sábado, 3 de diciembre de 2011

5 DE DICIEMBRE, DOSCIENTOS VEINTE AÑOS SIN MOZART.


Pocas son las personas que pueden decirse tan influyentes en la Historia, y no sólo en la fenomenología directamente achacable a la Música, como lo que puede achacarse el ingente Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart.

Para algunos un indiscutible genio, más que un hombre, para otros un voraz devorador del talento de otros; al final lo único indiscutible es que Amadeus no dejó indiferente a nadie.

Con un talento ingente sólo superado por su precocidad, el joven MÓZART ya se paseaba con cinco años y la interesada compañía de su padre por las Cortes Europeas, deslumbrando con su música a la más alta aristocracia del Viejo Continente, dando de inmediato cuenta a propios y a extraños de las capacidades sorprendentes que desde la más tierna infancia cultivó, poniendo de manifiesto los aprioris que sin ningún género de duda le llevarán a ser considerado el gran valuarte del género Clasicista, a la par que le encumbrarían a un ganado puesto de honor en la Historia de la Música de todos los tiempos.

Su Salzburgo natal estará lleno de su música a partir de 1756 hasta su traslado definitivo a Viena, capital imperial, hecho este que tendrá lugar en 1781. Antes de ese momento, la historia tendrá que discutir sobre uno de los hechos más misteriosos a la par que morbosos de este capítulo, cual es si la relación entre el joven Mózart y su padre, Leopold, fue una relación sana, o si por el contrario estamos ante uno de los que podríamos identificar como primeros casos de explotación de un talento infantil. La única realidad llegados a este punto, pasa por la demostración tangible de que Leopold, músico al servicio del Príncipe-Arzobispo de Salzbursgo, abandonó todo para dedicarse a la formación musical de su hijo. Y los resultados no se hicieron esperar. La demostrada y a la sazón prestigiosa habilidad que el padre de Mózart tenía en el terreno de la formación musical, unida al imposible de cuantificar talento que para la música, composición y ejecución demostró rápidamente el joven, hicieron que rápidamente Europa cayera rendida a los pies de un niño tan genial como inmisericorde, tan brillante como desmedido, que hacía de su música, y de la ejecución de la música de otros en el violín o en el piano, sus dos fundamentales caballos de batalla, una forma de enfrentarse a la vida, si bien algunos cronistas de la época dirán que es más bien una forma de enfrentarse a Dios. Prueba de ello lo constituye el allegro para teclado en do mayor. KV 1b, la que podemos considerar la primera obra compuesta por el joven, a la edad de cuatro años.

La fascinación que el joven Amadeus despierta en el mundo que le rodea, alcanza su punto álgido en aquella que es capaz de infundir en su padre. Músico mediocre en tanto de la valoración de sus composiciones, su condición de ferviente católico, le llevará a considerar el don de su hijo como procedente directamente de las decisiones de Dios. Esto, unido a su conocida categoría en el terreno de la didáctica de la música, le llevarán a considerarse como divinamente destinado a confeccionar el mejor marco vital y de formación que acabe por garantizar en su hijo la consecución de los logros a los que está destinado. Para ello, no dudará en abandonarlo todo, incluso su puesto en la Administración del Sacro Imperio Romano-Germánico, y dedicarse íntegramente a desarrollar y canalizar las cualidades manifestadas por el joven vástago. Así, acompañará siempre a su hijo, primero en las muchas horas de ejecución de música en el teclado, clavecín, clavicordio y piano, instrumentos que desde los cuatro años el niño ya tocaba; para saltar más tarde al terreno de la composición, donde un Mózart niño hará sus primeros pinitos componiendo desde antes de los cinco años.

Pero lo que empezó siendo una obligación ética, se acabó convirtiendo en una “obligación de compartir con el mundo el ingente talento con el que Dios ha sonreído a mi hijo.” Así, finalmente, la situación se volvió insostenible cuando a partir de 1762, 12 de enero para más seña, contando Amadeus seis años, su padre creyó en la obligación de proclamar este milagro ante el mundo, como una obligación ante su país, su Rey y su Dios.

