Pocas son, afortunadamente, las ocasiones en las que un Hecho Histórico, pese a estar
suficientemente argumentado, ha ofrecido a lo largo de la propia Historia
tamaña cantidad de interpretaciones.
La causa, una de las peores que podemos imaginar, aquélla
que pasa por intentar amparar en manipulaciones lo que no es sino una
determinada realidad. La crónica de unos acontecimientos que acaecieron, pese a
quien pese, como lo hicieron.
Es la Guerra de
Sucesión Española, hecho raíz del que en última instancia pende todo el asunto catalán (que es como ya se conocía a la deriva que el
hecho tomaba ya por 1711); la fuente definitiva, en tanto que desencadenante,
de la reordenación no tanto del mapa de la Europa
Moderna , como
sí no obstante del nuevo compendio de
realidades que a partir de la misma se desencadenaría.
Cifrar en el hecho de la muerte sin hijos de Carlos II en
1700 todas las causas del desencadenamiento bélico, sería, además de
reduccionista, un grave error procedimental ya que de hacerlo, incurriríamos en
uno de los más sutiles errores a los que por otra parte el conocimiento de la
Historia no ha de llevarnos nunca. Así, objetivamente hablando, pocas por no
decir ninguna son las ocasiones en las que un único hecho logra ser
determinante a la hora de desencadenar acontecimientos. A lo largo, tal y como la propia Historia
demostrará después, tales acontecimientos, por atractivos o tremendos que
puedan llegar a parecernos, pocas veces son algo más que meros catalizadores
esto es, pocas veces logran algo más que precipitar situaciones que en la
mayoría de los casos ya vienen absolutamente maquinadas.
En base a tal proceder, habremos de buscar en otras lides a
saber económicas, políticas, y por supuesto de conformación territorial
estructural; las verdaderas causas no solo de la Guerra de Sucesión, sino sobre
todo de la manera mediante la que ésta aconteció.
Así, la muerte el 1 de noviembre de 1700 de Carlos II,
último Austria, deja un escenario en
el que la incertidumbre española es en realidad el reflejo de la inestabilidad
europea. Una inestabilidad que si bien no tiene como en otras ocasiones
manifestaciones aparentes en disidencias, traiciones o tensiones de cualquier
otra índole; sí que presenta no obstante en el terreno de las conformaciones
económicas una urdimbre de una complejidad reflejo tan solo de la nueva
condición que el definitivo triunfo de los estados modernos merece.
Porque lo que realmente está en juego en esta tremenda
partida de ajedrez, son sutilezas del tipo de la posición en la que se quedará respecto de las nuevas rutas y
procederes para con el Atlántico. Licencias de comercio con el Nuevo Mundo, o incluso modificación o
surgimiento de nuevas líneas de comercio en el interior de la propia Europa.
Y pese a quien pese, para estrategias de semejante
envergadura, una vez visto en resultado de la invasión francesa, tan solo Inglaterra y la propia Francia se
hallaban en mínimas condiciones de jugar.
Por eso, ratificando lo ya presentado, la muerte de Carlos
II sin descendencia, no sirvió más que para desentrañar el momento de un teatro de operaciones que llevaba más de
cincuenta años recorriendo el continente, y que definitivamente abocó a
franceses y a ingleses a mostrar del todo sus cartas.
El premio era además, demasiado atractivo. Ceñirse la Corona de España constituía en sí mismo
un premio lo suficientemente substancial como para, definitivamente, competir francamente por ella. Y es así que desde
el primer momento unos y otros hicieron
de armas a tal efecto.
Francia lo tenía además, en el terreno de lo estrictamente
diplomático, mucho más sencillo. No en vano el trabajo desarrollado en los
últimos meses por el embajador, adorando el oído del convaleciente monarca,
había dado unos resultados magníficos así, Carlos II nombró sucesor a Felipe de
Anjou, nieto del mismísimo Luis XIV de Francia.
