Sacro por excelencia; lo cierto es que el contexto en el que se inscribe la acción del Músico se muestra como el más adecuado
sin duda a la hora de albergar una obra de la excelencia, la innovación y sin
duda la magnificencia que resulta propia a La
Pasión según San Mateo.
Ejemplo absoluto de la Música Sacra.
Paradigma de perfección, la obra a la que hoy hacemos referencia
merece un trato casi discriminatorio en tanto que supone en su plenitud, un
ejemplo, una excepción, no tanto en el terreno de los considerando formales,
cuando sí en el de los epistemológicos.
Porque si cierto es como ya hemos señalado el hecho de que
existen otras pasiones, como en el
caso de los Réquiems ¿quién, que se
precie, no tiene uno?; lo único por otro lado realmente incuestionable es que
ninguna como la de San Mateo ,
incluso ni por asomo las demás,
existente o perdidas, atribuidas o demostradas en tanto que del mismo autor;
son capaces de auspiciar nada, nada, de
todo lo que sugiere, mitifica y provoca la Pasión según San Mateo.
Dicho lo cual, a título pues de antecedente del escenario conceptual a lo largo del cual en los
próximos minutos nos moveremos, la cuestión parece cuando no obvia, sí de
obligado cumplimiento: ¿Qué alberga la Pasión según San Mateo que la convierte
en algo tan indescifrable?
Como suele ocurrir a menudo con las cosas importantes, la
mera formulación de la cuestión viene ya a ponernos
en posición a la hora de elegir la posición desde la que iniciar la marcha
en pos de la verdad, o cuando menos de nuestra verdad.
Moviéndonos tal y como resulta obvio en parámetros cuasi
metafísicos como son los propios al escenario en el que las consideraciones
metafísicas no solo se mueven con solvencia, sino que abiertamente se muestran
como los únicos propicios a la hora de desarrollar éstas y similares
consideraciones; bien pudiera ser que precisamente haya de ser en el análisis
del procedimiento mediante protocolos dialécticos (amparados en el uso de
contrarios) desde donde seamos capaces si no de crear, sí de elucubrar los
escenarios propicios para la exigencia que nos es propia en el día de hoy.
Así, si los parámetros propicios para la concepción
dogmática del proceso habrían de ser por definición los correspondientes al
mundo necesario desde el que
invocamos con solvencia al mundo de lo divino;
tal vez debamos de acudir a reforzar en el caso que nos ocupa precisamente
a ese otro mundo, al de lo contingente, sujeto
por ello a la posibilidad del error, al miedo a la equivocación, en el que
el Hombre
se debate y de cuyo nada contingente
miedo surge, precisamente, la otrora
necesidad de que exista Dios, y por ende su mundo.
Caemos de manera abrupta en la enésima de las disquisiciones
transcendentales. ¿Es Dios una creación del Hombre? Tal vez, pero lejos de
emplear hoy un solo instante más en tamaño devaneo
no haremos sino plantear la posibilidad de que igualmente podemos
distinguir en el Hombre la capacidad para crear el escenario divino por excelencia.
Pero detengámonos por un instante en lo que tenemos hasta el
momento, o más concretamente observemos dónde tenemos ubicado a nuestro Hombre. Es ahora nuestro Hombre,
o más concretamente el Hombre que resulta
cognoscible desde La Pasión según San Mateo; un Hombre actor. Un Hombre que se ha
alejado de manera voluntaria de su posición hasta ahora pasiva, para
erigirse en partícipe de la realidad que la conducta religiosa le propone. Una
realidad de la que por primera vez es copartícipe. Una realidad para cuya
comprensión por primera vez se siente intelectual y moralmente capacitado. Una
realidad que por primera vez se muestra condescendiente con él.
Es así pues, que la
diferencia que estábamos buscando emerge ante nosotros de manera clara y por supuesto distinta, como lo
harán por supuesto la mayoría de las grandes
cuestiones que de cara al Hombre, y por supuesto de cara a la relación de
éste con Dios, convertirán a los siglos XVII y XVIII en siglos tan específicos
como trascendentales a la hora de comprender no solo al Hombre, como sí por
supuesto a las sociedades que les serán propias.
Dos siglos creadores de sendos modelos de Hombre que serán
artífices de una esencia recogida que no resumida en un lema: Por sus obras les conoceréis.
Obras, Hombre, Acción. Sin duda la esencia de la diferencia
concretada hoy en nuestra búsqueda. Una diferencia que se patente en La Pasión según San Mateo mejor que en
ninguna otra. Tal vez por eso, bien por el descubrimiento, bien por la
satisfacción que proporciona el intuir
que se trata de algo único, la escucha atenta de la obra proporciona no
tanto respuestas como sí más bien infinidad de nuevas preguntas, atribuibles
todas ellas al rango de un Nuevo Hombre, el Hombre
Positivista del que el Arte Barroco al
menos en su escenografía musical constituye sin el menor género de dudas, el
mejor de los anticipos.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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