Me sorprendo un día más leyendo, cuando no abiertamente
releyendo los artículos, noticias, e incluso cualquier panfleto que con ánimo
de aclarar en algo las cosas alguien tiene a bien publicar; y es en pos de
tales que me doy cuenta entonces del grado cuando no de la intensidad de la
fechoría en la que nos hallamos inmersos.
Es entonces que si como dejara escrito Juan de PACHECO, es en virtud de la falacia que se puede
adivinar la intensidad de la verdad que tras la misma se esconde; que
comienzo no ya a entender, cuando sí a lo sumo a vislumbrar, si no la
intensidad, si cuando menos el carácter de la aberración que el presente nos depara.
Nos hallamos, hablando siempre en términos sociopolíticos,
en un momento histórico que reúne todos y cada uno de los ingredientes que por
otro lado se hacen manifiestamente expresos en el devenir que ha sido propio de
los momentos de la Historia marcados sin excepción por el paradigma previo o
constitutivo de lo que denominamos colapso
estructural. Se trata, en la mayoría de los casos, de momentos en los que
la imposibilidad de segur adelante con los procederes que resultaban propios
dan paso a un sucesivo proceso de demolición de los cánones que hasta el
momento parecían indudables, a la par que imprescindibles.
En contra de lo que pueda parecer, máxime a tenor del
alcance de los elementos que como decimos se ven afectados; se trata no
obstante de fenómenos muy difíciles de detectar. Es en este caso lo sublime del
carácter de los elementos que se hallan afectos, lo que precisamente actúa como
obstáculo de cara a poder llevar a cabo no ya una previsión, ni a lo sumo un
diagnóstico de lo que está pasando. Resulta así del todo imposible afirmar en
gerundio, es decir en presente continuo, que somos conscientes a ciencia cierta
de éste o aquél suceso, cuya valía y
determinación nos permite afirmar de manera inequívoca que, efectivamente,
estamos en crisis.
Porque de eso se trata, de la capacidad para identificar
nunca mejor dicho en tiempo y forma, la
suma de situaciones, conclusiones, procedimientos e incluso modus operandi de los individuos que
conforman un determinado aquí y ahora para,
mediante un exhaustivo análisis, poder llegar a poner de manifiesto una teoría
medianamente consecuente con la realidad que resulte lo mínimamente creíble
sobre todo a la hora de condicionar la certeza de que esa sucesión de “pequeños cambios” de “ligeras modificaciones” que por otro lado se observan en el
periplo de la sociedad en cuestión; resultan en realidad no solo verdaderamente
interesantes, sino que son el primer paso para identificar como de efectivo lo
que al abrigo del análisis histórico tantas y tantas veces en el pasado ha
presagiado alguna suerte de colapso
estructural en una u otra sociedad.
Siguiendo una vez más el esquema que de manera aparentemente
azarosa Julián MARÍAS puso sobre la mesa,
en base al cual podemos llegar a inferir la posibilidad (siempre mencionada
desde el punto de vista de la herramienta de estudio histórico) de que una categoría de individuo puede ser
identificada sin lugar a dudas en cualquier momento, incluso en cualquier
lugar, podemos establecer o suponer (de nuevo dentro de los nuevos límites
de patronaje que la condición experimental de hallarnos en un modo de estudio nos posibilita) de que
efectivamente en términos sociales, podríamos aceptar la existencia genérica de
una serie de reacciones, de respuestas, o incluso de quehaceres procedimentales
cuya identificación en un momento de nuestro presente podría servirnos como
indicador de la próxima existencia de una determinada conducta social la cual,
siempre en términos sociales, hablando por ello en términos que
cuantitativamente ascienden al grado de lo estadístico; podrían servirnos para presagiar, (siempre en términos
estadísticos como hemos dicho) la consecución de determinado logro, o la
acotación de determinado desastre.
Se trata pues como podemos deducir, de someter a
consideración la posibilidad de aceptar la presunción no ya de que la Historia
se repite, hecho absolutamente imposible de demostrar, pero que ha adquirido
por medio de la consecución de una serie de malas interpretaciones; sino más
bien de consolidar la teoría ahora ya abiertamente aceptada de que a igual intensidad y ordenación de los
argumentos del corolario, resulta más que probable que la conclusión que se
alcance sea idéntica.