Pero Inglaterra no estaba dispuesta a permanecer en un
segundo plano. Su flagrante necesidad de
establecerse como parte imperiosa del comercio atlántico le llevará a
encabezar la Gran Alianza , estructura con fines políticos, que
redunda en la disposición militar para conseguir tales fines; y que reúne a las
Provincias Unidas (Países Bajos), Imperio Austriaco además de la mayoría de los
estados alemanes, dirigidos desde Londres.
Nos hallamos así pues ante una conflagración internacional
de tal magnitud que, sin rubor puede ser considerada como la primera guerra mundial moderna. Una
guerra que verá en la confección de tal Alianza al poco de ser nombrado Felipe
V rey, lo que acontece en febrero de 1701; el primero de sus verdaderos
episodios.
El acto definitivo, la declaración formal de guerra a
Francia y España, o sea a Felipe V, tiene lugar en mayo de 1702.
Pero para no perder la perspectiva de lo que nos habíamos
marcado hoy como objetivo, y que podemos calibrar como el estudio del origen de
la cuestión catalana dentro del
contexto de la Guerra de Sucesión, hemos de supeditar las implicaciones
interiores, al menos en lo que concierne a la revisión del aspecto interno.
Así, revisando a priori casi en exclusiva el patrón político
que conforma a España, nos encontramos de entrada con en terremoto que supone
la llegada de los Borbones al poder. A todas luces, una revolución jurídico-política.
No se trata de un mero cambio
de casa. Se trata en definitiva de un cataclismo que tendrá por ejemplo en
el encaje de bolillos que será necesario para hacer compatible por ejemplo la
manera tan diferente que ambas casas tienen para comprender la relación para
con en centralismo, o el vínculo del pueblo para con sus reyes (hechos en este
caso fundamentales), lo que se erigirá en los restantes componentes por aquél
momento considerados.
En términos constituyentes, era la de los Austrias en España
una monarquía compuesta. Las coronas
de Aragón y de Castilla venían a conformar una realidad común, con estructuras
por otro lado propias, y absolutamente diferenciadas. Diferencias que en
esencia venían a dar respuesta formal y coherente a diferencias estructurales
que por ejemplo en Aragón expresaban las diversidades existentes desde tiempos
remotos, y por otro lado manifestadas en las estructuras contra las que en
parte batalló el propio padre de Fernando el Católico.
Estructuras no solo independientes, sino en la mayoría de
ocasiones destinadas a limitar abiertamente el poder regio, y que según algunos
historiadores modernos bien podrían llevarnos a considerar sin ambages a Aragón
hoy como un verdadero estado confederado.
Tales estructuras, así como los derechos y deberes sobre las
que las mismas se asentaban, quedaban del todo definidas en unas cartas constituyentes que el propio
monarca jura entre 1701 y 1702 tras la celebración en Barcelona de unas Cortes.
Semejante limitación del poder regio, parece un buen precio
a pagar a cambio del apoyo de los catalanes a la causa borbónica. Pero es la
borbónica y su manera de comprender y ejercer el poder, la causa más alejada en
principio de las ya pretensiones catalanas. Es Felipe V como Borbón, un monarca
portador de una visión centralista del estado moderno que no hará otra cosa
sino derogar e ir sustituyendo fueros y formas medievales.
Además, y he aquí donde entra en escena la nunca
despreciable maniobra economicista, es el modelo catalo-aragonés el más cercano
a lo que podríamos considerar el germen de una estructura de estado no solo más
moderna, sino sobre todo más del gusto para con los pujantes usos de la ya muy
influyente burguesía mercantil catalana.
Será así que la manipulación ordenada de acontecimientos
tales como las continuas invasiones que desde 1689 se mandaban desde Francia,
unida a la cada vez más francamente despótica política de Felipe V, conllevarán
el nacimiento de un verdadero espíritu
antifrancés que tendrá en el odio hacia el Virrey Velasco transductor final de las continuas violaciones
constitucionales por parte del monarca, la verdadera fuente de gestión.
