Acudo un día más al tópico, ya que como ocurre con las
moscas en verano, cuanto más pretendes huir de las mismas, más parece que éstas
se empeñan en brindarte su compañía. Y sí, como ocurre en el caso de las
moscas, también en este caso no basta con matar una, porque efectivamente, “se
reproducen.”
Es entonces cuando, inmerso en tales elucubraciones, las
cuales pueden proceder del calor, me tropiezo, insisto, una vez más, con esa
certeza que solo puede darse en España, y que pasa por comprobar cómo aquí
arrojamos a la calle, cuando no
abiertamente al ostracismo, a personas que en cualquier otro lugar bien
merecerían el homenaje de tener calles a su nombre…Incluso sin tener que
esperar a pasar al otro lado de la
Estigia para conseguirlo.
Dejo que el tiempo se
me lleve, como a menudo suelen hacerlo mis propios pensamientos, y tropieza
en esta ocasión con esa otra percepción que el propio tiempo te concede, cuando
a partir de su experimentación, pues su comprensión es imposible, a la hora de
intuir que, efectivamente, la transición de éste es poco menos que una
ensoñación. Efectivamente, una ensoñación de la que poco más que la certeza de
que siempre transita hacia delante, podemos
llegar a percibir porque, de no ser así, cómo comprender la poca importancia
que al mismo se le da, y de cuya constatación nuestro comportamiento diario se
vuelve evidencia, cuando no prueba irrefutable.
Precisamente de la relación del Hombre con el Tiempo, de su
capacidad para hacer algo más. De la
posibilidad de salvar la mortalidad haciendo
algo propio que acabe siendo inmortal, es lo que vino a condicionar en
cierta medida tanto la vida, como por supuesto la obra del que es hoy nuestro
protagonista. Julián MARÍAS.
Pese a que si decimos que MARÍAS se encaramó de una manera
espectacularmente ágil en el minarete de
la torre más alta del pensamiento
español; nadie podrá, apelando a la sinceridad, llegar a discutirlo; la
verdad es que no es menos cierto que pocos serán los que puedan decir mucho,
cuando no algo más, al respecto no
solo de la obra, cuando sí de las aportaciones, de este magnífico personaje que
encarna, como pocos, la otra gran paradoja que rodea siempre a España para con
sus pensadores. La que pasa por saber que cuanto más intensamente la aman, más
rápida y definitivamente ésta les destruye a ellos.
Y Julián MARÍAS, lejos de ser una excepción a tal regla,
hará más bien que pase a ser escrita con letras doradas.
Nacido en Valladolid hace ahora cien años, debería de bastar
tan solo con citar su procedencia, en tiempo
y lugar, para poder traducir de manera adecuada, y por supuesto carente de
accidentalidad, una manera de concebir la
forma y el fondo.
Nacido en la tierra que solo dos años antes fuera tan brillantemente
descrita por el poeta, MARÍAS
responde de manera elocuente a todos los preceptos que de traducir a lo humano
las emociones que “Campos de Castilla”
podemos y debemos hacernos.
Y es así como que, en una especie de loco sueño, de burda
presunción, que los hados parecen empeñarse en hacernos pensar que nuestro Pensador tratara de emular las acciones
de El Poeta. Así, como aquél emigró,
siguiendo en este caso direcciones opuestas…
Pero en el caso de tratar de eludir la acción de el Tiempo,
o más concretamente de cuanto concierne a hacer superable su acción sobre la
Sociedad, y por supuesto sobre el individuo…tal objetivo es evidentemente mucho
más difícil de conciliar.
La España, la Europa y en definitiva el mundo al que se
enfrenta Julián MARÍAS es, sencillamente, el mundo de comienzos del siglo XX.
Un mundo que se niega a evolucionar, en un tiempo que se resiste a transcurrir,
dentro de una época en definitiva que parece resistirse a pasar.
Porque en contra de lo que pueda parecer, y se harán necesarias
tan solo un par de semanas para comprobarlo; el cúmulo de circunstancias que vendrán a enrolarse para configurar el
presente de aquéllos primeros días de la vida del niño MARÍAS, se empeñarán en poner sobre la mesa la constatación
efectiva de lo que hoy por hoy llamamos globalización, y que pasa por saber
que, en vista del grado de interdependencia
que entre los distintos países, o mejor dicho entre la correlación de sus
fortunas, se ha ido creando, que llegado cierto momento, pensar que una decisión
enmarca sus consecuencias efímera y
sencillamente dentro del contexto en el que la misma ha sido tomada es, poco
menos que ilusorio, cuando no forma parte de un razonamiento ciertamente
alejado de la realidad.
Ubicados de manera imprescindible en semejante tesitura,
hemos de comprender el proceso conformación de opiniones y pensamientos al que
nuestro protagonista se enfrentó, y que inexorablemente pasó primero por la
comprensión, y posteriormente toma de posicionamiento, respecto a elementos
fundamentales tales como el trauma del XIX, la imposibilidad para afrontar de
manera seria las reformas que por ejemplo en el caso específico de España eran
no ya necesarias, sino francamente imprescindibles; y todo el cúmulo de
circunstancias que vendrán a consolidar al primer tercio del siglo XX como sin
duda, una de las épocas más sorprendentes y brillantes de todos los tiempos.
