sábado, 20 de abril de 2013

DE CUANDO UN INSTANTE NOS PERMITE INTUIR QUE EFECTIVAMENTE CAMBIAMOS DE ÉPOCA.


Me dispongo una vez más a someterme al juicio de los que me rodean. Y no lo hago por devoción ni gusto, sino sencillamente porque otra vez más soy presa, fácil todo hay que decirlo, de esa especie de despotismo que hace gala en mí cuando me topo con algo que, instalado generalmente en el pasado, en tanto que forma parte del catálogo de la Historia; intuyo con cierto fervor que ha de ponerse a disposición de aquéllos que, siendo coetáneos míos, lo son también en términos temporales.

Unimos pues ya, actualidad y pasado en una misma realidad, para componer con mimo y recato la delicada trenza que se hace presagio del que sin duda será hermoso peinado. Y comprobamos de nuevo, no sin desazón, cómo la actualidad es, hoy por hoy, presa de un desasosiego el cual, verdaderamente más allá de si ciertamente o no puede verse superado, la verdad es que parece empecinarse en darnos la razón, incluyendo en ella su responsabilidad; a aquéllos que voluntariamente afirmamos que en el pasado pueden hallarse no ya las respuestas a muchas de las preguntas que el hoy nos formula. Sencillamente creemos que, de disponer del tiempo y la paciencia suficiente para buscar, hallaríamos las preguntas propiamente dichas.

Se diferencian el presente y el pasado, ciertamente en pocas cosas. Ciertamente, el gran elemento en común, que no es otro que el propio Hombre, en tanto que tal, convierte ambos escenarios en una fenomenología bastante similar, de la que en realidad no supone menoscabo afirmar que lo que las ambienta es la sutileza y el matiz con el que el propio observador las denota cada vez que accede a ellas.
Y es así que, sin decir obviamente que pasado y presente sean lo mismo; sí que con la misma rotundidad hemos de afirmar que el denominador común que comparten, y que les dota de legitimidad, cuando no de percepción de existencia, el Hombre en sí mismo como protagonista de ambas; es que nos lleva a decir que circunstancias y por ende remedios acaecidos en el pasado, bien podrían ser de atributo en el presente.

Vivimos un momento histórico. El que resulta ser nuestro presente, constituye uno de esos instantes en los que convergen acontecimientos que una vez sean revisados por los que vengan detrás, les llevarán sin duda a reconocernos el valor que se hace necesario para transitar sin desmoronarse por uno de estos, los llamados vórtices de la Historia.
Es el miedo adosado a la duda. La prudencia como atavío de lo desconocido, lo que nos lleva a encarar estos tiempos con la desazón propia de aquél que, en el ejercicio propio de la responsabilidad, ve la irresponsabilidad como el más acongojante de sus enemigos.
Y es entonces cuando, clamando desde precisamente semejante ejercicio de responsabilidad, desde donde acudimos a la Historia, como fuente y guía.

Un veinte de abril, de 1492, partían del puerto de Palos, las tres naves que cambiarían, además de la Historia propiamente dicha, la percepción que de la misma se tenía. Por ello cambiaron el volumen de la época.

Cuando en aquella madrugada las tres naves por todos conocidas, aproaban hacia lo desconocido, muy probablemente estuvieran consolidando ya, con tan solo aquél noble acto, el comienzo de la que probablemente haya sido la última gran epopeya del Ser Humano, al menos si nos atenemos al cumplimiento de los cánones imprescindibles que se requieren para hablar de tal epopeya.

Cuando COLÓN consigue por fin ver amanecer desde el Castillo de su Nave Capitana en la mañana de aquél veinte de abril, ¿qué pensamientos hubieron de rondar por su cabeza? ¿Satisfacción por la labor lograda? ¿Felicidad de ver cumplidos sus anhelos, máxime de las penalidades que hubieron de ser puestas en juego para ello?
Sin duda ninguno de los mencionados podía, ni por asomo, aproximarse ni con mucho a las certezas de las satisfacciones que estaban por llegar. Y con todo y con eso a pesar de que la muerte habría de sorprenderle a él, y a la mayoría de sus contemporáneos, sin el menor viso de aproximación sobre el grado de las acciones conseguidas.

Para percibir el grado de magnificencia de aquello a lo que nos estamos refiriendo hace falta, sin el menor género de dudas, modificar el prisma de aproximación desde el que llevamos a cabo nuestras observaciones.
Así, no tanto el logro en sí mismo, sino el análisis de los protocolos que para su consecución resultaron imprescindibles, condicionan del todo y para siempre la manera mediante la que se concibe, expresa y por supuesto, define el mundo.
El Viaje de Colón a América, revoluciona de manera definitiva no sólo los procederes materiales, e incluso aquí me atrevo a considerar aspectos tales como los procedimientos científicos. El Viaje de Colón revoluciona para siempre no tanto la concepción que del mundo se tiene, sino que vuelca para siempre la manera misma de concebir el propio mundo.

Es por ello que, de manera inexorable, los usos y costumbres vivirán un antes y un después a raíz no tanto de los logros, como sí de las consecuencias, que el viaje tiene para el mundo, y para la época.
Como prueba, el propio hecho de convertirse en el universalmente aceptado punto de inflexión que pone fin para siempre a la Edad Media, inaugurando, si se quiere ver de esta manera, La Edad Moderna.

Así, cuando Colón deja atrás la seguridad que proporciona el Puerto de Palos, en realidad está arriesgando mucho más que todo lo material, incluida la propia vida, que puede evidentemente perder en pos de la hazaña. Está en realidad arriesgando la tranquilidad sobre la que se apoya la aparente estabilidad del mundo al cual pertenece.

Porque efectivamente, el hecho de que Colón no solo sobreviva, sino que tenga además la osadía de volver trayendo consigo multitud de realidades que ejemplifican de manera suficiente el hecho global de que las cosas no son al menos como todos hasta el momento habían pensado; constituye en sí mismo el hecho suficiente a partir del cual discernir la posibilidad de que, otro mundo no solo es posible, sino que realmente, ya existe.

Así, cuando Colón retorna a puerto, lo hace investido de una Natural Autoridad que procede no solo del apoteosis material que pruebas tales como el chocolate, el tabaco o incluso la patata, constituyen.
Cuando Colón pone de nuevo el píe en España, lo hace para convertir definitivamente en irreconciliables aspectos conceptuales intransigentes entre sí.

He ahí el verdadero cambio que promociona Colón. Un cambio para el que, una vez más, el mundo y su tiempo no están preparados.

Por eso, cuando Aristarco de Samos puede definitivamente dejar de removerse en su tumba una vez que se demuestra como cierto aquello que él propuso trescientos años antes de Cristo, la posibilidad de que la Tierra fuera redonda, estando además en movimiento; adquiere desde entonces el viso de realidad perceptiva que le proporciona el hecho de estar comprobado empíricamente. Quedan así, definitivamente dispuestas, las mimbres desde las que empezar a vislumbrar un modelo Heliocéntrico, consolidando con ello las dudas previas a las certezas de la ya inevitable Revolución Copernicana-Kantiana.

He ahí, de manera ahora ya sí que esperamos más claras, las certezas para nosotros inequívocas, en base a las cuales en el pasado podemos encontrar formas y procederes desde los que, sin el menor género de dudas, dar respuesta a cuestiones del presente.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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