sábado, 3 de mayo de 2014

DE NAPOLEÓN, MADRID, Y MUCHO MÁS QUE UN DOS DE MAYO.

Son múltiples las circunstancias que convergen en pos de los acontecimientos que acabarán por desatarse aquél 2 de mayo de 1808. Serán pues muchos los estadios emocionales que en justicia habrán de ser citados en pos de lograr un análisis lo más exacto posible, en busca no tanto de una explicación, como sí tal vez del logro de una serie de consideraciones a partir de las cuales, suplidas ya las carencias propias de la ausencia de perspectiva, y por supuesto una vez que hemos superado las necesidades patrias; nos lleven a dibujar un escenario cuando menos someramente plausible.

Distas ya las propuestas, y una vez ya aunque sea someramente encomendadas las certezas, es cuando podemos dar por iniciadas las labores de ubicación de cuanto menos, percibir desde la libertad que proporciona la libertad cronológica, un listado de emociones, sinsabores y a veces hasta conductas patrias realmente fallidas, algunas de las cuales tienen su respuesta, cuando no manifiestamente su explicación, en el alboroto conceptual que supone el empeñaros en mantener de manera artificiosa componendas y rigores que, una vez ausentes del imprescindible contexto, amenazan con verse reducidas a meras soflamas.

Aclarados cuando menos los conceptos previos, es cuando podemos comenzar sin riesgo una exposición que, ciertamente, puede estar no exenta de sus riesgos. Porque de entrada hay que ser serio al implementar la certeza de saber que los rigores que impulsaron los acontecimientos de aquél dos de mayo no fueron patrios; o no al menos si por tal percepción referimos lo que realmente por entonces se refería a los ardores patrios.

Es España, como tantas veces hemos dicho, una mala componenda si de la misma hemos de extraer consideraciones proclives a ser consideradas en pos de albergar una mera esperanza de generalización. A lo sumo, siguiendo una vez más los preceptos apostillados en la obra de Julián MARÍAS “Ser Español”; nos daremos por satisfechos en el caso de ser capaces de generalizar un concepto, o en el colmo de la osadía, un precepto, a partir del cual y en todo caso, hilvanar una línea cuando menos meramente somera desde la que cultivar un futuro categórico.
De ahí, que cuando BLAS DE MOLINA lanzó aquél tremendo, impactante y fundamental ¡Que nos lo llevan!, escenificó, seguramente sin saberlo uno de los múltiples ejemplos a los que se refiere una y otra vez MARÍAS cuando dice que dos españoles pueden no haberse visto nunca, mas en cualquier caso ambos se identifican como tales a la hora no ya de defender a su país, cuando sí, y sin dudarlo, en batirse en pos del honor de una Dama a la que bien pueden ni tan siquiera conocer.
¿Qué decir entonces, de un caso como éste, en el que convergen los dos aspectos? Quiero decir, la Dama, y el tan denostado patriotismo.

Desde la pantomima de Fontainebleau, firmado en octubre del año previo, hasta las Capitulaciones de Bayona, pasando por supuesto por El Motín de Aranjuez y los diversos beneficios que MURAT acaba obteniendo por su desmantelamiento; lo cierto es que muchas son las circunstancias, la mayoría incomprensibles para los propios, qué decir entonces de los extraños, que nos llevan a poder decir dejando escaso margen para el error, que todo lo que acontecerá desde no solo la entrada en Madrid de las tropas de MURAT, a finales de marzo del año en curso, cuando sí más bien desde las propias capitulaciones, tiene su origen en el hecho subjetivo vinculado de manera expresa a la declaración de NAPOLEÓN como Emperador, por lo que habremos de retrotraernos a mayo de 1804.

Es así que, el exceso de confianza con el que se movía el eterno revolucionario, habría en el caso que nos ocupa de jugarle una mala pasada. La misma que ya en su momento jugó en contra de SCIPIÓN, la misma que acabó por facultar los acontecimientos del dos de enero de 1492. Una circunstancia que pasa inexorablemente por entender lo en apariencia incomprensible de ciertas pautas que rigen el proceder de la personalidad española. Pautas que en este caso van ligadas y determinan lo específico e inabordable de la cuestión patria, y por supuesto de las peculiaridades del espíritu español a la hora de afrontar el inusitado fervor patrio.

