sábado, 13 de abril de 2013

DE LA CONVENIENCIA DEL DEBATE MONÁRQUICO, DEL MIEDO EN DEFINITIVA A PENSAR.


Nos disponíamos sencillamente a cumplir con el ritual.
En el rincón derecho, con mucho peso, y con todo el músculo que proporciona la Historia. Vestida con calzón azul…LA MONARQUÍA.
A la izquierda, supliendo la falta de masa muscular con ilusión. Vestida con calzón rojo…LA REPÚBLICA.

Parecía, sencillamente, otro combate más. En principio, todo habría de seguir el protocolo que la tradición no escrita tenía estipulado. Se trataría, una vez más, de dar espectáculo, en el mejor de los sentidos. Para ello, intercambiarían unos pocos golpes, de aproximación, ya se sabe. Pero nada de golpear por debajo de la cinturilla. Vamos, que nada de mentar asuntos tales como las cacerías, las chulerías con hembras “no autóctonas” (se ve que lo de mujeres y bueyes, de tu pueblo los tuvieres, tampoco va con los regios). Y por supuesto, nada de hablar de herencias (para eso El Paladín de Zarzuela se las pinta solo.)
A cambio, porque una negociación no es tal si ambas partes implicadas no ceden en algo, no se hablaría de caballos, fiascos, ni opiniones de Eruditos varios.

El intercambio de golpes empezó presto. República había de explotar sus  armas. Para ello se movía presta por todo el cuadrilátero. Había que cansar al oponente, mucho más entrada en años. Además, el exceso de confianza que presentaba MONARQUÍA se traducía en un abandono desidioso que ofrecía un atisbo de esperanza a su rival.
Fue entonces cuando los entendidos comenzaron a ser conscientes de que aquél no iba a ser un combate como los demás. REPÚBLICA demostró con un par de golpes certeros, no solo que conocía el paño,(sin duda había estudiado a su rival).
Poco a poco, el público también se dio cuenta de lo que los especialistas eran ya sabedores. Las fuerzas estaban equilibradas, tal y como se traducía del hecho de que los asaltos pasaban, y REPÚBLICA no arrojaba la toalla.

Y fue así que, como ocurre en los casos en los que David se enfrenta a Goliat, que el público en general, acució sus simpatías por el contrincante débil. Y es así que los aplausos iniciales, se convirtieron en algunos casos en sonados apoyos al aspirante al cargo.
Incluso la prensa especializada olió pronto la posibilidad del premio a la novedad. Mundo´s y ABC´s se lanzaron a una frenética carrera destinada a dar la noticia más espectacular, en el formato más espectacular.
Tan solo uno mantuvo sus Razones intactas.

Aquello era demasiado. Conscientes del peligro, los organizadores del combate trataron entonces de deslegitimar el combate en sí mismo. Incluso algunas Vices, por los pasillos llegaron a mostrar su absoluta incredulidad a la hora de barajar ni tan siquiera la posibilidad de que MONARQUÍA viera amenazada su autoridad precisamente aquí, en su feudo.

Y fue entonces que, contra todo pronóstico, MONARQUÍA, dio con sus delicados huesos contra la fría lona. El hecho no respondía a ninguna acción brillante de REPÚBLICA. Se dio más bien como resultado de un mal gesto. En realidad, fue un traspié inoportuno.

Uno, Dos, Tres, Cuatro… MONARQUIA NO SE MOVÍA.

¡Levántate! ¡Tú puedes! Gritaba desde su rincón HEREDERO, preso de una excitación hasta entonces para él desconocida.

Siete, Ocho….


Más allá del cinismo, pero sin por ello dejar de estar embarcados en la ironía, lo cierto es que lo expresado hasta el momento, bien podría responder, incluso desde su componente caricaturesco, a la manifestación de otra más de las múltiples paradojas que día a día recorren la estructura central de la ya para nada joven España.
Siguiendo con las superaciones, no daremos la satisfacción a nuestros múltiples detractores, de caer en la tentación de ocupar nuestro reducido espacio, ni mucho menos el valioso tiempo de los que nos leen, perdiéndonos en aunque verosímiles, a nuestro entender todavía incipientes relatos de tendencia cuasi anarquistas, que dirían algunos.

Mas la tentación a la que cederemos gustosos es aquélla en base a la cual volveremos una vez más a cuestionar la legitimidad moral de una estructura de Gobierno, como es la Monarquía.

Constituye la existencia de monarcas, uno de los factores más depravados y aberrantes que, hoy por hoy, podemos encontrar dentro de cualquier género o manera de gobernarse que un Pueblo actual puede llegar a comprender.
Asumir que un determinado individuo, obedeciendo tan solo a su genética puede y sobre todo ha de encontrarse dispuesto a gobernar; constituye de por sí toda una aberración. Y hacer que un pueblo lo asuma, y de buena fe, es, sin lugar a dudas, toda una depravación.

Es la existencia de un Rey, la más vieja de las formas de concebir los protocolos por los que una comunidad, cede sus aspiraciones y deseos, así como los instrumentos que le son propios para conseguirlos; a una sola persona cuya autoridad, procede al menos a priori, de la concesión reguladora que el para entonces común, ha decidido otorgarle.
Estamos con diferencia, ante la forma más arcaica, rudimentaria e incipiente, a partir de la que se puede concebir la cesión de los mencionados poderes, siempre atendiendo a los esquemas que el Siglo XVIII establece.
A protocolos simples, procederes sencillos. Por ello la Monarquía requiere de quehaceres sencillos. Uno manda, el resto obedece. Sencillo, fácil, incipiente. No hay que pensar, por ello no hay lugar para la duda.

De ahí que, por franca evolución, casi en pos de ratificarse, cuando no de sobrevivir, que la Idea de la monarquía necesita acudir a otros menesteres si cabe más arraigados, a saber en la tradición. Es así que, de manera brillante, y de todo menos sorprendente, el dogma, asociado a su estado natural, cual es la religión, acude rauda cual paladín salvador, en pos de los riesgos que la incipiente, aunque no por ello menos autoritaria institución, puede sufrir.
Y aunque tal asociación tiene en la satisfacción de los estipendios, su más duro hándicap; no es menos cierto que de la misma surgirá uno de los binomios más estables a la par que poderosos de cuantos ha conocido la Humanidad desde que la misma tiene constancia.

En definitiva: ¡Dios salve el Rey!

Es con ello que no se trata de renunciar al debate, mucho menos de denostarlo. Se trata en realidad de participar de la convicción de que los principios desde los que el mismo ha sido planteado son perniciosos en sí mismos.
Superada cualquier regla de proporcionalidad, desde la que queramos enfocar el debate, lo cierto es que en cualquier momento, pero si cabe en mayor medida, hoy por hoy, resulta hato complicado creerse no ya los principios, sino sencillamente el que haya en realidad alguien capaz de convencer a otro, empleando para ello medios lícitos; de que una determinada persona tiene derecho en definitiva a imponer su real voluntad a la mayoría, y todo ello sencillamente porque una aparente Ley Filogenética así lo establece.

Estamos pues en condiciones de decir que, sin duda, tal proceder responde a una terminología legalmente intachable.
El debate, hoy por hoy, subyace al hecho de si tal proceder es, en definitiva, legítimo.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

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