Es cuestión que surge a menudo, sobre todo cuando lo
referido responde a una cuestión militar, que en pos de su análisis procedemos
siempre de manera calculada por objetiva, sacrificando con ello la cuestión de
la perspectiva, lo que en muchas ocasiones redunda no ya solo en una pérdida de
visión, sino que a menudo pervierte los acontecimientos, promoviendo con ello
tal vez durante años, una visión errónea no ya solo de los acontecimientos,
sino de la verdad que tras éstos conviene sea recuperada.
Paradójicamente tal consecución, lejos de ser considerada
como un problema, cuando no un error, supone en la mayoría de ocasiones el
regocijo de aquéllos que han contribuido a su gestación y desarrollo, toda vez
que no es sino ése el verdadero motivo hacia el que muchas personas conducen
abiertamente sus esfuerzos y por ende su trabajo.
En días como los que hoy por hoy conforman nuestro presente.
En jornadas en las que el misticismo de unos se enfrenta con la
autocomplacencia de otros, lo cierto es que la más que necesaria conmemoración
de los setenta años del conocido como Día
D, a la sazón el que designó sobre el 6 de junio de 1944 la responsabilizar
de encauzar en torno a él todas las connotaciones propias de pasar a ser
recordado, en caso de tener éxito, como el
día que supondría el fin del dominio nazi sobre Europa, nos obliga
sinceramente a emprender un ejercicio por supuesto no revisionismo, lo que supondría sin duda una maledicencia, cuando sí
más bien un trabajo de análisis y reflexión sobre muchas de las causas y
procedimientos desempeñados en pos de unos quehaceres cuyas conclusiones sin
duda estaban destinadas, como efectivamente así ocurrió, a cambiar el mundo.
Llegados a este extremo, y como podemos fácilmente intuir,
cuando no abiertamente presagiar, el intento de nuestro desarrollo de hoy pasa
no tanto por recorrer una vez más los más que ya de por sí trillados caminos
recorridos tanto por las unidades de reconocimiento y paracaidistas,
principalmente canadienses, que supusieron la vanguardia de la que sería para
siempre la Operación Overlord , y que daría al traste con el dominio
efectivo que de Europa hacía Hítler.
Más bien al contrario, nuestra propuesta pasa hoy por hacer
un sucinto vuelo de reconocimiento en
pos de esos otros abnegados soldados, ya por aquel entonces hombres y mujeres,
que libraban batallas en despachos y sótanos como los de Bradley Park, en cuyo seno se trabajaba a destajo gracias entre
otras cosas a la labor que desempeñaba la Operación Enigma , la que constituyó sin el menor género de dudas el mayor secreto
de la II Guerra Mundial.
Nos referimos, como es evidente, a los Servicios de Inteligencia. Abnegados hombres y mujeres por cuyas
manos han pasado no tanto secretos, como sí en muchas ocasiones órdenes, planes
y desarrollos militares, destinados por igual en unas ocasiones a salvar la
vida de miles de hombres, como a erigirse en su armaggedom en otras.
Porque acudiendo a esa obligada amplitud de miras a la que
antes hacíamos referencia, volcados en la intención de comprender en toda su
magnitud la perspectiva desde la que se desarrollaron los acontecimientos más
importantes de la Gran Guerra , lo cierto es que bien puede ser en la Inteligencia, y en el coherente
trabajo desarrollado a lo largo de toda la contienda, donde podremos albergar
alguna experiencia de cara a entender el sentido de las verdades que discurrían
por los a menudo sinuosos caminos en los que se desarrolló la II Guerra Mundial.
Ejemplo de lo dicho, y para nada ajeno en contexto al
acontecimiento sobre el que hoy dirigimos nuestra mirada, como luego
demostraremos; es la situación por la que a mediados de 1941, un joven Teniente
que ha asumido las labores de capitanía de un submarino de caza Clase Los Ángeles, captura de manera casi
accidental, literalmente colisiona de estribor con él, a un submarino alemán
que tiene problemas serios en la planta de propulsión.
El suceso, en apariencia sin importancia, lleva por el
contrario a saltar de alegría a los responsables británicos a los que se hace
entrega del prisionero, máxime cuando
a tenor de las anotaciones hechas en relación a los objetos incautados, se lee
lo siguiente: “extraño artilugio
metálico, parecido a una máquina de escribir, con luces y un extraño sistema de
ruedas truncadas, dotadas de movimiento, (…) con un peso en torno a los 15 kilogramos .
(Descripción gráfica. Función: desconocida.)
Se trataba de una Máquina
Enigma. Orgullo de los sistemas de inteligencia alemanas la Enigma ha supuesto, hasta el desarrollo
de los sistemas de encriptación modernos, a base de números primos, el mayor logro en semejante materia de todos los
tiempos.
Basado en términos mecánicos en una correlación de ruedas
dentadas que se vinculan entre sí de una manera aparentemente aleatoria (o al
menos así resulta para cualquiera que no tenga la clave que coordina a dos o más de estas máquinas, clave que hace
inteligible el mensaje que se comunica) la máquina, efectivamente muy parecida
a una tradicional de escribir, convierte y cifra mensajes a través de un
teclado en el que la correlación entre la tecla y su correspondiente percutor
se haya truncado por medio de la acción de unos rodillos cuya regla cambia
varias veces en el mismo día, haciendo prácticamente inaccesible el acceso a la
misma para cualquiera que no tenga el libro de coordinadas y las
correspondientes instrucciones para llevar a cabo las necesarias correcciones
diarias.
