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Acudimos así, al homenaje de Giuseppe VERDI, en el
bicentenario de su nacimiento.
Doscientos años. ¿Ya doscientos años? ¿Tan solo doscientos
años? En VERDI y en especial en su obra, las dos expresiones de sorpresa, pese
ser normalmente enfrentadas, adquieren en el maestro, y en especial en el valor de su obra; pleno sentido de
vigencia.
Es VERDI el autor eterno. Complicado en pos de ser ubicado,
máxime pues difícil de catalogar, ni etimológica, ni preceptivamente.
Y resulta a época, al contrario de lo que viene pasando con la
mayoría de los hechos o de las personas a cuya revisión acudimos de forma
periódica; la que en el caso que hoy nos ocupa no solo no ayuda, sino que más bien
parece conspirar en nuestra contra.
Tan solo, aunque por ello haya que decir, afortunadamente; una sola cosa parece mostrarse firme, a la hora de ayudar a conciliar nuestra presencia para
con el personaje, Giuseppe VERDI, y para con la época, el XIX en todavía puzzle
más que estado, Italia.
Hablamos, como no puede ser de otra manera, de la ÓPERA, en
todas sus acepciones.
Hablar de ópera supone, ineludiblemente, hablar de Italia. Y
lo será, curiosamente, más que cualquier otra cosa hasta que el puzzle de
estados gestionados por otros para otros,
acaba allá por 1861 consolidando su unificación.
Es así que Italia es ópera. Y dado que VERDI es la ópera,
resulta ya indefectible establecer el vínculo entre Italia y VERDI. Vínculo que
bien podrá ser denominado por cuantos así lo deseen, como mero nacionalismo.
Pero la verdad es que VERDI fue y será siempre por ende, mucho más que un sencillo nacionalista.
Detenernos en nuestro virulento camino, ése que está
fraguado por los continuos obstáculos que deposita
en torno de nosotros la mundana
actualidad; y ponernos en disposición
de entender a VERDI requiere, como ocurre con la mayoría de las cosas
importantes, proceder con un salto que viene más categorizado por
condicionantes cuantitativos que cualitativos porque, tal y como el lector
podrá rápidamente satisfacer, parece mentira, una vez consolidado el bagaje tanto
profesional como personal de aquél sobre el que hoy fijamos nuestra vista,
empezar tan solo a intuir que los aspectos, las grandezas y sobre todo los
niveles de transcendencia a los que VERDI no solo hizo frente con su obra, sino
que con la misma ayudó a encumbrar proceden, tan solo, del siglo XIX.
Es así pues tan grande el esfuerzo que se requiere, que tan
solo la certeza de una gran recompensa, y la propuesta artística de la
composición de VERDI lo es, pueden justificar tal hecho.
Una música transcendente, compleja, redundante pero
armoniosa. Una música como pocas, encargada de preconizar el momento que le es
propio. Un momento remoto, si bien de total actualidad. Un momento precursor de
reformas absolutas, toda vez que
definitivas.
Porque así como en el plano etimológico resulta complicado
ubicar de primeras la obra de VERDI
en el XIX, es en realidad semejante hecho uno de los pocos que nos ayuda a
contextualizar, tanto a la obra en cuestión, como a la época dentro de la
que la misma se desarrolla.
Porque así como ocurre con su obra, es ésta reflejo de los
sinsabores a los que resulta proclive una Italia que, en contra también de
cuanto pueda parecer, antes de 1861 no será sino un enajenante puzzle compuesto
de polis, cuando no de territorios independientes eso sí,
gobernados en el mejor de los casos, manipulados en el caso de la mayoría, por
gobernantes ubicados en territorios alejados los cuales dispondrán así mismo
las piezas nunca en pos de la consecución de los italianos, sino más bien al
contrario buscando siempre el beneficio de aquéllos que, como decimos. Se
hallan ubicados a miles de kilómetros.
Es ahí pues, donde muy probablemente se fragua uno de los
detonantes más pétreos de cuantos componen la supuesta tradición nacionalista de VERDI. La que se esculpe a
partir de comprender neta y por ende
absolutamente la simbiosis que tanto en el terreno de lo conceptual, como en el
epistemológico, se promueve entre la época de VERDI, y la producción operística
de VERDI. Una producción que si bien se halla en consecuencia total y
absolutamente ligada a Italia, no es menos cierto que los parámetros que ligan
semejante ligazón son conceptuales más que procedimentales, en tanto que los
mismos se encuentran sin duda presentes en la obra con una anterioridad tan
grande respecto de la época de consolidación de la independencia, que el mero
proceder cronológico encontramos pues recursos más que suficientes para
atrevernos a indicar que el autor no era netamente nacionalista, no al menos en
base a los cánones que parecen regir tal aseveración hoy en día.
