Es nuestra España un País de Absolutos. Todo es blanco, o
negro, no hay escala de grises, tal
vez por ello seamos, y siempre hemos sido un país de dogmas. La escenificación
de tales actos, nuestra relación para con La
Iglesia, tras de la cual siempre hemos ido, unas veces con un cirio, y otras con un palo.
Es nuestra España un país de orgullo. En ella, se siente
orgullo no de estar orgulloso, sino más bien de tener tantos motivos para estar
orgulloso, que a menudo éstos llegan a olvidarse. De ahí que otras tantas
veces, el exceso de orgullo, sirva de conato de excusa a la ignorancia.
Y no sólo de incomprensible olvido, sino de otra más de las
indiscutibles muestras de desagradecimiento que pueblan nuestra historia; es de
lo que habemos de tildar el hecho de que el pasado cinco de enero se hayan
cumplido trescientos años del nacimiento del ingente D. Jorge Juan de
SANTACILIA. El hecho ha pasado desapercibido, tal vez a modo de otra muestra
más de lo lejanos que para España resultan todavía los territorios de la Ilustración.
A propósito, también D. Gaspar Melchor de JOVELLANOS
nacerá un cinco de enero, algunos veinte años después. Juntos emprenderán una
carrera que aún hoy no ha finalizado, la de aportar un poco de Luz a nuestra
España.
Nacido en la localidad alicantina de Novelda, nuestro
protagonista encarna el que bien podría ser el paradigma no ya del retrato
histórico al que respondieron en la época multitud de españoles que, preñados de las ansias de conocimiento que
prometía la Ilustración, habían no obstante de elegir entre permanecer en
su tierra y renunciar a los sueños de conocimiento, o permanecer por el
contrario en su tierra, abortando tales sueños, ahogándolos en las aguas de las
pilas bautismales, único elemento con
el que La Iglesia
Católica se enfrentaba en España a la amenaza que suponía la Ilustración. Y la
verdad es que no le fue del todo mal.
Responde así Jorge Juan a la práctica totalidad no ya de los
paradigmas de la Ilustración, sino más bien de las consecuencias que tratar de
vivir en coherencia con ellos trae aparejados, cuando quieres sobrevivir en la
España del XVIII.
Marino, militar, astrónomo incluso espía, la más que extensa
actividad de Jorge Juan trae de por sí aparejada el reflejo de una
incuestionable formación cuyo volumen es difícilmente comparable, resultando
por ende sin par en la España del siglo de Carlos III, y de Fernando VI.
De nuevo, paradójicamente, en esa ingente capacidad residirá la virtud de su desgracia, la que se
materializa no sólo en el hecho de estar muy por encima de sus contemporáneos,
sino de estarlo incluso de muchos de los que le precederán en el tiempo.
Constituye su obra por excelencia Examen Marítimo, la consagración definitiva de la afirmación
definitiva según la cual, a pesar de sus gobernantes, España es cuna de grandes
ilustrados. En ella, J. Juan pone de manifiesto una serie de desarrollos
conceptuales los cuales, más allá de su cordialidad científica, la cual
evidentemente ni tan siquiera analizaremos aquí, vienen en realidad a rendir
pleitesía al gran demiurgo que para
la época supone el sustituir los métodos ancestrales, por la revolución que
supone amparar los procederes en cuestiones
científicas, yendo por definición siempre un poco más allá.
Y es así como quiera que en sus obras se encuentran entre
otros, desarrollados los principios de BERNOULLI, el cual hacia 1738 había
sentado los principios que rigen el comportamiento de los fluidos; o incluso a
Mungo MURRAY, uno de los mejores teóricos de la época en relación con los
tratados prácticos de náutica del momento, como prueba su obra “A treatise on ship-building and navigation”,
publicado en 1754.
Vamos con ello congeniando el retrato de un hombre que,
procedente de la incipiente Nobleza
Urbana , se
mantendrá alejado no obstante de los vicios y las corruptelas que pronto
aflorarán en esta nueva categoría, toda
vez que la pronta pérdida del progenitor, le llevarán rápidamente a comprender
que el Estudio, y la consecución de haberes
científicos serán la única manera no ya de perseverar, sino en cualquier
caso incluso de osar prevalecer.
