Resulta cómico, cuando no más bien funesto, ponerse, en un
día como hoy, a intentar analizar si no las consecuencias, sí al menos las
causas, que pueden llevar a entender de manera tan distinta, cuando no abiertamente
contraria; los sentimientos que pueden llegar a desplegarse en un doce de
octubre, día de la HISPANIDAD.
Partiendo de semejantes condicionantes, me veo obligado,
aconsejado no sé si por la prudencia, o más bien por el morbo, a esperar
lacónicamente a que las últimas luces anuncien el fin de una jornada que, no
cabe duda, ha sido especial. Y ha sido especial, porque una vez más, los
ciudadanos, pasando de nuevo por encima de
nuestros políticos, hemos ido más allá, hemos mostrado mayor altura de miras y, de nuevo, hemos vuelto a convivir.
Ha habido múltiples formas de convivencia:
Hemos tenido al que ha madrugado, para, como gran gesto
patrio, cambiar la foto de su perfil. ¡Qué
bien quedan las banderas! Máxime cuando se comparten encuadres con Vírgenes. Lástima que la Historia esté
llena de episodios que nos demuestran que al final de multitud de batallas,
esas banderas acaban en el suelo, pisoteadas, y muchas veces rebozadas en el
barro y la sangre de los que dieron su vida pensando que hacían algo grande.
También hemos tenido al que ha madrugado, se ha levantado
con el alba, para estar hoy en el desfile.
Resulta bonito ver como el cuarto
poder nos hace una demostración de su fuerza. Pero cuidado, en los últimos
días hemos tenido ocasión de comprobar como el león, aunque aparentemente le
han cortado las uñas, sigue con ganas de rugir.
Y, para finalizar, aunque no por ello menos importante,
hemos tenido al que, como en el día de una huelga
general, se ha quedado en casa, encantado de tener un día más de fiesta.
En última instancia, múltiples ejemplos de una misma
realidad. La realidad de la marca España. Esa que es tan
grande, tan enorme, que abiertamente
nos acoge a todos.
Se me ocurre, llegado ya a este punto, una mera cuestión de
carácter y puntualización. ¿Celebramos el día de España, o el de La Hispanidad?
Lo digo, porque hoy por hoy, hay gente que no está de
acuerdo con la idea de España, y lo que es más sangrante, aparentemente no
tiene ni idea de lo que es La Hispanidad.
Son, España y La Hispanidad, elementos complementarios, qué
duda cabe. Es España el concepto, la realidad sustancial. Algo tan
aparentemente real, que muchos no sólo pretenden, sino que abiertamente se
atribuyen su tenencia física, en el
terreno de lo aspectual. Es La Hispanidad por el contrario, o por ser más
precisos en el lenguaje, a partir de ella, una idea, un concepto. Es en
definitiva La Hispanidad el marco
conceptual en el que se integran de manera ordenada todos aquellos conceptos
que han tenido, o tienen que ver con la posibilidad de arbitrar en torno a
ellos la evolución, consolidación muestra, tanto del desarrollo como de la
manifestación real de lo que es España en cada momento.
Así, con la definición de ambos conceptos, logramos de
manera indirecta habilitar de manera eficaz los marcos de actuación de cada uno
de los campos semánticos que son atribuibles, destacando tanto los puntos de
coincidencia, que han de ser muchos, como es lógico, pero mostrando especial
consideración hacia aquellos que son específicos de cada uno.
A partir de la naturaleza de cada uno de ellos, es España en
realidad algo real, sustancial y físico; mientras que La Hispanidad es algo
metafísico, algo ilusorio si se desea; nos encontramos así con que las
connotaciones de materia son, a priori y en sí mismas, un importante elemento
diferenciador, cuando no abiertamente categórico.
Por ello, a nadie sin duda le sorprenderá que epítetos del
tipo de Patria, Patriotismo, Unidad, y
por supuesto Nacionalismo, vayan inexorablemente ligados a los considerandos
que son expresos del término España.
En consecuencia, no solamente por cuestión de espacio, sino
abiertamente por gusto, me desvinculo desde este momento, aunque sea sólo por
hoy, de los considerandos atinentes a España, para centrar mis esfuerzos en el
campo conceptual de la Hispanidad, sin duda mucho más rico y sugerente.
