sábado, 13 de septiembre de 2014

DE CUANDO NO ES LA HISTORIA, SINO EL PRESENTE LO QUE APRIETA.

Encaramados una vez más al pretil de este cada vez más desmadejado puente desde el que decimos aproximarnos a la realidad, lo cierto es que después de revisar durante unos instantes los protocolos que han sustentado la línea que ha venido a definir la coherencia de estos ya bastantes años, procede de comprobar, que no de comprender, el lento pero inexorable camino hacia la perdición en el que nos hallamos imbuidos. Un camino sórdido, contumaz y malediciente. Sembrado de falacias que por obviadas evolucionan hasta convertirse en probabilidades que acaban por enrolarse en el barco de las opciones dignas de consideración, sembrando con ello la ponzoña no tanto por la valía de su propio contenido, como si más bien por el daño que causan en tanto que desplazan de los lugares serios a estructuras y procesos de pensamiento que de otra manera recibirían sin duda mejor grado de atención.

Sumidos, cuando no sometidos, a tales ardides, es una vez comprendido el nuevo escenario en el que a partir de ahora tendrán lugar las confrontaciones, cuando aparejado al mismo empezamos a considerar con cierto rigor las nuevas marcas desde las que a partir de ahora habrá que llevar a cabo cualquier suerte de consideración cuando éstas estén vinculadas a determinados campos semánticos. Comprobamos, aunque más bien sin comprender, cómo la subjetividad, elemento ciertamente considerado como intrusivo, cuando no franco enemigo en el campo del estudio de todo lo vinculado con lo histórico, emerge ahora dotado no ya de renovados bríos, cuando sí de una inconmensurable fuerza. De una fuerza desmesurada, propia de los objetivos que de ahora en adelante se pretenden, a saber, el dogmatismo. Objetivo: El adoctrinamiento.

Es a partir de la paulatina comprensión de éstos, los nuevos conceptos, cuando se hace presente ante nosotros no tanto la nueva realidad, como sí más bien la nueva perspectiva desde la que ahora, de manera inexorable, habrá de ser regida no tanto el estudio, como sí la comprensión de la nueva realidad que sea cual sea el resultado de los estudios, habrá en última instancia de formar parte de las conclusiones que de los informes destinados a referir la misma hayan de ser redactados a partir de ahora.

En definitiva, si queremos que todo ande bien, habremos de asumir, y por ende soportar, que el presente presione sin mora ni disimulo sobre la Historia.

Concitados ya todos los invitados a la mesa, a saber un exceso de presente, en forma de desmedida actualidad, una Historia deteriorada, que ha de hacer de su versión remasterizada su más eficaz representante; nos queda solo elegir el tema bajo el cual celebrar la fiesta que sin duda nos tienen preparada. ¡Qué mejor que elegir como denominador común al Relativismo! Es magnífico, el sinónimo del todo vale. Máxime si viene acompañado de su fiel escudero, la subjetividad.

Es así pues que aglutinando, no hace falta ni siquiera ser demasiado exigente, tal y como resultaría en el caso de creer necesario el análisis; que podemos ir poco a poco suponiendo la calidad del escenario que se nos presenta cuando desde consideraciones tales nos disponemos a introducirnos, dicho sea de paso, una vez más, en los truculentos desfiladeros hacia los que un tratamiento taimado de la realidad histórica nos arroja cuando, como venimos diciendo, son la subjetividad y el relativismo propios de la manipulación incipiente quienes ejercen el control de la nave que lleva por nombre actualidad.

El sometimiento a cuestiones mucho más exigentes tales como el análisis y la consideración comparativa, recursos a la sazón mucho menos maquiavélicos, y por ende al menos a priori menos proclives a sentirse tentados por fines oscuros; resultan mucho más aconsejable, cuando no sencillamente imprescindibles, cuando ciertamente nos hallamos en disposición de hacer una nueva incursión, sin duda no la última, en un terreno tan trillado como puede ser el de los acontecimientos que promovieron el devenir de los acontecimientos que interpretados hoy parecen si no vinculados, sí inexorablemente conducidos hacia la Diada Catalana.
Porque lo cierto es que, una vez despojados los mismos del falso barniz que lo envuelve y por qué no decirlo lo mancilla, lo cierto es que el proceso que se inicia en 1701, y que viene a terminar no el 11 de septiembre de 1714 con la toma de Barcelona a manos de BERWICT, sino con la toma de Mallorca en 1715; nos ratifica por enésima vez en la firme voluntad que hoy nos guía no tanto de poner de manifiesto las múltiples falacias de las que la interpretación está preñada, como sí más bien de traer a colación de nuevo la certeza de que comenzar un proceso de análisis histórico teniendo la lección bien aprendida, o lo que es lo mismo con las conclusiones redactadas, suele ser síntoma de una enfermedad incurable, que suele traer aparejado el desastre para todo el que lo promueve.

