sábado, 27 de julio de 2013

AZAÑA 1938. EL DOGMA NO HACE PATRIA.

El 18 de julio de 1938, el Presidente AZAÑA protagoniza, desde Barcelona, el que sería el último de los cuatro discursos principales por medio de los cuales se dio a entender a la Patria en guerra, durante el tiempo que duró la conflagración.

Se trata este discurso, sin duda, no ya de uno de los más logrados, sino más bien de aquél que mejor encierra la capacidad del Presidente de la República para, como dirían los que mejor le conocieron, canalizar sin caer en la neurosis estados de ánimos que iban desde el conocido como Pesimismo del Señor Presidente, hasta momentos no de alegría, más bien de lucidez, encaminados a promover un futuro tras el fin de la guerra en el que unos y otros, vencedores y vencidos, puedan llegar a convivir en paz, arrastrando no obstante, el saco de la pesada carga de las respectivas penurias, las provocadas y las sufridas.

Será pues este cuarto y último discurso de AZAÑA a la nación, no uno más, sino el discurso por excelencia. En el mismo, y sin solución de continuidad convivirán, tal y como lo habían hecho en las anteriores citas de Valencia; el AZAÑA conciliador, “Paz, Piedad y Perdón”, con el AZAÑA inflexible referido tanto a los vínculos con otros líderes, como al hecho inequívoco del imprescindible posicionamiento moral una vez finalizada la contienda.

Se trata también, así mismo, del AZAÑA que tiene claro, y como tal lo expone, que el conflicto que está teniendo lugar en España es, definitivamente el primer episodio de la sin duda Gran Guerra que volverá a asolar Europa. (…) Así que Francia e Inglaterra permitan que tanques y aviones alemanes e italianos surquen por encima y por debajo de los cielos españoles, y no tengan nada que decir, constituye una notoria a la par que evidente falta de responsabilidad.

Tenemos pues, ante nosotros, sin duda al AZAÑA más estadista, precursor, hombre de su época, a la vez que sabedor de que la verdadera batalla que se está jugando en España, si bien parece tener sola y exclusivamente personajes españoles (Francia e Inglaterra han dado la espaldas al menos oficialmente al Gobierno), tendrá sin duda consecuencias europeas.

Constata en realidad AZAÑA la certeza de que, una vez más Europa no puede permanecer impávida ante los acontecimientos que se desencadenan en España, y pensar seriamente que nada de lo que ocurra pasará desapercibido para ella.

Los vínculos entre España y Europa son, a la par que inevitables, inexorables, toda vez que como había quedado demostrado en algunas ocasiones a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, ni Europa ni España pueden ni tan siquiera jugar a ignorarse; el proyecto de la una, y la realidad de la otra suponen en realidad elementos tan importantes, que las dos estructuras están condenadas a entenderse.

Uno de los primeros  movimientos de esta sin duda inacabada sinfonía, comienza a escribirse a principios del Siglo XIX, cuando Fernando VII y la Guerra de la Independencia posiciona a España doblemente en el mapa de la transitoriedad europea. Así por un lado, la manera de resolverse de la contienda mencionada, incluyendo aspectos como el ya analizado de la Batalla de Vitoria, posiciona a Napoleón en una nueva realidad cuya verdadera constatación le lleva a considerar fielmente, puede que por primera vez, el hecho de que probablemente su sueño conquistador ha llegado a su fin. El otro, mucho más lamentable, arrojará a España ante los caballos conceptuales que suponen el comprender que la mala gestión de los propios recursos, ya sean éstos económicos o políticos, arrojan al país a una doble situación de quiebra que nos deja francamente en mala posición frente a una Europa que comienza el salto definitivo.
Ahí bien podríamos identificar el comienzo del periodo de retraso que luego respecto del total de países componentes del continente, iremos consolidando.

De esta manera, bien podemos situar en el siglo XIX, definitivamente el comienzo de los problemas que llevaron a AZAÑA, y por ende a España, a la situación que se encierra verdaderamente detrás del discurso de 1938.