Precisamente para afrontar estas épocas, o para ser más
precisos, el contexto que era propio, es para lo que MARÍAS haría uso, aunque
jamás de manera egoísta, de las maneras de hacer que posteriores a las maneras
de pensar, heredaría de sus dos grandes Maestros: ORTEGA Y UNAMUNO.
De ORTEGA, del que heredaría las formas, dirá “que se le
veía pensar”. De UNAMUNO heredará algo mucho más difícil de traducir, pero sin
duda algo mucho más transcendente: la
capacidad para entender mejor que nadie el “Problema de España.”
Porque en definitiva, esa será la clave. España , o más
concretamente la manera de entenderla primera, sufrirla después, pero amarla
siempre, acabarán confiriendo primero a la vida del autor una cadencia que,
inexorablemente, se traducirá después de manera mucho más que conceptual, en su
propia obra.
Dice Julián MARÍAS en una de sus casi 50 obras,
concretamente la titulada “Ser Español”, Ed
PLANETA 1987; a la que por otro lado confieso haber acudido en infinidad de
ocasiones, no solo cuando necesito respuestas sino incluso más cuando me he
quedado sin preguntas; que a un español se le puede identificar de entre
cualquier muchedumbre, en cualquier momento de la Historia. Siguiendo
un esquema parecido, al menos en lo concerniente al proceder semántico, me
empeño en buscar un pensamiento cuya transcendencia, cuyo permanente prevalecer
en la obra del autor, nos lleve a considerarlo si no imprescindible, sí al
menos tenedor de la esencia del
autor. Es entonces cuando emerge aquello que identifica a cualquier Filósofo.
Nada más y nada menos que la necesidad no tanto de saber, cuando sí más bien de
comprender.
Tal pretensión, que ya de por sí podría considerarse una
excentricidad de darse en cualquier otro momento y lugar, se convierte en una
peligros excentricidad en un caso como el que nos ocupa. Un caso en el que el Golpe de Estado de 1936 viene a
trastocar todo intento de retomar España,
y que rápidamente convierte a cualquiera que se atreva no ya a discutir,
sino que resultará bastante con aplaudir al Régimen, en un enemigo consumado.
Será así pues que no ya solo muy a su pesar, sino que como
suele ocurrir con la mayoría de los pensadores a la hora de conciliar sus
procesos para con aquéllos que ejercen el poder, máxime si además lo ejercen de
manera dictatorial; que sin obrar del mismo causas directas que lo provoquen,
Julián MARÍAS será en un primer momento repudiado y proscrito por el Régimen.
Bastará para ello, al menos en un primer momento, con su no pronunciamiento activo, situación que cambiará radicalmente
desde el momento en el que la condena que el Régimen hará efectiva sobre la
persona, y en especial sobre la obra de sus maestros y amigos, le lleve
finalmente a tomar partido.
Será entonces cuando se posicione de manera definitiva, y
podamos así decir que el inicio de la Guerra Civil en 1936 truncó las expectativas de
un Julián Marías recién licenciado. Consideró un "error" la sublevación
de Franco, que "destruyó al Estado" y que "al no triunfar, abrió
el camino a innumerables muertes". Su espíritu liberal le llevó a
ponerse a favor de la
II República. Su balance de la contienda civil fue amargo,
porque dividió en dos a los españoles: lo expresaba con una frase
paradójica: "Los justamente vencidos y los injustamente
vencedores".
Como citó el Clásico: “El
día que los reyes disputen sus propias batallas, será un verdadero
espectáculo.”
Surgirán así entonces de manera flagrante muchas de las
cuestiones que hasta el momento habían permanecido aletargadas y será precisamente cuando a partir de ese momento el
Régimen, que no sabe como atacarle, decida considerarle en toda su extensión
como alguien verdaderamente peligroso, cuya obra puede ser un peligro en acto, y por supuesto en potencia.
Y en medio, como elemento demencial, a la par que
descriptivo, el nunca negado apoyo incondicional a BESTEIRO.
Una obra sin lugar a dudas genial. Una obra con multitud de
procederes, con múltiples perspectivas todas las cuales, y como ocurre con
todos los grandes, convergen de manera inexorable en el Hombre. Un Hombre, y su
forma natural, el Humanismo, que tendrá al menos en el caso de la parte no
historicista, al Racio-Vitalismo como gran aportación.
Porque volviendo al caos en este caso no como elemento
multiplicador, sino más bien en su vertiente enriquecedora, la que transita en
pos de convertirlo en creador de nuevas realidades, lo cierto es que las luchas
a las que habíamos hecho mención en las primeras líneas de la presente, y que a
grandes rasgos se traducen en la semántica básica por la que transitará no ya
el principio, sino más bien la primera mitad del siglo XX, tendrán su reflejo
en las grandes cuestiones de pensamiento y claro, qué puede describir mejor el
contexto de esas grandes disquisiciones que la lucha dialéctica con la que
mediante esfuerzos titánicos, y por ello eternos, se enfrentarán defensores de
la Razón, contra defensores de lo Pragmático y Sensible.
Será así como se escribirá la página de otro de esos grandes
de España. Otro de esos cuya aportación, por callada, pero por sincera, solo es
constatable en las grandes ocasiones.
Por eso que, vistas las actuales circunstancias, son estos
buenos momentos para acudir a la Obra de Julián MARÍAS. Puede que no encuentren
respuestas, de lo que estoy seguro es que hallarán más preguntas.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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