Del análisis que incluso a título intuitivo podemos hacer de
la relación de España para con su Historia, sin duda una de las primeras
conclusiones vengan a aflorar será aquélla que determine como de especialmente escabrosa la misma.
Se debata así nuestro país entre lo divino y lo humano, o lo que es lo mismo, lo que vendría a suponer
validar como viable la posibilidad de someter nuestra Historia no tanto a un
examen, como si más bien a un pormenorizado análisis destinado tanto a
desmitificar hechos y personas, como incluso a liberar de pesados lastres tanto a personas, como por supuesto a los
acontecimientos a partir de los cuales se generaron determinadas vinculaciones.
Pero volviendo a la trasposición que a tenor de lo divino y de lo humano podemos llevar a cabo, lo
cierto es que en España, o lo que viene a ser lo mismo, los españoles, somos
muy dados a los extremos. Quién sabe si por ello somos tan amigos de demonizar a unos, en pos incluso de
canonizar a otros, existiendo para lo uno y lo otro a menudo pocos, cuando
no los mismos motivos.
Sea como fuere, lo cierto es que semejante manera de ver la
Historia, y por qué no decirlo de cargar
con los santos y cadáveres que la misma provoca, nos lleva a menudo a
comprobar que el sintomático vicio que en
España tenemos de concebir nuestra espectacular Historia en realidad como una
pesada carga, cuando no como un verdadero trauma, no solo no prescribe,
sino que las pertinentes revisiones, y las permanentes actualizaciones, han
convertido tal menester en poco menos que un oficio, dotado qué duda cabe de un interesante estipendio.
Lejos en nuestro ánimo el hablar ni considerar siquiera la
posibilidad de interpretaciones
malintencionadas, para otros episodios a la sazón de cercano análisis parecen
más propios tales menesteres; lo cierto es que la relación de España para
con algunos de sus momentos, y para las circunstancias que éstos motivaron, bien
parece estar motivada por una continua disposición hacia el desfase, cuando no
para la manipulación, la cual alcanza el polo opuesto, el que se viste de franco abandono, cuando se ofrece en pos
de explicar determinados capítulos algunos de los cuales, de haberse producido
allén de nuestras fronteras, bien podrían constituir hoy motivo no ya de
lisonjas y homenaje, cuando sí incluso de título para determinadas Cátedras.
Y es de por sí que viene a constituir de parecido y tal paño
el ropaje que la Historia teje para nuestro protagonista de hoy. Juan MARTÍN
DÍEZ, tal vez conocido más por su sobrenombre, el de “Empecinado.”
Castellano recio, tanto por conducta como por naturaleza,
nace en Castrillo de Duero, Valladolid, en
septiembre de 1775, Juan pasa de
manera indiscriminada por la práctica totalidad de los argumentos que terminan por componer al personaje que habrá de destacar
en el escenario que las especiales circunstancias, a saber las guerras y
desajustes que compondrán el XIX español, mención especial para La de Independencia ;
destacando de manera meticulosa, específica, y a menudo sobrecogedora.
Dedicado en un primer momento a la gestión de los recursos
que las tierras de su padre, un próspero campesino, generaban; lo cierto es que
Juan nunca hizo ascos al trabajo del
campo. Este conocimiento binomial de
la a menudo escabrosa relación que el Hombre tiene para con la Tierra, nos
sirve sin duda para intuir el especial carácter que se puede intuir en un
hombre destinado a tales menesteres, sin que por ello hayamos de descartar
necesariamente procederes propios de una mente tal vez más abierta.
Sea como fuere, lo cierto es que en nuestro protagonista
rápido sale a la luz la vocación militar. Enrolado con apenas dieciocho años,
participa activamente en la Guerra del
Rosellón, en los años que van de 1793, a 1795. Tales años, además de constituir
un escenario inmejorable en el cual conciliar métodos y tácticas militares;
tienen su importancia para con el asunto que hoy nos ocupa en tanto que los
mismos vinieron a suponer el inicio a la par que desarrollo de la marcada condición anti-francesa que en
todo momento a partir de entonces permanecerá inexorablemente vinculada tanto
al trato como al conocimiento de la personalidad de “El Empecinado.”
De la asunción de tales preceptos, a la constatación de los
mismos dentro del escenario que el devenir de los tiempos parecía empeñado en
concitar; lo cierto es que parece inevitable establecer un vínculo inalienable
entre Juan MARTÍN DÍEZ, y por supuesto La
Guerra de la
Independencia. Es así tanto, que el estallido en 1808 de la mencionada
a la par que tantas veces analizada contienda, parece establecer una suerte de función
binomial en base a la cual la relación entre “El Empecinado” y la propia Guerra , se
rige por un proceso ordenado, tal y como ocurre en una verdadera función
matemática, en la que dada la condición de dependiente
asumida por una de las variables respecto de la otra, nos lleva a tener que
reconocer antes o después que el desarrollo o menoscabo de una, está lícitamente
vinculado al desarrollo inversamente
proporcional de la otra.
