sábado, 24 de agosto de 2013

DEBUSSY, DESDE EL PRINCIPIO DEFÍCIL DE ENCASILLAR.

Pequeño es, y dejaremos abierto algún espacio en pos de la humildad de la que careceríamos de decir que es ninguno, el espacio en el que ubicaríamos a los autores y compositores que tan ligada a una obra ven no ya su composición, como sí por el contrario la posibilidad de decir con algún atisbo de certeza cuál habrá de ser a efectos de constatación, la etiqueta bajo la que podremos citarles, una vez el tiempo haya llevado a cabo la más hermosa a la par que la más desagradecida de sus múltiples capacidades, a saber, crear la posteridad.

Es así que la relación existente entre Claude DEBUSSY, y su obra L`aprés-midi d´un faune, es tan intensa, complementaria y la par clarificadora, que de manera indefectible han de ser consideradas en conjunto, no pudiéndose establecer de manera consciente separación alguna ya que su estreno, llevado a cabo el 22 de diciembre de 1894 por la Orquesta de La Sociedad de Las Naciones constituye, además del salto cualitativo definitivo de su creador; la presentación de la herramienta que, en contra de lo que pueda parecer, más contribuirá a enturbiar el ya de por sí complicado asunto de catalogar al compositor.

Nace Claude DEBUSSY un 22 de agosto de 1861 en la localidad francesa de Sant Germain de Laye, pequeña villa cercana a París.
Es nuestro protagonista el primogénito de una familia compuesta por cuatro hermanos más, conformando con ello una en apariencia tranquila familia que vive de los por demás, escasos rendimientos que logran de la explotación de una tienda de cerámica y vajillas. O al menos lo hace hasta que el negocio quiebra de manera definitiva, lo que lleva al joven DEBUSSY a París, a vivir bajo la tutela de su madrina.

La guerra franco-prusiana de 1870 le llevará posteriormente a fijar su residencia en Cannes, en esta ocasión con una tía.
Será allí precisamente donde el hecho de descubrir la magnífica colección de cuadros de su tío le llevarán a orientar su por otro lado lógica pasión infantil, dirigiéndola en este caso hacia la pintura, albergando durante algún tiempo la esperanza de poder dedicarse a la pintura.

Le servirá esta época sobre todo para reorientar esa misma pasión hacia la música, teniendo en su tía su mayor valedor. No solo le regalará un piano, sino que le pondrá bajo la tutela magistral de la Sra. Flauverville, por otro lado ex-alumna de Chopin.
Por ello termina por resultar no solo no chocante, sino casi obvio, el hecho de que finalmente sea aceptado en el Conservatorio de París, donde permanecerá hasta 1882.
Sin embargo tal hecho, lejos de conseguir los resultados que pueden parecer obvios, no servirán nada más que para exacerbar de manera definitiva los continuos accesos de ira que el autor manifestará siempre hacia todo lo oficial, reflejo de su permanente oposición hacia lo oficial, formal y dogmático.


Se consolidará por el contrario, una personalidad tremendamente complicada, ambigua a la par que contundente. Una personalidad propia de alguien que sabe muy bien lo que quiere, y que para colmo tiene muy claro como conseguirlo, teniendo igual de claro que para conseguirlo habrá de pasar literalmente por encima de no pocos convencionalismos.

Por todo ello, es fácilmente comprensible que abandone la presión opresora que para él significa el Conservatorio, apostando de manera inequívoca por la práctica autodidáctica. Una práctica en la que como le dijera en una ocasión a uno de sus profesores con motivo de una crítica que éste le hizo: “la música no puede ser cuestionada por los meros criterios técnicos, máxime cuando éstos no proceden del corazón.”

Descubrirá así, a través del aparente caos del aprendizaje autodidacta, no ya su vocación, sino la mejor manera de desarrollarlo. El desarrollo natural de su música corre por sus venas, creando y consolidando construcciones de una originalidad tal que, como decíamos al principio, resultan imposibles ni tan siquiera de encuadrar. Y si finalmente nos atrevemos a hacerlo, es no tanto por acudir a preceptos procedentes de las mismas, sino que es por el hecho de acceder al catálogo conceptual vigente en el momento en el que las mismas veían la luz.

