Me dispongo una vez más a someterme al juicio de los que me
rodean. Y no lo hago por devoción ni gusto, sino sencillamente porque otra vez
más soy presa, fácil todo hay que decirlo, de esa especie de despotismo que hace gala en mí cuando me
topo con algo que, instalado generalmente en el pasado, en tanto que forma
parte del catálogo de la Historia; intuyo con cierto fervor que ha de ponerse a
disposición de aquéllos que, siendo coetáneos míos, lo son también en términos
temporales.
Unimos pues ya, actualidad y pasado en una misma realidad,
para componer con mimo y recato la delicada trenza que se hace presagio del que
sin duda será hermoso peinado. Y comprobamos de nuevo, no sin desazón, cómo la
actualidad es, hoy por hoy, presa de un desasosiego el cual, verdaderamente más
allá de si ciertamente o no puede verse superado, la verdad es que parece
empecinarse en darnos la razón, incluyendo en ella su responsabilidad; a
aquéllos que voluntariamente afirmamos que en el pasado pueden hallarse no ya
las respuestas a muchas de las preguntas que el hoy nos formula. Sencillamente
creemos que, de disponer del tiempo y la paciencia suficiente para buscar,
hallaríamos las preguntas propiamente dichas.
Se diferencian el presente y el pasado, ciertamente en pocas
cosas. Ciertamente, el gran elemento en común, que no es otro que el propio
Hombre, en tanto que tal, convierte
ambos escenarios en una fenomenología bastante
similar, de la que en realidad no supone menoscabo afirmar que lo que las
ambienta es la sutileza y el matiz con el que el propio observador las denota
cada vez que accede a ellas.
Y es así que, sin decir obviamente que pasado y presente
sean lo mismo; sí que con la misma rotundidad hemos de afirmar que el denominador común que comparten, y que
les dota de legitimidad, cuando no de percepción de existencia, el Hombre en sí
mismo como protagonista de ambas; es que nos lleva a decir que circunstancias y
por ende remedios acaecidos en el pasado, bien podrían ser de atributo en el
presente.
Vivimos un momento histórico. El que resulta ser nuestro
presente, constituye uno de esos instantes en los que convergen acontecimientos
que una vez sean revisados por los que vengan detrás, les llevarán sin duda a
reconocernos el valor que se hace necesario para transitar sin desmoronarse por
uno de estos, los llamados vórtices de la
Historia.
Es el miedo adosado a la duda. La prudencia como atavío de lo desconocido,
lo que nos lleva a encarar estos tiempos con la desazón propia de aquél que, en
el ejercicio propio de la responsabilidad, ve la irresponsabilidad como el más
acongojante de sus enemigos.
Y es entonces cuando, clamando desde precisamente semejante
ejercicio de responsabilidad, desde donde acudimos a la Historia, como fuente y
guía.
Un veinte de abril, de 1492, partían del puerto de Palos,
las tres naves que cambiarían, además de la Historia propiamente dicha, la
percepción que de la misma se tenía. Por ello cambiaron el volumen de la época.
Cuando en aquella madrugada las tres naves por todos
conocidas, aproaban hacia lo desconocido, muy probablemente estuvieran
consolidando ya, con tan solo aquél noble acto, el comienzo de la que
probablemente haya sido la última gran
epopeya del Ser Humano, al menos si nos atenemos al cumplimiento de los
cánones imprescindibles que se requieren para hablar de tal epopeya.
Cuando COLÓN consigue por fin ver amanecer desde el Castillo de su Nave Capitana en la mañana de aquél veinte de abril, ¿qué pensamientos
hubieron de rondar por su cabeza? ¿Satisfacción por la labor lograda?
¿Felicidad de ver cumplidos sus anhelos, máxime de las penalidades que hubieron
de ser puestas en juego para ello?
Sin duda ninguno de los mencionados podía, ni por asomo,
aproximarse ni con mucho a las certezas de las satisfacciones que estaban por
llegar. Y con todo y con eso a pesar de que la muerte habría de sorprenderle a
él, y a la mayoría de sus contemporáneos, sin el menor viso de aproximación
sobre el grado de las acciones conseguidas.
Para percibir el grado de magnificencia de aquello a lo que
nos estamos refiriendo hace falta, sin el menor género de dudas, modificar el prisma de aproximación desde el que
llevamos a cabo nuestras observaciones.
Así, no tanto el logro en sí mismo, sino el análisis de los
protocolos que para su consecución resultaron imprescindibles, condicionan del
todo y para siempre la manera mediante la que se concibe, expresa y por
supuesto, define el mundo.
El Viaje de Colón a América, revoluciona de manera
definitiva no sólo los procederes materiales, e incluso aquí me atrevo a
considerar aspectos tales como los procedimientos científicos. El Viaje de
Colón revoluciona para siempre no tanto la concepción que del mundo se tiene,
sino que vuelca para siempre la manera misma de concebir el propio mundo.
Es por ello que, de manera inexorable, los usos y costumbres vivirán un antes y un después a raíz no tanto de
los logros, como sí de las consecuencias, que el viaje tiene para el mundo, y
para la época.
Como prueba, el propio hecho de convertirse en el universalmente aceptado punto de
inflexión que pone fin para siempre a la Edad Media , inaugurando, si se quiere ver de esta
manera, La Edad Moderna.
Así, cuando Colón deja atrás la seguridad que proporciona el
Puerto de Palos, en realidad está arriesgando mucho más que todo lo material,
incluida la propia vida, que puede evidentemente perder en pos de la hazaña. Está en
realidad arriesgando la tranquilidad sobre la que se apoya la aparente
estabilidad del mundo al cual pertenece.
Porque efectivamente, el hecho de que Colón no solo
sobreviva, sino que tenga además la osadía de volver trayendo consigo multitud
de realidades que ejemplifican de manera suficiente el hecho global de que las
cosas no son al menos como todos hasta el momento habían pensado; constituye en
sí mismo el hecho suficiente a partir
del cual discernir la posibilidad de que, otro mundo no solo es posible, sino
que realmente, ya existe.
Así, cuando Colón retorna a puerto, lo hace investido de una
Natural Autoridad que procede no solo
del apoteosis material que pruebas tales como el chocolate, el tabaco o incluso la patata, constituyen.
Cuando Colón pone de nuevo el píe en España, lo hace para convertir definitivamente en
irreconciliables aspectos conceptuales intransigentes entre sí.
He ahí el verdadero cambio que promociona Colón. Un cambio
para el que, una vez más, el mundo y su tiempo no están preparados.
Por eso, cuando Aristarco de Samos puede definitivamente dejar de removerse en su tumba una vez
que se demuestra como cierto aquello que él propuso trescientos años antes de
Cristo, la posibilidad de que la Tierra fuera redonda, estando además en
movimiento; adquiere desde entonces el viso de realidad perceptiva que le
proporciona el hecho de estar comprobado empíricamente. Quedan así,
definitivamente dispuestas, las mimbres desde las que empezar a vislumbrar un modelo Heliocéntrico, consolidando
con ello las dudas previas a las certezas de la ya inevitable Revolución Copernicana-Kantiana.
He ahí, de manera ahora ya sí que esperamos más claras, las
certezas para nosotros inequívocas, en base a las cuales en el pasado podemos
encontrar formas y procederes desde los que, sin el menor género de dudas, dar
respuesta a cuestiones del presente.
Luis Jonás VEGAS VELASCO.
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