Detenemos nuestra mirada hoy, en el ése tan ya por otro lado
más que extenso recorrido que venimos efectuando por la Historia, nada más, y
nada menos, que en los acontecimientos que se encuadran dentro de los
denominados como Victoria de San Quintín.
Acontecidos los mismos en términos estrictamente objetivos
en la primera quincena de 1557, enmarcados así mismo dentro de las denominadas Guerras Italianas, lo cierto es que las
mismas poseen un trasfondo cuya importancia ha de ser contemplada desde un
prisma que necesariamente ha de ir mucho más allá de la mera constatación
bélica; para pasar por el contrario a un plano de estrategia basada, quién sabe
si por primera vez, en la consecución de planes a muy largo plazo, convergentes en el logro de certezas potenciales
que se convertirían en acto tiempo después, en el marco de la consagración del Sacro Imperio Romano-Germánico.
Constituye por sí solo el contexto en el que se desarrollan
las mencionadas guerras, todo un
compendio de novedades, procederes y buen hacer que, sin necesidad de abandonar
ni por un instante el marco de lo estrictamente técnico, conmueve en la medida
en que se convierte en todo un alarde no ya solo de buen hacer, sino que el verdadero
éxito de los mismos subyace a los meros hechos militares, alcanzando por el
contrario su verdadera magnitud al contemplarse desde la perspectiva de la más que brillante interpretación histórica
que de los hechos que están por venir, hará nada más y nada menos que Felipe II
Rey de España.
Resulta así pues imprescindible, en pos de mantener el
respeto que los hechos merecen; dar un aunque sea sucinto repaso a la situación
global que sustenta a Europa en aquél momento, mediados del XVI para más seña.
Así, la más que ambiciosa política de expansión pasiva
iniciada por los Reyes Católicos, la cual había tenido su potencial más fuerte
en el logro de estratégicas alianzas futuras por medio de una casi virulenta
política matrimonial; alcanzaba ahora a dar sus más que loables frutos al
predisponer a Felipe II en un nuevo teatro
de operaciones dentro del cual cabía la posibilidad, por otro lado nada
descabellada, de acudir a la que había sido su esposa, María TUDOR, en busca de mucho más que ayuda. Sin entrar, al menos
aún, a valorar los considerandos de la mencionada ayuda, lo cierto es que en sí
misma el mero hecho de que la tal existiera, servía ya para dibujar una nueva
realidad que se concernía a la por otro lado cada vez más solvente posibilidad
de que la otrora sempiterna rivalidad entre España, Inglaterra y Francia,
pasara ahora a conformar un nuevo escenario en el que las más que posibles
alianzas basadas no obstante en la conveniencia de ir aislando a uno de los
protagonistas según la máxima de que el
enemigo de mi enemigo es mi amigo, dejara en la ocasión que nos ocupa, a
Francia realmente mal parada.
Es desde semejante tesitura desde la que hay que entender la
realidad según la cual la invasión por
parte de tropas francesas encabezadas por el
Duque de Guisa, de los territorio de Nápoles en 1556, constituyen en
realidad mucho más que un movimiento en apariencia estrictamente militar. Tal
movimiento, enmarcado como no puede ser ya de otra manera en el ambiente de
guerra cerrada que existe ya entre Francia y España, viene ahora a añadir un
ingrediente inestimable dentro del nuevo escenario que se está promoviendo, al
obligar a la Iglesia a tomar partido.
Y ésta lo hará, vaya si lo hará, por medio nada más y nada
menos que el propio Papa, Pablo IV para más seña, el cual facilitará el paso
por los territorios a las huestes francesas las cuales sitiarán a las
españolas.
Semejantes ardides estratégicos, concitan la primera parte
de la guerra absolutamente centrados en los territorios del Milanesado, centrando el interés de los
mismos en Nápoles.
A la recuperación de los mismos acuden prestos los Tercios Viejos, llamados así por
tratarse de militares experimentados, y a la par que profesionales, que por
hacer de la guerra su profesión conforman algunas no solo de las mejores
unidades militares que por Europa se podían ver, sino que además constituyen el
arquetipo que dará pie a los primeros ejércitos netamente profesionales de la
Historia.
Fue así que El III
Duque de Alba, al mando de quien estaban las mencionadas tropas, rechazó
con brillantez el ataque gabacho, desplazando tanto el escenario de las
operaciones, que se acabó fijando en la frontera con Flandes; como por supuesto
el verdadero interés de la contienda, provocando a título de daño colateral la
excomunión de Felipe II a manos del mencionado Pontífice.
