Convergen en torno a la tarea de analizar con cuidado y
respeto, sobre todo por no caer en la tentación que imprime el revisionismo; la
ingente labor que desarrolló a lo largo de su reinado una figura de la talla,
prestigio histórico, y calado estructural como la que supuso Alfonso X, “El
Sabio”; una de las más complicadas, y puede por ello que más interesantes, de
cuantas hoy por hoy se nos pueden plantear.
Lejos de perdernos en asuntos objetivos atinentes a cronologías,
filiaciones o datos, todos los cuales son fácilmente accesibles a través de
cuantos elaborados medios se ponen hoy a disposición de cualquiera; nos
tomaremos de plantear el ejercicio desde el paradigma subjetivo que nos
proporciona el lugar y la procedencia.
Así, la aproximación al personaje ha de hacerse, en pos de
mostrar toda la excepcionalidad del hecho inherente, a través del paradigma que
refleja la pertenencia del mismo a periodo que le es propio, a saber la segunda
mitad del siglo XIII, pero sobre todo esbozando cualquier tipo de realidad en
el marco de un proceso de Reconquista que
se hallaba francamente truncado, a pesar de los esfuerzos que en pos de
tornarlo definitivamente al contrario había venido haciendo su padre Fernando
III “El Santo”, a lo largo de todo su reinado.
Aún a riesgo de ser reiterativo, si bien convencidos de que
no resultarán inútiles, habremos de matizar una vez más una serie de cuestiones
cuyo acceso y comprensión resultan imprescindibles de cara sobre todo a concebir
la verdadera valía en el marco de lo matizable sobre todo, de muchos de los
aspectos que hoy traeremos a colación.
Constituye el periodo
medieval, en si mismo, uno de los que sin duda ha sido en mayor medida
objeto de descripciones, análisis, o sencillamente, apologías. Sin embargo, no
está de más recordar que, aspectos tales como su gran duración, unido a otros
tales como la diversidad de las funcionalidades de los aspectos sobre los que
tiene colación, nos lleva obligatoriamente a desarrollar la aproximación al
mismo teniendo en cuenta, una vez más, las inexorables muestras de prudencia
que sin duda son siempre, y en este caso más si cabe, exigibles.
Y si todo lo anterior se cumple para, probablemente, todo el
territorio europeo, qué decir del hecho, exclusivamente atinente a la Península Ibérica.
Las especiales connotaciones que les son atinentes, redundan
severamente en unas características por definición exclusivas, que tienen en el
hecho sincrético de la Reconquista, en la más amplia acepción del término, su
mayor fuente de presagios.
Constituye la Reconquista, más allá de un mero acto reflejo, desarrollado en pos de
lograr la expulsión del que es enemigo en tanto que es diferente, un acto cuyas
consecuencias son tan solo apreciables a posteriori, esto es, una vez que el
ejercicio de la perspectiva trae como consecuencia el aporte de una lucidez
basada no tanto en la objetividad, sino más bien en la liberación de
connotaciones subjetivas que el tiempo permite.
Se convierte así la Reconquista, en el proceso integrador
que logra, de manera no del todo evidente, en tanto que en absoluto voluntaria,
integrar a los diversos reinos y por ende a sus habitantes, dentro de un
proceso común de consecuencias estructurales, cuya primera consecuencia tendrá,
curiosamente, consecuencias marcadamente endógenas.
El rival de mi enemigo
se convierte en mi amigo. Desde la aceptación del prisma que semejante afirmación confiere,
podemos comenzar a dilucidar el espectro desde el que se conforma a priori si
la acción de recuperación territorial, conceptual e ideológica al Moro. Pero sobre todo la aplicación de
esa misma óptica traerá como corolario la adopción de toda una batería de
medidas por parte de los protagonistas, que sin la participación del enemigo
común, hubieran sido francamente impensable.
Los reinos, de Castilla, de Aragón, de León; realidades en
si mismas autónomas, e independientes a ultranza, llegan a formalizar periodos
de franca alianza en pos de la lucha que se suscita contra el enemigo común, lo
cual revierte entre otras muchas cosas en la capacidad para convalidar una
nueva a la par que remodelada idea de unidad, en torno de la cual poder decir
que Alfonso X bien pudo ser el primer monarca que se encontró en posición
verdaderamente adecuada en base a la cual poder comenzar a soñar con la
unificación de los reinos en pos de un bien común.
En esta tesitura, la aportación de la Iglesia resultará tan
inexorable como fundamental.