Y en el Cuaderno de
Bitácora del Los Ángeles, figuraba la presencia de un libro en apariencia
vinculado a la extraña máquina, lleno de instrucciones, y esquemas.
El acceso a aquella Enigma,
sirvió a priori para poner solución a una de las cuestiones que más
preocupaban a Los Aliados. A saber,
el método que usaba la Inteligencia alemana, con Cannaris a la cabeza, y que hasta ese preciso momento se había
mostrado inaccesible para todos y cada uno de los ataques que contra el mismo
se habían dirigido.
Sin embargo, usado con la cruel prudencia con la que fue usada a partir de entonces, y hasta
el fin de la guerra, se convirtió sin lugar a dudas en uno de los elementos que
en mayor medida fueron responsables del sentido final que la guerra acabó
adoptando.
A la sazón, y una vez más de manera paradójica, el exceso de
confianza que los nazis pusieron en el terrible ingenio que habían
confeccionado, les llevó a ignorar por incredulidad, la por otro lado cada vez
más evidente lista de señales de que algo fallaba, y que procedentes de la anticipación
de la que a menudo se veían dotados los movimientos aliados, debería de haber
levantado sospechas entre los alemanes. Y la última prueba de todo esto, lo
constituye la propia Operación
Overlord.
Finalizando el verano de 1943, y una vez que los intentos de
“El Zorro del Desierto” por hacerse no tanto con Egipto, como sí más
bien con los puertos y las reservas de petróleo de Oriente Medio, han
fracasado; la beligerancia con la que el General Montgómery pone en fuga a
Rommel hacia el oeste lleva a los estrategas a cuestionar si no habrá llegado
verdaderamente el momento de plantear la ansiada invasión de Europa.
A todos los efectos el que supondría el golpe definitivo,
éste tiene a título estratégico dos posibles líneas irreconciliables. La
primera pasa por un ataque claramente meridional, lo que supondría entrar o por
Cerdeña, o por Grecia.
La otra opción, la monopolizan las costas de Francia.
En mayo de 1943, un submarino de estrategia inglés, el Sherindham, deja caer a menos de dos
kilómetros de la costa de Huelva un extraño cargamento. Se trata de un cadáver
perfectamente controlado, que ha de de hacer pensar a la densa red de espías
nazis que hay en España, que se trata de un oficial responsable de llevar al
frente de África del Norte instrucciones imprescindibles para la que sería la invasión
de Sicilia.
El daño fue terrible y Rommel que apenas duró tres días al
frente de la mencionada operación, tuvo que ver cómo Sicilia caía en 72 horas.
Casi un año después, el escenario se traslada a la costa
occidental francesa. El giro que la toma de Sicilia ha dado a la guerra, ha
provocado que el esperado desembarco, así como las consecuencias que del mismo
habrán sin duda de derivarse, lleven a todos, tanto a atacantes como por supuesto
a defensores, a tomar respectivamente todas las medidas que sean factibles, e
incluso alguna que no lo sea.
Y será de nuevo entonces cuando la Inteligencia Militar tome el control.
Por entrar en consideración, desde marzo de 1944 la cuestión
a discernir no es cuándo ni cómo, sino exactamente por dónde, se habrá de
producir el desembarco. Dos son las opciones. Callais, al norte, parece el
lugar más idóneo para satisfacer las demandas de los invasores. No solo tiene a
su favor las buenas condiciones que para una potencial invasión ofrecen sus
playas. Cuenta además con el hecho innegable de que al estar sus costas más
cercanas a las británicas de lo que lo estarían las de Normandía, los recelos
de la Infantería de Marina a pasar mucho tiempo “en el agua” se ven reducidos.
Con el fin de reforzar tal conducta, los ingleses han
contratado los servicios de una familia de artesanos jugueteros, los Alam-Bustrer, a los que se encomienda la
confección en material de caucho, a tamaño real, de réplicas de vehículos e
instalaciones militares que, apoyadas en la construcción de instalaciones de
logística reales en el norte de la isla, lleve a los oficiales alemanes a
hacerse la errónea idea de que se está procediendo a una evidente acumulación
de efectivos en el paralelo de Callais.
Pero el paso definitivo del engaño está por dar, y es
humano. Se trata de la Operación Dreixler.
Integrados por varios españoles republicanos ingresados en la
Resistencia, los británicos han
llenado Francia de espías portadores sin saberlo de información falsa en tanto
que creen verdaderamente llevar la información que habrá de detonar la
información.
La mayoría de ellos muere. Pero la exhibición de resistencia
al dolor protagonizada por una maestra de Mataró, María GALVES, a la que como
parte del plan habían cambiado por agua la habitual cápsula de cianuro
destinada al suicidio en pos de proteger la información; lleva al propio
CANNARIS a dar validez a la información que sitúa a Callais en el epicentro de
la maniobra de desembarco.
El resto de la historia es sobradamente conocida.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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