Estas tensiones eran además inteligentemente manipuladas por
la cada vez más pujante burguesía catalana. Una burguesía que hacía del comercio
como es lógico su principal fuente de riqueza, y que no podía permitir que los
acuerdos entre Francia y España, que fundamentalmente dejaban fuera de juego a
las economías holandesas y británicas, obstruyendo el desarrollo de sus mejores
bazas, al consistir Gran Bretaña y Holanda los mejores receptores del
aguardiente y los textiles respectivamente, objetos éstos en los que más
pujante resultaba Cataluña.
Así es como se explica que una considerable parte de la
sociedad catalana abrazara sin tapujos aparentes la causa de los Austrias.
Sin embargo, hablar definitivamente de un rechazo a la
política borbónica sería exagerado. Podría llegar a tratarse, en realidad, de
una especie de pequeña guerra civil entre catalanes, de la que se extraería
cierta confluencia para con las disposiciones inglesas, constatación ésta que
lleva a los acuerdos que llevarán a la Alianza a depositar en junio de 1705,
fruto del pacto de Génova, armas y hombres en pos de los intereses catalanes.
El virrey Velasco es depuesto el 5 de octubre, a cambio los catalanes reconocen
al archiduque Carlos.
Y será entonces cuando las circunstancias se sobrevienen
caóticas. La penosa entrada de Carlos III en Madrid, y que Luis XIV valore
abandonar la causa de su nieto, llevan a Inglaterra a abandonar la partida.
La caída del gobierno liberal en octubre de 1710, muy
vinculado a los intereses económicos incidentes en el conflicto en los términos
ya descritos, conduce a que los conservadores, más proclives al juego rentista
ligado a las experiencias latifundistas; acaben pactando con la por otra parte
extenuada Francia una paz que indirectamente provocará la pérdida de Gibraltar
y sobre todo, del dominio del Atlántico.
Pero lo más gráfico a la hora de entender lo manipulado del asunto catalán pasa
inexorablemente por la comprensión de los acontecimientos que concluyen su
final. La muerte de José I hermano de Carlos III lleva a éste al trono de
Austria. No solo se olvida de Cataluña, sino que aumentará la tensión en su
pretensión de querer gobernar España. Así, la tesis atlántica de Inglaterra
gana enteros. Resulta imperioso pactar con Francia en pos de evitar un absoluto
bloqueo austriaco de Europa. La negociación es un éxito en apenas cinco días,
pero aliados como los holandeses tardan más de seis meses en enterarse. Qué
decir de los catalanes.
El insistimos ya denominado por entonces caso catalán, defenestra con el Tratado
de Utrech de abril de 1713. Su artículo V mata la cuestión al comprometerse
Felipe a dar el mismo trato a Cataluña que a Castilla esto es, arrebatarle
cualquier vestigio de Constituciones o derechos.
El 25 julio de 1713 comienza el sitio de Barcelona. Como era de esperar, la nobleza, la burguesía y
el clero han abandonado las zonas de guerra. Se han pasado a la zona borbónica
emplazada en ciudades como Mataró y
Martorell, no sin antes alimentar en las masas el fervor en forma de apoyo austracista.
Tras 14 meses de asedio, más de 40.000 bombas, y más de un
millón y cuarto de muertos, de los que más de medio millón serán franceses, la
ciudad cae en manos borbónicas el famoso 11 de septiembre de 1714.
Así, incluyendo fenómenos trágicos como el de el
nombramiento de la Virgen de la Mercé como generala de la ciudad durante las
horas en las que Antoni de Villarroel, partidario de la negociación, abandonó
el cargo; o el de el cap Rafael
Casanova envuelto en la bandera de Santa Eulalia acabando por ser considerado
como un mártir, si bien su biografía nos hace recordar que no solo no murió
fruto de la herida recibida en el muslo, sino que como el anterior también se
mostró abiertamente defensor de la negociación.
Lo cierto es que Barcelona en concreto, y Cataluña en
general, celebran una derrota.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario