Inmersos como estamos en un proceso cancerígeno, en el que
la mera mención de sus condicionantes ya genera difteria, lo cierto es que
obrando como de buena manera resulta recomendable en estos casos, es decir o
curando el miembro afectado, o en su caso, recomendando la amputación; que hoy,
en el contexto que nos ofrece el todavía día, propenso a la conmemoración del
denominado Día de las Letras Gallegas, que
habremos de proponer un paseo por éstas, y por supuesto por los significados
que las mismas traen aparejados.
Acudiendo de nuevo al presente, pero empecinados no obstante
en que el contexto generalizado del mismo no nos lleve a degenerar los
esfuerzos referidos a tal o cual considerando; lo cierto es que decididos ya de
todas a abrir la Caja de Pandora, que
habremos de hacer frente al riesgo manifiesto, cuando no abierta acusación, que
de manera pagana estarán dispuestos a
esgrimir aquéllos que de soslayo vengan a dar por hecho que el motivo de la
presente no es otro que el de inflamar los ánimos en pos de despertar quién
sabe qué flamígeros espíritus.
Mas por ir aclarando conceptos desde el primer momento,
habremos de decir que si bien no somos partícipes de conductas nacionalistas, y
sin necesidad de entrar en más profundidades habrá de bastar a tal efecto con
la explicación en base a la cual los nacionalismos, una vez desbordada la
vertiente racional han de pedir auxilio al fervor pasional, y algunos no
atribuimos a las conductas pasionales verdadero valor conceptual, habrá de
resultar esta explicación como suficiente de cara a entender que nuestra
predisposición no se halla inmersa en ninguna necesidad de enmendar la plana a nadie.
Sin embargo, y una vez que el debate no solo se plantea por
sí solo, cuando más en realidad no hay necesidad de evitarlo; que puestos a
entrar en materia habremos de conciliar el sumatorio de certezas en base al
cual, si existe una y solo una base para considerar como seria la apuesta por la condición nacionalista en
tanto que alejada de los burdos debates tribales a los que se nos tiene
acostumbrados, ésta pasa inexorablemente por entender que la tenencia, refuerzo
y substanciación de un Lenguaje propio, que se desarrolla en una Literatura
propia, y se ejercita y enriquece a diario con el uso de una Lengua propia;
consolida un escenario en el que bien podríamos decir que redundan todos los
requisitos previos para considerar como no
contraproducente a un nacionalismo.
Porque si algo caracteriza al fenómeno que bien podríamos
identificar a partir de este momento bajo el concepto general de nacionalismo gallego, es precisamente la
ausencia de esos preceptos pasionales, descontextualizados y por ende carentes
de correlatos, que por otro lado abundan en el resto de nacionalismos tradicionales, entre los que
evidentemente habremos de considerar los ejemplos que condicionan el nacionalismo catalán y el vasco
respectivamente.
Es por el contrario el nacionalismo
gallego un movimiento calmado. Un movimiento que resulta no por la
necesaria contraposición a relativismos y considerandos obvios, la mayoría de
los cuales hace imprescindible la construcción de edificios cuyo exceso de
altura es a menudo directamente proporcional a su ausencia de cimientos.
Resulta así que, si nos detenemos unos instantes en pos de
visualizar los considerandos desde los que se desarrolla el nacionalismo gallego, comprobaremos de
manera rápida y eficaz cómo el fenómeno hunde sus densas y por otro lado bien
desarrolladas raíces en el fértil a tales lides suelo que para el fenómeno nacionalista resulta el siglo XIX.
Sin embargo, la manera de producirse del nacionalismo gallego para con su época,
así como para la época que contempla su surgimiento es, como en el resto de
afecciones que le son propias al resto, muy propias, y por ende
características.
