sábado, 31 de agosto de 2013

DE LOS TRIUNVIRATOS INEVITABLES.

Resulta poco menos que inevitable no acontecer por las calendas que nos circundan, las cuales nos ayudan, aunque solo sea aparentemente, a no caer presas del pánico en forma de desorden; sin ceder a la casi voluptuosa tentación de poner fin a este nuestro último periplo permaneciendo ajenos a la curiosa circunstancia que por estas fechas nos vincula de nuevo, porque nunca resulta prudente decir una vez más, para con estos tres ingentes de la Historia.

Así, de manera casi cercana al formato de la epopeya, acudimos a la conmemoración del 74º aniversario del inicio factual de la lI Guerra Mundial, justo una semana después de que se cumplieran ciento trece años de la muerte de Federico NIETZSCHE. Y todo ello, por supuesto, enmarcado dentro de las conmemoraciones del Año Wagner.

Se trata pues, sin dejar el menor lugar para la duda, de una ocasión maravillosa para constatar en unos casos, cuando no para desvelar en otros, aspectos sin duda muy importantes a la hora de entender no solo un determinado siglo sino, especialmente en este caso, la idiosincrasia de sus protagonistas la cual afectó, sin el menor género de dudas, a sus conductas, influyendo con ello de manera para nada relativa en la confección definitiva de la Historia del Siglo XX.

El siglo XX, periodo convulso por naturaleza, alberga en su desarrollo, no ya solo alguno de los acontecimientos más impactantes de la Historia de la Humanidad; sino que en realidad, y ahí puede hallarse muy probablemente el motivo de la fascinación que suscita; éstos acontecieron en el seno de unos contextos tan desfavorables como inesperados.
Basta así un ligero vistazo, si tal adjetivo resulta posible dentro del mencionado periodo, para comprender hasta qué punto los acontecimientos que desde muy pronto se dirimieron en el transcurso del mismo, resultan no solo definitivos a nivel estructural, sino que pronto una ligera constatación del estado de nuestro mundo actual nos permitirá comprender el grado de importancia que para comprenderlos nos  sigue vinculando al ya pasado siglo.

Es el Siglo XX el Siglo del Hombre. Semejante afirmación, ni por accidental, ni por arriesgada, sí resulta especialmente provocadora.

Si el resto de los siglos, el de las luces, el de la Ilustración, o incluso el de oro, han recibido sus denominaciones en función directa del grado de consecución para con alguno de los preceptos que atañen al hombre, lo cierto es que el XX hace mención a la integridad del Hombre en sí mismo. El motivo parece claro, el grado de constatación de logro en la mayoría de las epopeyas a las que el mismo se ha enfrentado a nivel incluso de especie en este caso es tan grande, que salvo contadas excepciones puntuales o accidentales; logra superar a cuantas en toda la Historia de la Humanidad han tenido lugar; hecho este que se pone de manifiesto sin excepción en lo que concierne al grado de impacto que para el género humano tienen o han tenido sus consecuciones.

Semejante afirmación nos ha de conmover de manera inevitable, conduciéndonos pues en la senda de tratar de averiguar los especiales condicionantes a través de los cuales se condujo un periodo cuya inducida complejidad nos lleva a confesar una absoluta imposibilidad en pos de que el mismo pueda llegar a concebirse, y mucho menos a repetirse.

Y al frente del siglo, la Humanidad. Y en especial el especial compendio de seres individuales que confirieron el espectacular estrato social que posibilitó la consecución de todos y cada uno de los grandes logros a los que hoy haremos mención, al quedar todos ellos inmersos de manera tan fecunda como explícita en la constatación final de la obra, a saber, el propio siglo.

Mencionadas ya aunque sean de soslayo las diferencias que podemos apreciar para con el resto de periodos, eras o cualesquiera otras muestras de temporalidad; lo cierto es que puestos a buscar un “motivo” que promueva o cuando menos justifique la grandilocuencia de tamañas diferencias, resulta casi obvio que tan solo el efecto de una variable por individual impredecible, a la par que por importante, casi ha de resultar imprescindible, ha de encontrarse, inexorablemente, en la base de tamaña diferenciación.
Decir que tal variable es el Hombre, es quedarse corto, pecando una vez más de cobardía. Tal variable es la individualidad. Nunca hubo periodo histórico que se viera azotado, golpeado, cambiado y revolucionado hasta tamaño extremo por la acción de sujetos particulares, como lo fue el pasado siglo.

Y si tal cosa es posible, lo es no por la superación de los anteriores periodos por los que la Humanidad ha transitado. Más bien se trata de comprender que el Siglo XX ha sido el siglo de la constatación del triunfo de todas y cada una de las variables que el resto de periodos por los que el Hombre ha transitado. El Verdadero Hombre Moderno, resultado de la suma de todas y cada una de las características que los distintos periodos han ido implementando; surge ante la realidad como victorioso resultado de un periodo en el que los cambios, la posible evolución no procede en este caso de acciones accidentales externas. Se trata más bien del triunfo de la sutileza, en forma de Cultura, una Cultura que afecta de fuera hacia adentro, al constatarse la hermosa paradoja de que algo que es una creación del Hombre, en tanto que procede de su exterior, acaba por manifestarse redirigiendo su flujo, modificando en este caso a aquél que fue su desarrollador (no su creador, porque de ser así éste sería perfecto, resultando imposible cualquier intento de modificación).

La Edad Media, El Renacimiento, La Ilustración. Todos y cada uno de los grandes periodos se unen, urden y por supuesto confabulan en pos de lograr un objetivo común. Un objetivo que parece estar muy cerca de el Ser Humano que ha poblado el siglo XX.

