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Así, de manera casi cercana al formato de la epopeya, acudimos a la conmemoración del
74º aniversario del inicio factual de
la lI Guerra Mundial ,
justo una semana después de que se cumplieran ciento trece años de la muerte de
Federico NIETZSCHE. Y todo ello, por supuesto, enmarcado dentro de las
conmemoraciones del Año Wagner.
Se trata pues, sin dejar el menor lugar para la duda, de una
ocasión maravillosa para constatar en unos casos, cuando no para desvelar en
otros, aspectos sin duda muy importantes a la hora de entender no solo un
determinado siglo sino, especialmente en este caso, la idiosincrasia de sus
protagonistas la cual afectó, sin el menor género de dudas, a sus conductas,
influyendo con ello de manera para nada relativa en la confección definitiva de
la Historia del Siglo XX.
El siglo XX, periodo convulso por naturaleza, alberga en su desarrollo, no ya solo alguno de
los acontecimientos más impactantes de la Historia de la Humanidad; sino que en
realidad, y ahí puede hallarse muy probablemente el motivo de la fascinación
que suscita; éstos acontecieron en el seno de unos contextos tan desfavorables
como inesperados.
Basta así un ligero vistazo, si tal adjetivo resulta posible
dentro del mencionado periodo, para comprender hasta qué punto los
acontecimientos que desde muy pronto se dirimieron en el transcurso del mismo,
resultan no solo definitivos a nivel estructural, sino que pronto una ligera
constatación del estado de nuestro mundo actual nos permitirá comprender el
grado de importancia que para comprenderlos nos sigue vinculando al ya pasado siglo.
Es el Siglo XX el Siglo
del Hombre. Semejante afirmación, ni por accidental, ni por arriesgada, sí
resulta especialmente provocadora.
Si el resto de los siglos, el de las luces, el de la Ilustración, o incluso el de oro, han
recibido sus denominaciones en función directa del grado de consecución para
con alguno de los preceptos que atañen al hombre, lo cierto es que el XX hace
mención a la integridad del Hombre en sí mismo. El motivo parece claro, el
grado de constatación de logro en la mayoría de las epopeyas a las que el mismo
se ha enfrentado a nivel incluso de
especie en este caso es tan grande, que salvo contadas excepciones
puntuales o accidentales; logra superar a cuantas en toda la Historia de la
Humanidad han tenido lugar; hecho este que se pone de manifiesto sin excepción
en lo que concierne al grado de impacto que
para el género humano tienen o han tenido sus consecuciones.
Semejante afirmación nos ha de conmover de manera
inevitable, conduciéndonos pues en la senda de tratar de averiguar los
especiales condicionantes a través de los cuales se condujo un periodo cuya
inducida complejidad nos lleva a confesar una absoluta imposibilidad en pos de
que el mismo pueda llegar a concebirse, y mucho menos a repetirse.
Y al frente del siglo, la Humanidad. Y en
especial el especial compendio de seres
individuales que confirieron el espectacular estrato social que posibilitó
la consecución de todos y cada uno de los grandes logros a los que hoy haremos
mención, al quedar todos ellos inmersos de manera tan fecunda como explícita en
la constatación final de la obra, a saber, el propio siglo.
Mencionadas ya aunque sean de soslayo las diferencias que
podemos apreciar para con el resto de periodos, eras o cualesquiera otras muestras
de temporalidad; lo cierto es que puestos a buscar un “motivo” que promueva o
cuando menos justifique la
grandilocuencia de tamañas diferencias, resulta casi obvio que tan solo el
efecto de una variable por individual impredecible, a la par que por
importante, casi ha de resultar imprescindible, ha de encontrarse,
inexorablemente, en la base de tamaña diferenciación.
Decir que tal variable es el Hombre, es quedarse corto,
pecando una vez más de cobardía. Tal variable es la individualidad. Nunca hubo periodo histórico que
se viera azotado, golpeado, cambiado y revolucionado hasta tamaño extremo por
la acción de sujetos particulares, como
lo fue el pasado siglo.
Y si tal cosa es posible, lo es no por la superación de los
anteriores periodos por los que la Humanidad ha transitado. Más bien se trata
de comprender que el Siglo XX ha sido el siglo de la constatación del triunfo
de todas y cada una de las variables que el resto de periodos por los que el
Hombre ha transitado. El Verdadero Hombre
Moderno, resultado de la suma de todas y cada una de las características
que los distintos periodos han ido implementando; surge ante la realidad como
victorioso resultado de un periodo en el que los cambios, la posible evolución no procede en este
caso de acciones accidentales externas. Se trata más bien del triunfo de la
sutileza, en forma de Cultura, una
Cultura que afecta de fuera hacia
adentro, al constatarse la hermosa paradoja de que algo que es una creación
del Hombre, en tanto que procede de su exterior, acaba por manifestarse
redirigiendo su flujo, modificando en este caso a aquél que fue su
desarrollador (no su creador, porque de ser así éste sería perfecto, resultando
imposible cualquier intento de modificación).
Pero de ser así: ¿Dónde ha estado, en base a los grandes
términos, la diferencia fundamental que le ha permitido proyectarse en todos
los sentidos más allá de lo que lo
han hecho cuantos ejemplos de Ser Humano que le han precedido?