En consonancia con lo dicho, del estudio analítico de las
que podríamos llamar grades cuestiones
que afectan a las civilizaciones del pasado, podemos extraer una serie de
tesis, las cuales en forma de marco
teórico propio, venían a derivar en una línea de pensamiento, en un pensamiento social, que participaba del
hecho común de actuar como gran acicate a la hora de condicionar en última
instancia las formas de proceder de los
individuos que conformaban tal o cual sociedad.
Dicho de otra manera, las emociones se transforman en
sentimientos, y en última instancia son éstos los que vienen a condicionar los
que se convierten en procedimientos habituales de los individuos; lo que por
generalización positiva nos conduce a poder predecir con un alto grado de éxito
cual será el comportamiento general de una determinada sociedad, ante un
determinado hecho.
Por eso, cuando esta misma semana me sorprendo topando con
las declaraciones efectuadas por un político las cuales espero sean fruto de la
mala fe (la otra opción que se me alcanza requeriría de presuponer un grado de
ignorancia en el tema tan elevado que ciertamente, me asusta) es cuando me veo
en la obligación de retomar conductas que habían quedado olvidadas en el pasado
procedimental de mis quehaceres.
La cita venía a decir que “España tiene consciencia tal de
país desde el Siglo XI”
La afirmación, tremenda cuando menos, adquiere tras
someterse a un somero análisis, una connotaciones tan masivas, que la fluidez con la que es manejada nos hace
suponer el desconocimiento real que tanto de las connotaciones, como de la
intensidad de las mismas, tiene quien se ha erigido en voz de la misma.
Porque ¿qué o quién decide cuándo se ha producido el que
vendríamos a llamar salto cualitativo que
nos permite identificar a ciencia cierta la efectiva consumación de un país? En
caso de existir. ¿Se trataría de un hecho, suceso, o de alguna suerte de logro mesurable cuya constatación
positiva nos llevaría a poder hablar con conocimiento de causa de,
efectivamente, la existencia de país?
Asumiendo las tesis generales que al respecto la Sociología
pone al servicio de la Historia, podríamos venir a decir que tanto la forma
como el fondo que constituye el espíritu de un país se encuentra en poder
afirmar a ciencia cierta la existencia de una especie de alma común. La existencia de un conjunto de emociones que
compartidas por aquéllos que se identifican como integrantes de un grupo común,
afirman regir sus conductas, y a la sazón redundar en sus comportamientos la
existencia de una suerte de acervo común cuya existencia a título de modelo
incluso moral, permite predecir en gran medida tanto el proceder como el obrar
al que en buena medida tenderán los que se dicen integrantes de ese determinado
grupo social, desde ahora país.
Resulta a la vista de lo cual que, sin duda alguna, se erige
el acto de tomar consciencia, como uno
de los más importantes a la hora de poder hablar precisamente, del grado de
notoriedad que la existencia, y a la sazón la aceptación que de la misma hagan
los demás ya existentes. Se trataría pues de aseverar si tal acto es a priori, es decir, requiere de una
proclamación; o es por el contrario a
posteriori, lo que vendría a suponer que la existencia o manifestación de
unas realidades o emociones conllevan a modo casi de hecho consumado la asunción del carácter de nueva realidad estatal a la que a partir de entonces habrá de
responder con todas las consecuencias un determinado grupo o sociedad.
Pero el asunto se simplifica bastante cuando dejamos que
fluya la aportación subjetiva. Son en este caso las emociones, lejos de suponer
un problema, el catalizador a partir del cual vislumbrar sin la menor duda ni
recelo cuál habrá de ser el campo semántico desde el que inferir la evolución y
el orden en última instancia en el que los sentimientos procedentes de las
emociones, acaben por determinar el camino de las acciones.