Mas en cualquier caso, la alineación de una serie de
circunstancias tales como el hecho de permanecer bajo la tutela de su tío,
Cipriano Juan CANICIA, le permitirán acceder a todo fuente de conocimiento,
como prueba el hecho de que de éste hereda entre otros el título de miembro de La Orden de Malta, en la que ingresa de
manos de su Gran Maestre, en 1730.
Hacia 1733 ingresa en la Academia de Guardias Marinas de
Cádiz. En la misma destacará rápidamente tanto por su gran aplicación, como por
sus vastos conocimientos. Todo ello converge para que en octubre de 1734 sea designado junto con Antonio de ULLOA para
formar parte de la
Expedición Geodésica que organizada por la Academia de París,
tiene como objeto medir el grado de un arco de meridiano terrestre en el virreinato de Perú; convirtiendo con ello
su hallazgo en pieza clave para discernir de forma definitiva la medida y forma
exacta de la Tierra.
Será a su vuelta, casi quince años después, cuando Don Zenón
de SOMODEVILLA, Marqués de la Ensenada, le
adopte como pieza fundamental de sus magníficos
proyectos.
Ensenada se convierte en el catalizador a través del cual la
renovación científica y técnica se pone de manifiesto como los factores
predominantes si no únicos a tener en cuenta a la hora de, por ejemplo, renovar
toda la flota que compone la Armada Española.
Entre sus mayores éxitos, la implantación de una nueva categoría de orgullo en base al cual la
importación de conocimientos o incluso de instrumentos procedentes del
exterior, no suponen agravio, ni motivo de disgusto.
La acción junto a tamaño valedor, promueven que los logros
de Jorge Juan no se limiten a los catálogos náuticos. Como buen elemento
ilustrado, hará de la función multidisciplinar su mayor talento, y así sus
estudios y desarrollos tendrán fecundo calado en aspectos tan variados como la
minería, la hidráulica o incluso la siderurgia.
Tamaños acontecimientos, pronto le convertirán en
imprescindible dentro de los escalafones tanto de Fernando VI como de Carlos
III. Sin embargo, esta displicencia se revelará igualmente como su mayor fuente
de problemas en tanto que es marcado de cerca por la Iglesia. Un marcaje
que dará sus frutos tal vez no de la forma esperada, pero que no hará sino
poner de manifiesto una vez más lo pausado
y sibilino del hacer católico. Es Jorge Juan un convencido de la
importancia absoluta no ya del saber, sino del conocimiento, por ello pone todo
su empeño en la consolidación de cuantos centros de formación puede mantener.
Todo va bien, hasta que trata de acceder a la conformación de Programas Universitarios. En ese momento
comprenderá que la Universidad, en manos de la Iglesia, no constituye un campo
abonado para la Ciencia, ya que continuamente ha de luchar en vano para
discutir sus métodos en centros diseñados para la enseñanza de Teología y
Derecho.
Fruto de los desencuentros, ha de marchar a Londres, donde
en 1748 protagoniza una de las acciones
de espionaje más curiosa y a la sazón productivas de la historia de España.
Tanto, que a su vuelta en 1742 Ensenada le
encomienda la dirección de las obras de los arsenales
españoles, así como la renovación y modernización de la construcción naval. Fruto
de ello, y tras once meses, surge “Nuevo
Método de Construcción Naval”, un sistema propio de arquitectura naval que
revolucionó los modos y maneras del
sector, siendo precursor del luego revolucionario Método Francés.
Pero no era suficiente, si se quería una reforma dura pero
de calado, había irrefutablemente que implicar a los educadores. Para ello pone
en marcha un tremendo plan que
incluye por supuesto la renovación, emprendida en 1751, de la Compañía de
Guardias Marinas de Cádiz. Una renovación que afectará sobre todo al Cuerpo Docente, para el que incluirá la
contratación de profesorado más cualificado, introduciendo por ejemplo el
Estudio de Cálculo Diferencial e Integral
Y como hecho transgresor, el cumplimiento del último encargo
regio, la dirección del Seminario de Nobles, institución educativa antaño
prestigiosa, pero en franca decadencia tras la expulsión de los jesuitas.
Muere el 21 de junio de 1773, víctima de un ataque de
alferecía, complicado por una apoplejía.
Desaparee así uno de los grandes baluartes de la Ilustración española
Luis Jonás VEGAS VELASCO..
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