Lejos de permitir que de la lectura de la presente pueda argumentarse alguna voluntad de negar la valía histórica de los acontecimientos que se desencadenaron, o que más bien concluyeron en la jornada del 11 de septiembre de 1714, lo cierto es que una vez más hemos de llevar a cabo la precisión destinada a esgrimir que lo verdaderamente escatológico se encuentra no tanto en la interpretación, cuando sí más bien en este caso en la mera disposición que al respecto de cómo se consideran los acontecimientos, podemos llegar a imaginarnos.
Es así que, llegados a estas alturas, resulta del todo imprescindible mesurar el efecto que la comprensión de determinados aspectos puede presagiar para los que son presa fácil a la hora de concitarse en pos de algo, enrolándose en forma de hueste, forma en apariencia ordenada a la que tiende la masa.
Porque analizados no tanto los acontecimientos que se sucedieron en forma de durísima represión con posterioridad a la rotura de las defensas por parte de las tropas reales, a la sazón las fieles al ya Felipe V dado que el Tratado de Utrecht ya se había firmado; como sí algunas de las causas por las que se llegó a este drama; han de servirnos para comprender muchas cosas, algunas de las cuales están dotadas sin duda, de gran trascendencia.

El fracaso de las pretensiones catalanas, las cuales aún carecen por más que algunos se empeñen en demostrar lo contrario, de intereses nacionalistas; resulta flagrante cuando a consecuencia de la firma de los acuerdos de la ciudad holandesa, Cataluña se queda, definitivamente sola, aislada. Este aislacionismo, cuya magnitud resulta en última instancia solo comprensible en el caso de tener un amplio dominio de las consideraciones a partir de las cuales tenia lugar el establecimiento de las pautas que por entonces regían si no regulaban los arquetipos de una más que complicada Diplomacia Externa; quedan definitivamente superados, cuando no del tono fuera de sitio, cuando comprendemos que el doble juego que ahora ya resulta descarado a la vista de las acciones desarrolladas por las embajadas catalanas en Francia e Inglaterra de manera indiscriminada; merece y recibe un merecido y por ende inevitable castigo.
No se trataba así ya tanto, que lo era, de que la asunción de las nuevas reglas surgidas tras el pacto obligaran a Inglaterra a considerar a Felipe V como amigo, lo cual se traducía en un abandono inmediato de las posiciones de presión en pro de los catalanes tal y como hasta el momento se había venido haciendo. La realidad pasa por comprender que tanto ingleses como austriacos habían dejado solos a los catalanes en el contexto de Utrecht, reduciendo el asunto catalán a una cuestión cercana a lo residual en lo concerniente a las ciudades holandesas.
Además, las nuevas consideraciones geopolíticas surgidas con motivo de la consideración de Carlos VI vestido ahora con la púrpura imperial dejan del todo en fuera de juego a los que se empeñan en integrar una cuestión catalana absolutamente condenada al fracaso.

Una cuestión catalana que en términos prácticos comienza su calvario el 25 de julio de 1713, momento en el que tienen lugar los acontecimientos destinados a formalizar el Sitio de Barcelona a cargo de las tropas realistas, pero que tiene en el 26 de febrero de 1714 otra de las fechas que no por poco consideradas en el contexto del proceso, resulten a la sazón menos influyentes en el mismo.
Será precisamente en el transcurso del mencionado día de febrero, cuando de manera un tanto irregular tal y como coinciden en considerar muchos historiadores; La Generalitat entrega el poder, entendido éste como la obligación de defensa de la ciudad, a los concellers de la ciudad.

Esta acción, además de traer aparejadas las consecuencias prácticas que se pueden imaginar, y que se traducen en el claro y evidente debilitamiento de las disposiciones tácticas y estratégicas de la defensa de la ciudad; traerá otra cuestión menos práctica, y por ende de repercusiones más profundas, como es el reconocimiento explícito de la razón en pos de los que veían a las instituciones catalanas incompatibles con el espíritu moderno.
Se consolida así una suerte de golpe de estado concejil, que en términos más políticos que históricos se traduce en un severo perjuicio del máximo órgano gubernamental del país a saber, La Generalitat.

Las consecuencias serán, a partir de ese momento, tan aparatosas como imparables. Lo que en términos prácticos se traduce en el franco abandono que de la ciudad, y por ende de las instituciones se lleva a cabo por parte de la burguesía y por supuesto del clero, se traduce obviamente en un descabezamiento de los órdenes de directriz de las instituciones que hasta el momento habían mantenido la ficción no solo de una suerte de autogobierno, cuando sí de una manera de autoridad a la que podían agarrarse los que creían ver aún una manera de orden.
El desbarajuste que de tal huída se confiere, se traduce en una radicalización de las formas ofrecidas por los defensores. Así, la sustitución de los protocolos militares por los métodos de la pasión, se tradujeron en términos prácticos en una certeza que en términos cuantitativos da lugar a prácticas con un masivo número de bajas entre las tropas destinadas a romper el cerco; un número de bajas que supera con mucho a las concitadas entre los encargados de defender el cerco, y que dará lugar a un especial afán de revancha por parte de los conquistadores, quienes no se demorarán un instante a la hora de hacer cumplir en toda su intensidad y violencia las leyes que la tradición imponen, cuando no justifican, a la hora de ver cómo el invasor se nutre para con los poderes del que ha sido conquistado.

Es así pues que, más allá de consideraciones subjetivas del más diverso pelaje, la tan traída DIADA CATALANA no es en definitiva sino la manera refinada que adopta la conmemoración honrosa de una sonada derrota.


LUIS JONAS VEGAS VELASCO.



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