Para sumergirnos así, a través del drama que rodea a la
supuesta ficción, en los secretos de una trama que poco importa si es o no más
interesante que la
nuestra. Solo que la nuestra es real, y además, qué demonios,
viene a constituir lo poco, quién sabe si lo único, que tenemos.
Leemos para vivir, en la medida en que muchas veces solo
leyendo podemos llegar a intuir lo vacío que se encuentra este mundo. Un mundo
atroz, en el que solo la tenacidad, o quién sabe si el sinsentido, se apiadan
de nosotros a la hora de confundirnos otra vez, logrando insuflarnos otro
hálito, en pos de seguir caminando, en pos de seguir sufriendo. Y todo porque
alguien se ha empeñado en que hay que morir con las botas puestas.
Pero lo cierto es que no hay nada honroso en morir. En eso
la muerte se asemeja bastante a la más célebre de sus compañeras de
conspiración, a saber, la muerte. “No hay guerras útiles, solo hay malditas
guerras.” Entonces, aún cuando la guerra pueda afectar tan solo a los demás
¿tiene sentido el sufrimiento?
Dicen los que sufren hoy, y a pesar de todo disfrutarían
sufriendo como lo hacían los antiguos, que el
sufrimiento es el altavoz que usa Dios para despertar a los sordos. Entonces,
¿Por qué no se guarda Dios sus voces para aquéllos de los suyos que de verdad
estén interesados en lo que tenga que decirles?
Si el sufrimiento es la manera mediante la que el Hombre,
mediante la que todos los Hombres, incluso los que carecemos de la Gracia de Dios, maduramos, entonces sinceramente
digo que prefiero permanecer algún tiempo
más en mi árbol.
Porque se madura con la luz. ¿O era a través del
conocimiento al que se accede por medio de tal luz? Lo cierto es que quienes
carecemos de la luz, empeñamos nuestra vida en un viaje, un viaje que a menudo
resulta funesto, toda vez que el mismo solo nos descubre que a lo máximo a lo
que podemos aspirar, es a disfrutar del camino.
Caminos, carreteras. En definitiva lo mismo, con distinta
sección. Ha de ser una vez más la fría objetividad manifestada a través de la
ausencia de perspectiva, la que se encargue de traernos a la realidad, despertándonos del sueño en el que a modo de liberación habíamos
intentado caer.
¿Qué es saber? A menudo una cuestión de posicionamiento. Sí,
de posicionamiento. Posicionamiento ante uno mismo. Posicionamiento ante los
demás. Al final no tanto para comprender dónde estamos, como sí más bien dónde
nos toca estar. Porque no depende tanto de dónde estés, como sí más bien del
tiempo que necesites para llegar. Porque al final todo se trata en sí mismo, de
un viaje.
Un viaje no de descubrimiento, como sí más bien de
comprensión. De comprensión de aspectos importantes tales como los que proceden
de saber que todo, tanto lo conocido como lo desconocido, se halla integrado
dentro de nuestra realidad en base a la participación que hace de un hecho
imprescindible como es el que pasa por saber que vivimos en una Tierra de
Penumbras.
Vivimos en una Tierra de Penumbras. En una tierra sobre la
que en realidad nunca ha brillado el sol. En una tierra en la que solo la
tibieza del permanente anochecer, mantiene la ilusión de la vida.
Porque eso es a lo máximo a lo que pueden aspirar tanto una
tierra que nunca ha visto el brillo del sol; como por supuesto aquéllos que
nunca han sido sorprendidos por el incipiente sol de un amanecer.
Vivimos pues de la ilusión. De la ilusión que se materializa en no
más que los nimios discursos pronunciados por nuestros Sabios, a los que la
realidad se empeña en reducir a fulleros,
toda vez que sus palabras son refutadas una y otra vez, incluso mediante el
silencio, por la más cruel de las certezas, la que procede de la contumaz
realidad.
Es entonces cuando acudimos a lo más recóndito de nosotros
mismos, allí donde de verdad albergamos nuestra esencia. Allí donde conviven
las preguntas y las respuestas, conocedoras ambas, y por ende nosotros con
ellas, de que conocer llevaría
aparejada nuestra destrucción. Por ello el caos, en forma de intelectual dialéctica, se apropia del
escenario, para convencernos, una vez más, de que efectivamente en el viaje
propiamente dichos se encuentran los placeres que de cualquier otra manera nos
son negados.