Es por ello que si bien el XIX es el siglo que verá el auge
de los grandes nacionalismos, no es menos cierto que la manera mediante la que
semejante consideración no solo afecta, sino que más bien condiciona el
desarrollo de la línea de pensamiento que hoy nos trae a colación, pasa por
redundar en su potencial más culto, esto es, aquél que pasa por la
consolidación de fenómenos casi exclusivamente ligados a las letras.
Y si son los parámetros culturales del XIX los que habrán de
dar o quitar razón al prestigio de un
nacionalismo, resulta imprescindible empezar ya a desarrollar de manera categórica y a ser posible ordenada, la
lista de principales características que se erigen como competentes para definir
no tanto a los nacionalismos, como sí más bien a las corrientes culturales a
partir de las cuales, tal y como defendemos, surgirán después los mencionados.
Consolidando al Romanticismo como el modelo característico
que redunda en la descripción general del siglo, y asumiendo de entrada que si
bien en términos estrictamente cronológicos éste solo ocupa la mitad de la
centuria, no es menos cierto que sus implicaciones serán legítimamente
consideradas a lo largo de todo el siglo, generalizando así que el siglo XIX
es, sin duda, un siglo romántico; nos
hallaremos en cualquier caso en condiciones de decir que entre las
características que secundan al siglo, encontraremos sin duda muchos de los
condicionantes de los nacionalismos, incluyendo con ello al gallego.
Podremos así decir de entrada que es el Romanticismo un
fenómeno que más que surgir, acude en auxilio de la parte más metafísica del
Hombre. En auxilio de aquella parte que ha quedado herida de muerte tras la inanición a la que ha sido sometida por obra y gracia de una Ilustración que,
al menos en lo concerniente al uso de la Razón, ha inhabilitado la parte de
producción metafísica del Hombre al condenar al ostracismo tanto a los que
indagan en aspectos para los que la Razón no resulta viable, como por supuesto
a la producción más o menos fecunda de éstos.
Sin embargo, lejos de renegar de ésta, el Romanticismo toma
prestados de la Ilustración entre otros el afán de lanzarse en pos de la
modernidad mediante el uso y disfrute del progreso; coincidiendo así con el
Barroco en el gusto por la Literatura Nacional , consolidada a partir de una apuesta
que pasa por la mezcla de géneros, y el rechazo hacia las normas.
Por otro lado, en un ejercicio de madurez muy digno en lo
tocante a ser tenido en cuenta, el Romanticismo no duda en tomar prestado de
movimientos como el Renacimiento la apuesta por tendencias tales como las que
pasan por hacer del paisaje mucho más que un escenario, hasta el punto de
dotarle de una trascendencia fundamental que le lleva hasta casi dialogar con los personajes, dentro
siempre de unos considerandos propios de la tradición,
inmersos en contextos de leyenda medieval.
A partir de tales consideraciones, no resulta difícil ubicar
de manera definitiva aspectos tales como el
individualismo, consideración básica del Romanticismo a partir de la cual
el egocentrismo del artista queda legitimado en pos de hacer una exposición
exacerbada de la que él considera su realidad; el culto a la libertad, mediante la que el individuo hará gala de
su ansia en pos de ubicarse a título exclusivo, huyendo de la masificación
social.
Pero habrán de ser sin duda el marcado talante en pos de la rebeldía, y la paulatina superación de
las contradicciones que en pos de la misma se ponen de manifiesto, lo que
de manera más sincera hace imprescindible la huida de una realidad que no solo
no satisface al Hombre, sino que se empeña a cada instante en poner de
manifiesto sus limitaciones, ya procedan éstas de su concepción ética, o moral.
Será así que Rosalía DE CASTRO y Emilia PARDO BAZÁN
configuren en ese mismo siglo XIX una Literatura
Conceptual que configure, a partir de sus coincidencias y de sus
desinencias, una clara apuesta por la escenificación de una realidad gallega que sintoniza como
pocas con los factores mencionados.
Y después, CELA. Individuo único, genial por necesidad, que
acude él solo a llenar todo el hueco que pueda quedar.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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