¿Cómo advertir entonces semejante consideración, para con el
al menos en apariencia grito de libertad
que parece esconder el coro de Nabucco “Va, pensiero”?
Acudiremos una vez más, en consideración a la resolución de
semejante dilema, a la constatación imprescindible en este caso de un hecho
cuya relevancia presente y pasada hace ya imprescindible su consideración, cual
es el carácter, estrictamente Romántico, de
VERDI.
Lector apasionado de textos y poesía lírica, es VERDI un
hombre en el que han hecho mella factores
y conceptos que preconizan en él la suma de valores que, vistos desde fuera, y
con el efecto de caleidoscopio en el que a menudo el tiempo sumerge a los
acontecimiento, bien pudiera llevar a pensar a los lectores que el afán de
VERDI pasa inexorablemente por la consagración de Italia. Pero la realidad no
es esa. La realidad pasa inexorablemente por redefinir el tono, el concepto,
mucho más en la línea, romántica, de un hombre convencido de que la lucha, en
sus más diversas versiones, adquiere su legitimidad en la medida en que fuentes
externas tales como el ser ésta catalizador imprescindible de las libertades
del individuo, la dotan de tal condicionamiento, aunque sea éste meramente
instrumental.
Ese será el espíritu que lleve a VERDI a apoyar
manifiestamente a los sublevados que echaron al General RADETZKY de Venecia
como resultado de la sublevación de 1848, y será el mismo que le lleve a
renunciar al populacho representado en los campesinos que en todos los pueblos
y ciudades del Piamonte recibirían a partir del 22 de agosto de 1849 de nuevo
al invasor austriaco al grito de ¡Viva Radetzky!
¡Viva Radetzky! Un grito que se opone de manera dramática,
al que constituye el eje central del que se supone manifiesto nacionalista de VERDI, a saber, el que se refiere al coro de los
esclavos hebreos del Acto III de Nabucco en
su más que famoso “Va, pensiero sull´ali
dorate” (Ve, vuela, pensamiento, sobre las alas doradas), estrenado en La Scala un 9 de marzo de 1842,
irrumpiendo después como himno imprescindible del movimiento.
Un grito que se opone como en este caso lo hará el otro, de
carácter silencioso que el autor pronunciará en repetidas ocasiones, todas
ellas en paralelo al dramático proceso que supone el comprender, o más bien el
no hacerlo, que los tiempos políticos, poco
tienen que ver con los tiempos de la pasión que emergen en este caso del
corazón de un hombre que de verdad cree fervorosamente en una Italia territorio
en el que desarrollar de manera activa los deseos y pensamientos de un pueblo
que lleva siglos, curiosamente, participando de manera activa de la Historia de
Europa, una Europa que de manera tanto activa como pasiva se empeña en impedir
que cumpla para con su propio deber.
Habrá de ser en ese y no en otro concepto personal e
histórico en el que habremos de enmarcar acontecimientos como el que conciernen
al hecho de que nuestro protagonista acepte presentarse, como candidato a
diputado, en las primeras elecciones a Parlamento nacional tras la unificación
italiana bajo la monarquía de Vittorio EMMANUELLE, haciendo por fin bueno el
acróstico que salpicaba Italia por muchas de sus paredes, en las que figuraba
V.E.R.D.I (en alusión en este caso a “Vittorio Emmanuelle Re Di Italia”.)
Una vez más, como en tantas otras, habrá de ser el tiempo
quien, como morador de todas cuando no de la última justicia, nos ayude a
centrar de nuevo una realidad que pasa inexorable y en este caso unívocamente
por la satisfacción de reconocer en VERDI, al más grande de los compositores de
ópera de la Historia, sean cuales sean sus motivos, y procedan éstos de donde
procedan.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
Impresionante.
ResponderEliminar¿Recuerdas la escena de Novecento?
http://www.youtube.com/watch?v=qlcAPQxZE48
¿Cómo olvidarlo? Comienza el nuevo siglo, precisamente con la muerte del maestro.
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