Son las emociones una realidad primaria. Sujetas al campo de
la subjetividad, parecen las emociones fluir desde el caos, siendo por
definición inoperables. Sin embargo los sentimientos, traducción fidedigna de
las mismas, se manifiestan como una realidad mucho más mesurable, resultando
con ello proclives a ser reguladas, y canalizables hacia la semántica de lo
objetivo.
El salto cualitativo que a título de catarsis se refiere de
semejante correlación, nos sirve para aglutinar el que se da entre dos
realidades semánticas que conceptualmente son semejantes, si bien están
separadas por cinco siglos y medio.
Así, la celebración del referéndum escocés del pasado
jueves, vino a coincidir en fecha con la declaración efectuada el 18 de
septiembre en este caso de 1468, y que pasó a conocerse en la Historia como el Pacto de los Toros de Guisando.
Maltratado por la Historia, como en general le corresponde a
todo lo que tiene o ha tenido que ver con Castilla, el Pacto de los Toros de
Guisando bien podría ser tenido en cuenta como el primer proceder que a título preventivo, o más bien a título de
prevención, se hace de España, con la salvedad expresa de que ésta no existe si
bien, de la conjunción de los hechos que redundan precisamente en comprender
esa inexistencia, unidos a la importancia de la superación estructural que de la propia Castilla se
hace en los mencionados; hemos de conciliar inevitablemente la grandeza que en
forma de “proyección hacia el futuro” se presagia en aquéllos que son
protagonistas de la firma a saber Isabel de Castilla en forma de futuro; sin
negar un ápice de valía en este caso al Rey, Enrique IV, en su forma de Rey,
condenado por ende a ser presente, y a la sazón pasado.
Subyace a la naturaleza misma del documento, una suerte de
realidad histórica que como habremos de decir, es original pues cuanto no se
denota cosa parecida en ninguno de los acontecimientos previos. Así, la visión
de futuro de la que Los Pactos hacen gala, pasa por superar la mera acción de garantizar un heredero, satisfaciendo
por ende la transición en primera instancia del reino, para acceder a un
plano superior, ascenso que se identifica con la superación del hecho de mera transferencia de realidades que se
hacía con la herencia; para dar paso a una posibilidad en base a la cual la
herencia tome conciencia de naturaleza propia, siendo ésta la que realmente
transita.
Sin embargo, la novedad del hecho radica en la existencia
que por primera hay de un auténtico
correlato real con el que se puede identificar el salto. Así, el reino pasa
a ser algo más que un resultado impreso en el simbolismo de una corona. El
reino es ahora una realidad propia en el que la ausencia de naturaleza, que no
la carencia de substancia, permite a cada miembro del mismo superar la
condición de lacayo o de vasallo, propia de la Edad Media ; para pasar
a militar con otro grado de acepción de la necesidad libremente aceptada de
pertenencia a un país.
Identificamos así pues en los acontecimientos finalmente
vertebrados en aquel abrazo entre hermanos del 18 de septiembre de 1468, toda
una suerte de novedades procedimentales que terminaron por anticipar, cuando no
por provocar, una auténtica revolución en la que no obstante no resultaría
excesivo identificar la superación de la Edad Media , al menos en lo que a Conductismo Social se refiere, para dar
paso a una Edad Moderna en la que no ya sus protagonistas, sino sus herederos,
serán claros a la par que francos protagonistas.
Además, y más allá de lo objetivo, el grado de subjetividad
que podemos identificar en el sacrificio protagonizado
por las partes, y sin el cual la actual configuración de los mapas europeos no
solo en el campo de lo geográfico y político, sino más bien de lo conceptual,
sería inimaginable; nos lleva a poder afirmar cómo, efectivamente, aquel día no
solo nació una idea de país en tanto que nación. Nació el proyecto cuya esencia
de proyección volcada hacia el futuro daría origen al modelo de Imperio del que
las futuras políticas desarrolladas por los luego herederos desarrollarían quién
sabe, si respondiendo al sueño que de manera un tanto esporádica, tal vez
languidecía en los deseos que transformaron en sentimientos manejables las
emociones bizarras que consumaron aquel 18 de septiembre de 1468 como una fecha
histórica. La del nacimiento de una gran nación.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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