Negándonos a aceptar la indolencia, o más bien la casi
absoluta abulia con la que se han seguido los por otro lado absolutamente
inexistentes actos en pos de conmemorar los 150 años del nacimiento del genial
Richard STRAUSS, desviamos hoy ligeramente nuestro rumbo del tránsito que en
las últimas semanas ha adoptado nuestra nave, para recalar en esta ocasión en
el extraño, a la par que muy interesante reducto
que nos ofrece el dirigir nuestra atención sobre el que sin el menor resto
de resquemor al respecto puede considerarse como uno de los grandes mitos de la Música Germánica , haciéndose igualmente merecedor de parecidos elogios a medida que
ampliamos nuestro horizonte en pos de consideraciones de carácter mundial.
Nacido en el seno de una familia burguesa acomodada, la cual
por otro lado debía su francamente desahogada posición a la cerveza, STRAUSS
vendrá, como en un cuento de hadas, a satisfacer plenamente las ansias de
felicidad que puede llegar a albergar una familia en la que, como si todo se
dispusiera en pos de confeccionar un tapiz perfecto, la música tiene, y por
ende tendrá siempre, un papel trascendental y absolutamente reconocido.
Así su padre, Franz
Joseph Strauss es un músico notable, virtuoso cornista en la Orquesta de la Corte de Munich, a quien WAGNER y VON
BÜLOW se disputaban con vehemencia para sus conciertos.
Dotado con un talento más que admirable, las capacidades
musicales del joven Richard no solo no pasarán inadvertidas, sino que
afortunadamente serás reconocidas por su padre el cual, aparte de
proporcionarle una sólida y brillante formación musical, velará de manera
eficaz, tal y como el tiempo demostró, en pos
de que ésta no dejara huellas
contraproducentes que pudieran diezmar el magnífico talento del que el todavía
niño STRAUSS, hacía gala.
Sin embargo, tamaño celo no pudo evitar que si bien Richard
se convirtiera en el heredero por derecho propio de las dos grandes tradiciones
decimonónicas de la música alemana, a saber el poema sinfónico lisztiano, y por supuesto la ópera wagneriana, ésta última lo hiciera
francamente con una merma en lo atinente a los apoyos, la que procedía de las
manifestaciones de franca desafección con las que STRAUSS padre calificaba la indómita
Música de WAGNER, hacia
la que no dudaba en mostrarse contrariado, en consonancia con el malestar
confeso que sentía con la manera de hacer y entender las cosas que tenía
WAGNER.
Serán controversias como esta, o más concretamente los
efectos que en su manera de pensar conciliarán las densas maniobras tanto intelectuales como musicales que habrán de
llevarse a cabo en pos de dispensar una solución equilibrada; que un joven
Richard STRAUSS decidirá en 1882, contando pues con 18 años, tomar el camino de
los estudios filosóficos formales, para lo que se inscribirá en la Universidad
de Munich, en la que durante dos años compaginará los estudios de Filosofía con
los de Historia del Arte y Estética.
Será precisamente el efecto
dinamizador conseguido por la ampliación
de expectativas consolidado a partir de las aportaciones filosóficas, lo
que sin duda terminará por dar luz a un pensamiento integrador para el cual, el
flagrante interés por el pensamiento filosófico, unido a la sin duda amplia
formación cultural que el músico atesora, acaban por dar lugar a una concepción
revolucionaria de la música. La Música ,
con mayúsculas, pasa así a ser considerada como una manifestación artística
integral, lo que faculta obviamente el apego que experimentará hacia las óperas
de WAGNER.
Y después, aunque en un segundo plano solo en lo atinente a
las imprescindibles cuestiones de orden, NIETZSCHE. Nuestro autor, fascinado
por el autor, por el filósofo, pero sobre todo por el ingente creador, y su
nueva estética, concibe un nuevo plano realmente innovador, tanto en el plano
conceptual, como en el formal; mostrando su compromiso sin travas ni traumas
con su recreación de la obra del autor en Así
habló Zarathustra.
Con todo, si lo que queremos es dar una visión lo
suficientemente adecuada de las capacidades desarrolladas por el autor, así
como de la revolución que en materia musical lideró, entonces habremos de, sin
el menor género de dudas, de ubicar definitiva a la vez que en todo su
esplendor, el a todas luces complejo contexto en el que se desarrollará la
acción de Richard STRUSS.
A caballo entre los siglos XIX y XX, STRAUSS será si no
testigo, al menos flagrante sufridor, de las consecuencias en unos casos, y de
los detonantes en otros, de los acontecimientos en torno de los cuales quedará
circunscrita la historia que se escribe en esos momentos.
Inmerso en tiempo y
forma en un siglo XX que se desmorona, o al menos lo hacen sus
instituciones, así como los desarrollos conceptuales y las ideas de Estado
diseñadas quién sabe si como pretexto para comprenderlas, lo cierto es que
STRAUSS será testigo, tal y como reflejará en algunas de sus obras, de muchas
de las consideraciones que servirán para entender tanto la desintegración de
los preceptos que habían resultado útiles de cara a considerar el siglo XIX, como
a la hora de reinventarlos en pos de improvisar el funesto principio de la
siguiente centuria.