Termina así por convertirse DEBUSSY en una persona contemporáneamente compleja, esto es, que sus excentricidades no pasarán desapercibidos a sus coetáneos. En consecuencia, ¿qué será lo que haga qué, a pesar de todo logre el éxito entre esos mismos contemporáneos?

La respuesta hay que buscarla en una de las más grandes a la par que positivas influencias que el músico recibió a lo largo de toda su vida, a saber la del poeta Mallarmé. Creador afamado en su tiempo, uno de los grandes de la Lírica del XIX francés, Mallarmé organizaba todas las semanas en su casa una virtuosa tertulia en la que podían encontrarse lo más brillante de la cultura francesa en prácticamente todas las expresiones de la misma. Pintores como Degás, escritores como Claudel, y a menudo elementos extranjeros a la cultura parisina tales como Williams BUTLER YEATS, venían a conformar una especie de escenografía de la que formar parte dotaba de una verdadera pátina que exoneraba, al menos durante un tiempo, de cualquier crítica.

Pero como podía ser ciertamente de esperar, el especial carácter de nuestro compositor le lleva a abandonar pronto estos ambientes, y lo hace seguramente por el mismo motivo por el que al regresar al Conservatorio como miembro del jurado de un concurso de piano, pondrá luego por escrito en una carta a un amigo que “el lugar se halla tan lleno del polvo del atraso de los tiempos, que se queda pegado en los dedos.”

Comienza entonces el comportamiento errático. Un comportamiento que se plasma en la consagración de unas obras que, a modo de paralelismo a la mentalidad desde las que han sido visualizadas, resulta imposible encuadrarlas conforme a un canon convencional.
Son obras en las que la especial conformación, basada siempre en la sempiterna huída de los tópicos técnicos, resulta imposible hallar una simetría, una autoridad, o una forma de frase desde la que promover una ilusión de orden. DEBUSSY huye del orden, al que frecuentemente atribuirá virtudes destinadas a ocultar la incompetencia de aquéllos que se refugian en el mismo para ocultar su ineptitud.

Son obras que huyen del rígido esquema de la sinfonía. Que por supuesto no pueden ser consideradas suites. Obras en las que cuando creemos localizar un atisbo de nacionalismo procedente de las evocaciones a los paisajes que sus amigos rusos le enseñaron a captar, nos hacen saltar por los aires todo el esquema con la aparición, o desaparición de algo impactante.

Toma forma así, y ahora ya sí de manera definitiva, la causa por la que resulta del todo imposible encuadrar al autor y a su obra.
Desarrollada además en un momento tan complicado, sobre todo por lo pródigo de los estilos que desde 1950 se desarrollan en Europa, y en especial en Francia, lo cierto es que encasillar a DEBUSSY dentro de los esquemas impresionistas es cuando menos, arriesgado.
En un momento en el que desde el Simbolismo hasta el Parnasianismo, todos hacen boga y establecen con firmeza sus pretensiones, limitar la forma, los matices e incluso la ausencia de los mismos a una sola categoría, y además siendo ésta tan cerrada y concreta como es el caso del Impresionismo, resulta un acto ciertamente imprudente.

Y lo será sobre todo cuando, haciéndolo incluso en vida del músico, éste se oponga firmemente a tal hecho, haciéndolo sobre todo por coherencia para con su praxis natural, así como por sus procederes naturales.

Tendrá que ser así Preludio para la siesta de un fauno, la obra que venga a poner orden. Se trata de la primera gran obra orquestal del autor. Una obra que sirvió para lograr que la tarea de concebir la música por parte del autor, fuera definitivamente respetada. Una obra que tras su estreno, el 22 de diciembre de 1894 hiciera aceptar a la crítica el hecho de que había nacido una nueva forma de expresión musical.

Los tiempos cambian, o mejor dicho, el paso del tiempo trae aparejados cambios, por eso, acudiendo a uno de sus grandes amigos, uno de los más grandes de la música rusa, tal y como les decía a sus alumnos en el Conservatorio de Moscú: “Tengan por favor cuidado con la música de DEBUSSY puesto que si al principio resulta complicada de entender, tras haberla escuchado un par de veces, crea verdadera adicción.”


Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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