Por eso que cuando BLAS DE MOLINA gritó el conocido ¡Que nos lo llevan!, vertió en pos del amago de frustración que el grito llevaba, una multitud de emociones, traumas y miserias, la mayoría de las cuales viene a ser por sí sola suficiente para comprender no ya la necesidad de conmemorar una festividad autonómica, cuando sí más bien el proclamar una vinculante necesidad de proclamar otra Fiesta Nacional.

Porque lo que estaba en juego en la madrugada del dos de mayo de 1808 era mucho más que el comienzo de la que acabaría siendo encarnizada lucha contra los franceses. Lo que estaba en juego era la supervivencia de un vínculo artificialmente creado en pos de la figura regia, el cual obligaba inexorablemente al Pueblo en pos de cumplir con una serie de obligaciones de cuya existencia ni el propio monarca, el recién nombrado Fernando VII, era consciente.

Es así pues que, bien por ignorancia, bien por manifiesta incompetencia; la cesión que aquél dos de mayo había llevado a cabo el mencionado Fernando VII, y que se traducía en la permisividad de cara a que el Infante de Paula fuera trasladado a Francia, en lo que suponía el definitivo alejamiento de la Familia Real, de España era, virtualmente, imposible de asumir por los españoles.

De ahí que no solo lo que tenía que suceder sucediera, sino que más bien lo propio, sencillamente por serlo, acabase traduciéndose de manera inevitable a lo largo y ancho de todo el plano nacional, elevando el tono del conflicto local, pasando éste de local, a nacional.

Estalla así no tanto la Guerra de Independencia, como sí más bien que una suerte de irrenunciables circunstancias en tanto que legítimas necesidades del bien llamado espíritu español son francamente puestas en tela de juicio.
Es así que tal grito, vinculado a las circunstancias imprescindibles, las propias de literalmente no poder más, abocan no tanto a un conflicto, como si a una verdadera guerra, en muchos casos sin cuartel, en la que están en juego consideraciones de cuya importancia no son conscientes en la mayoría de ocasiones, ni los mismos protagonistas.

Desde tal perspectiva, la que resumiendo nos lleva a considerar de todas todas no solo el asalto a palacio, sino la concatenación de haberes en que se traduce el motín generalizado que se extendió como años antes por las calles del Madrid de Esquilache, compartiendo ambos episodios la certeza de que para el madrileño hay ciertas cosas que no se tocan; podemos extraer sin demasiado esfuerzo la certeza de que detrás de los acontecimientos reseñados se esconden aptitudes que en la mayoría de ocasiones redundaron en conductas de indudable valor y sacrificio la gran mayoría de las cuales no puede verse desde la óptica local, pues tal hecho supondría minimizarlo; obligándonos en consecuencia a abordarlo desde una perspectiva más amplia, la que nos eleva a la consideración nacional.

Por ello que, de manera parecida a como aconteciera en la segunda mitad del XVI, cuando en torno a 1561 Felipe II decreta el fin del concepto de Monarquía Itinerante, fijando en Madrid la sede de la Corte, elevando con ello al rango de patrio todo lo que aconteciera lo que hasta ese momento había sido poco más que un villorrio: de parecida manera una vez más los en apariencia caprichos de la historia, llevan en este caso a Madrid a ser el desencadenante no solo de una Guerra de Independencia cuyas consecuencias bien superarán incluso el rango nacional, toda vez que pocos son hoy quienes dudan de que Napoleón comenzó a despertar de su mitomanía en España. Si no por la valía de los enfrentamientos, sí tal vez por el daño que a todos los efectos le causó el luchar en España contra unos Manolos que, si bien eran capaces de matarse entre sí por una discusión de taberna, minutos después no dudaban un instante en desenfundar sus facas para iluminar con el brillo de la luna unos aceros que simbolizaban el odio común contra el Gabacho.


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

No hay comentarios:

Publicar un comentario