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Por ello, sin ánimo de romper el paradigma de humildad del
que tratamos de hacer gala semana tras semana mediante estos, nuestros
sustituibles escritos, no por ello habremos de perder la ocasión de mostrar
nuestro más absoluto respeto hacia aquéllos que, pese a encontrarse inmersos en
la oscuridad que envuelve al mar de las dilaciones cuando la Vida se vive sin
la luz de la Razón, se atrevieron a dejar marcado el camino que otros,
inexorablemente, habríamos de recorrer antes o después.
Y es así que, una vez más, habemos de acudir a la habitación de las causas perdidas. En
ella, en su armario, justo en uno de los cajones más pequeños, donde ponen aportaciones de España a la Ilustración, encontramos
no obstante un paquete enorme, el que contiene la muestra y registro de la
inconmensurable labor que Don Baltasar Melchor Gaspar María de Jove Llanos y
Ramírez llevó a cabo.
Sin embargo, auque la mayoría de los detalles del perfil de
nuestro protagonista son sobradamente conocidos, bien en tanto que tal por valía propia de las aseveraciones históricas,
bien por acercamientos ya de obligado cumplimiento en pretéritas acepciones; no
es menos cierto que en el caso de JOVELLANOS,
es otro el tributo que inexorablemente hemos de pagar, a modo de las dos
monedas para el último paseo por la Laguna Estigia. En este caso el que supone salvar, o en el peor de los casos haber de
soslayar, la inefable acción llevada a cabo durante decenios por algunos de los
cronistas, que no biógrafos.
Constituye así la figura de nuestro protagonista a priori,
netamente atractiva por sí misma.
Nacido en Gijón un cinco de enero de 1744, Gaspar Melchor de
JOVELLANOS constituye por sí solo la quinta
esencia de la última generación de ilustrados de España. Aquélla que, como
dice Julián MARÍAS, en su nunca suficientemente valorado libro “SER ESPAÑOL”, “Vive reflejado por Goya, sin estar limitado por la época que les hace
únicos.”
Destinado a priori para la labor monástica, el joven Melchor partirá para Ávila en donde, en
principio, habrá de seguir su formación canónica, todo ello con la aprobación
como prueba su condición de protegido, del Obispo de su Gijón natal. Sin
embargo algo habrá de ocurrir, que tiene como consecuencia el abandono de
Melchor de las oposiciones monásticas, teniendo
con ello la suerte el mundo de poderlo
recuperar para la vida útil.
Licenciado no obstante en Derecho Canónico, Jovellanos
comprende la importancia de seguir adelante con el compendio de oportunidades
que se le ponen por delante toda vez que el aparente caos que algunos perciben,
constituye para él la certeza inexorable de que un mundo de oportunidades se
abre ante él. Por ello cuando sale titulado en Filosofía de la Universidad de
Salamanca, tiene claras dos cosas. La primera, que salvar a España va a ser
complicado. La segunda, que hacerlo atendiendo a los criterios de todo aquello
que no sean las materias útiles, convertirá
la empresa en un fracaso, de todas, todas, y desde su origen.
Funda entonces, con semejante finalidad el Instituto Asturiano, Reducto de Ciencia
Pura, en el sentido en el que hoy
podríamos incluso mejor que entonces tal definición, el Instituto se
convertirá en un reducto destinado tanto a mantener el legado que otros como
Jorge Juan y su Náutica han jalonado;
como fundamentalmente a poner las bases desde las cuales se puedan cumplir los
deseos que nuestro protagonista confesará, iluminar el camino de los que se
atrevan a aconsejar a aquellos que tienen el deber de mandar España, aunque
esto no signifique que sepan como hacerlo, ni tengan para ello la humildad de
buscar en otros el consejo que sus pocas entendederas convierte en imprescindible.