A pesar de todo, y sin caer por supuesto en la trampa que puede suponer analizar con filtros del presente elementos del pasado, lo cierto es que la relación entre padre e hijo fue siempre muy estrecha. Así, una vez que la aptitud para la composición del vástago hubieron superado con mucho a las mostradas por el progenitor, este decidió abandonar su actividad musical, para dedicarse en cuerpo y alma a la formación de un niño que ya, a esas alturas, dejaba claro a cualquiera que tuviera la fortuna de escucharle, que iba a cambiar para siempre la historia de la música.

A todo esto, la relación de Mózart con el poder, o más concretamente sus peculiaridades y excentricidades, le confieren una nota de dominio muy del agrado de unos nuevos gobernantes, que se tienen que ir acostumbrando rápidamente a una nueva forma de gobernar en la que la relación del soberano con su pueblo no sólo es diferente, sino que por primera vez en muchos siglos, puede comprenderse como de tal relación.

La superación del Absolutismo como forma de Gobierno, evolucionado hacia el Despotismo, configurará un nuevo teatro de operaciones en el que el Humanismo propio de la Ilustración devolverá al hombre, en su más diversa acepción, a la posición que nunca se debió dejar arrebatar en cuestiones de ética y moral, en las que, por otra parte la religión, también tendría mucho que decir al respecto.

Así, la irrupción en escena de los nuevos valores estéticos, alejados por altisonancia de los excesos propios del Barroco tardío del que procedemos, abonan de manera inestimable el terreno para que la nueva música, el clasicismo, de la que Mózart será mayor y virtuoso ejemplo, se hagan con el poder absoluto en Cortes como la del propio Maximiliano II, Luis XV en Versalles, y Jorge III en Inglaterra. De esta manera, la adopción por parte de la burguesía y la nobleza de unos nuevos cánones de belleza, aunque fuera solamente por aquello de guardar las apariencias, máxime cuando un enfrentamiento con la incipiente burguesía urbana no era interesante, si tenemos en cuenta que era de las bolsas de esta de donde procedía la mayor parte del oro que sustentaba a las coronas y sus guerras; promovieron definitivamente a Mózart y a su música al altar del poder, en forma de relación de dependencia de estos.

Más este tipo de relaciones son intensas en tanto que efímeras. Así, la translocación en la escala de poder de un noble por otro, hacía caer en desgracia consigo a toda la camarilla de seguidores que le eran propios. De esta manera, Mózart vio una y otra vez como sus esfuerzos eran continuamente destruidos en parte por su capacidad para establecer vínculos de dependencia con personalidades complicadas, como puede ser el caso ocurrido con el sucesor del Príncipe-Arzobispo de su ciudad natal, con el que las acaloradas y continuas broncas eran de dominio público. Estas circunstancias, tuvieron como consecuencia una última época del genio realmente difícil. Enfermo, con la alcancía no tan repleta como debería ser de esperar, y continuamente enfrentado a su esposa, Constanza, de la que vivía largas temporadas separado, la realidad es que la vida de Mózart no alcanzó las cotas de felicidad que a priori podrías ser esperables.

Alcanzado en los últimos años de su vida por parecidas ansias a las experimentadas por su padre, el verse obligado a vender su talento al mejor postor una vez rota la relación con el Príncipe de Salzburgo, verse necesitado de buscar mecenas terminó de asquearle, promoviendo sus últimos años hacia una continua crisis que sin duda acortó su vida.

Apegado en el último año a la composición de su Réquiem, esta obra, junto a otra que tenía que entregar para celebrar la coronación del Archiduque, absorbieron definitivamente sus últimas fuerzas, hasta el punto de que murió con las últimas páginas del Réquiem sobre su cama, inconsciente por las fiebres, posiblemente reumáticas que lo mataron, balbuceando en delirios la percusión del movimiento lacrimosa del Réquiem, a las doce y cuarto de la madrugada del cinco de diciembre de 1791.

Amortajado con las estructuras masónicas, en cuya estructura había ingresado unos pocos años antes, recibió funeral en la Catedral de San Esteban siendo enterrado en el cementerio de ST Marx de Viena, en un entierro de tercera categoría que necesitaba de tres florines de complementos para el coche fúnebre, para acabar finalmente en una fosa común, siendo convenientemente cubierto de cal viva.

Así, una vez más, la ingente capacidad de Mózart provocó una explosión de fervor en su público, que provocó el llenado de salas con posterioridad a su muerte, en contraste con el tétrico abandono que sufrió en su entierro.

Luis Jonás VEGAS VELASCO.


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