Testigo entre otras de la derrota en la Primera Guerra
Mundial de los llamados “poderes centrales”, a saber los
constituidos por Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y por supuesto el Imperio
Otomano; fue testigo accidental de la consecuencia más directa e importante que
tal hecho condujo, cual es por ejemplo la disolución de la monarquía de los
Habsburgo, hecho que a su vez desencadenaría de manera inevitable la
desaparición del Imperio Austrohúngaro, hecho éste que tendrá no solo
consecuencias en su presente, sino que se desvelará posteriormente, tal y como
quedará puesto de manifiesto tras el Segundo
Pacto de Versalles, como uno de las grandes consideraciones a ser tenidas
en cuenta de cara a comprender la Segunda Guerra
Mundial.
Será así que Austria, despojada de sus territorios
imperiales, se verá prácticamente reducida a una especie de República Alemana
de Austria, hasta que la firma en septiembre de 1919 del Tratado de
Saint-Germain, ponga fin, al menos sobre el papel, a tal situación. Pero la
realidad es otra, y bien distinta: las naciones vencedoras tan solo quieren
evitar la posible unión de Alemania y Austria, hecho que actuará como conductor del desastre hasta 1938,
momento en el que tendrá lugar la nueva anexión de Austria a Alemania, en este
caso ya bajo el terrible yugo del Tercer
Reich.
Y será precisamente bajo este contexto, el que transita
entre la desaparición del Imperio, y el nacimiento de la República austriaca,
donde STRAUSS, ligado a otros artistas y compositores decidan dar paso al que
será el Consejo de las Artes de Austria. Con sede en Viena, el organismo nace
en realidad destinado a rescatar una
vieja idea, que gira en torno a la obra y la vida del más grande genio y
compositor austriaco. Se trata por supuesto de Wolfang Amadeus Mozart.
Se trata de conciliarlo todo en pos del que será el nunca
suficientemente valorado Festival de
Música de Salzburgo.
Referente universal y eterno de la música, tanto por las
aportaciones que en materia de técnica y novedad llevará a cabo, como por
supuesto en lo concerniente a las grandes muestras destinadas a rescatar a los
clásicos en su esplendor, retornando para ello a los contextos tradicionales
que a los mismos les fueron reconocibles; el Festival de Salzburgo supondrá sin el menor género de dudas el
vórtice en torno del cual reunir una exasperada Cultura Germana que a la postre
se halla cada vez más revuelta.
Porque como no puede ser de otra manera, el auge que se
traduce en ingente exposición internacional del festival, llevará pronto a los
nazis, con el insaciable GOEBBLES a la cabeza, a apropiarse del mismo. Lo harán
imponiendo primero una programación destinada a la sobrevaloración de sus
principios, para lo cual como parece evidente recurrirán a WAGNER, el que
acabará adquiriendo carácter sempiterno en el festival; para hacer luego una
especie de jugada maestra, que
pasará, al menos en principio por declarar a STRAUSS el nuevo ídolo.
Pero STRAUSS no solo no estará interesado en política, sino
que abiertamente plantará cara a los que se consideran señores de la suya, y
casi de todas sus tierras, diseñando unos procederes para el festival que a la
sazón le servirán para enseñar al mundo sus nuevas consideraciones para con la
música.
En una franca recuperación de las visiones de juventud que
sus incursiones en el mundo de la Filosofía le proporcionaron, STRAUSS
revoluciona la escenificación, y en especial la interpretación, desentrañando
de forma magistral una teoría de la concepción musical que pasa por dotar al
director no solo de un nuevo papel. La dirección pasa a tener un papel
absolutamente protagonista, el que pasa por comprender que cada nueva
interpretación de una obra, supone reconsiderarse de manera expresa todas y
cada una de sus vigencias pasadas, las cuales pasan netamente a depender del
futuro.
Todo esto desagrada francamente al Reich, que no duda en
retirar a nuestro protagonista todas y cada una de las distinciones con las que le había dotado.
Con ello, STRAUSS permanecerá en lo atinente a sus
consideraciones y consecuencias al respecto de su papel para con el REICH en
una ambivalencia que le traerá problemas en todos los tiempos, y en todas las
formas, y que pasan por la consideración de que el REICH le quitará la
nacionalidad, a la vez que luego los vencedores le someterán al tormento de las
dudas razonables.
Con todo, STRAUSS y sus consideraciones musicales albergan
un papel fundamental en la historia de la música. No se trata ya solo de que sus
aportaciones originales sean de un talento incuestionable, se trata de que sus
aportaciones en lo atinente al resto del contexto son, sencillamente,
inescrutables.
Pero como él mismo dirá a tenor del desastroso estreno de
una de sus óperas: “Aquí yace Guntram.
Muerto por su padre, y por la interpretación de una orquesta inhumana.”
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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