sábado, 13 de octubre de 2012

DEL PATRIOTISMO, EN LOS TIEMPOS DE LOS APÁTRIDAS.


Resulta cómico, cuando no más bien funesto, ponerse, en un día como hoy, a intentar analizar si no las consecuencias, sí al menos las causas, que pueden llevar a entender de manera tan distinta, cuando no abiertamente contraria; los sentimientos que pueden llegar a desplegarse en un doce de octubre, día de la HISPANIDAD.

Partiendo de semejantes condicionantes, me veo obligado, aconsejado no sé si por la prudencia, o más bien por el morbo, a esperar lacónicamente a que las últimas luces anuncien el fin de una jornada que, no cabe duda, ha sido especial. Y ha sido especial, porque una vez más, los ciudadanos, pasando de nuevo por encima de nuestros políticos, hemos ido más allá, hemos mostrado mayor altura de miras y, de nuevo, hemos vuelto a convivir.

Ha habido múltiples formas de convivencia:
Hemos tenido al que ha madrugado, para, como gran gesto patrio, cambiar la foto de su perfil. ¡Qué bien quedan las banderas! Máxime cuando se comparten encuadres con Vírgenes. Lástima que la Historia esté llena de episodios que nos demuestran que al final de multitud de batallas, esas banderas acaban en el suelo, pisoteadas, y muchas veces rebozadas en el barro y la sangre de los que dieron su vida pensando que hacían algo grande.
También hemos tenido al que ha madrugado, se ha levantado con el alba, para estar hoy en el desfile. Resulta bonito ver como el cuarto poder nos hace una demostración de su fuerza. Pero cuidado, en los últimos días hemos tenido ocasión de comprobar como el león, aunque aparentemente le han cortado las uñas, sigue con ganas de rugir.
Y, para finalizar, aunque no por ello menos importante, hemos tenido al que, como en el día de una huelga general, se ha quedado en casa, encantado de tener un día más de fiesta.

En última instancia, múltiples ejemplos de una misma realidad. La realidad de la marca España. Esa que es tan grande, tan enorme, que abiertamente nos acoge a todos.

Se me ocurre, llegado ya a este punto, una mera cuestión de carácter y puntualización. ¿Celebramos el día de España, o el de La Hispanidad?
Lo digo, porque hoy por hoy, hay gente que no está de acuerdo con la idea de España, y lo que es más sangrante, aparentemente no tiene ni idea de lo que es La Hispanidad.

Son, España y La Hispanidad, elementos complementarios, qué duda cabe. Es España el concepto, la realidad sustancial. Algo tan aparentemente real, que muchos no sólo pretenden, sino que abiertamente se atribuyen su tenencia física, en el terreno de lo aspectual. Es La Hispanidad por el contrario, o por ser más precisos en el lenguaje, a partir de ella, una idea, un concepto. Es en definitiva La Hispanidad el marco conceptual en el que se integran de manera ordenada todos aquellos conceptos que han tenido, o tienen que ver con la posibilidad de arbitrar en torno a ellos la evolución, consolidación muestra, tanto del desarrollo como de la manifestación real de lo que es España en cada momento.

Así, con la definición de ambos conceptos, logramos de manera indirecta habilitar de manera eficaz los marcos de actuación de cada uno de los campos semánticos que son atribuibles, destacando tanto los puntos de coincidencia, que han de ser muchos, como es lógico, pero mostrando especial consideración hacia aquellos que son específicos de cada uno.
A partir de la naturaleza de cada uno de ellos, es España en realidad algo real, sustancial y físico; mientras que La Hispanidad es algo metafísico, algo ilusorio si se desea; nos encontramos así con que las connotaciones de materia son, a priori y en sí mismas, un importante elemento diferenciador, cuando no abiertamente categórico.
Por ello, a nadie sin duda le sorprenderá que epítetos del tipo de Patria, Patriotismo, Unidad, y por supuesto Nacionalismo, vayan inexorablemente ligados a los considerandos que son expresos del término España.

En consecuencia, no solamente por cuestión de espacio, sino abiertamente por gusto, me desvinculo desde este momento, aunque sea sólo por hoy, de los considerandos atinentes a España, para centrar mis esfuerzos en el campo conceptual de la Hispanidad, sin duda mucho más rico y sugerente.