Pero de ser así: ¿Dónde ha estado, en base a los grandes términos, la diferencia fundamental que le ha permitido proyectarse en todos los sentidos más allá de lo que lo han hecho cuantos ejemplos de Ser Humano que le han precedido?

De la constatación expresa de lo anterior resulta, por medio de la aplicación de un proceso más o menos deductivos, la certeza de que aquello que marca la diferencia respecto de la línea acontecida, ha de ser lo que se muestre en común en todos los periodos acontecidos, si bien constituya una novedad respecto del medio anterior sobre el que resulte de aplicación. Es así que revisando los periodos acontecidos y ya relatados, y entre los que podemos destacar por ejemplo El Renacimiento, El Humanismo, y por supuesto la Ilustración, hemos de comprender entonces que lo que confiere la capacidad de cambiar la Historia ha de hallarse como denominador común en todos ellos, siendo además un elemento diferenciador respecto de todos los anteriores.

Surge entonces, en todo su potencial la fuerza del individuo, como medio, vínculo o catalizador de las fuerzas que, a lo largo de la Historia bien pudieron ir confabulándose desde el siglo XIV en adelante, en pos de ir preparando el terreno al Hombre del Siglo XX. Un Hombre que huye de los miedos sociales de los que tanto provecho sacara el cristianismo del XV, para por el contrario disfrutar de los privilegios del XVI, explotando definitivamente en el XVIII, con la Ilustración y el ¡Sapere Aude¡ haciendo de tal mención el vínculo inexcusable desde el que llevar a cabo su labor.
Una labor que indefectiblemente se extiende por los periplos posteriores que a efectos de tiempo le son propios, consolidando unos procederes que serán evidentes tiempo después a su puesta en práctica atendiendo a una racionalidad inexorablemente ligada al grado de cumplimiento que las propias limitaciones del momento en cuestión les imponen.

Es así que los logros que acontecerán en el transcurso del XX, concurrirán verdaderamente en la medida en que el propio XIX será testigo y precursor de los mismos.
Y es ahí hasta donde hunde sus raíces la noción del triunvirato que de nuevo traemos hoy a colación.
Un siglo XIX que será sin duda el siglo de WAGNER. El siglo de la genialidad, de la pasión, de Tanhaussén en una palabra. Un siglo legendario, en el que para nada chirriarán cuestiones como las expuestas en una palabra por la Música Programática, una música que, sin el menor género de dudas encierra en su epistemología los principios de lo que luego estaría por venir, ya fueran éstos racionales o irracionales.
Nacionalismo, tradición, valores; constituyen en sí mismos los marcos tanto de delimitación como de acción, de una realidad que, si bien hasta aquél entonces bien podría haber permanecido tan solo en la mente de unos pocos, lo cierto es que acabó viendo la luz, tal vez porque la evolución del siglo no conducía tan solo al éxito de aquéllos que eran precursores de las mismas, sino que muy probablemente estaban dirigidas a consolidar una moral del esclavo, destinada en una palabra a lograr la domesticación definitiva.

Y si en la Música de Wagner podemos encontrar todos estos principios, qué decir de lo que hallamos en la Filosofía de Nietzsche.

Explosión definitiva de las fuerzas destinadas a liberar definitivamente al Hombre, la filosofía de Nietzsche viene a despertar al Hombre del incipiente sueño en el que ha sido sufrido de manera accidental, al proceder las fuerzas conciliadoras del mismo sueño, de elementos que le son extraños, haciendo imposible que las ecuaciones que plantean le sea favorables.

Su franca oposición hacia la disposición y práctica de la moral del esclavo, escenificada en su encarnizada lucha contra las religiones en general, y en especial contra el cristianismo, le harán digno merecedor de toda clase de apelativos a cada cual más terrible, condenándole al ostracismo no ya de una polis, o de un país, sino de la Historia, de manera que concesiones tales como la de conmemorar su muerte, acaecida el 25 de agosto de 1900, son concesiones a las que solo unos pocos damos pie.

Aunque para un acto fue cruel para con Nietzsche y su filosofía, habremos de esperar casi un cuarto de siglo después de su muerte para contemplarlo.
Me refiero al que procede de la acción de los que celosos por su capacidad de anticipación para con materias tales como los movimientos sociales, y las formas de gobierno ligadas a los mismos; decidieron promover de manera más que ridícula, obscena, la posibilidad de que semejantes teorías bien podrían hallarse en la base que dotara de contenido movimientos por otro lado amorfos tales como el nazismo.

Adolf HÍTLER. Para unos pocos un visionario, para una mayoría un loco, y para la Historia uno de sus mayores problemas, puso en marcha tal día como hoy de 1939 la puesta en práctica de unas medidas cuyas consecuencias aún seguimos sufriendo, y cuya constatación no vino sino a demostrar lo peligroso que puede llegar a ser el consolidar proyectos por descabellados que sean, tan solo amparados en la constatación de que los mismos son realizables.

En definitiva, venimos a traer a colación hoy, la visión que la perspectiva nos proporciona de un proceso que se extiende no solo en el periodo que le es propio, sino que se expande de forma radial, como por otro lado lo hace el propio tiempo al que va ligado.
El tiempo, la gran variable kantiana por excelencia. La que determina y limita, a la vez que hace posible, la consolidación de cuantos aspectos puedan llegar a ser consolidados, haciendo buena la máxima de que cada sociedad ha de ser la propia del tiempo que le es dada.



Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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