Pequeño es, y dejaremos abierto algún espacio en pos de la
humildad de la que careceríamos de decir que es ninguno, el espacio en el que
ubicaríamos a los autores y compositores que tan ligada a una obra ven no ya su
composición, como sí por el contrario la posibilidad de decir con algún atisbo
de certeza cuál habrá de ser a efectos de constatación, la etiqueta bajo la que
podremos citarles, una vez el tiempo haya llevado a cabo la más hermosa a la
par que la más desagradecida de sus múltiples capacidades, a saber, crear la
posteridad.
Es así que la relación existente entre Claude DEBUSSY, y su
obra L`aprés-midi d´un faune, es tan
intensa, complementaria y la par clarificadora, que de manera indefectible han
de ser consideradas en conjunto, no pudiéndose establecer de manera consciente
separación alguna ya que su estreno, llevado a cabo el 22 de diciembre de 1894
por la Orquesta de La Sociedad de Las Naciones constituye, además del salto
cualitativo definitivo de su creador; la presentación de la herramienta que, en
contra de lo que pueda parecer, más contribuirá a enturbiar el ya de por sí
complicado asunto de catalogar al compositor.
Nace Claude DEBUSSY un 22 de agosto de 1861 en la localidad
francesa de Sant Germain de Laye, pequeña
villa cercana a París.
Es nuestro protagonista el primogénito de una familia
compuesta por cuatro hermanos más, conformando con ello una en apariencia
tranquila familia que vive de los por demás, escasos rendimientos que logran de
la explotación de una tienda de cerámica y vajillas. O al menos lo hace hasta
que el negocio quiebra de manera definitiva, lo que lleva al joven DEBUSSY a
París, a vivir bajo la tutela de su madrina.
La guerra franco-prusiana de 1870 le llevará posteriormente
a fijar su residencia en Cannes, en esta ocasión con una tía.
Será allí precisamente donde el hecho de descubrir la
magnífica colección de cuadros de su tío le llevarán a orientar su por otro
lado lógica pasión infantil, dirigiéndola en este caso hacia la pintura,
albergando durante algún tiempo la esperanza de poder dedicarse a la pintura.
Le servirá esta época sobre todo para reorientar esa misma
pasión hacia la música, teniendo en su tía su mayor valedor. No solo le
regalará un piano, sino que le pondrá bajo la tutela magistral de la Sra. Flauverville ,
por otro lado ex-alumna de Chopin.
Por ello termina por resultar no solo no chocante, sino casi
obvio, el hecho de que finalmente sea aceptado en el Conservatorio de París,
donde permanecerá hasta 1882.
Sin embargo tal hecho, lejos de conseguir los resultados que
pueden parecer obvios, no servirán nada más que para exacerbar de manera
definitiva los continuos accesos de ira que el autor manifestará siempre hacia
todo lo oficial, reflejo de su permanente oposición hacia lo oficial, formal y
dogmático.
Se consolidará por el contrario, una personalidad
tremendamente complicada, ambigua a la par que contundente. Una personalidad
propia de alguien que sabe muy bien lo que quiere, y que para colmo tiene muy
claro como conseguirlo, teniendo igual de claro que para conseguirlo habrá de
pasar literalmente por encima de no pocos convencionalismos.
Por todo ello, es fácilmente comprensible que abandone la presión opresora que para él
significa el Conservatorio, apostando de manera inequívoca por la práctica
autodidáctica. Una práctica en la que como le dijera en una ocasión a uno de
sus profesores con motivo de una crítica que éste le hizo: “la música no puede ser cuestionada por los
meros criterios técnicos, máxime cuando éstos no proceden del corazón.”
Descubrirá así, a través del aparente caos del aprendizaje
autodidacta, no ya su vocación, sino la mejor manera de desarrollarlo. El
desarrollo natural de su música corre por sus venas, creando y consolidando
construcciones de una originalidad tal que, como decíamos al principio,
resultan imposibles ni tan siquiera de encuadrar. Y si finalmente nos atrevemos
a hacerlo, es no tanto por acudir a preceptos procedentes de las mismas, sino
que es por el hecho de acceder al catálogo conceptual vigente en el momento en
el que las mismas veían la luz.