La Hispanidad, una idea, un sueño (tal vez hecho realidad, a través de la real España), pero en cualquier caso un retazo de sueño, propenso en sí misma a ser víctima propiciatoria de la ambigüedad, y de los ambages.
Es La Hispanidad, el último reducto de los patriotas, de los que consideran traicionado su sueño en la medida en que no se identifican en los logros materializados por la, insistimos, real España. Pero es La Hispanidad, de parecida si no de igual manera, el punto de encuentro de todos aquellos que siguen creyendo en una idea de proyecto. Algunos que, de parecida manera, pero por distintas causas, no se sienten identificados con el resultado final que ha terminado por ser España.

Aunque si bien es cierto que, estando de acuerdo con todo lo expuesto hasta el momento, transcurridos exactamente quinientos veinte años desde el día en el que supuestamente se cifra el momento en el que Cristóbal Colón pone pie en América, me veo en la obligación de ampliar, aprovechando la proyección hacia el infinito que permite tanto en lo espacial como en lo temporal, todos los aspectos ligados al éidos, es por lo que me permito la licencia de proyectarme, precisamente hacia aquellos lugares, y por qué no, hacia aquellos tiempos.

Es La Hispanidad la prolongación natural de España. Es su consagración más allá, ajena incluso por definición, a las limitaciones propias o autoimpuestas que otros países, en justicia, han de imponerse.
Es tan grande, que como todo elemento sujeto a las libertades propias de su condición de carácter metafísico, transciende incluso a su naturaleza, permitiéndonos asumir qué, a través de la acción directa de la Historia, puede traer al terreno de lo real, aspectos ya disueltos, en el campo inhóspito y la mayoría de veces yermo, del pasado.

En torno a la idea, que es en realidad lo que conforma la Hispanidad, se enmarcan, hoy por hoy, una serie de realidades sincréticas las cuales no hacen sino unir, de manera imperecedera, cuestiones y conceptos que de cualquier otro modo no sólo no podrían converger, sino que de ninguna de las maneras podrían avanzar, ni tan siquiera permanecer. Es entonces, y sólo entonces, cuando comenzamos a comprender el alcance si no la magnitud del hecho, un hecho que transciende, que a nadie le quepa la menor duda, en el espacio (ultramar) y en el tiempo (quinientos veinte años).

De esta manera, la grandeza del sentimiento al que nos emplaza la Hispanidad queda, aunque no definido, si al menos delimitado. Lo hace desde el instante en que comprendemos su transcendencia, la cual a su vez se manifiesta en la capacidad de trasposición que manifiesta al manejar con la misma capacidad, y casi con la misma comodidad, aspectos tangibles, netamente humanos; con otros más racionales o metafísicos, en cualquier caso, más alejados de los planteamientos canónicos o materiales, siendo en definitiva más etéreos.
Y sin perdernos ni un segundo en tales conceptos, e integrándolos de una única vez en el desarrollo conjunto que los motiva, podemos terminar por decir que la Hispanidad es, en realidad, Cultura, Educación, Historia. Todo lo cual converge en una manera de ver el mundo, y entender con ello a las personas que lo conforman. Y todo ello desde un marcado carácter integrador, forjado en la neta convicción de que la aportación jamás puede entenderse desde la exclusión, la enajenación de los valores culturales, o el abierto exterminio de los principios.

Educación, Cultura, los dos valores de los que por excelencia más y mejor puede hablar la Hispanidad. Así, cuando en 1636 James HARVARD fundaba su prestigioso Establecimiento de Enseñanza, La Hispanidad ya contaba en Sudamérica con trece Centros de Estudios Generales, o lo que es lo mismo, los embriones de la moderna Universidad.

Con ello, podemos finalizar que tanto la Hispanidad, como el mensaje que de la mimas podemos extraer tantos años después, pasa inexorablemente por la constatación, una constatación que puede tener hoy más sentido del que ha tenido en los últimos años, de que el momento en el que vivimos, se ha convertido en realidad en una cita con la Historia. Por ello, somos especialmente responsables, tanto de nuestros actos, como de nuestras inconsistencias, de manera que por los unos, y por los otros, seremos juzgados, sin duda.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.




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