Se convierte con ello así el Instituto rápidamente en
semillero inexcusable no ya de pensadores, sino de científicos. Como el propio
Jovellanos dirá, España no se salva con lenguas
muertas, sino con ingenieros y mineros. Así, desata una especie de cruzada
contra todo lo que no sea, o pueda llegar a ser, una acción potencialmente útil.
Pese a todo, su propio bagaje intelectual aparece, y pone
coto al firme propósito, convirtiéndose sin duda alguna en su desgracia.
En 1795 hace una solicitud oficial al Cardenal Lorenzana,
Mayor de la Inquisición, solicitando autorización para disponer en la
biblioteca del Asturiano, ejemplares de documentos considerados inadecuados por
la institución regidora. La respuesta no sabemos si es más desalentadora, u
ofensiva. Lorenzana viene a decir “…que así hay en Castellano muy buenas obras
para el saber que en el Instituto habremos de impartir (cita de los Diarios).”
Pero Jovellanos no se amilana, más bien al contrario, y en
una de las escasas muestras de temeridad, contrarias a su absoluta moderación y
coherencia, soslaya las indicaciones referidas
por La Inquisición. El
resultado, lo cuenta él mismo. “…Me
encuentro por la siesta al cura de Somió leyendo en la biblioteca a Locke. No
pude disimular mi disgusto, y le reprendí hasta la hora. Dadas las tres
salí con él, y le dije que no me había gustado verle allí. Me dijo disgustado
que pretendía volver, que no entendía cómo ni el motivo por el que deseaba
privarle de aquél placer, hecho ante el que yo le dispuse de hacerle entrega en
mano, cuando deseara, de los libros que quisiera ver, pero manteniéndole fuera
de aquellos muros.”
Seremos tan desgraciados que nadie pueda asegurar semejantes
instituciones (el Instituto), contra semejantes ataques (de la Inquisición)
Dirigidos por la perfidia, dados en las tinieblas, sostenidos por la
hipocresía y la infidelidad a todos los
sentimientos de la Humanidad.
Y para colmo manda a
paseo al cura. La suerte está echada.
Pero aún queda otro alborozo que nos lleva a comprender el nivel del que goza nuestra figura de
hoy. Víctima de los designios no tanto del Poder, como de aquéllos que lo
ostentan, manipulan y en la mayoría de ocasiones pervierten; Jovellanos es
llamado por Godoy, primero para ocupar la plaza de Embajador en Rusia, pero antes
de que pueda ni tan siquiera ocuparla, un giro embarazoso convierte al
intelectual en Hombre para la Paz.
El disgusto poco disimulado por parte de nuestro
protagonista toda vez que acepta no por el cargo, sino por la emoción que le
causa poder servir a España por fin como quiere, pateándola; queda en cualquier
caso reflejado en las anotaciones que hace en su diario verdadero, o sea, aquél
que no está destinado a ser leído. “…allí estaba yo, con el Ministro, su
esposa, (la que luego será retratada) ¡y la amante!, la que creo nunca tendrá
retrato. Ni pude abrir la boca ni para comer, ni para hablar.”
Ocupará poco tiempo el cargo, apenas dos años, los justos
para recorrer España haciendo cosas útiles, o para decirles a otros como
hacerlas.
Mientras, La Inquisición, como muestra de que en contra de
lo que muchos dicen, no sólo no está debilitada, sino que mide su fuerza en
función directamente proporcional a la estulticia de los que gobiernan; sigue
adelante con sus planes, unos planes que acabarán por convertirse en la
desgracia de Jovellanos, no sin contar con la participación de un Godoy que se
siente insatisfecho con el gusto por el deber y el honor del que Jovellanos
hace gala.
Así vivió Jovellanos, obra, muestra y valor del mejor,
aunque escaso, talento ilustrado español. Un hombre de cuya mejor descripción
podemos decir que “…pese a no haber
conocido a Kant, fue sin duda uno de los pocos kantianos que en España hemos
tenido.”
Luis Jonás VEGAS VELASCO
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