De la constatación expresa de lo anterior resulta, por medio
de la aplicación de un proceso más o menos deductivos, la certeza de que
aquello que marca la diferencia respecto de la línea acontecida, ha de ser lo
que se muestre en común en todos los periodos acontecidos, si bien constituya
una novedad respecto del medio anterior sobre el que resulte de aplicación. Es
así que revisando los periodos acontecidos y ya relatados, y entre los que
podemos destacar por ejemplo El
Renacimiento, El Humanismo, y por supuesto la Ilustración, hemos de
comprender entonces que lo que confiere la capacidad de cambiar la Historia ha
de hallarse como denominador común en todos ellos, siendo además un elemento
diferenciador respecto de todos los anteriores.
Surge entonces, en todo su potencial la fuerza del
individuo, como medio, vínculo o catalizador de las fuerzas que, a lo largo de
la Historia bien pudieron ir confabulándose desde el siglo XIV en adelante, en
pos de ir preparando el terreno al Hombre
del Siglo XX. Un Hombre que huye de los miedos
sociales de los que tanto provecho sacara el cristianismo del XV, para por
el contrario disfrutar de los privilegios del XVI, explotando definitivamente
en el XVIII, con la Ilustración y el ¡Sapere
Aude¡ haciendo de tal mención el vínculo inexcusable desde el que llevar a
cabo su labor.
Una labor que indefectiblemente se extiende por los periplos
posteriores que a efectos de tiempo le son propios, consolidando unos
procederes que serán evidentes tiempo después a su puesta en práctica
atendiendo a una racionalidad inexorablemente ligada al grado de cumplimiento
que las propias limitaciones del momento en cuestión les imponen.
Es así que los logros que acontecerán en el transcurso del
XX, concurrirán verdaderamente en la medida en que el propio XIX será testigo y
precursor de los mismos.
Y es ahí hasta donde hunde sus raíces la noción del triunvirato que de nuevo traemos hoy a
colación.
Un siglo XIX que será sin duda el siglo de WAGNER. El siglo
de la genialidad, de la pasión, de Tanhaussén
en una palabra. Un siglo legendario, en el que para nada chirriarán cuestiones como las expuestas
en una palabra por la Música Programática , una música que, sin el menor género de
dudas encierra en su epistemología los
principios de lo que luego estaría por venir, ya fueran éstos racionales o
irracionales.
Nacionalismo, tradición, valores; constituyen en sí mismos
los marcos tanto de delimitación como de acción, de una realidad que, si bien
hasta aquél entonces bien podría haber permanecido tan solo en la mente de unos
pocos, lo cierto es que acabó viendo la luz, tal vez porque la evolución del
siglo no conducía tan solo al éxito de aquéllos que eran precursores de las
mismas, sino que muy probablemente estaban dirigidas a consolidar una moral del esclavo, destinada en una
palabra a lograr la domesticación definitiva.
Y si en la Música de
Wagner podemos encontrar todos estos principios, qué decir de lo que
hallamos en la Filosofía de Nietzsche.
Explosión definitiva de las fuerzas destinadas a liberar
definitivamente al Hombre, la filosofía
de Nietzsche viene a despertar al Hombre
del incipiente sueño en el que ha sido sufrido de manera accidental, al
proceder las fuerzas conciliadoras del mismo sueño, de elementos que le son
extraños, haciendo imposible que las ecuaciones que plantean le sea favorables.
Su franca oposición hacia la disposición y práctica de la moral del esclavo, escenificada en su
encarnizada lucha contra las religiones en general, y en especial contra el
cristianismo, le harán digno merecedor de toda clase de apelativos a cada cual
más terrible, condenándole al ostracismo no ya de una polis, o de un país, sino
de la Historia, de manera que concesiones tales como la de conmemorar su
muerte, acaecida el 25 de agosto de 1900, son concesiones a las que solo unos
pocos damos pie.
Aunque para un acto fue cruel para con Nietzsche y su
filosofía, habremos de esperar casi un cuarto de siglo después de su muerte
para contemplarlo.
Me refiero al que procede de la acción de los que celosos
por su capacidad de anticipación para con materias tales como los movimientos
sociales, y las formas de gobierno ligadas a los mismos; decidieron promover de
manera más que ridícula, obscena, la posibilidad de que semejantes teorías bien
podrían hallarse en la base que dotara de contenido movimientos por otro lado
amorfos tales como el nazismo.
Adolf HÍTLER. Para unos pocos un visionario, para una
mayoría un loco, y para la Historia uno de sus mayores problemas, puso en
marcha tal día como hoy de 1939 la puesta en práctica de unas medidas cuyas
consecuencias aún seguimos sufriendo, y cuya constatación no vino sino a
demostrar lo peligroso que puede llegar a ser el consolidar proyectos por
descabellados que sean, tan solo amparados en la constatación de que los mismos
son realizables.
En definitiva, venimos a traer a colación hoy, la visión que
la perspectiva nos proporciona de un proceso que se extiende no solo en el
periodo que le es propio, sino que se expande de forma radial, como por otro
lado lo hace el propio tiempo al que va ligado.
El tiempo, la gran variable kantiana por excelencia. La que determina y limita, a la vez que
hace posible, la consolidación de cuantos aspectos puedan llegar a ser
consolidados, haciendo buena la máxima de que cada sociedad ha de ser la propia
del tiempo que le es dada.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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