Viajar, huir. Si existe diferencia, que alguien nos la desvele. Y haciendo del
Tiempo el otro gran aliado, definido como el espacio que infiere entre una y
otra definición, concluir que vivir no es tanto viajar, como sobrevivir para
descubrir lo que hay detrás de la siguiente curva, más allá de la colina que
dibuja, limitando con ello, nuestro horizonte.
Pero viajar tiene sus riesgos, los cuales ciertamente
asumimos, aunque no por ello arrojándonos en manos de la imprudencia. Es
por ello que contratamos a un guía, a alguien que no solo nos consta que conoce
el camino, sino que sabemos que ha disfrutado transitándolo una y otra vez.
Antoine de SAINT-EXUPÉRY conocía todos los caminos. Tal
hecho queda suficientemente demostrado desde el momento en que podemos
constatar que conocía a los Hombres. Una demostración plausible de tal hecho
pasa por comprender que sin duda por ello amaba el desierto, que como es sabido
está libre de caminos trazados, y de hombres que los transiten.
Nacido en Lyon en 1900, en el seno de una familia
abiertamente aristocrática, su amor por las matemáticas, unido a una insaciable
curiosidad, conspirarán para hacer de él una suerte de hombre que guíe sus
pasos hacia un permanente estado de
desasosiego del que solo puede ser partícipe aquél que busca sabiendo que es
mejor no encontrar. ¿Habla acaso de la Naturaleza Humana ?
Sea como fuere, lo cierto es que con más de cuarenta años, y
no sin tirar abiertamente de
recomendaciones, logrará enrolarse en el ejército del aire, donde ingresa
con el rango de capitán, en este caso para desarrollar su otra gran pasión.
Volará ejecutando labores de reconocimiento destinadas a suministrar a los aliados información sobre el estado
y movimientos de las tropas alemanas en sus movimientos por el continente
europeo.
Su experiencia en ambos campos, por un lado había volado
durante años cubriendo líneas por el norte del continente africano; por otra
había estado como corresponsal de guerra en la Guerra Civil
Española ; le sirvieron no solo como atributos, sino que
abiertamente le salvaron la vida en los varios accidentes aéreos que
protagonizó.
Nadie dijo que hubiera de ser fácil.
Desde la perspectiva que aporta su afirmación: “la guerra no es una aventura, la guerra es
una enfermedad. Como el tifus.” Bien podemos hacernos una idea en relación
a su posicionamiento para con asuntos por ejemplo, de carácter ideológico.
Descontento siempre con todos, rechazó ofrecimientos como
los que le ofrecían por un lado desde la Francia
Libre , la que
desde Londres dirigía DE GAULLE; como los que le hiciera el Gobierno del
Mariscal PETAIN.
Al final, como suele ocurrir en estos casos, para acabar
criando grandes enemigos a uno y a otro lado.
Desde la incomprensión de la vida a través de la
imposibilidad de entender a los hombres. Tal vez buscando en la lógica del niño
la respuesta a preguntas que se hacen los hombres; nuestro protagonista esboza
a partir de 1943 El Principito, la
historia del niño de cabellos dorados oriundo del pequeño planeta B 612 que a
base de dar tumbos por el universo, acaba en la Tierra.
Objetivamente se trata del libro infantil más leído del
Siglo XX. En realidad es un relato para adultos. Porque en sus moralejas,
siempre difuminadas, éstos encuentran la motivación para seguir leyendo.
Los viejos soldados
nunca mueren solo desaparecen. Proféticas palabras de un Antoine de SAINT-EXUPÉRY que el 31
de julio de 1944 es derribado cerca de las costas de Marsella mientras
desarrollaba su misión de reconocimiento a bordo de un bimotor carente de
armamento.
Hace poco se localizaron los restos de su avión, así como
una pulsera en la que reza el nombre de su esposa, Consuelo, la que fuera la rosa de El Principito.
Su cuerpo no ha sido localizado. Simplemente ha dejado este
planeta, como lo hiciera aquel principito de cabellos dorados del planeta B
612.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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