sábado, 20 de octubre de 2012

DEL XXIº CONCILIO DE LA IGLESIA DEL CONCILIO VATICANO II


Puesto uno a hacer conjeturas en relación a cuál o cuáles pueden ser, las acciones o mandatos más difíciles de llevar a cabo en la vida, muchas pueden ser, ciertamente, las respuestas que a cada uno de nosotros, en base a su propia experiencia vital, pueden pasarnos por la cabeza. Sin embargo, puestos a elucubrar, pocos serán quienes encuentren una más complicada que la de conciliar no ya de manera creíble, sino virtualmente práctica, las atribuciones del mundo, con las obligaciones que por otro lado depone la creencia religiosa.

Sin duda esa, o por no ser excesivamente presuntuoso, una muy parecida, era la que debía presidir la voluntad de espíritu, con la que Juan XXIII se había levantado aquel 25 de enero de 1959, cuando en la Sala de los Benedictinos de San Pablo Extramuros, sorprendió a todos, a extraños, pero sobre todo a propios, cuando anunciaba mediante lo que el mismo definió como un discursito, su voluntad de convocar un concilio. Comenzaba así la fase de preparación del Concilio Vaticano II, uno de los cinco llamados a ser los más importantes de los celebrados en la larga historia de la Iglesia Católica.

Poco tiempo había necesitado Angello Giuseppe Roncalli, ordenado como Sumo Pontífice bajo el nombre de Juan XXIII, para comprender de manera clara el orden y la magnitud de las desinencias que hacían prácticamente inconcebible la superposición de la Iglesia y sus procedimientos, dentro de las formas que consolidaban la nueva Realidad Mundana.
El poco tiempo transcurrido entre su nombramiento, acaecido el 28 de octubre de 1958; y la puesta en marcha de los procedimientos en pos de la convocatoria del Concilio Vaticano II (lo que ocurre el 25 de enero del año siguiente), ponen de manifiesto tanto esa agilidad mental, como por supuesto el más que evidente estado de enajenación en el que la Iglesia Católica se encontraba instalada. Un estado de alienación que se manifestaba no ya tanto de sus principios, como precisamente de la dificultad creciente que cada vez se manifestaba con más fuerza; de hacer compatibles estos principios con los protocolos existentes al respecto, que luego habría que hacer coincidir con lo que hoy llamaríamos Realidad de la Vida.

Revisada la magnitud de los acontecimientos a analizar, no es sorprendente una vez más considerar imprescindible volver la vista sobre el pasado más o menos cercano, en pos, si no de respuestas, sí cuando menos de las distintas fórmulas de las que se sirvieron las preguntas en el pasado. Así, acudiendo al anterior Concilio, Vaticano I, celebrado un siglo antes, y a la sazón todavía pendiente de decretar cierre; por la necesaria suspensión acordada en su momento fruto del estallido de la guerra Franco-Prusiana, nos encontramos sobre todo, y como no puede ser de otra manera, cuestiones que se encuentran fuertemente vinculadas no ya sólo con elementos procedimentales, sino que más bien, hacen mención expresa a líneas fundamentales de la interpretación vehicular, tanto de las fuentes, como de los componentes estructurales de La Iglesia.
Así, en términos netamente vinculantes, y a la sazón, comprensibles, el siglo XX había traído toda una serie de innovaciones las cuales, apuntadas de manera específica en el terreno que hoy nos ocupa, habían provocado un notable distanciamiento no tanto en las formas, sino abiertamente en el fondo, tanto de las interpretaciones de los textos, como incluso de la forma mediante la que había que aproximarse a esos mismos textos. En definitiva, los métodos de aproximación neoclasicistas, y de interpretación literal de la Biblia, que habían sido la respuesta reaccionaria con la que se había manifestado el Concilio Vaticano I; era superada por una visión mucho más pragmática. Semejante proceder, como no podía ser de otra manera, venía de interpretaciones jesuitas, concretamente de figuras tales como Karl Rahner, el cual había centrado todos su esfuerzos en lograr una vinculación directa entre las vivencias de la Teoría de la Iglesia, y aquéllas que procedían directamente de la experiencia humana.
Y como en nuevo giro del destino, o más bien como una pérfida broma, tales interpretaciones, o más concretamente las ideas asociadas a las mismas fueron, otrosí, las precursoras de un nuevo enfrentamiento entre éstos (los jesuitas), y los Dominicos; los cuales, como personajes tales como Joseph Ratzinger (el actual Papa); a la cabeza, preconizaban ideas cercanas a la recuperación de la Lectura estricta de la Escritura. Un retorno a las fuentes (ressourcement) y una actualización, (aggiomamento).