La evidente condición de infieles con la que cuenta el
enemigo sarraceno, no solo justifica, sino que más bien hace poco menos que
inevitable, la declaración de la guerra en pos de recuperar tierra al moro,
poco menos que en una cuestión santa. Se declara así varias veces la concepción
de Cruzada, lo que dotará de bagaje internacional al hecho como tal, haciendo
subir sin duda las consecuencias de todos los actos que bajo sus designios
acontezcan.
La brecha que a tal efecto abrirá el Papa León X, proyectará
los acontecimientos en una dirección desconocida los cuales, más allá de las
connotaciones externas por todos sobradamente conocidas, tendrán unas
connotaciones internas de consecuencias difícilmente eludibles.
Así, la aparición del fenómeno
exterior, provocará el surgimiento de un espíritu patriótico imposible de
constatar hasta ese momento, y que inexorablemente pasa por definirse en la
comparación que para con el diferente se hace. Para entendernos, ¿quién es más
extranjero, el franco que viene a portar armas en pos de la orden papal, o el
valenciano que lucha como los demás por el arraigo de su tierra?
Se va conformando con ello una génesis de la acepción de pertenencia patria que, asociada a la
incipiente idea de España, da como resultado un fenómeno de consecuencias ya
inalterables, y que no parará hasta las Capitulaciones
de Santa Fe
Adquiere así potencialidad de necesidad, el diseño,
desarrollo e implantación de un espíritu que, con función de argamasa, nazca
con clara y notoria función de unidad constructiva, desterrando con ello de una
vez para siempre los diferentes restos de las fricciones que entre reinos y
reyes se han dado a lo largo de la historia en la Península.
Semejante labor, de lograrse, habrá de ser llevada a cabo
desde una óptica absolutamente integradora, para lo cual sus referencias habrán
de ser de todo menos excluyentes.
Es desde ese prisma desde el que la Idea de una Unidad Cultural adquiere pleno dominio de sí misma. El
elemento catalizador que integre la unidad del futuro proyecto ha de ser,
inexorablemente una abstracción cultural.
Es entonces cuando alguien como Alfonso X “El Sabio”,
adquiere especial relevancia. Monarca integrador por excelencia, a lo largo de
su reinado, que se prolonga desde el 1 de junio de 1242, ha dado sobradas
muestras de su voluntad unificadora, ahí están sus anexiones de Murcia o Jerez;
ha demostrado no obstante su gran valía de cara al uso en pos de la tarea común
de otros aditamentos igualmente válidos, y marcadamente suficientes.
Sus marcadas y excelentes aportaciones al mundo de la
Cultura, entre las que traemos hoy a colación aquí las Cantigas; conforman en
sí mismas todo un Vademecum de
obligado conocimiento para todo aquel que desee hacer una aproximación racional
al mundo al que hacemos referencia, sobre todo desde el plano de lo
estructural.
Elaboradas en torno a 1260, el libro que compone la obra en tanto que tal, constituye todo un
marco de aproximación a la estructura de Cultura que podemos enarbolar a la
hora de inferir lo que poco a poco podrá, o no podrá, entenderse como Cultura Española en tanto que concite o no
rasgos lo suficientemente conciliadores de una mayoría de los integrantes de
las comunidades españolas incipientes, y siempre cuidando el no caer en errores
excluyentes.
Es así que Alfonso, en su facete de artista más que de
monarca, elige dos elementos taxativos e irrenunciables a tal efecto, cuales
son la unificación de la virtud religiosa en pos de la figura mariana, de una parte, y la concitación de la figura del amor cortes, como sistemática
caballeresca por el otro.
Tenemos así definidos, ya de manera unívoca, los
condicionantes expresos de las dos grandes formas culturales que desarrollan
los contenidos de la que se llamará Biblia
Estética. Las Cantigas de Alfonso X, vienen a estar integradas en torno a
dos grandes aspectos aglutinantes, los marcadamente religiosos, que como hemos
dicho giran en torno a las acciones de la Virgen María ,
integrándose como tal en las Cantigas de
Santa María, y aquéllas destinadas a ensalzar valores más terrenales, como puede ser el amor terrenal y cortés a
una dama, o el afecto del trovador hacia sus considerandos.
Con todo, las Cantigas bien pueden inferirse como el
fenómeno integrador por excelencia, que se anticipa con mucho al
establecimiento de los vestigios imprescindibles para poder comenzar a hablar
de España.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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