La Hispanidad, una idea, un sueño (tal vez hecho realidad, a
través de la real España ),
pero en cualquier caso un retazo de sueño, propenso en sí misma a ser víctima
propiciatoria de la ambigüedad, y de los ambages.
Es La Hispanidad, el último reducto de los patriotas, de los
que consideran traicionado su sueño en la medida en que no se identifican en
los logros materializados por la, insistimos, real España. Pero es La Hispanidad,
de parecida si no de igual manera, el punto de encuentro de todos aquellos que
siguen creyendo en una idea de proyecto. Algunos que, de parecida manera, pero
por distintas causas, no se sienten identificados con el resultado final que ha
terminado por ser España.
Aunque si bien es cierto que, estando de acuerdo con todo lo
expuesto hasta el momento, transcurridos exactamente quinientos veinte años
desde el día en el que supuestamente se cifra el momento en el que Cristóbal
Colón pone pie en América, me veo en la obligación de ampliar, aprovechando la
proyección hacia el infinito que permite tanto en lo espacial como en lo
temporal, todos los aspectos ligados al éidos,
es por lo que me permito la licencia de proyectarme, precisamente hacia
aquellos lugares, y por qué no, hacia aquellos tiempos.
Es La Hispanidad la prolongación natural de España. Es su
consagración más allá, ajena incluso por definición, a las limitaciones propias
o autoimpuestas que otros países, en justicia, han de imponerse.
Es tan grande, que como todo elemento sujeto a las
libertades propias de su condición de carácter metafísico, transciende incluso
a su naturaleza, permitiéndonos asumir qué, a través de la acción directa de la
Historia, puede traer al terreno de
lo real, aspectos ya disueltos, en el campo inhóspito y la mayoría de veces
yermo, del pasado.
En torno a la idea, que es en realidad lo que conforma la
Hispanidad, se enmarcan, hoy por hoy, una serie de realidades sincréticas las
cuales no hacen sino unir, de manera imperecedera, cuestiones y conceptos que
de cualquier otro modo no sólo no podrían converger, sino que de ninguna de las
maneras podrían avanzar, ni tan siquiera permanecer. Es entonces, y sólo
entonces, cuando comenzamos a comprender el alcance si no la magnitud del
hecho, un hecho que transciende, que a nadie le quepa la menor duda, en el
espacio (ultramar) y en el tiempo (quinientos veinte años).
De esta manera, la grandeza del sentimiento al que nos
emplaza la Hispanidad queda, aunque no definido, si al menos delimitado. Lo
hace desde el instante en que comprendemos su transcendencia, la cual a su vez
se manifiesta en la capacidad de trasposición que manifiesta al manejar con la
misma capacidad, y casi con la misma comodidad, aspectos tangibles, netamente humanos;
con otros más racionales o metafísicos, en cualquier caso, más alejados de los
planteamientos canónicos o materiales, siendo en definitiva más etéreos.
Y sin perdernos ni un segundo en tales conceptos, e
integrándolos de una única vez en el desarrollo conjunto que los motiva,
podemos terminar por decir que la Hispanidad es, en realidad, Cultura,
Educación, Historia. Todo lo cual converge en una manera de ver el mundo, y
entender con ello a las personas que lo conforman. Y todo ello desde un marcado
carácter integrador, forjado en la neta convicción de que la aportación jamás
puede entenderse desde la exclusión, la enajenación de los valores culturales,
o el abierto exterminio de los principios.
Educación, Cultura, los dos valores de los que por excelencia
más y mejor puede hablar la
Hispanidad. Así , cuando en 1636 James HARVARD fundaba su
prestigioso Establecimiento de Enseñanza,
La Hispanidad ya contaba en Sudamérica con trece Centros de Estudios
Generales, o lo que es lo mismo, los embriones de la moderna Universidad.
Con ello, podemos finalizar que tanto la Hispanidad, como el
mensaje que de la mimas podemos extraer tantos años después, pasa
inexorablemente por la constatación, una constatación que puede tener hoy más
sentido del que ha tenido en los últimos años, de que el momento en el que
vivimos, se ha convertido en realidad en una cita con la
Historia. Por ello, somos especialmente responsables, tanto de
nuestros actos, como de nuestras inconsistencias, de manera que por los unos, y
por los otros, seremos juzgados, sin duda.
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