El desigual crecimiento demográfico, unido a la más que  escasa capacidad de consumo de la población, la falta de inversiones localizada fundamentalmente en la manifiesta incapacidad para la inversión por parte de una burguesía mal educada si la ponemos en comparación para con la del resto del continente, dan como resultado un teatro de operaciones cuyo resultado es más que previsible, y al que solo le hace falta el ingrediente que pone en este caso una franca y permanente inestabilidad política que no es más que el reflejo de la disparidad social que a esas alturas resquebraja en silencio a la nación.

Y abajo, en la base, como cuestión capital, la Crisis de la Agricultura, como colofón a la sempiterna cadena de acontecimientos a veces tan indescifrables, como la mayoría de veces incomprensibles, que suponen la históricamente conocida como manifiesta incapacidad española para dar solución a su problema con la cuestión agraria.
Lejos de entrar en análisis profundo del mencionado hecho, sí que hemos de referirnos, aunque sea de manera tangencial al ser éste, uno de los mejores procederes a la hora de comprender el reflejo del verdadero estado en el que se encuentra la sociedad española.
La permanente renuncia a su cita con la revolución, condena a la cultura agrícola española a un periodo de analfabetismo solo comparable al que la misma sufre en lo concerniente a tasas verdaderamente ligadas a la Cultura. Así, la supervivencia de los grandes latifundios, reflejo real y máximo de la también supervivencia del modelo social que le es propio, por definición rancio y retrógrado; sirve para entender el nivel de la sociedad que tiene España. Nivel que alejándonos de los factores subjetivos por interpretativos, tiene en realidad su constatación en el hecho de que su existencia, unido a otros como la ausencia de inversiones, y por supuesto la inexistencia de infraestructuras de comunicación solventes, condenan al país a un modelo de economía perverso en sí mismo, toda vez que está condenado. Cualquier intento de constituir un atisbo de mercado es poco menos que un sueño, haciendo con ello imposible la creación de la más mínima apuesta solvente en materia industrial.
Así, y para colmo, los esfuerzos agrícolas se centran en exclusiva en los cultivos tradicionales, el conocido trío formado por trigo, vid y olivo. Tal conformación, ligada a productos tradicionales, de los que el mercado se encuentra saturado, y cuyas necesidades hacen imprescindible una inversión que, una vez producida ésta desaconseja cualquier cambio al respecto; conforman un plantel totalmente desapegado a la hora de tomar ni siquiera en consideración la posibilidad de entonar la agricultura hacia un proceder no de subsistencia, sino más bien comercial e incluso industrial.

Con ello, el contraste existente entre los modelos de distribución de la propiedad de la tierra, constituyen en realidad el mejor análisis que podemos hacer  de la radiografía social española.
El norte, dado al campesino pobre, se arrastra en la forma del minifundio, sistema que promueve la pequeña posesión, haciendo de su pequeño tamaño el lastre que impide su modernización.
El centro y el sur, dado al feudo y a la economía de Vasallaje, promueve el latifundio, cuyo gran tamaño es soportable gracias a la promisión de mano de obra barata lo cual acaba jugando la paradoja de impedir cualquier tipo de desarrollo al cercenar en el momento clave la voluntad de reforma que otros como Gran Bretaña y Francia sí emprendieron en su momento, dejando de nuevo a España apeada del tren del progreso.

Tenemos así el comienzo de la implantación del modelo social que será una realidad para AZAÑA. Un experimento de Sociedad de Clases formada por una nueva nobleza que ha sustituido el ejercicio del poder político por el caciquismo, entendido como el dominio a partir de la tenencia de las fuentes de producción, las cuales como hemos enumerado en España se reducen a la tenencia de la tierra. Una Iglesia que se nutre haciendo el juego a la nobleza en pos de la creación de la justificación ideológica, sacando con ello beneficios muy materiales. Una alta burguesía que se convirtió en el núcleo de poder, pero que perdió la oportunidad de jugar el papel definitivo en la modernización industrial y financiera de España. Y unas clases medias permanente, y una vez más, engañadas.

Ahí, entonces y así, se forjaron no ya los orígenes de AZAÑA, sino por supuesto de su discurso. Un discurso grande, a la par como lo fue su forma de gobernar, la cual queda plasmada en la afirmación: “Vendrá la paz, y espero que la alegría os colme a todos vosotros; a mí, no (…) porque cuando se siente el dolor español que yo tengo en mi alma, no se triunfa personalmente contra compatriotas.”



Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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