Tiene así lugar otra de esas grandes paradojas a las que la
Historia de España ha dado, dejando muestra de su hermetismo cuando no
complejidad toda vez que de nuevo, y ya irían por tres las generaciones de
monarcas españoles que, cuán más volcados están en la salvaguarda de los
intereses cristianos, más castigados son por los ejecutantes de éstos en la
Tierra; poniendo con ello tal vez de manifiesto la distancia real que entre
todos esos servicios realmente existían.
Sea como fuere lo cierto es que, rescatando aquí y ahora la
ayuda ya mencionada de Inglaterra en forma no tanto de las casi 10.000 Libras , y los
algo más de 7.000 hombres, como sí del compromiso por parte de la TUDOR de no
intervenir; lo cierto es que la jugada estuvo
realmente mal programada por parte tanto del ejecutante militar francés, como
del estratega en este caso papal.
Llega así pues a concentrarse en Bruselas un ejército que
contará con del entorno de 60.000 hombres contados entre españoles, flamencos e
ingleses, contando con del orden de 18.000 caballeros y casi 100 piezas de
artillería.
Al frente, nada más y nada menos que Manuel Filiberto.
Hombre en el caso que nos ocupa de gran valía no tanto por su marcada alianza
con la Corona de España, como sí por el hecho de que la misma se retrotrae a
los tiempos de Carlos I, cuando los franceses despojaron a su familia del ducado saboyano, del cual él es legítimo
heredero.
Se gesta así una de las primeras batallas en las que la
estrategia, y más concretamente el engaño, se mostrarán como los grandes
protagonistas.
De una manera brillante Manuel Filiberto, Duque de Saboya,
inicia un movimiento destinado a hacer creer a los franceses que la intención
es tomar la plaza de Champaña, en pos
luego lógicamente de atacar Guisa mediante asedio.
Una vez visto el éxito del ardid, constatable en base al
gran número de efectivos que el francés desplaza a la zona; Filiberto acaba por
tomar finalmente el camino de San Quintín, plaza de la región de Picardía, en el Río Somme
Gaspar de Coligny llegará en auxilio de la plaza escasamente
defendida, pero lo hará con un contingente flaco de hombres que logrará
introducir en la ciudad en la madrugada del 3 de agosto.
Anne de MONTMORENCY, oficial en jefe del ejército francés se
acerca a marchas forzadas con el grueso de las tropas, cifradas no obstante en
no más de 35.000 hombres, menos de 10.000 a caballo.
Y es llegados a este punto donde y cuando se produce el
desastre estratégico que marca toda la batalla. Fundado
en un hecho de carácter atribuible solo a lo personal, que se basa en el
absoluto desprecio que MONTMORENCY profesa
al Duque de Saboya, minusvalora sus capacidades, desarrollando un movimiento
que solo puede interpretarse desde el punto de vista de buscar no tanto la
victoria, como sí la humillación del rival.
De manera incomprensible, ordena a sus tropas que abandonen
la protección del cercano Bosque de
Montescourt para, de manera flagrante, avanzar de forma longitudinal, lo
que obligaba a la vanguardia a superar el Somme.
La tropa española no puede, ni por supuesto desprecia,
semejante regalo que el enemigo hace en forma de ofrecimiento de todo un
flanco. Cruzan el río por el puente de Rouvroy, sorprendiendo a los franceses
en plena conformación de la
figura. La incredulidad de MONTMORENCY choca de plano con el
hecho, un hecho que a su entender era del todo imposible, por lo estrecho a su
entender del paso.
Por otro lado, su hermano Andelot sí ha logrado cruzar el
río, dándose de bruces con el grueso de los arcabuceros españoles que dan buena
cuenta de la tropa francesa. El propio Andelot resulta gravemente herido.
Barrido por otro lado todo el campo por el incesante fuego
de la artillería española, la tropa francesa es presa de la desbandada. El propio
MONMORENCY buscará una muerte honrosa batiéndose a espada. No lo conseguirá
siendo por otro lado preso.
El ejército francés perdió de manera efectiva más de 20.000
hombres. Caerían además más de 50 banderas, así como el grueso de la
irremplazable oficialidad, y un sin número de piezas de artillería.
Los acontecimientos narrados, unidos en sus efectos a los
que supondrán los de la Victoria de
Gravelinas, que tendrá lugar el 13 de julio de 1558, desencadenarán la
firma de la Paz de Cateau-Cambrésis, de consecuencias europeas, y a nuestro
humilde entender desencadenante conceptual del futuro desastre de la
Invencible.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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