Termina así por convertirse DEBUSSY en una persona contemporáneamente compleja, esto es,
que sus excentricidades no pasarán desapercibidos a sus coetáneos. En consecuencia,
¿qué será lo que haga qué, a pesar de todo logre el éxito entre esos mismos
contemporáneos?
La respuesta hay que buscarla en una de las más grandes a la
par que positivas influencias que el músico recibió a lo largo de toda su vida,
a saber la del poeta Mallarmé. Creador
afamado en su tiempo, uno de los grandes de la Lírica del XIX francés, Mallarmé organizaba todas las semanas en su
casa una virtuosa tertulia en la que podían encontrarse lo más brillante de la
cultura francesa en prácticamente todas las expresiones de la misma. Pintores
como Degás, escritores como Claudel, y a menudo elementos
extranjeros a la cultura parisina tales como Williams BUTLER YEATS, venían a
conformar una especie de escenografía de la que formar parte dotaba de una verdadera pátina que exoneraba, al menos
durante un tiempo, de cualquier crítica.
Pero como podía ser ciertamente de esperar, el especial
carácter de nuestro compositor le lleva a abandonar pronto estos ambientes, y
lo hace seguramente por el mismo motivo por el que al regresar al Conservatorio
como miembro del jurado de un concurso de piano, pondrá luego por escrito en
una carta a un amigo que “el lugar se
halla tan lleno del polvo del atraso de los tiempos, que se queda pegado en los
dedos.”
Comienza entonces el comportamiento errático. Un
comportamiento que se plasma en la consagración de unas obras que, a modo de
paralelismo a la mentalidad desde las que han sido visualizadas, resulta
imposible encuadrarlas conforme a un canon convencional.
Son obras en las que la especial conformación, basada
siempre en la sempiterna huída de los tópicos técnicos, resulta imposible
hallar una simetría, una autoridad, o una forma de frase desde la que promover
una ilusión de orden. DEBUSSY huye del orden, al que frecuentemente atribuirá
virtudes destinadas a ocultar la incompetencia de aquéllos que se refugian en
el mismo para ocultar su ineptitud.
Son obras que huyen del rígido esquema de la sinfonía. Que por
supuesto no pueden ser consideradas suites. Obras en las que cuando creemos
localizar un atisbo de nacionalismo procedente de las evocaciones a los
paisajes que sus amigos rusos le enseñaron a captar, nos hacen saltar por los
aires todo el esquema con la aparición, o desaparición de algo impactante.
Toma forma así, y ahora ya sí de manera definitiva, la causa
por la que resulta del todo imposible encuadrar al autor y a su obra.
Desarrollada además en un momento tan complicado, sobre todo
por lo pródigo de los estilos que desde 1950 se desarrollan en Europa, y en
especial en Francia, lo cierto es que encasillar a DEBUSSY dentro de los
esquemas impresionistas es cuando menos, arriesgado.
En un momento en el que desde el Simbolismo hasta el
Parnasianismo, todos hacen boga y establecen con firmeza sus pretensiones,
limitar la forma, los matices e incluso la ausencia de los mismos a una sola
categoría, y además siendo ésta tan cerrada y concreta como es el caso del
Impresionismo, resulta un acto ciertamente imprudente.
Y lo será sobre todo cuando, haciéndolo incluso en vida del
músico, éste se oponga firmemente a tal hecho, haciéndolo sobre todo por
coherencia para con su praxis natural, así como por sus procederes naturales.
Tendrá que ser así Preludio
para la siesta de un fauno, la obra que venga a poner orden. Se trata de la
primera gran obra orquestal del autor. Una obra que sirvió para lograr que la tarea
de concebir la música por parte del autor, fuera definitivamente respetada. Una
obra que tras su estreno, el 22 de diciembre de 1894 hiciera aceptar a la
crítica el hecho de que había nacido una
nueva forma de expresión musical.
Los tiempos cambian, o mejor dicho, el paso del tiempo trae
aparejados cambios, por eso, acudiendo a uno de sus grandes amigos, uno de los
más grandes de la música rusa, tal y como les decía a sus alumnos en el
Conservatorio de Moscú: “Tengan por favor
cuidado con la música de DEBUSSY puesto que si al principio resulta complicada
de entender, tras haberla escuchado un par de veces, crea verdadera adicción.”
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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