Pero alejados de metafísicas, o lo que es más importante,
imbuidos en el pragmatismo de la guerra, de cualquier guerra, lo cierto es que
DÍEZ y los franceses, jugaron a un juego que no les correspondía. O por hablar
con más propiedad, se anticiparon en la manera de jugarlo.
Inmersos como estamos en los fastos de conmemoración de otro
conflicto, a saber el que convirtió en pesadilla al que era el sueño europeo, hace justo ahora cien
años, unos y otros se empeñan en buscar grandes
frases, cuando no conceptos
fundamentales, que permitan razonar, puesto que yo creo que minimizar a uno
los conceptos que definen o explican una guerra es algo inoperante; los
principios que bien podrían acelerar el proceso que a tal desastre abocó no ya
Europa, cuando sí al mundo.
Desde tal objetivo, una es la frase que a mi entender más
merecedor se ha hecho de los elogios. A saber la que reza que la
Primera Guerra
Mundial fue un
conflicto librado por hombres y mecanismos del XIX, empleando para ello armas
del XX.
La frase, brillante, qué duda cabe, encierra no obstante no
tanto la falacia, cuando sí la evidente injusticia, de postergar, cuando no
abiertamente ignorar, los usos, formas y maneras que de conducirse para con la forma de la guerra, tuvieron hombres en
momentos y conflictos ajenos a los que habitualmente trata la Historia de
Europa, incluyendo por supuesto entre los mismos, los acontecidos en La Guerra
de Independencia española, y en especial los protagonizados por Juan MARTÍN
DÍEZ, “El Empecinado.”
Conocedor de la evidencia fundada en la manifiesta
superioridad que el Ejército Francés parecía ostentar en todos los órdenes de
la Guerra, nuestro protagonista percibe una manera diferente no solo de luchar,
cuando sí, y ahí precisamente reside la genialidad, de elevar a rango de
estrategia, metodologías que hasta ese
momento apenas habían superado el rango conceptual de vulgares fechorías.
Involucrado en un primer momento al territorio allegado al
camino que comunica Madrid con Burgos, “El Empecinado” al mando de los suyos,
junto a los que conforma un escaso grupo de amigos en el que hay algunos
familiares; concibe una metodología de combate más cercana en principio a la
que podría ser propia de rufianes y asaltantes de caminos. Sin embargo, lo
espectacular de sus acciones, unido al verdadero
daño que inflige al enemigo con cada uno de sus múltiples golpes de mano, llevan a unos y a otros
a asumir como un éxito, cuando no como un verdadero peligro según quién sea el
que manifiesta el análisis, tales procederes.
El proceder se institucionaliza, y con ello podemos dar por
definitivamente instaurada la Guerra de
Guerrillas. Tanto el grupo, como el territorio sobre el que extender sus
acciones crece. De esta manera, “El Empecinado” tiene legítimamente reconocida
su participación en acciones por todo Gredos, Ávila y su provincia, incluyendo
la defensa protagonizada en la ciudad de Torija, donde siguiendo la técnica de
no dejar nada al enemigo, quema el castillo a su huida; y por supuesto Alcalá
de Henares.
Tal es el desconcierto que acostumbra a sembrar entre sus
enemigos, que Napoleón nombra a un general con motivación específica de
perseguir a Juan MARTÍN de manera específica.
Sin embargo, el marcado carácter dialéctico que impregna no
ya solo al conflicto de la Independencia, cuando si especialmente al de el
especial carácter que el mismo imprime a España, queda reflejado en pasajes
tales como el que se ve en la reacción protagonizada por Fernando VII a tenor no
tanto del personaje, como sí de la recompensa a tenor de la defensa de Alcalá
donde, si en un primer momento ordena la construcción de una Pirámide
Conmemorativa; luego dará orden para que se proceda con su destrucción.
La Restauración y el
Trienio Liberal, tienen la virtud de poner de manifiesto lo esquizofrénico del carácter de muchas
de las acciones desarrolladas por y durante el periodo. Así, el levantamiento
de Riego contra Fernando VII tras adoptar éste las medidas contra los liberales, llevan a “El Empecinado” a
volver a las armas si bien en este caso contra el Rey.
Después de negarse a aceptar un título nobiliario ofrecido
por el propio monarca, Juan marcha a Portugal, desterrado.
Regresa no obstante y es detenido por Voluntarios Realistas los cuales, de manera absolutamente impropia, le ahorcan en la localidad de Fuente de
Roa, el 20 de agosto de 1825.
Nos encontramos así pues, ante otra de las múltiples
muestras a las que nuestra Historia nos tiene acostumbrados, en base a las
cuales somos despiadados con nuestros héroes.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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