Probablemente ahora, es decir, tras analizar con mayor detenimiento los que podríamos llamar antecedentes internos con los que Juan XXIII se encontró conforme fue nombrado Papa, podamos hacernos una idea más certera de los considerandos que le llevaron a tomar la sin duda, compleja decisión.
Sin embargo, achacar una decisión tan transcendental tan sólo a motivos de procedimiento, constituiría sin duda un error garrafal, achacable sobre todo a una imperdonable falta de perspectiva. Y esto, transcurridos ya los años que han transcurridos, no es, cuando menos, ni tan siquiera concebible.

Una vez superada, al menos en lo concerniente a las consideraciones estrictamente técnicas, la Segunda Guerra Mundial, la franca división en los consecuentes bloques ideológicos a los que la misma dio lugar, se hacían más y más evidentes. Sin embargo, esta escalada de tensión, a pesar de acontecimientos, tales como el episodio de los misiles cubanos; tendría, posiblemente por primera vez en la historia, una mayor repercusión y desarrollo en los terrenos de la Política y las Ideologías, que en el preciso y específico del llamado ejercicio militar.
Así, las batallas que se desarrollaron, lo hicieron marcadamente en el terreno de la teoría, de la ideología, siendo concretamente armas de este tipo las que se desplegaron de manera fundamental en toda la contienda.

En definitiva, El Concilio Vaticano II y el propio Juan XXIII son consecuencia directa del escenario no tanto político como sí ideológico en el que se vieron inmersos. Un escenario en el que la dialéctica se encontraba centrada en las disputas entre El Capitalismo y El Comunismo, representados de manera casi exclusiva, al menos en lo que concierne a poder real, respectivamente por Los Estados Unidos de América, y la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Y en contra de lo que pueda parecer, en realidad el escenario no estaba alejado del Vaticano, ni tan siquiera de Europa. Más bien al contrario, la escenificación de las hostilidades se hallaba centrada en el mismo corazón del Viejo Continente, a saber en Berlín, una ciudad que con sus kilómetros de Telón de Acero, se erigía como la metáfora perfecta entre lo que era el bien, monopolizado por la República Federal de Alemania; y el más absoluto de los males, la República Democrática de Alemania.

Y todo ello, conformando un escenario en el que La Iglesia ni podía ni debía permanecer inmune. Se hacía necesario, casi perentorio llevar a cabo una acción. Y así es como se convoca el Concilio Vaticano II.

Asistieron casi 2500 Obispos, de los que fueron convenientemente depurados los casi 200 chinos comunistas.
Teólogos como el propio Karl Rahner fueron invitados, bien es cierto que a título de consulta del Papa, sin derecho a participar plenamente.
Asistieron Teólogos de otras confesiones, tales como Luteranos y Protestantes.
Se permitió la entrada de la Prensa.
Todo ello, en definitiva, enmarcado dentro de una serie de esfuerzos, realmente enormes, que tendrían como objetivo final acercar La Iglesia y sus procedimientos, a sus fieles, en definitiva aquéllos a los que deberían ir destinados en principio todos los esfuerzos.
El Concilio cambió, sin el menor género de dudas, el rostro del Catolicismo. Promulgó un nuevo Ecumenismo, modificó ampliamente la Liturgia y, en definitiva, fue capaz de traducir la realidad, a lenguaje comprensible para la siempre inmune y alejada de la realidad, Santa Madre Iglesia.

Lástima que Juan XXIII, no viviera para clausurarlo.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.

No hay comentarios:

Publicar un comentario